2013. AJUSTES DE CUENTAS CON EL PASADO

La teoría dice que todas las películas hablan, de una forma o de otra, de la época en el que fueron realizadas, incluso cuando su trama transcurre en cualquier otro período histórico. Esta consigna atraviesa buena parte de la cosecha cinematográfica de 2013, el sexto año de la crisis y su posterior depresión, un año en el que el cine sigue sin abordar de frente este proceso pese a ser mucho más consciente de los fantasmas del pasado.

El pasado como territorio histórico

Las únicas dos películas de nuestra lista que parecen tener algo que decir sobre el contexto socio-político actual han sido Redemption (Miguel Gomes, 2013) y VidaExtra (Ramiro Ledo Cordeiro, 2013). En estos dos trabajos, sus directores emplean el pasado como ancla desde la que desarrollar su discurso: Miguel Gomes hace malabares con el metraje encontrado para imaginar la psicología y las motivaciones de cuatro de los principales responsables de la actual política de austeritarismo en Europa, y Ramiro Ledo encuentra en la ocupación del Hotel Colón de Barcelona durante la Guerra Civil Española un precedente para las prácticas de resistencia (y sobre todo de representación de esa resistencia) de los movimientos sociales contemporáneos. Gomes y Ledo se arriesgan formal y conceptualmente al construir dos dispositivos tan imaginativos como significativos, pese a que sus propuestas funcionan mejor a posteriori, como piezas teóricas, que durante su propio visionado.

Redemption (Miguel Gomes, 2013)

Muchas otras películas tomaron el camino inverso a Redemption y VidaExtra al partir del presente de su rodaje para ajustar cuentas con los episodios más oscuros de la historia del siglo veinte: la matanza ritualizada de un millón de indonesios tras el golpe de estado que derrocó a Sukarno en 1965 (The Act of Killing, Joshua Oppenheimer, Christine Cynn & Anonymous, 2012), la supervivencia en el campo de concentración de Theresienstadt durante la Segunda Guerra Mundial (Le dernier des injustes, Claude Lanzmann, 2013), el genocidio camboyano visto desde una perspectiva autobiográfica (L’image manquante, Rithy Panh, 2013), y las actividades criminales de un mercenario portugués contra las guerrillas angoleña, salvadoreña y vasca entre los años setenta y los noventa (Terra de Ninguém, Salomé Lamas, 2012). Todas estas películas ensayan diferentes maneras de representar lo irrepresentable, aquello que preferimos no ver pero que necesitamos saber, y muchos de ellos incluso se atreven a entrar en tratos con el maligno: The Act of Killing y Terra de Ninguém le dan voz, directamente, a unos verdugos nada arrepentidos para que ellos mismos se pongan en evidencia a través de su versión de los hechos, mientras que Le dernier des injustes está concebida como un pulso dialéctico entre el cineasta Claude Lanzmann y el último presidente del Consejo Judío de Theresienstadt, Benjamin Murmelstein, un personaje controvertido y escurridizo que fue demonizado por los propios judíos debido a sus maquiavélicas negociaciones con los nazis. Solo Rithy Panh intenta ponerse a salvo del maligno al refugiarse en sus recuerdos de infancia en L’image manquante, ensayando una aproximación diferente al genocidio camboyano después de haberse enfrentarse ya a los verdugos en S21, la machine de mort Khmère rouge (Rithy Panh, 2003).

El cine de ficción, mientras tanto, volvió al pasado con la intención de ofrecer nuevas representaciones de acontecimientos, períodos y hechos traumáticos como una forma de terapia. Algunos ejemplos de esta tendencia serían Django Unchained (Quentin Tarantino, 2012) y 12 Years a Slave (Steve McQueen, 2013), dos películas que proponen, cada una en su línea, una nueva iconografía para las narrativas asociadas con la esclavitud afroamericana; В тумане (In the Fog, Sergei Loznitsa, 2012), un título que rompe la épica de la resistencia frente a la ocupación nazi para repensar el caso bielorruso en términos morales; 一代宗師 (The Grandmaster, Wong Kar-wai, 2013), un puzzle estético y narrativo que emplea la biografía de Ip Man para revisar la historia china reciente; Barbara (Christian Petzold, 2012), un retrato femenino centrado en las miserias cotidianas de la última década de la RDA; o No (Pablo Larraín, 2012), la crónica de la campaña publicitaria que derrotó en las urnas a la dictadura de Augusto Pinochet a costa de abandonar los ideales de la época de Salvador Allende. La constante de estos seis trabajos es la búsqueda de un nuevo relato (In the Fog), estética (The Grandmaster), punto de vista (Barbara), dispositivo formal (No) o iconografía (Django Unchained y 12 Years a Slave) que permita liberar la representación del pasado de los lugares comunes de una versión oficial que hace falta cuestionar.

Django Unchained (Quentin Tarantino, 2012)

El pasado como territorio afectivo

El caso de La grande bellezza (Paolo Sorrentino, 2013) resulta paradigmático de las múltiples formas con las que el cine ha revisado el pasado en este 2013. Sorrentino ambienta su mejor película hasta el momento en la Roma del presente, pero sus fiestas y personajes se remontan a muchos pasados superpuestos: por una parte, hay un pasado histórico reciente (la resaca del berlusconismo) y un pasado histórico pretérito (la herencia de la Roma clásica y renacentista), mientras que por otra la película habla también del pasado del cine, contrastando la modernidad de La Dolce Vita (Federico Fellini, 1960) con la posmodernidad que lleva años practicando Sorrentino, y habla también del pasado como una época vital irrecuperable para su protagonista, Jep Gambardella, un personaje lúcido y consecuente que sabe que esos instantes de belleza fugaz a los que ha dedicado su vida ya no volverán nunca.

Las enseñanzas de Sorrentino, vía Gambardella, son un manual de supervivencia para espíritus sensibles inmersos en un presente banal. Sin embargo, el pasado que vuelve una y otra vez de forma siempre diferente en La grande bellezza no es un pasado traumático, como en Le passé (Asghar Farhadi, 2013), Les salauds (Claire Denis, 2013) o The Perks of Being a Wallflower (Stephen Chbosky, 2012), sino un pasado feliz que, por desgracia para Gambardella, se desvanece muy lentamente. Otros dos personajes que se encuentran en la misma situación son Jesse y Céline, la pareja protagonista de Before Midnight (Richard Linklater, 2013), que dedican buena parte de su último día de vacaciones en Grecia a evocar sus recuerdos compartidos, para así tener la fuerza necesaria para superar la larga y tensa discusión que les espera esa noche. Al contrario que Gambardella, que sabe que ya es demasiado viejo como para cambiar de vida, Jesse y Céline tienen en esa pelea una oportunidad para crecer como pareja, si es que quieren seguir siendo una pareja de aquí a la hipotética continuación de su saga.

Jep Gambardella (Toni Servillo) en La grande belezza (Paolo Sorrentino, 2013)

Al margen de si los recuerdos son positivos o negativos, el pasado reaparece en muchas ficciones de esta temporada para condicionar el presente: por ejemplo, en Mud (Jeff Nichols, 2012), el personaje interpretado por Matthew McConaughey vive atrapado en una historia de amour fou que a esas alturas ya le trae más problemas que satisfacciones; en Blue Jasmine (Woody Allen, 2013), Only God Forgives (Nicolas Winding Refn, 2013) o Stoker (Park Chan-wook, 2013), la reaparición de un familiar olvidado, ignorado o incluso rechazado sirve para precipitar la desgracia de los personajes; mientras que en Bir zamanlar Anadolu’da (Nuri Bilge Ceylan, 2011), la búsqueda de un cadáver durante una larga noche crea un clima propicio a las confidencias que le permite a un médico y a un juez exteriorizar sus respectivos fracasos vitales. Incluso en una pieza de no-ficción como Mapa (Elías León Siminiani, 2012), el pasado sirve como estímulo para que su protagonista -el propio cineasta- emprenda una huida hacia adelante en forma de diario de viajes.

En este vaivén entre recuerdos tóxicos y felices, hay tres películas que giran alrededor del encuentro frontal con el pasado. La primera de ellas, el documental musical Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012), combina la estructura del diario de viajes con una intriga detectivesca para resituar en el presente a una figura olvidada, el cantante folk Sixto Rodríguez, que Malik Bendjelloul prefiere retratar antes como mito que como persona. La segundo, la comedia fantástica The World’s End (Edgar Wright, 2013), enfrenta a Gary King, un rey adolescente en plena decadencia, con las quimeras de su juventud, atacando a la nostalgia casi con más fuerza que al fucking starbucking. Y por último, El futuro (Luis López Carrasco, 2013) emplea un fake de una home movie de la movida madrileña para sugerir que la gran resaca que vivimos ahora procede, en parte, del optimismo y de las expectativas generadas en aquella época. En el primero caso, el encuentro con el pasado pretende reinterpretar su herencia en positivo, pero la segunda y la tercera película advierten de la vacuidad de estos ejercicios: para Edgar Wright y López Carrasco, el pasado sólo existe en la medida en que sirvió para moldear el presente, pero poco se puede hacer ahora para cambiarlo. Por eso, The World’s End y El futuro son, cada una en su línea, reescrituras frustradas (pero no fallidas) de un pasado que hay que asimilar en vez de reproducir.

Coda: Dora en Fisterra

Dejo para el final uno de los títulos que presenta una relación pasado-presente más controvertida: el documental Costa da Morte (Lois Patiño, 2013). En una primera lectura, la mirada romántica de Lois Patiño hacia el paisaje fisterrán parece estar en busca de su esencia inmutable, pero sus encuadres casi siempre incluyen alguna invasión o injerencia del presente en las imágenes. La secuencia de la rapa das bestas, por ejemplo, es modélica en este sentido: en el interior del curro, en donde los caballos salvajes intentan resistirse a la doma, se encuentra la tradición; mientras que en el exterior del curro, entre el público, un globo de Dora la Exploradora delata el presente en el que se sitúa esta escena, estableciendo además una hipotética intertextualidad entre las aventuras de Dora y las de Patiño por el mundo adelante.

Costa da Morte (Lois Patiño, 2013)

La inclusión del tema ‘We No Speak Americano’ de Yolanda Be Cool en la banda sonora (porque esa era a canción que sonaba realmente en la rapa das bestas que filmó Patiño) disipa cualquier duda sobre el sentido de esta película: el pasado, ya esté representado por la tradición o por la música pop (porque ‘We No Speak Americano’ se construye a partir de un sampler de la canción ‘Tu vuò fà l’Americano’ de Renato Carosone) sólo puede existir a través de su permanencia en el presente; por lo que para comprender el presente, al menos en 2013, hace falta rescatar aquellos elementos del pasado que ahora por fin estamos en situación de comprender. Esa es la lección de Dora en Costa da Morte: incluso los paisajes más atemporales pertenecen a la época en la que miramos para ellos. El pasado, por lo tanto, es siempre una invención del presente. 

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