THE YELLOW SEA, de Na Hong-jin

HONG-JIN, LA TERCERA VÍA DEL CINE COREANO ·

(Esta crítica viene acompañada de una entrevista que realizamos a Na Hong-jin en el reciente festival de Sitges)
Un sentido de justicia social se desprende lentamente de The 
Yellow Sea. No porque los marginados personajes la encuentren, sino porque Na Hong-jin (The Chaser, 2008) los trata con la igualdad que no compartirían de habitar una misma realidad. El mafioso, el profesional entrenado, el jefe de la pandilla, el subordinado, el que hace el trabajo sucio; el más flaco eslabón de la cadena que una sociedad expulsiva va generando. Todos y cada uno de ellos habitan la misma realidad, sin distinción de privilegios; todos, de alguna manera, comenzaron igual y es cuestión de tiempo y dotes de supervivencia cuánto tiempo más seguirán vivos.

Un hombre de unos treinta años cuenta en off: “Cuando era niño, la rabia se esparció por el barrio. Después de matar a su madre a mordiscos, mi perro se escapó. A los días volvió famélico. Me miró y, gruñendo, se acostó. Me sostuvo la mirada hasta que murió. Esa noche lo quemé y lo enterré al final del barrio. Esa misma noche, los ancianos del vecindario lo desenterraron y se lo comieron. Después de esto la rabia volvió a extenderse. Como ahora”.

La premisa de que la vida que ha tenido y puede tener un josonjok (coreanos étnicos) no ha variado en tres décadas marca desde el comienzo el tono de la película.

Los coreanos étnicos de China son una de las tantas minorías que comparten el poblado país. El coreano chino no es chino, no es coreano, está en una frontera rodeado de un mar amarillo que lo contiene y detiene. Bordeado por limitaciones raciales, territoriales, y culturales, la identidad queda definida por determinaciones, ninguna de ellas elegida, y su etnia los une a un pasado remoto y a su vez los separa de una situación concreta e inmediata: su país de nacimiento.

El mar amarillo de un lado. El mar de Japón del otro. La frontera con Corea del Norte. El límite con Rusia. El sueño con Corea del Sur. La historia de guerras detrás. En esta complicada y desconocida región llamada Yanbian (triple frontera entre Corea del Norte, China y Rusia) comienza la historia.

Si bien cruzar los límites de lo moralmente correcto y dejar en ridículo a las instituciones (sobre todo a la policía) es un elemento ya visto en el cine de Corea de Sur, Na Hong-ji sobrepasa estas barreras con total naturalidad. En The Chaser, la distancia que separaba a buscador y buscado era corta, no solo porque el asesino serial como el ex-policía, y ahora proxeneta, compartían la inmoralidad de sus actividades, sino porque el juego de perseguir y encontrar se resolvía muy pronto, dejando lugar a que el perímetro de la trama se expandiera y contrajera constantemente. La película no seguiría, entonces, el clásico juego de buscar hasta encontrar (spoiler[1]). Aquí, el director prefería hablar de una sociedad hiperdesarrollada que remplaza las pulsiones de supervivencia por tétricos y subterráneos deseos hechos realidad. En Yellow Sea, el contexto es bien diferente. Las particulares condiciones de la región de Yanbian, frontera eternamente conflictiva con un desarrollo mínimo y precario, llevan a que se desarrolle una sociedad con leyes de supervivencia a base de actividades ilegales.

Esta distinción entre una sociedad hiperdesarrollada y una frontera pobre y olvidada tiene su momento concreto en la trama cuando la acción se traslada desde Yanbian a Seul, en un salto que no es solo geográfico. Si en China la mano de obra barata eran los josonjok, en Corea del sur la pandilla está conformada por coreanos del norte; si antes las persecuciones eran entre peleas de perros y calles deshabitadas, en el primer mundo serán en coche, esquivando gente que brota de las esquinas. No hay armas de fuego. Ni los policías las tienen. Y los mafiosos matan con cuchillos de cocina: doméstico, práctico, omnipresente.

La película está filmada en un zoom constante, como si se estuvieran observando y documentando minuciosamente cada una de las acciones. Los movimientos de cámara desorientan pero no desubican, lo que evita que caiga en la incoherencia espacial, ese mal que afecta a muchas de las películas de acción contemporáneas y produce el consabido efecto video clip. A su vez, el tiempo parece plano. Aunque cada escena tiene innumerables acciones, el protagonista vive una situación trágica que no variará. No hay un amanecer que esperar y la noche parece eterna. Tanto es así que un calendario va marcando el paso de los días a modo de cuenta regresiva.

Sin embargo, la potencia visual de The Yellow Sea no se reduce a las escenas de acción. En uno de los momentos clave de la película, se planea un crimen. El que ha de cometerlo le toma el tiempo a la situación. Practica, cuenta distancias, ensaya. Mientras él está fríamente inmerso en los detalles concretos del asesinato, se van mezclando escenas de lo que será el asesinato, en un magistral juego de superposición temporal y magnética sincronización. Recursos como éste o las peleas a cuchillo y ríos de sangre, con un fino equilibrio para no pasar a lo gore o pornográfico, hacen que Yellow Sea se destaque y que podamos ubicar a Na Hong-ji dentro del grupo de directores coreanos que se distancian del cine de autor pero también del cine comercial; que producen películas pensados dentro de la lógica comercial, pero que, sin embargo, adoptan elementos que los alejan de las formas del circuito comercial convencional. Una tercera vía que reúne a una lista de directores, corrientes y modos de hacer que se caracterizan por cuestionar los parámetros del cine comercial y de género a través de un discurso contundente, transgresor y con huella personal.

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[1] En The Chaser, la historia es atravesada por un incidente que solo (y sutilmente) se resuelve hasta el final. Un hombre ha arrojado heces humanas a la cara del intendente de Corea del Sur frente a la prensa. Incidente que tiene lugar mientras la policía está custodiando la visita del intendente al mercado de Seúl. Razón por la cual los jefes del departamento de policías priorizan que se promocione el enjuiciamiento del agresor, antes que la investigación de los asesinatos que un loco dice haber cometido. La última escena de la película, una vez que todo salió mal debido, en parte, a la ineficiencia burocrática y política, el Chaser, fracasado en su intento por encontrar con vida a la última víctima del asesino; ensangrentado y derrotado, va al encuentro del custodiado intendente que rápidamente es metido en su coche de lujo. Es recién en ese momento y con esa mirada sostenida de uno y la huida patrocinada del otro, cuando cada uno de los incidentes que forman la película es atribuido a un orden institucional enfermo que organiza la existencia de los individuos que viven dentro de su estructura y que integra o expulsa según a quién. Magistral y sutil cierre de una ópera prima que ya es un debe-ser-visto del cine de acción contemporáneo.

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