COMPAÑERO FEDERICO GARCÍA

Conocimos a Federico García Hurtado allá por el año 2000, cuando vino a Galicia invitado por los COSAL-Galiza para presentar su película El Amauta, biografía del intelectual marxista peruano José Carlos Mariátegui. Lo conocimos como cineasta, pero sobre todo como activista político. En su filmografía ambas actividades son una sola, indivisible.

El cine de Federico García sigue, en muchas sentidos, el modelo prototípico del cine militante americano: en él tenemos la urgencia política, el elenco no profesional, los temas sociales o históricos, el predominio de “realidad” sobre las florituras de estilo, la fidelidad de los hechos narrados, su realismo… Pero Fedrico García y su grupo cinematográfico Kuntur van más allá del cine político de denuncia. El cineasta no habla en tercera persona, sino que se adentra en las comunidades que retrata para coordinar unas narraciones que las propias organizaciones populares desenvuelven en primera persona (también literalmente: el narrador de El caso Huayanay es uno de los partícipes en la revuelta). Más que retratos sus películas son autorretratos, lo que les da un valor especial como piezas históricas, como “verdad” histórica, como memoria popular.

Su cine es directo y fresco, y al mismo tiempo, por momentos, torpe técnicamente, con un doblaje, en ocasiones, mal ajustado; pero todas estas características (que no defectos), dan una fuerza especial a sus escenas. El suyo no es un realismo documentado y testimonial; no es panfletario en el sentido peyorativo del término (es decir, maniqueo y demagógico), pero sí es panfletario en el sentido militante. Su cine no es folclórico sino que está hecho desde dentro, desde el significado puro, desde la lucha por conservar el alma de un pueblo. Lauico (1979) termina identificando el Wamani, la “Fuerza de la Tierra”, el dios que intenta recuperar el protagonista, con el espíritu colectivo del pueblo. Ése es el espíritu que hay que conservar al mismo tiempo que es ese espíritu el que incita a la lucha por su propia conservación.

'Túpac Amaru', de Federico García

Fotograma de 'Túpac Amaru'

La realización de Kunter Wachana (1997), su primera película, fue decidida en asamblea por la cooperativa José Zúñiga Letona (que toma el nombre del activista cuya historia se narra en el cinta) y está producida por la Federación Agraria Revolucionaria Túpac Amaru del Cusco (FARTAC). Los campesinos y campesinas del Valle Sagrado interpretan sus propios papeles y las escenas se ruedan en los lugares de los hechos: todo destila realidad, una realidad propia, rural y cruda, en la que las reivindicaciones sociales y políticas se mezclan (se identifican) con las reivindicaciones nacionales y culturales del pueblo quéchua. Estas premisas se repetirán en El caso Huayanay (1980) y en Laulico, en las que participan los comuneros de los lugares de rodaje (que, como siempre, coinciden con los lugares en los que transcurrió la historia narrada).

Cuando se adentra en el cine “de época” para narrar acontecimientos históricos, García conserva la misma técnica y la misma estética. Una película histórica como Túpac Amaru (1984), que cuenta “la primera revolución social e independentista de América”, como rezan los créditos, termina con imágenes documentales de una manifestación en la plaza de Cuzco en la que fue despedazado el último inca: “en 1975 se crea en la plaza la Organización Agraria Revolucionaria Túpac Amaru”, se nos dice al final de la película. Con esta intromisión del presente en blanco y negro en una reconstrucción histórica en color Federico García logra actualizar y reactivar las luchas pasadas: las organizaciones del presente llevan el nombre de los líderes del pasado, el presente no es más que una derivación del pasado y, por lo tanto, las luchas del presente son esenciales para la construcción del futuro. Del mismo modo en El caso Huayanay se introducía un largo inserto en blanco y negro con fotografías y recortes de prensa para recordarnos que lo que se nos está contando no es fruto de la imaginación, por mucho que, por imposiciones legales, Kuntur Wachana comience con el rótulo “Cualquier parecido con la realidad…”

Las crónicas del siglo XX y las reconstrucciones históricas tienen en común el respeto por los lugares y sus habitantes: el paisaje en el cine de García, sea el del Valle Sagrado, el de Cuzco o el de las cumbre de los Andes, es uno de los principales protagonistas de sus películas y forma parte ineludible de la identidad del pueblo quéchua. No podemos menospreciar su importancia cultural, estética y política. Los enormes bloques de piedra de la fortaleza de Sacsayhuamán, delante de los que transcurre una cena de Túpac Amaru, no existirían sin las montañas, sin los valles y sin la accidentada orografía de Los Andes. El paisaje forma parte del pueblo, al igual que las danzas, la música, la lengua y la organización social. “Tu memoria perdurará como las rocas de la montaña”, se dice en Kuntur Wachana. Y también: “tienes la fuerza de los constructores de Cuzco”. Laulico se reafirma en esa idea cuando dice: “la fuerza de la tierra somos nosotros”. El legado del pasado moldea el presente.

A Federico García le gusta filmar bailes, ceremonias, poemas; curanderos leyendo el futuro en las hojas de coca; la chicha como bebida social (aunque será un vaso de chicha el que envenene al dirigente de Kuntur Wachana). La suya no es una visión folclórica, desde fuera, sino una visión interna en la que bailes y ceremonias dejan de ser un elemento decorativo para reivindicarse como parte integral del pueblo quéchua, al mismo nivel que la lengua, que el cineasta respeta y utiliza constantemente. Las tradiciones dejan de ser “rurales” para convertirse en “nacionales”, en signo de identidad. Como la lengua.

García tiene un probado compromiso con el quéchua.

Alguien dice en El caso Huayanay: “Habla castellano cuando te dirijas a mí”, y no porque no entienda quéchua, sino porque entiende demasiado bien que la reivindicación de la lengua (juntos con las tradiciones, la música, los bailes) implica una reivindicación nacional como pueblo que necesariamente choca con los intereses peruanos. Supongo que desde una tierra como Galicia este tipo de enfrentamientos también se entienden demasiado bien.

Precisamente El caso Huayanay (peculiar versión quéchua de Fuenteovejuna) comienza con la reproducción de la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos (1974), de la que Perú (y el Estado Español, vaya) es firmante, y en la que se recogen reivindicaciones tan básicas como el derecho a usar y conservar la propia lengua y el deber de los gobiernos de evitar la imposición de culturas ajenas (¿es necesario recordar una vez más el Caso Galicia?). Con este gesto creo que García deja claro el posicionamiento de García sobre el pueblo quéchua.

Las películas de García, como buenos panfletos militantes, terminan con optimismo: retratan las opresiones del pasado y del presente para mostrarnos el camino del futuro. Las luchas del pasado nunca son en vano: sirven de lección para las luchas del presente. Túpac Amaru no fracasó en su revolución porque su nombre identifica las organizaciones actuales que luchan contra la opresión. La organización popular y campesina es un modelo de lucha a seguir. En ella se conjugan las reivindicaciones políticas y nacionales. “Si te callas humillado, ya estás muerto. La verdadera vida es la lucha”, dice un comunero de Kuntur Wachana.

El cine de García es un elogio a la lucha organizada. “Fuera de mi pueblo no soy nada”, dice el ladrón Laulico. Los finales de García son optimistas porque sin optimismo (es decir, sin la esperanza de poder abolir la explotación) no puede haber activismo político sino derrotismo. Kuntur Wachana con un canto a la organización popular: Laulico acaba identificando el Wamani con el espíritu colectivo, trasladando de un ser divino a la propia colectividad a responsabilidad por las desgracias sufridas.

La obra de García constituye un gran fresco histórico, al mismo tiempo que crónica, esencial para conocer las luchas populares de Perú: Mariátegui, Melgar, Túpac Amaru, José Zúñiga Letona están ahí, pero también están las organizaciones populares, colectivas y anónimas. A través de ella aprendemos de las luchas agrarias, de la toma de tierras y haciendas, de las relaciones sociales feudales que perviven en Los Andes con el beneplácito (y el interés) de los políticos limeños, de la reforma agraria fracasada y del indomable espíritu del pueblo quéchua.

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Las películas de García se pueden ver en un ciclo que le dedica el Cineclube de Compostela en febrero.

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