Bollaín tuvo que ser

JUAN SEBASTIÁN BOLLAÍN 4

La 12ª edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla homenajeó al director Juan Sebastián Bollaín en una de las retrospectivas programadas. Desconocido para la gran mayoría, sorprendía escuchar en las colas de las proyeccciones como ni sus propios vecinos sevillanos lo conocía, su cine propone una adelatada y surrealista visión de la sociedad. Su obra, rescatada y restaurada por la Filmoteca Andaluza, se centra especialmente en la ciudad de Sevilla, donde el director realiza diferentes ensayos sobre las posiblidades de una ciudad que está en manos del poder y no del pueblo. Estas ideas, así como su visión irónica, le valió ser víctima de la censura del “encargo”, ya que muchas de sus películas se hicieron atendiendo a peticiónes de instituciones, aún hoy existen películas del director que duermen en los cajones de aquellos que las pidieron.

Su tetralogía Soñar con Sevilla recorre una ciudad desdibujada y deconstruída en la imaginación de Bollaín. Sevilla tuvo que ser nos conduce por una ciudad surrealista, irreconocible y provocadora. Desde edificios en forma de falo hasta grandes pantallas puestas para retransmitir pornografía, la película evoca diferentes escenarios con la intención de crear la idea de que “otra ciudad es posible”, y no tiene por que ser la que Bollaín propone. A pesar de que el director confesaba en uno de los coloquios del festival que esta película surgía de la unión de diferentes fragmentos grabados por separado, es imposible desvincularla de un carácter provocador y crítico que, en los años setenta, quizais llegaba demasiado pronto.

Sevilla rota propone una ruptura total entre ciudad e identidad. Bollaín construye una ciudad nueva y extraña que se muestra irreconocible ante el propio ciudadano. Donde antes había plazas y la constante eran los coches aparcados, ahora hay grandes piscinas donde los sevillanos se refrescan; los antiguos portales que antes daban entrada a iglesias y catedral conectan ahora directamente con el campo, el gran ausente siempre en todas las ciudades. Imágenes oníricas y surrealistas que donde no se puede buscar otra explicación que las imágenes en si mismas. Pero, de forma oculta, como en casi todos sus películas, aparece esa vocación de urbanista, esa crítica al diseño urbanístico donde se relega a los peatones y ciudadanos a meros invitados en una ciudad que les resulta ajena. En esta línea de reivindicación de la ciudad como algo público sobresale La alameda. Ésta recoge diferentes testimonios ante el posible derribo de la alameda sevillana para construír un proyecto megalómano. Fiel retrato del espírito constructor que, aún años después, sigue trayendo desgracias a la sociedad, la cinta juega con sonido e imágenes para ofrecernos secuencias maravillosas, en ocasiones, fruto de la espontaneidad.

Con un ojo siempre puesto en el urbanismo y la arquitectura, campos que le son ajenos puesto que son, como el dice, “su segunda profesión”, Bollaín destruye la Sevilla actual para ofrecer una nueva definición que parte, en lugar de lo habitual, de abajo hacia arriba: de los ciudadanos para la ciudad. Sevilla 2030 se adelanta, en este aspecto, casi una década a movimientos sociales como el 15-M y al nuevo espectro político dibujando un nuevo panorama de participación ciudadana. El ayuntamiento abre sus puertas a un sistema más democrático donde los ciudadanos sienten la ciudad como algo suyo. La película no solo ataca a unas instituciones que prometen todo tipo de medidas que no se realizan, sino que también ataca a los propios sevillanos y a su impasividad ante los destrozos de gobiernos de uno u otro color. Si bien Bollaín se declara fuera de todo tipo de ideología y alejado del cine militante, es imposible ver obras como las antes citadas y no pensar en la fuerte militancia de izquierdas que destila. Su filmografía propone (quizá de forma no intencional) mudar Sevilla como una prenda de ropa: con lo de fuera para dentro. La ciudad al servicio del ciudadano, el político al servicio del votante: el ciudadano como dueño y no como inquilino. Una conquista de lo público que llega al extremo en la reconversión de edificios históricos como la Catedral de Sevilla en piscina olímpica o que lleva a colgar carteles de “Se Vende” en lo alto de La Giralda. Imágenes provocadoras que le valieron duras críticas desde los sectores mediáticos y políticos más conservadores que, ante un juego visual y cinematográfico, tomaron estas escenas como propuestas reales de la mente de un arquitecto.

No solo su temática va años por delante del pensamiento político, sino que películas como La ciudad es el recuerdo parecen pertenecer a alguna corriente del cine observacional contemporáneo y no al cine español del final de los setenta. Bollaín recorre en este cortometraje Sevilla filmando los diferentes cambios que la arquitectura de la misma sufre. A través de grabaciones realizadas en diferentes momentos, pero respetando siempre el mismo encuadre, realiza un collage que retrata los cambios de una ciudad en crecimiento. Y, de nuevo, la crítica del director aparece junto al sonido siniestro de un repicar de campanas que separa uno y otro plano. Calles cambiadas, edificios inexistentes e incluso un hermoso mosaico formado por azulejos quedan destruídos ante el sonido de unas campanas que, como un motor que marca el compás, demuestra el avance inexorable del crecimiento.

Imposible de confundir, la obra de Bollaín consigue marcar sus rasgos identitarios en un cine que, a la vez que hace reír ante situaciones irreales, mantiene al espectador reflexionando. Adelantado a su época y desconocido siempre, la restauración de sus obras por parte de la Filmoteca Andaluza supone un gran paso para el reconocimiento y difusión de uno de los grandes directores españoles. Queda ahora como tarea pendiente, intentar conseguir todas aquellas películas, víctimas de la censura del encargo, que aún hoy siguen escondida en cajones sin ver la luz. Quizás, al igual que en los setenta, todavía hoy la visión de Bollaín sea demasiado avanzada para nosotros.

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