CANNES 2018 EP. 9: LEE CHANG-DONG ADAPTA CON SUTILEZA Y GENIO A HARUKI MURAKAMI

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Nos quejábamos de un inicio flojo hace una semana, pero lo cierto es que esa tónica está siendo la excepción en Cannes. A un par de días de la clausura, día tras día, el festival está ofreciéndonos filmes destacables. Es el caso de Burning (Lee Chang-dong, 2018), en el que el surcoreano adapta un relato de Haruki Murakami para, guardando intacto el tono misterioso y mágico del escritor nipón, llevarlo a su terreno con una narrativa sutil y un genio poético que coloca a Burning en lo más alto de una filmografía inmaculada.

La historia es bien sencilla. Se trata de un triángulo, no necesariamente amoroso, entre un joven trabajador aspirante a escritor, una mujer de su infancia con la que se reencuentra y un magnético ricachón que se cruza en su camino. La película no deja de describir tiempos muertos, de relajación, entre estas personas de las que no se nos muestra su actividad laboral, por mucho que el discurso de clase se infiltre en el relato. Es una suerte de reinvención de The Great Gatsby (F. Scott Fitzgerald, 1925) que acaba derivando en un íntimo relato de cine negro con la desaparición de la chica.

El filme es pura connotación, no denota nada. Así, las posibles tramas no contadas se multiplican en nuestra mente, provocando un placer en el público que desee jugar con el rompecabezas que se nos propone. Pero no hay ningún misterio a resolver en Burning. Lo importante es el viaje, lo sugerido, independientemente de que sea verdad o no. Puede incluso que todo esté ocurriendo en la mente del protagonista y que se trate de la novelización de la que habla, o que solo los hechos sean parcialmente reales. No dejarse llevar es imposible. La narración, apoyada en un trío protagonista de lujo, es magnética.

Además del plano secuencia de 45 minutos del filme de Bi Gan, seguramente el momento que más quede grabado en nustras retinas de este festival sea la hipnótica secuencia en la que la actriz Jeon Jong-seo baila juguetona ante sus partenaires en una mezcla de striptease ydanza tribal africana ante el atardecer, su silueta recortada, con las montañas de la frontera norcoreana de fondo, y sonando a tope el tema de los créditos de Ascenseur pour l’echafaud  (Louis Malle, 1958) compuesto por Miles Davis desde el Porsche con el que llegaron hasta allí. Esta intérprete compite seriamente por el premio a la mejor interpretación, y hay que decir que es un descubrimiento tremendo. Es el primer largometraje en el que participa y, a nuestro juicio, solo la Joanna Kulig de Zimna wojna (Cold War, Pawel Pawlikowski, 2018) podría hacerle frente.

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Matteo Garrone vuelve a la violencia de la Italia de a pie

Tras pasarse a un cine más ampuloso en Il racconto dei racconti (2015), Mateo Garrone parece haber guardado ese barroquismo, volvendo a la crudeza de las calles tan bien retrató en su filme más famoso, Gomorra (2008). En Dogman (2018) no hay camorra, pero sí un hombre muy violento que aterroriza a todo el barrio. Involucrando a un débil cuidador de perros en un robo por el que cumple un año de prisión, cuando sale decide asesinarlo y librar del problema a la vecindad. Ciudad sin ley, el retrato de un lugar en el que la justicia no existe y cada una se arregla como puede. Nada nuevo en la filmografía de un director que se muestra en forma, con una película bien acabada, pero que no despierta nuestro interés más allá de eso.

Sí hay dos películas en la Quincena de los Realizadores que tratan temas criminales o desapariciones, los que parecen argumentos comunes en este Cannes, y que nos interesan mucho más. Se trata de la tunecina Weldi (Mohammed Ben Antía, 2018) y de la argentina El motoarrebatador (Agustín Toscano, 2018). Los dos son dramas sociales filmados con cámara en mano y muy pegados a sus protagonistas, pero con una aproximación que las diferencia del común de filmes de este género. En la primera, un padre está muy preocupado por el comportamento raro del hijo, en el bachillerato, sin lograr identificar qué le pasa. Un día descubre que se ha marchado de casa y va camino de Siria para unirse al Estado Islámico. Decide, cruzando la frontera por Turquía, intentar salvar su vida y traerlo de vuelta a casa. La cinta hace gala de una sencillez tremenda y, apoyándose en la buena interpretación de su protagonista, entrega un punzante drama, sin maniqueísmos, sobre una problemática bien actual y relevante.

Por su parte, El motoarrebatador es una historia de redención. Un hombre arrebata el bolso a una mujer yendo a gran velocidad con una moto. Le causa heridas que la dejan en el hospital, con pérdida de memoria. Infiltrándose en su casa, logra pasarse por un familiar y la cuida en su convalecencia. La pareja forma un curioso dúo entre la comedia y el cine de intriga, sin olvidarse nunca de la calle y el contexto social del ladrón. No solo la clase está marcada, sino también la raza, siendo él nativo y, de alguna manera, atrapado en un gueto de Buenos Aires.

Los pueblos nativos de América Latina han tenido su cuota de representación en una Quincena de los Realizadores que se abría con Pájaros de verano (Cristina Gallego, Ciro Guerra, 2018), donde aparecen representados los wayuu de la Guajira colombiana. Sus ritos están en el filme, pero el reparto está compuesto por grandes nombres en Colombia que se les parecen. No hay una participación real de la comunidad como existe en Chuva É Cantoria Na Aldeia Dos Mortos (João Salaviza, Renée Nader Messora, 2018), filmada con intérpretes no profesionales entre los Krahô de Brasil. La cinta sigue un rito de duelo por la muerte de un padrey, con este pretexto, muestra el día a día de esta comunidad con una aproximación estética particular que nos recuerda al Sensory Ethnography Lab y a Apichatpong Weerasethakul.

Comments
One Response to “CANNES 2018 EP. 9: LEE CHANG-DONG ADAPTA CON SUTILEZA Y GENIO A HARUKI MURAKAMI”
  1. Lui dice:

    Muy buenas críticas. Gracias por estar ahí e informar el dia a dia del festival de Cannes.