CANNES DÍA 3: HIJOS DE QUITA Y PON

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La Semana de la Crítica abrió con Victoria (Justine Triet, 2016) y Albüm (Mehmet Can Mertoglu, 2016) y resulta curioso comprobar como estes filmes dialogan, desde aproximaciónes estéticas muy distintas, con Rester Vertical (Alain Guiraudie, 2016) en la sección oficial, en lo que se refiere al trato a los hijos. Ya comentamos aquí que la obra del francés va de mentirosos profesionales que, entre otras cosas, no son quienes de hacerse cargo de su paternidad con responsabilidad. Las hijas de Emmanuelle Lanfray (excelente esta actriz) en Victoria quedan al cuidado del primero del que pasa por allí, ante una madre totalmente centrada en su trabajo, y en intentar gestionar sus descalabros emocionales. Pero ninguna película es tan importante para comprender estas relaciones paterno-filiales como Albüm, que hace de esto el centro de su discurso.

La ópera prima de Mertoglu toma un estilo muy cercano al del primer Yorgos Lanthimos, con un carácter más performativo, y su misma capacidad alegórica, para hablar de la autoimposición de muchas parejas de hoy en día a tener hijos como necesidad para integrarse en una sociedad que premia este paso vital. En la película, una pareja adopta a un niño e intenta esconder de todas formas que no es natural, creando una ficción fotográfica que enseñar a los suyos (de ahí del título) y que hoy en día podríamos encontrar en muchos muros de Facebook de padres primerizos. Los hijos como complemento que enseñar al mundo, como quien muestra el nuevo televisor que se acaba de comprar o el último modelito para la fiesta de turno. La cinta usa situaciones totalmente anodinas y comunes, en el ámbito familiar y en no lugares, en los que introduce un elemento disonante en su tono gris, para llamar la atención sobre las actitudes que componen esta paternidad de quita y pon, de lucimiento social. Este uso no está presente en Rester vertical o Victoria, que hablan más del abandono, aunque si se toca una de las tramas de Ma Loute (Bruno Dumont, 2016) en la oficial. En todo caso, esta temática parece algo transversal, que atraviesa muchas de las películas y los impregna sin realizar necesiariamente enunciados al respecto.

Victoria, fuera de estas apreciaciones, es un nuevo paso en la comedia para Justine Triet, que ya sorprendiera en 2013 con La bataille de Solférino, en la que integraba elementos documentales en una ficción de familia desestructurada, como la de Victoria. Triet deja de lado la experimentación narrativa para centrarse en la construcción de un personaje, en un modelo de comedia romántica a la Judd Apatow por lo que cuenta de generacional, aunque encontremos también vías de comunicación con la Bridget Jones fílmica, versión con estilo. Esta última referencia no es anecdótica, teniendo en cuenta que si la periodista interpretada por Renée Zellweger es la esencia de clase media británica, la abogada Victoria pude aplicarse el cuento en el caso galo, como el personaje de Inma Cuesta en Tres bodas de más (Javier Ruíz Caldera, 2013) podría ser también la representante española, o la Kristen Wiig de Bridesmaids (Paul Feig, 2011) de la norteamericana. Son todas películas que sirven para psicoanalizarnos, y creo que especialmente importantes para las mujeres por el grado de representatividad sin tópicos que acadan. De todas estas, Victoria se cuenta entre las más divertidas.

Por su banda, Dumont entraría más en la tradición de un Javier Fesser, o en la estela de la etapa pre-Amélie de Jean-Pierre Jeunet con Ma loute. Todo es colorido y surrealista en su interpretación de una villa costera cercana a Calais en 1910, con una familia de paisanos y otra aristócrata unidas dramática y brevemente por el amor que se profesan dos de sus hijos. Un Romeo y Julieta actualizado que huye de todo realismo y que se presenta como alegoría con toques fantásticos de las apariencias de la clase alta respecto de sus pintorescos súbditos. En el medio, una serie de desapariciones que investigan un par de policías cruce de los Hernández y Hernández del Tintín de Hergé y Laurel y Hardy. La comedia slapstick y el cómic son los lenguajes más próximos a un director que acaba por anular su propia película por acumulación de excesos. ¿Y lo que deciamos de los hijos? Bueno, son hijos de aristócratas y esto es una caricatura. No hace falta decir nada más, ¿no?

Diamond Island (Davy Chou, 2016)

Diamond Island (Davy Chou, 2016)

También en la Semana, se presentó una de las grandes sorpresas del festival, Diamond Island (2016). Davy Chou confirma, después de sus cortometrajes, ser un digno heredero de Apichatpong Weerasethakul y Edwin, con un estilo propio. Un joven se marcha a la ciudad a trabajar en la construcción, en un lugar llamado Diamond Island, isla objeto de la especulación urbanística, en la que conviven la Camboya del futuro, con rascacielos, y las cajas prefabricadas de los obreros. En este contraste, la cinta recuerda también a la visita a las Tres Gargantas de Jua Zhang-ke, aunque no son asiáticas todas las referencias de Chou. En una elipsis con epílogo inesperado, redondea la película hablando, como Woody Allen en Cafe Society (2016), de la melancolía y el autoengaño. Por las formas y el espíritu, aquí Chou, afincado en París, nos transporta directamente al cine de Mia Hansen-Løve. En el camino, ya tuvo tiempo a jugar con las pantallas partidas para trasladar la forma de comunicarse de los jóvenes por móbil; uso vistas aéreas para los movimientos en una ciudad que tiene un aquel a videojuego, como si los chicos condujesen en una fase de la saga Grand Theft Auto; y jugó con géneros como el cine negro o la ciencia-ficción en contextos comunes de relaciones de amistad, familiares y amorosas. Diamond Island es contemporánea, refrescante y juguetona; la ópera prima de un autor a seguir y, desde luego, la primera razón por la que ya valió la pena venir a Cannes.

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