CANNES DÍA 8: UNA VUELTA AL CINE SOCIAL

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Es muy habitual ver cine de tipo social en la Croisette. Lo que no es tan común es que coincidan unos pesos pesados coma los hermanos Dardenne y al mismo tiempo aparezca Kleber Mendonça Filho con Aquarius (2016), ascendiendo como uno de los grandes nombres del cinema de América Latina. El brasileño confirma las expectativas depositadas en él tras su ópera prima en Rotterdam, O Som Ao Redor (2012), que ya reflexionaba sobre los cambios urbanísticos en Brasil con una concepción del espacio y del sonido muy inmersiva. El autor sigue investigando en esta vía, con la historia de una mujer que se niega a dejar el edificio en el que ha vivido toda la vida en Brasilia, junto a la playa, ante la insistencia de una constructora para que abandone la casa.

El filme se abre con unas fotografías aéreas que muestran el desarrollo urbanístico en la zona en los ochenta que, para entendernos, es como nuestra Marbella de los sesenta. Tras un prólogo con la protagonista con una edad que ronda los 30 años, la elipsis nos lleva de 1980 a la actualidad, donde esas casas bajas ya no existen, y solo queda el edificio Aquarius entre una maraña de rascacielos residenciales. A partir de ahí, Mendonça Filho decide contar la lucha de esta resistente, encarnada soberanamente por Sonia Braga, actriz de la mítica Kiss of the Spider Woman (Hector Babenco, 1985), que ya suena para el premio a mejor intérprete femenina, quizás solo con la Sandra Hüller de Toni Erdmann (Maren Ade, 2016) como competencia.

Lo más interesante de Aquarius, más allá de esta actuación y su medido guion, son los pequeños movimientos de cámara, dobles ópticas y otras ligeramente deformantes que el director usa en momentos en los que la trama se sale del relato principal. Habitualmente, para adentrarse en ensoñaciones de la protagonista, recuerdos, o para crear tensiones cuando el drama social se vuelve pieza de cine negro (recordemos que, al fin y al cabo, los constructores presionan a la mujer con todo tipo de tretas, tratadas a veces por Mendonça Filho con un cierto misterio). El trabajo de sonido, en fuera de campo, e intensificado o eludido, también resalta estos aspectos de cine más de género. Especialmente relevante es la escena de las termitas que corroen el edificio, con un aquel a Repulsion (Roman Polanski, 1965). Con Aquarius, Mendonça Filho aporta frescura a un cine tan catatónico y monolítico coma el social, y regala a Braga un caramelo de papel.

Los hermanos Dardenne presentaron La fille inconnue (2016), que no está entusiasmando a nadie, parece. La historia va de una médico que no abre la porta a una mujer en su consulta una noche, y resulta que muere. La policía no sabe quién es y ella, carcomida por la culpabilidad, se decide a encontrar el nombre de esa chica para darle cristiana sepultura. El filme se mueve entre los estereotipos del cine social de sus directores y flirtea con el género detectivesco. Al final, el método de interrogación de la doctora no es otro que el de mostrar su superioridad moral a todo el mundo haciéndose la humilde, cuando solo quiere vivir en paz consigo misma. Pero es ella quien acaba por perdonar de todos sus pecados a los implicados en esa muerte, a quienes parece encontrar tirando de hilos un tanto surrealistas. Cuando los implicados van a hablar con ella tras da su presión y de los múltiples intentos de hacerles cantar, la consulta se convierte más bien en un confesionario. La fille inconnue, en su contención, es profundamente reaccionaria.

En Un Certain Regard pudo verse Captain Fantastic (Matt Ross, 2016), con un Viggo Mortensen de padrazo de una recua de críos, a los que él mismo educa en el bosque, en un contexto lejos de la economía de libre mercado y otros males del mundo. La madre se suicida en la casa de sus padres, y deciden ir a su funeral para parar la ceremonia cristiana y cremarla siguiendo sus creencias, al modo budista. El choque entre ambos modos de entender la vida, el de Mortensen y el de la familia de su mujer, más tradicional, revela los dogmatismos en los que se mueve Occidente y la necesidad de liberar nuestras mentes de una educación tradicional. Pero imponer valores es tan malo en un caso como en el otro, y al final el filme acaba por hacer tabula rasa, como para educar al público con el mensaje de «no leáis tanto Noam Chomsky ni meditéis demasiado, todo en su justa medida». No se podía esperar más de esta road-movie familiar a la Little Miss Sunshine (Jonathan Dayton, Valerie Fares, 2006), más bienintencionada que otra cosa. Sin embargo, regala por el camino varios gags cómicos nada desdeñables, con esos niños superdotados que ruborizan a sus primos WASP con el poder del conocimiento. Mortensen y el conjunto de chicos están estupendos, y el filme se hace muy agradable.

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