CANNES? QUE CANNES?

Hay años en que buena parte de los asistentes al Festival de Cannes se acaban preguntando dónde estaban las verdaderas películas independientes. Pasó este año. La sección oficial la acaparan algunos de los autores más reputados: Allen, Almodóvar, Malick, Von Trier. Sí, pero, ¿hasta qué punto podemos considerar una película de 30 millones de dólares una producción independiente, más cuando, antes de empezar el festival, ya está vendida a todo el mundo? No es sólo una cuestión presupuestaria, sino sobre todo una cuestión estética.

La sección oficial sigue abriendo algunos huecos a películas que difícilmente encuadraríamos en el mainstream de autor. Un año puede ser Pedro Costa, otro Apichatpong Weerasethakul y éste Naomi Kawase o Alain Cavalier. Si hubiésemos visto estas dos películas con anterioridad al festival, nada nos hubiese llevado a presagiar que acabarían formando parte de la competición. Su lugar más apropiado parecería Un Certain Regard, claramente en el caso de Kawase, pues su Hanezu es una película menos narrativa y más difícil de vender que Shara o El bosque del luto, además de que muchos ya daban por amortizada a la japonesa tras sus dos últimos largometrajes, Nanayo y Genpin.

Muchos ya daban por amortizada a Naomi Kawase, que vuelve con 'Hanezu'

Lo de Cavalier y su Pater parece más una apuesta indefinible en virtud de su contenido político, que hubiese tenido cierta gracia fuera de competición, pero que uno no sabría decir si su presencia en la oficial se debía a un merecido ascenso tras el paso de Le filmeur e Irene por UCR o simplemente a un guiño al público y la crítica local (que, con diferencia, fue la que mejor entendió la propuesta de Cavalier).

Para muchas (demasiadas) películas las fronteras entre una sección y otra nunca están muy claras. Pasa sobre todo con las óperas primas o con aquellos cineastas debutantes en Cannes. Sleeping Beaty (Julia Leigh), Polisse (Maïwenn), Footnote (Joseph Cedar) o Michael (Markus Schleinzer) estaban en la competición oficial y la única razón para que desplazasen a títulos como Restless (Gus van Sant) o Hors Satan (Bruno Dumont) puede deberse a muchos factores, la mayoría de ellos extrafílmicos, como pueda ser la necesidad de incorporar nuevos autores, óperas primas, nacionalidades poco representadas…

Con Polisse no hay duda: se trata de una producción francesa y cubría la cuota correspondiente, otra cuestión es que, pese a un premio menor en el palmarés, fuese casi unánimemente rechazada por la crítica. Footnote me parece una película notable, al menos en su segunda parte, pero nadie se extrañaría (y hasta creo que beneficiaría a la propia película) si hubiese estado en UCR. Sleeping Beauty y Michael eran las dos únicas películas de la competición que aspiraban a la Cámara de Oro, una australiana, la otra austriaca. La de Julia Leigh fue también una de las películas peor recibidas de la competición, quizás más por la vocación de escándalo que su propio argumento comporta que por otra cosa. Casi lo mismo podríamos decir de la de Markus Schleinzer, como desvelando una norma no escrita para debutantes en Cannes.

EL RECHAZO COMO IDENTIDAD

Quizás lo que mejor define Cannes y su diferencia con otros festivales es aquello que se queda fuera, si bien nadie va a reconocer que su película ha sido rechazada (o es muy excepcional tal grado de sinceridad) y, a lo sumo, dirán que no estaba lista o que tenían una oferta mejor. Esa “oferta mejor” puede traducirse como que lo que el festival les ofreció fue UCR y optaron por otras posibilidades: Locarno, Venecia, Toronto… Hasta 2009, mucho de ese cine rechazado acababa recalando en la Quincena de los Realizadores (ese año, el último dirigido por Olivier Père, se contaba entre sus participantes con Coppola, Pedro Costa, Hong Sangsoo, Nobuhiro Suwa, Luc Moullet, Alain Guiraudie o los hermanos Safdie), pero la nueva línea de programación parece ir absolutamente por libre y sin disputarle ni una sola película a UCR.

Como si el nuevo responsable de QR, Frédéric Boyer, hubiese decidido hacer borrón y cuenta nueva: no podemos competir con nuestro legado, así que es preferible partir de cero… Algo de esto puede haber, pues lo cierto es que UCR, tras dos grandes años (2009 y 2010) ha bajado los brazos y ha vuelto a una línea de perfil muy bajo (“no tenemos competencia, así que nos podemos relajar”, parecen haber pensado). Las críticas a la labor de Boyer se han sucedido, hasta el punto de que algunos semanarios franceses (Les Inrockuptibles o Le Nouvel Observateur) han lanzado sus dardos contra la figura del director artístico de la Quincena y el mismísimo Thierry Fremaux le ha dirigido algunas palabras de desprecio (Le Monde, IndieWire), como queriendo marcar distancias y, de paso, apuntalar una Semana de la Crítica que, en estos dos años, se ha convertido en la verdadera alternativa a la selección oficial.

Films como 'Un amour de jeneusse', de Mia Hansen-Løve, no entraron en la selección

El desprestigio de la Quincena ha convertido a Cannes en un festival más humano (no es imprescindible aventurarse a las sesiones de QR), pero también ha impuesto un discurso único. Durante la etapa de Père y también antes, el discurso dominante de la selección oficial (competencia, UCR, fuera de concurso) podía ser discutido a unas pocas manzanas del Palais; ahora hay que esperar a Locarno o Venecia.

Algunos de los nombres que figuraban en todas las quinielas previas a Cannes, y que luego no conformaron la selección oficial, ha trascendido que estarán en Locarno (Mia Hansen-Løve ya ha sido incluso anunciada). Sin embargo, de una forma oficiosa ya han comenzado a salir los nombres de aquellos directores que, parece ser, sí estarán en Venecia, entre ellos Alexandre Sokurov y Philippe Garrel. Aunque sus películas parecían muy avanzadas, desconozco si se llegaron a someter a la selección de Cannes. Lo cierto es que su cine no parece hoy en día el más apropiado para Cannes, para esa combinación atípica y un tanto contra natura entre arte e industria.

Venecia puede prescindir tranquilamente de la industria y programar en su sección oficial películas como Promises Written in Water (Vincent Gallo), Meek’s Cutoff (Kelly Reichardt) o Road to Nowhere (Monte Hellman), que difícilmente encontrarían acomodo en Cannes, quizás en UCR, seguramente en la antigua Quincena, pero la posibilidad de verlas en su competencia se antoja imposible. Por no hablar de una sección como la veneciana Orizzonti, cuyas películas ni siquiera forman parte del mismo planeta cinematográfico cuyas fronteras se perfilan en Cannes… De ahí que sea muy difícil aventurar cuál es el cine que define una sección como Un Certain Regard.

DE ALTERNATIVA A SEGUNDA DIVISIÓN

En las dos últimas ediciones, uno hubiese apostado a que la dirección de Cannes pretendía configurar un segundo festival casi autónomo. En 2009 allí estaban Politist, adjectiv (Corneliu Porumboiu), Independencia (Raya Martin) o Morrer como um homem (João Pedro Rodrigues); en 2010, Film Socialisme (Jean-Luc Godard), O estranho caso de Angélica (Manoel de Oliveira), I Wish I Knew (Jia Zhang-ke) o Aurora (Cristi Puiu). En esta edición la nómina de directores de prestigio había quedado reducida a Gus van Sant, con la película inaugural (Restless), y Bruno Dumont (Hors Satan), que claramente parecían haber optado a la oficial y se habían resignado con UCR, y Hong Sang-soo (The Day He Arrives), que el año anterior había vencido en esta sección y cuyo cine, cada vez más modesto en sus presupuestos y cada día más libre, parece encontrarse mucho más cómodo y sin presiones en UCR u Orizzonti.

Había otros nombres que quizá algunos incluirían en esta nómina (siendo muy generosos, Kim Ki-duk, Eric Khoo, Andreas Dresen), pero, más allá de que había indudablemente películas interesantes, la sensación dejada este año por UCR era de que, más que una sección paralela, una alternativa estética real, se trataba de una segunda división. Quizás ninguna película lo explique mejor que Restless. Pocos podrán dudar de que se trata de una película muy superior a algunas vistas en la competición (las de Lynne Ramsey o Julia Leigh, no digamos ya las de Maïwenn, Paolo Sorrentino o Radu Mihaileanu), pero también que se trata de un Gus van Sant muy menor, al menos si lo comparamos con sus anteriores películas presentes a competición en Cannes (Elephant, Last Days y Paranoid Park, nada más y nada menos), un intento de acomodar su estética más personal a un modelo de producción y narrativa más convencional (una producción de la compañía de Ron Howard distribuida por Sony).

'Restless', un Gus van Sant menor

Como consecuencia de todas estas circunstancias, todo el interés de Cannes acabó focalizado en la competición, abriéndose una profunda brecha con respecto a las demás secciones o muestras paralelas. Ni siquiera ese cajón de sastre que acostumbra a ser la sección Fuera de Competición/Sesiones Especiales, y en el que los últimos años han acabado confinados la mayoría de los documentales, ha tenido en esta edición, quizás con una única excepción, Duch, le maître des forges de l’enfer, de Rithy Panh, la relevancia de otras (lo del año pasado fue notable: Autobiography of Nicolae Ceaucescu, Nostalgia de la luz, Inside Job…).

No quiere esto decir que no hubiese nada especialmente relevante fuera de la competición, pero sí que su interés quedó muy condicionado por el impacto de los films a concurso. De ahí que hubiese que rebajar bastante el listón para salir mínimamente satisfecho del resto de las secciones, y en particular de aquellas películas firmadas por los directores menos afamados. Si me preguntan por auténticos descubrimientos, apenas podría citar dos nombres (cuyas primeras películas, además, ya me habían llamado la atención): Jeff Nichols con Take Shelter y Valérie Donzelli con La guerre est declarée, las dos vistas en la Semana.

Pero el principal problema del modelo impuesto este año por Cannes radica en la práctica exclusión de cualquier tipo de narrativa que se aleje de los modelos imperantes en el cine de autor mundial. Se buscan nuevos autores, esto es, autores con cierta personalidad, pero en ningún caso un nuevo cine. El Festival, la Quincena, la Semana intentan convencernos de que Gerardo Naranjo, Sean Durkin, Ruben, Östlund, Vimukhti Jayasundara o Philippe Ramos pueden ser los Iñárritu, Van Sant, Haneke, Weerasethakul o Green del futuro, por poner algunos ejemplos. Siendo sinceros, el único modelo que no respondía a un tipo de cine que encajase entre los parámetros manejados por los mercaderes del cine de autor era el diario en primera persona, el que pusieron en práctica con resultados muy desiguales Alain Cavalier (Pater), Kim Ki-duk (Arirang) y Jafar Panahi y Mojtaba Mirtahmasb (This Is Not a Film). Lo dicho, habrá que esperar a Locarno y Venecia…

Comments are closed.