Un canon para el cine gallego

¿Cuáles son las películas más relevantes de la historia del cine gallego, aquellas que pueden crear una tradición, un linaje, una línea que vaya uniendo títulos de distintas épocas y estilos hasta formar un canon del que podamos sentirnos orgullosos? ¿Cuáles son entonces esas obras que despiertan nuestra admiración como espectadores, y que pueden servir de inspiración para los cineastas del presente y del futuro? Cualquier libro de historia del cine responderá a estas preguntas con un montón de referencias documentadas, pero siempre evitando establecer un juicio estético sobre ellas. Mientras, cualquier artículo sobre la situación del audiovisual en Galicia responderá haciendo una apología de unos títulos u otros, aquellos que el autor quiera promocionar, pero sin explicar casi nunca porqué estas películas son tan importantes para la cultura gallega desde un punto de vista artístico. En esta disyuntiva, y en un momento en el que parece que por primera vez el cine gallego está a la altura de las obras internacionales que los cinéfilos autóctonos más aprecian, surge la necesidad de proponer un canon que pueda orientarnos a la hora de pensar nuestro propio patrimonio cinematográfico con más rigor y menos condescendencia que en el pasado reciente, cuando el principal valor de una película gallega era… poco más que ser gallega.

Ese hipotético canon debería ser un reflejo de los gustos de los principales críticos, cineastas y programadores del país, es decir, de la gente que mejor conoce este patrimonio. Por este motivo, desde A Cuarta Parede invitamos hasta cincuenta personas a enviarnos un listado de aquellos títulos -entre cinco y diez- que considerasen como los más importantes de esta cinematografía en el plano fílmico, cultural y sociológico. Por desgracia, sólo once de estos cincuenta invitados quisieron participar en nuestra encuesta, por lo que sus resultados están lejos de ser representativos. La propuesta se tendrá que quedar entonces como una primera aproximación al tema, aunque de todas maneras ya se pueden ir realizando algunas interpretaciones significativas.

Las películas y los cineastas

Las obras del Novo Cinema Galego, como era previsible debido a su proximidad temporal, dominan la mayor parte de las listas, hasta el punto de situar siete películas entre las diez que más votos han recibido. En ese sentido, la importancia de Vikingland (Xurxo Chirro, 2011) cómo obra totémica del Novo Cinema Galego resulta evidente, puesto que ha recibido ocho votos de los once que podría haber recibido en total. A continuación, Arraianos (Eloy Enciso, 2012), Montaña en sombra (Lois Patiño, 2012), Paris #1 (Óliver Laxe, 2008), 1977 (Peque Varela, 2007), Eclipse (Alberte Pagán, 2010) y Todos vós sodes capitáns (Oliver Laxe, 2010) completan la selección de los títulos recientes mejor considerados por nuestros colaboradores, dentro de una selección en donde parece que sólo hay espacio para tres películas anteriores al año 2000: por una parte, Galicia (Carlos Velo, 1936, Margarita Ledo, Ramiro Ledo y Pablo Cayuela, 2011) y O carro e o homen (Antonio Román, 1940; Eloy Lozano, 1980), dos documentales que se quedaron incompletos en su época y que han merecido posteriormente un cuidadoso trabajo de restauración; y por otra parte Mamasunción (Chano Piñeiro, 1984), una ficción que simboliza las ansias que supuso el proyecto del cine de las autonomías para el desarrollo de un cine nacional en Galicia.

Vikingland (Xurxo Chirro, 2011)

Más allá de estos diez primeros títulos, los resultados de la encuesta señalan también la importancia de otros avatares de la historia del cine gallego, como el cine amateur, representado por los trabajos de José Ernesto Díaz-Noriega, Eugenio Granell o Carlos Varela Veiga; la videocreación de los años ochenta, en donde destaca la obra de Xavier Villaverde; o incluso el cine de animación, en donde se encuadran, además de 1977, películas como Minotauromaquia (Juan Pablo Etcheverry, 2004), De profundis (Miguelanxo Prado, 2007), Gato encerrado (Peque Varela, 2011) o O Apóstolo (Fernando Cortizo, 2012).

Si la votación hubiese contado con más participantes, la lista resultante habría sido sin duda más significativa, pero incluso así hay comentar dos tendencias claras: en primer lugar, el predominio del cine de no-ficción sobre la ficción, quizás porque es más sencillo -y sobre todo más barato- producir un buen documental que una buena ficción; y después, en segundo lugar, la preferencia por los cortometrajes antes que por los largometrajes, sobre todo en el caso de aquellos cineastas que han trabajado con éxito en ambos formatos, como Chano Piñeiro, Óliver Laxe, Alberte Pagán o Xavier Villaverde, dado que las piezas breves permiten una mayor libertad creativa a la hora de experimentar con el lenguaje cinematográfico. Mamasunción, por ejemplo, ha sido mencionada muchas más veces -y por lo tanto ha sido mejor valorada- que Sempre Xonxa (Chano Piñeiro, 1989), París #1 que Todos vós sodes capitáns, y Eclipse que Bs. As. (Alberte Pagán, 2006) o Tanyaradzwa (Alberte Pagán, 2008).

Los nombres más recurrentes en esta propuesta de canon son, lógicamente, las cabezas visibles del Novo Cinema Galego: Xurxo Chirro, Óliver Laxe, Alberte Pagán, Lois Patiño, Eloy Enciso, Peque Varela y Ángel Santos Touza, como se puede comprobar en el recuento de votos por cineastas. La sobrerrepresentación de estos jóvenes creadores sugiere que el mejor momento de la historia del cine gallego comenzó poco menos que cuando Alberte Pagán se compró su primera cámara digital, pero obviamente también hay otros nombres que sirven para darle un mayor espesor temporal a esta tradición: ahí están Carlos Velo, Antonio Román, José Ernesto Díaz-Noriega, Chano Piñeiro y Xavier Villaverde, un quinteto que es casi una genealogía de los territorios geográficos y estéticos por donde ha pasado el cine gallego durante los últimos ochenta años.

O carro e o homen (Antonio Román, 1940)

Arraianos (Eloy Enciso, 2012)

Costa da Morte (Lois Patiño, 2013)

Este sería entonces el linaje que se puede extraer por ahora de estos listados incompletos, en donde las relaciones entre películas y cineastas se articulan a modo de resonancia, como si fueran un eco que vuelve al lugar de partida muchos años después de que alguien lanzara la palabra original. Pensad, por ejemplo, en la manera en el que la Galicia campesina de Carlos Velo reaparece en las historias costumbristas de Chano Piñeiro, o en la posibilidad de que el carro de Antonio Román adoptase la forma de… que sé yo, los molinos eólicos que aparecen en Arraianos o en Costa da Morte (Lois Patiño, 2013). En este sentido, los paisajes, los motivos y, sobre todo, la mirada de los cineastas gallegos parece viajar en el tiempo de una película a otra para darle forma a una tradición que todavía está en construcción. Así, el impulso de José Ernesto Díaz-Noriega de coger la cámara para registrar los muchos mundos que hay en este tendría su continuación en el cine de Alberte Pagán o de Óliver Laxe, sin olvidar, por supuesto, la videobitácora de Luís Lomba ‘O Haia’, que tan bien supo transformar Xurxo Chirro en una pieza metafísica en donde Galicia se llama Vikingland.

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