LOS CINÉFILOS GALLEGOS, EN BUSCA DE SALAS

Mi tío cuenta en las comidas familiares la misma historia, como una vez al año, para seguir la tradición. De cómo mi madre lo llevó a ver un tostón de filme lentísimo, que parecía no tener fin. La experiencia lo debió dejar traumatizado, pues décadas después, ese recuerdo sigue vivo en su memoria. Por lo que dicen, era una de Bergman. No están seguros, mas creen que El manantial de la doncella (1960). Siempre me ha gustado esa historia, porque como cinéfilo postmoderno (o algo así), nunca he tenido la oportunidad de ver, en provincias, estrenos de autor en V.O. En la mayor parte de los casos, ni siquiera lo primero. Con los años, estoy comprobando que ni en Madrid o Barcelona tienen la oferta que solía ansiar para mi ciudad de adolescente, a finales de los 90. Hay algo claro: el sector de la distribución en España está cada vez más polarizado. O grandes estrenos de Hollywood, en los centros comerciales, o la resistencia cultural, en las en su momento llamadas salas de arte y ensayo. Ahora, cineclubs o filmotecas. Y, de vez en cuando, festivales. Es cierto que la red da acceso a muchas cosas, pero para mí, el cine es en las salas. Lo otro, es un simulacro del cine.

El cineasta de vanguardia Nathaniel Dorsky en una presentación en el CGAI.

Red pública de salas. ¿Una utopía inalcanzable?

Por esta razón, estoy muy contento de durante años poder haber asistido, como coruñés, a la sala del CGAI (Centro Galego de Artes da Imaxe), donde cada semana se programan grandes ciclos de cine contemporáneo, clásico y moderno. Sus sesiones atrajeron a 11.000 espectadores la temporada pasada. La Federación de Cineclubes de Galicia (Feciga) contó, entre sus 11 salas activas, con 25.000 cinéfilos que acudieron a sus sesiones. Me pregunto entonces, si hay público, por qué la administración no se decide a extender la programación de la filmoteca a otros gallegos, más allá de los coruñeses. “Es una reivindicación histórica”, indica Manuel Precedo, el presidente de Feciga, que opina que, “ya que es un organismo que sostenemos todos los gallegos, debiera descentralizarse”. Algo así se viene comentando desde hace tiempo, hace ya años. ¿Por qué no crear una red pública de salas de cine de autor en toda Galicia? Ya hay cineclubs o auditorios en las universidades que podrían servir de espacios de exhibición, sin poner una perra más. La Xunta solo debería añadir una parte mínima al presupuesto de programación de la filmoteca – 100.000 euros -, para pagar más pases en las licencias de exhibición de las copias.

Concretemos. ¿En qué estado está la situación? Pues se vislumbran los primeros pasos de esa descentralización, con un primer proyecto de prueba con el Cineclube Padre Feijoo de Ourense. “Esperamos que pueda estar firmado el convenio para el otoño próximo”, comenta Óscar Iglesias, programador del cineclub orensano. Este convenio llevaría “parte de la programación del CGAI a la Biblioteca Pública de Ourense”, indica Jaime Pena, responsable de la selección de películas para la filmoteca. “Nosotros programamos Tabú, de Miguel Gomes, casi al mismo tiempo que se pasaba un ciclo con autores portugueses en el CGAI; es una lástima que, pudiendo venir de allí esas películas, no se aproveche”, argumenta Iglesias.

Esta oferta vendría a complementar, en la biblioteca, la que ya da el Cineclube en los Cinebox, una vez a la semana. Los filmes aquí elegidos suelen ser estrenos recientes en V.O. No se apuesta habitualmente por aportaciones más rompedoras, porque ni siquiera este cine llega a Ourense durante el año. “Con filmes como Un dios salvaje, de Polanski, o Nader y Simín, una separación, superamos los 400 espectadores por sesión, lo que da una idea de lo que funciona mejor entre nuestro público”, explica Iglesias. A todo esto, el ICAA dice que el cine comercial cuenta con unos 30-40 espectadores por sesión. ¿Qué es entonces más rentable?

Pero volviendo al Cineclube, programar las cintas del CGAI todo el año sería un suicidio económico para ellos, pues ahora mismo deben pagar el alquiler por la sala de los Cinebox, y si no cuenta con un índice elevado de espectadores, no podrán autofinanciarse. Su dinero sale de lo que aporta el público y el ayuntamiento, y esta tramitación es lenta. Aún están a la espera de confirmar el presupuesto del año que viene. “Las cosas están muy justas”, dice Iglesias, que explica que, para poder contar con esta segunda sala en la biblioteca, deberán convencer a sus responsables para realizar unos arreglos en el proyector. Si esto va adelante, la programación del CGAI en Ourense estará más cerca de ser una realidad.

Si aquí sale bien, la idea es extenderlo después al Cineclube Lumière en Vigo y, más tarde, al de O Carballiño”, comenta Precedo. ¿Y cómo se sostiene la programación de estos cineclubs? Cuotas de los asistentes, y ayuntamientos. El sistema es por tanto muy endeble. La Feciga contó el año pasado con 24.000 euros de la Secretaría Xeral de Cultura, pero este dinero no llega en su mayor parte a los cineclubs. Se queda para pagar a una persona que se dedica, todo el año, a negociar precios para las licencias de exhibición y coordinar estas partidas entre los cineclubs. Parece que este año volverá a haber ayuda. Las conversaciones con el organismo que preside Anxo Lorenzo van bien, solo queda firmar el convenio.

Adicionalmente a este trato entre el CGAI y la Feciga, la Axencia Galega das Industrias Culturais (AGADIC) dice que no ha abandonado la idea de esta red, que está en estos momentos en “redefinición”. En correspondencia con este medio, indican: “La idea de partida es llegar a coordinar las salas de proyección ya existentes en los ayuntamientos, que cuenten con las instalaciones y equipos idóneos. A partir de esto habría que cumplir con todos los trámites legales (como el paso previo de darse de alta en el Ministerio para la realización de tales actividades, etc.) de modo que se pudiese constituir un circuito geográfico (entre 10 y 15 pantallas en Galicia), que fuese interesante tanto demográfica como socialmente. El objetivo primordial sería ofrecerlo a las compañías productoras gallegas para el estreno de sus productos, además de presentar en él una programación alternativa a la dinámica comercial. El papel de la Consellería se limitaría en todo caso a potenciar la promoción de esta red y a labores de coordinación, asesoramiento e información, dejando el diseño de la cartelera artística a la relación entre las empresas productoras y a los interlocutores titulares de las distintas salas”.

Mesa de debate en Cineuropa 2011 (Participantes de izquierda a derecha: Jaime Pena, Martin Pawley, José Luis Losa, Marta Gómez y José Manuel Sande)

¿Qué programar?

Pero hace falta también preguntarse qué mostrarían estas salas. La idea del Cineclube Padre Feijoo de complementar ambos estilos, el del CGAI y el suyo, no es nada mala. Por un lado, están programando como una sala comercial de V.O., para una ciudad que no la tiene. Por otro, estarían recibiendo ciclos con intereses historiográficos concretos, propuestas mucho más diversas y para cinéfilos más exigentes. Esta es la idea original de los cineclubs, mostrar lo que la industria deja de lado, y que tiene un claro interés cultural. Que un cineclub opte por la primera vía da una idea de cómo están las cosas. Nada que objetar en este caso, dadas las circunstancias. Es casi un imperativo industrial.

En 2005, cuando nosotros dejamos el celuloide, la licencia de exhibición de una copia estaba ya por los 300 euros, y súmale transporte”. Habla Xan Gómez, uno de los responsables del Cineclube de Compostela, que, cuando paró de recibir ayuda de la USC y cerró la sala Yago, decidieron mudarse al local de la Gentalha do Pichel. La sala es diminuta comparada con un auditorio o un teatro, no está correctamente insonorizada, y las butacas son sillas plegables que se recogen al final de cada sesión. Sin embargo, están encantados con su sesiones. Ya no pagan derechos de autor, proyectan todo en digital y con subtitulado en gallego, que ellos mismos confeccionan. “Los catálogos de las distribuidoras estaban en español y no permitían esto”, indica Gómez, respeto de su etapa en celuloide. Esta programación es un ejemplo de apuesta incondicional en un proyecto que, para lo bueno y lo malo, es libre y cuenta con unos criterios muy claros de selección. Ourense y Compostela son dos modelos antagónicos de cineclubes, los dos válidos y exitosos en sus objetivos. ¿Por qué son así? Cada uno de ellos cumple la necesidad de “llenar un vacío”, dice Gómez. Según su opinión, la oferta cultural en la capital gallega es paupérrima, lo que resulta “paradójico para una población universitaria dinámica”. Se pregunta, si la semana pasada contaron con más de 70 asistentes a la sesión de VidaExtra, de Ramiro Ledo; cómo estaría un teatro que, desde la oficialidad, apoyara a los autores gallegos.

¿Por qué entonces el Cineclube de Compostela puede apostar por esa radicalidad sin que los cinéfilos santiagueses se queden sin ver lo último de Cannes, Venecia o Berlín? Pues porque existe Cineuropa. Si bien no hay en Galicia una programación constante en V.O. de estrenos de autor, esta mega-muestra de cine, celebrada en noviembre desde hace ya 26 años, llena este vacío de manera ejemplar. Corremos el riesgo de empacharnos, pero siempre es mejor acumular grasas para el invierno que morir de hambre.

Su responsable, José Luis Losa, cree que esta fórmula de “festival de festivales tiene cada vez más sentido”, en un momento en el que las salas de V.O. están desapareciendo, hasta en Madrid. Respeto de los cambios realizados en los últimos años, como el aumento de retrospectivas, la mayor presencia de filmes documentales o una sección muy inclusiva de películas gallegas, explica que se hacen “para no morir de éxito”. El cine cambia, claro está. Su público también. Y, si bien hace diez años, una sección como la gallega habría sido un disparate, hoy vivimos una “edad de oro” de nuestro cine, según Losa, que permite estos ciclos. La estrategia, dos décadas y media después, sigue pareciendo válida. 35.000 asistentes en 2012, en solo tres semanas. Sin embargo, la muestra no está libre de la tijera. De 400.000 euros en 2008 a únicamente 200.000 en la pasada edición. Esto, según Losa, crea una “inestabilidad” con la que cuesta trabajar, teniendo que ajustar cada día más los filmes a escoger.

La cineasta Naomi Uman impartiendo un taller en el (S8) del pasado año. FOTO: MARÍA MESEGUER

Para los festivales, las cuentas claras

Pero Cineuropa no es el único festival que sufre esta incertidumbre. El (S8) Muestra de Cine Periférico de A Coruña, que se celebra del 5 al 8 de junio, no supo hasta hace bien poco si podría celebrar su cuarta edición. La reducción presupuestaria por parte del ayuntamiento fue del 80%. Su director, Ángel Rueda, considera que “la aportación es ridícula”, aunque él sienta que cuenta “con un millón de euros de presupuesto humano”. Dice que, sin el compromiso de un equipo muy profesional, fiel desde la primera edición del (S8), y las incorporaciones más recientes de colaboradores que proceden de festivales internacionales de prestigio como Gijón o Sevilla, la muestra no sería posible. Buena parte de los equipos de Curtocircuíto en Compostela o del Play-Doc de Tui están compuestos por voluntarios, a los que sus directores agradecen reiteradamente su entrega en cada edición. No es una cosa de quedar bien en las presentaciones. Literalmente, sin estos voluntarios o los salarios bajos que se aceptan en estos festivales para abaratar costos, no podrían seguir adelante.

A esta precariedad laboral se une la incertidumbre de no saber nunca hasta el último momento con cuánto se cuenta, por lo que hacer planes a largo plazo es casi imposible. No importa que una de las principales referencias del cine experimental de toda la historia del cine, Peter Kubelka, visite A Coruña. Quizás las administraciones no entienden que esta gente tiene una agenda. Que se lo cuenten también a Play-Doc, que después de esforzadas negociaciones logró tener en Tui a Artavazd Pelechian en 2012, una leyenda viva del cine de vanguardia que no pisaba un festival desde que Godard fumó su primer puro, o por ahí. “Según El visor del cortometraje, Curtocircuíto está en la tercera posición en el ránking de los 100 festivales de cortos de España, y es una referencia en Europa”, indica el director del certamen, Tim Redford. Esto no ha impedido que el presupuesto pasase de 340.000 euros en 2008 a 112.000 en 2012. Este año vuelve a bajar, a saber cuánto – ha perdido los apoyos del ICAA, la Xunta y el programa MEDIA; ahora depende solo del ayuntamiento y la Diputación de A Coruña – y, de momento, las fechas de celebración están pospuestas.

Los recortes son brutales, desde luego, pero el hecho de no saber con qué presupuesto se cuenta es igual de malo. “Eso dificulta la supervivencia”, opina Ángel Sánchez, co-director de Play-Doc, y continúa: “A veces no sabes muy bien qué hay que hacer para que te tomen en serie, cuando ya llevas diez años probando que por programación, por público o por presencia en los medios, el festival tiene su repercusión social”. Lo que demandan todos estos directores es que haya “unas reglas de juego que no se modifiquen continuamente”, en palabras de Sánchez, o “unos criterios objetivos para saber a que atenerse”, prefiere Losa. Tim Redford recuerda que en Galicia ya hubo hace poco unas ayudas “con criterios bien definidos y convocadas con tiempo”. Indica que son habituales en otros países de Europa: “Es sencillo, una convocatoria pública – abierta a todos – con una comisión pública que valore los proyectos con criterios de puntuación. Nada más, nada menos”. Rueda opina que parte de la responsabilidad de que estas se convoquen reside en los festivales, y que debiera haber una “unión de fuerzas” entre los certámenes para ser más efectivos a la hora de realizar este tipo de demandas. De momento, desde la AGADIC no añaden información nueva sobre el asunto. El reciente nombramiento de su director, Jacobo Sutil, y la ausencia de un responsable de la política audiovisual, en proceso de elección por concurrencia competitiva, provocan que este tema esté aparcado hasta el nombramiento de la persona que ocupe finalmente el cargo.

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