CINE Y ENFERMEDAD MENTAL

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El cine ha abordado en muchas ocasiones el tema de la enfermedad mental. Pensemos, por ejemplo, en Spellbound (Alfred Hitchcock, 1945) o Marnie (Alfred Hitchcock, 1964), en donde hay un enfermo y una concepción del psicoanálisis un poco ingenua: el recuerdo del trauma propiciará la curación (concepto abandonado por Freud en los inicios de su elaboración, al observar que el saber no curaba) siempre que, claro está, concurra el amor. Podemos pensar asimismo en Woody Allen, que hizo de su hipocondría y de su relación con las mujeres, siempre problemática (estoy hablando de sus películas), un género en sí mismo. Este enfoque, no obstante, era también una manera de cuestionar el mundo, y Woody Allen sabía, siempre en sus películas, que el espacio de mayor libertad estaba en su análisis. Después tenemos una cierta concepción poético-ingenua, por no meternos en honduras críticas, como en Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela, 1986), en donde el loco es en realidad un visionario, y excluyo intencionadamente el loco asesino, más o menos encantador, tipo The Silence of the Lambs (Jonathan Demme, 1991).

Últimamente asistimos a otro tratamiento del tema: la enfermedad mental como constructora de historias y personajes. Es el caso de Melancholia (Lars von Trier, 2011) y de otras películas que han gozado de gran estimación crítica y cierto éxito de público, como We Need to Talk About Kevin (Lynne Ramsay, 2011) y Shame (Steve McQueen, 2011). En el primer caso, asistimos a la historia de un adolescente que desde su mismo nacimiento ha sido problemático y cuyo desarrollo culmina en su conversión en un asesino. En Shame, a la historia de un hombre guapo y exitoso, dueño de una desbordante sexualidad, que mantiene relaciones efímeras y poco satisfactorias con mujeres. Los profesionales de la salud mental sabemos rápidamente que este personaje habrá sufrido abusos sexuales en su infancia, porque los que han padecido ese trauma, lo digo muy sintéticamente, se dividen en dos tipos, ya sean hombres o mujeres: los que sufren y se quieren morir y, habitualmente, no disfrutan o están impedidos para mantener relaciones sexuales; y los que padecen una erotización permanente. En Shame, cuando aparece la hermana, que corresponde al primer tipo, se arma la historia.

Shame (Steve McQueen, 2011)

Shame (Steve McQueen, 2011)

Lo que llama la atención es que en estas tres películas el argumento se ocupa de hacernos saber que los personajes son exitosos, tienen una holgada situación económica y cultura, y no parece que se traten de ninguna manera, teniendo en cuenta que se ven inmersos en situaciones límite. Curioso y peligroso. Porque, en primer lugar, son problemas graves, que cualquiera, no sólo profesional, considera que pueden tratarse, para que el sujeto tenga una vida mejor. Estas películas coinciden en el retrato de los personajes: los hombres son cobardes, o buenos pero no se enteran, o incapaces de enfrentar sus problemas y sobre todo, en todos los casos, de ayudar a quienes quieren. Y las mujeres, o están enfermas, o no se enteran ni de lo que sucede ni de quiénes son los que están a su lado. Esta gente no se trata, pero tampoco les va bien. 

Melancholia como caso de estudio

Comienza la película. Primerísimo primer plano de la rubia Kirsten Dunst. Pero… ¿Qué le pasa? Pelo mojado, sin maquillaje, sale de la ducha. Pero esa cara… ¿Tiene resaca? ¿Sufre migraña? ¿Se ha excedido con alguna cosa? Pero comienzan a caer pájaros muertos y suena Wagner. Y sabemos que algo grave, más que grave, ominoso, se cierne sobre nosotros.

Se suceden algunos planos muy bellos, cortos. Un jardín perfecto, con reloj de sol, el famoso cuadro de Brueghel el Viejo Los cazadores en la nieve (ese que es famoso entre otras cosas porque no hay sol, no hay sombras y tienes la sensación de que algo malo pasará), y todo en cámara lenta. Una novia, Kirsten, corre; una mujer con niño en brazos que se hunde en el césped perfecto de un campo de golf. Como se suceden los planos sin que se articule un hilo narrativo, entendemos que se trata de una presentación. Dos planetas que parecen besarse y ¡pum! chocan. Y acertamos, porque luego aparece “Parte I. Justine”. O sea, que era un prólogo.

Melancholia (Lars von Trier, 2011)

Melancholia (Lars von Trier, 2011)

Justine, ¿Qué sugiere? Veamos, el amigo Lars es lo bastante culto como para incluir a Brueghel, así que si nos dice Justine debemos responder “o los infortunios de la virtud”. Es curioso que en ninguna de los numerosos escritos, no sólo críticas, que he leído, se haga mención de cuestión tan evidente. ¿Quizás por pensar que lo obvio es sinónimo de simple? ¿Vamos quizás a asistir a la triste historia de una damisela que cuanto más virtuosa quiere ser más es arrastrada al camino del infortunio?

Viajamos con unos novios en una limusina blanca. Digo viajamos porque toda esta secuencia está rodada cámara en mano. El escenario es pequeño, así que esa cámara nos hace partícipes. El camino es muy estrecho, no apto para el vehículo. El chófer se esfuerza. Los novios, guapos, vestidos maravillosamente, se ríen del trabajador. Al rato, claro está, deciden intentarlo ellos mismos. Cualquiera puede ser chófer, pero casi con seguridad pocos podrían hacer sus trabajos, aunque aún no sabemos a qué se dedican. Ella es guapa y despreocupada, así que sabemos, sin que sea necesario que se explicite, que ella dijo “¡quiero llegar en limusina!”, sin pensar en nada más. Y como quiero…

Llegan al maravilloso palacio del jardín que hemos visto. Invitados de etiqueta. La hermana de ella, Claire, y su marido John son los anfitriones. Pero… ¿hay algo que ponga en evidencia que a Justine ‘le pasa algo’? Sí. Dos breves diálogos entre las hermanas. Claire dice “prometiste que no habría escenas en tu boda” y, en otro momento, “no digas nada a Michael” (el novio), a lo que Justine contesta “¿crees que soy estúpida?” Y así, aunque la boda se desarrolla según el programa (comida, baile, actividad en el jardín), el sexo en el jardín de Justine, más otros detalles que no menciono, pone en evidencia la impostura. Todos se marchan.

Él (Michael): Podría haber sido diferente.

Ella (Justine): Qué esperabas

A la mañana siguiente, salen a cabalgar. Justine se disculpa: lo intenté. Sí, responde la hermana, en verdad lo hiciste. Mientras cabalgan, miran el cielo: las constelaciones han cambiado.

Parte II y última. Claire. Aquí Justine ya está dominada por la enfermedad, aunque no se dice cuál. Apenas camina, hay que bañarla. Casi no come. Mientras tanto, el planeta, cuyo nombre se nos revela (Melancholia), se acerca. El cuñado, John, asegura, como los científicos, que no chocará con la tierra. Instala un telescopio para mirar, tranquiliza a Claire. Su hijo, Leo, diseña un aparato casero para medir el desplazamiento del planeta, que parece alejarse. Justine dice que la tierra es mala y nadie la extrañará y que estamos solos. Por la noche John observa que el planeta se acerca. Se suicida. Cuando le encuentra, Claire comprende que se acerca el fin. Intenta huir pero no puede. Vuelve e intenta programar una despedida estilo Hollywood, con velas, vino y Beethoven, pero Justine se niega. Al ver el temor del niño propone construir una cueva mágica que construye con unos palos. Se toman de las manos. La hermana llora, el niño cierra los ojos confiado y la única que mantiene cierta calma es Justine. Pum y fin. 

Melancholia (Lars von Trier, 2011)

Melancholia (Lars von Trier, 2011)

Melancholia como caso clínico

Lars von Trier tiene razón: cuando llega Melancholia arrasa con todo. No sólo con el sujeto que la padece, sino con su entorno. La melancolía es una enfermedad mental grave. Tiene cosas en común con la depresión: dificultades para poder con la vida cotidiana, para cuidar el propio cuerpo, para mantener lazos afectivos. A veces, trastornos del sueño, alimentarios. Pero se diferencia en la ideación suicida, porque si bien el depresivo a veces fantasea con ella, es el melancólico el que la realiza. Como este no es un artículo sobre clínica, es como si el depresivo, cuando le deja la novia dijera ‘qué triste estoy’, y el melancólico ‘la vida no tiene sentido’. El depresivo finalmente se separa de la novia y encuentra otra, mientras el melancólico la mata matándose.

Cuando terminé de ver la película sentí que, por encima de su presentación extremadamente estética, casi publicitaria, me habían contado un caso clínico de la melancólica perfecta, como si nuestro director-guionista hubiera cogido un manual de psiquiatría. Busqué en los títulos de crédito por si aparecía algún consultor del tema. Pueden decirme que eso no era necesario, porque quizás Von Trier conocía algún caso. Pero es que nadie tiene, en ninguna enfermedad, todos los síntomas. En una simple gripe, a algunos les duelen los huesos, otros tienen catarro, otros gastroenteritis. Afecta diferente según las patologías previas.

Sigamos con el melancólico. Si la vida no tiene sentido, en primer lugar creo que todos, todos los que están a mi alrededor, son estúpidos. Porque si miramos a nuestro alrededor, en general, lo que vemos es que los seres humanos vivimos tratando de dar sentido a la existencia. Y como son estúpidos, no tengo por qué tenerles consideración. Justine explota a los que le rodean. Al novio, porque, si no quieres casarte, ¿por qué no decirlo en lugar de montar la fiesta y agredirle? A la hermana: ¿para qué pedirle organizar la boda si luego…? Al jefe, que será un impresentable, pero en cuya empresa llevas trabajando y creciendo profesionalmente. Y cuando pide, insiste en pedir donde no le van a dar, ya sea su padre o su madre. No habla, y cuando habla lo hace donde ya sabe que no le escucharán. Habla para seguir despreciando y odiando a los que la aman.

Melancholia (Lars von Trier, 2011)

Melancholia (Lars von Trier, 2011)

Ahora bien, ¿por qué algunos melancólicos se suicidan y otros no? En primer lugar, por la comprobación de que todos nos vamos a morir, pero el mundo seguirá. Y hay algunos que, aun muriendo, viven: Wagner o Brueghel, por ejemplo. Mientras haya una sola persona que les escuche o mire, existen. Y eso, a los melancólicos, les llena de odio, lo suficiente como para vivir ideando planes que superen esa cuestión. De hecho hay melancólicos que se suicidan solos, por así decirlo, pero otros lo hacen llevándose consigo algunos más. Por eso la solución de la película es perfecta: no me suicido y desaparece el mundo para mí, sino que es el mundo, directamente, el que desaparece. Es el sueño de cualquier melancólico. Y si dudan, pasen lentamente los últimos fotogramas de la película: antes del impacto, Justine sonríe, está en paz. Ha sido uno de los posters de la publicidad. 

Sobre la melancolía. El mensaje de Lars von Trier

Cualquier discurso, explícita o implícitamente, contiene algún tipo de mensaje. Quizás suene excesiva esta afirmación, pero es una certeza compartida por semiólogos, lingüistas y especialistas de diversas tendencias. Y el cinematográfico no deja de ser un tipo de discurso. En el cine hay mensajes más o menos explícitos en películas que, entre otras cosas, sirvieron para la construcción de una identidad nacional, como el western, o legitimar las acciones de los aliados en la segunda guerra mundial, como el cine bélico. Y luego están los cineastas predicadores, os que reclaman nuestra atención para que escuchemos su mensaje. Lars von Trier, desde el comienzo de su obra, ha sido así. Pensemos en Breaking the Waves (1996), Idioterne (1998) o Antichrist (2009). Sus historias tienen vocación de trascendencia, tocan temas considerados importantes: el sentido de la vida, la culpa, la expiación, qué es un hombre, qué una mujer. En sus películas los hombres han ido desintegrándose de forma progresiva, y sus mujeres han ido enfermando. Y lo digo sin haber visto su última película, Nymphomaniac (2013).

En Melancholia desarrolla esos temas y algunos un poco menores: su visión de la burguesía, que no sabe que la clase no se compra con dinero (son los sirvientes los que saben en qué dirección se pasa una bandeja y van detrás de los señores arreglando sus tonterías), las mujeres se entregan en general a quien no aman y cuando coincide sexo y amor es signo de salvación divina. Pero la melancolía es un tema muy serio, porque se considera (la OMS, por ejemplo) que la dupla depresión-melancolía será la enfermedad del siglo. Pone de manifiesto la fragmentación de los lazos sociales, la ausencia de discurso que no ha sido reemplazada. El melancólico que rechaza vivir porque ha perdido el sentido de la vida nos obliga a buscar los modos de reencontrar ese sentido. Para él, pero asimismo para nosotros, para toda una generación. Es decir que una preocupación clínica, en el lugar en donde nos sitúa el depresivo respecto del sentido de la vida, es una preocupación que toca las raíces de la cultura.

Una civilización -y von Trier habla de nuestra civilización occidental y judeocristiana- que ha abandonado el sentido de lo absoluto, ¿no es necesariamente, una civilización que debe enfrentarse a la depresión? O también, cuando digo, soy ateo, no creo en Dios, ¿no reconozco su existencia? Porque, compartamos o no sus ideas, podemos reconocer en la obra de Lars von Trier un permanente trabajo sobre lo religioso. Algunos intentan resolver estas cuestiones a través del arte, pero en esta película el director elige acabar con todo. Así, mientras que Freud escribió en su Psychotherapie der Hysterie(1895) que la cura se encontraba en el pasaje de la miseria neurótica al sufrimiento común (obsérvese que no dijo a la felicidad), para Lars von Trier se trata de pasar de la miseria neurótica al sufrimiento general.

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