CURTOCIRCUITO 2015: APOCALIPSIS Y JUVENTUD

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Tres años después del supuesto fin del mundo, el apocalipsis sigue estando de moda. Nuevos escenarios, habitualmente posteriores a este colapso del mundo, son escogidos en la actualidad para situar muchas películas. Quizás por una voluntad de advertencia del posible ocaso de la sociedad, quizás por el atractivo que suscitan. Fin del mundo que no siempre se corresponde con la destrucción del planeta, sino, a veces, con el fin de una era y el comienzo de otra. Algo así como sucede en el paso de la juventud a la madurez. Estos son los dos temas que aparecen en la 12ª edición del Festival de Cine Curtocircuíto como ejes temáticos, transversales a varias de las secciones del festival, conformando una visión de la sociedad actual.

El ocaso de la sociedad. El apocalipsis programado y predecible

Parece una tendencia del cine actual situar sen un apocalipsis donde la raza humana pervive de forma marginal. Películas como Crumbs (Miguel Llansó, 2015) o Sueñan los Androides (Ion de Sosa, 2014) nos sitúan en un universo donde la raza humana eclosiona provocando un “fin del mundo” como el que años atrás predecían los Mayas. El contexto social y político global apoyan esta idea ante una realidad donde las libertades son cada vez menos y donde la brecha entre ricos y pobres se aumenta más y más. La política de “toma el dinero y corre” se expande como un mantra, atravesando una sociedad en la que todo nos invita a aprovechar el momento de forma consumista. Un fin del mundo que podría responder a una programación previa: se trata de un apocalipsis programado y predecible.

Atendiendo a esta tendencia, varios filmes se sitúan en esta órbita para grabar su visión autoral sobre la realdiad. Grabar con un doble sentido: grabar como filmar, pero también grabar como manipular el soporte fílmico, la película, para obtener una distorsión de la imagen. Sound of a million insects, light of a thousand stars (Tomonari Nishikawa, 2014) se sitúa precisamente en esta última tendencia, ya que la película es enterrada a 25km de la Central de Fukushima, haciendo así que padezca los efectos de la radioactividad. Nishikawa consigue así un film distorsionado por la química, donde las imágenes coloridas y deformadas parecen querer representar los efectos que la actividad humana provoca en la naturaleza. No existen ni personas ni rostros, no hay voz ni sonidos; nada hay más que luces y formas irreconocibles en un nuevo mundo donde todo rastro de vida es borrado. En esta onda se sitúa también Embargo (Johann Lurf, 2014), donde a través de técnicas de grabación similares a las de la vigilancia más orwelliana observamos un edificio deshabitado. Mediante un efecto visual, observamos un infinito travelling alrededor de las ruínas de la humanidad, aquí representadas en un edificio de corte industrial donde no hay ninguna presencia de vida.

Pyongang pasa a ser una Atlántida mientras en la lejanía aún se escuchan los gritos eufóricos de una humanidad obsesionada consigo misma.

Pyongang pasa a ser una Atlántida mientras en la lejanía aún se escuchan los gritos eufóricos de una humanidad obsesionada consigo misma.

No es un fin del mundo natural, una fecha de caducidad del planeta, no es el efecto de una catástrofe a nivel mundial: hablamos de un apocalipsis provocado por la acción humana, el resultado de una explotación insaciable de los recursos naturales y de la manipulación de la naturaleza siguiendo los deseos del capitalismo más avaricioso. Las calles quedan ahora vacías, pasto de una naturaleza inerte que se mueve sin rumbo cruzando el planeta. La glaciación es un episodio lejano en un mundo que se derrite como consecuencia de las miles de advertencias sobre los efectos del Efecto Invernadero. Pyongang pasa de ser una ciudad secreta a una Atlántida en The reflection of power (Mihai Grécu, 2015), mientras que en la lejanía aún se escuchan los gritos eufóricos de una humanidad obsesionada consigo misma.

Voces en la lejanía gritadas por personas que ya no están presentes. En Sin Dios ni Santa María (Samuel M. Delgado e Helena Girón, 2015) también son las voces de los hombres, voces lejanas que provienen de outro universo temporal, las que cuentan la vida de las mujeres que protagonizan el filmes. Mujeres independientes, autosuficientes; la figura del hombre se convierte en un mero narrador que trata de convencernos de las leyendas sobre brujas y meigas que llenan la isla. Lanzarote se transforma en un escenario mundial, donde las mujeres fueron privadas de su voz en pos de un discurso articulado con voz masculina. Es también este un apocalipsis, el de los géneros: donde existía una especie única, la humana, ahora solo existen hombres y mujeres, entendidos como entes separados pero que proceden de una misma raíz.

In the distance (Florian Grolig, 2015) estudia esta posibilidad a través de la contraposición de una torre en aparente calma, con el lejano sonido de bombardeos incesantes.

In the distance (Florian Grolig, 2015) estudia esta posibilidad a través de la contraposición de una torre en aparente calma, con el lejano sonido de bombardeos incesantes.

“Los animales son más honestos que los humanos. Solo matan para comer”, sentenciaba Kaurismäki en su encuentro junto a Gilles Charmant y Gabe Klinger. Las guerras, cada vez más lejanas gracias a la sobrecarga visual, ocurren en un universo extraño formado por tan solo imagen y sonido. In the distance (Florian Grolig, 2015) estudia esta posiblidad a través de la contraposición de una torre en aparente calma, con el lejano sonido de bombardeos incesantes. La inestabilidad y el caos a través del ruído que entra por las ventanas frente a la impasibilidad y la anomia al ver las imágenes que acompañan al ruído por el televisor. La película de Florian Grolig critica esa pasividad apática que nos provoca vivir en nuestros torres aisladas, pero interconectados con la realidad: pantallas, redes sociales, etc. Un aislamiento que, a veces, se rompe en contacto con la realidad, cuando alguien tira una escalera y trata de acercarse a nuestro escondite. La reacción no es otra que la pura defensa, el egoísmo: dejar caer la escalera y reafirmarnos en la soledad. Hablamos de un apocalipsis emocional, donde el lado más humano de las personas permanece anestesiado por una sobrecarga de estímulos que, en lugar de despertarnos reacciones, entumece nuestro sentir.

También en esta línea del fin de los sentimientos, Don Hertzfeldt hace un viaje al futuro para enseñarnos una visión sci-fi de lo que nos espera. World of tomorrow (Don Hertzfeld, 2015) es una proyección de lo que puede que suceda con el paso de los años, donde el cuerpo deja de ser primordial y el recuerdo puede vivir eternamente en cubos almacenables. Cubos dentro de los que sobrevive la personalidad y la identidad de la persona, condenada a vivir sola en un eterno mundo de ocio informatizado. La inmortalidad a cambio de vivir sin vivir: vivir para siempre muerto. En el mundo del mañana, las emociones no existen y son meros recursos inyectables como las drogas.

Correr sin mirar atrás. La juventud

Es el momento más importante de la vida. Es la creación del ‘yo’, el nacimiento de la personaldiad. Precisamente por ser vital en la creación de nuevas y diversas personas, es la etapa que más se quiere controlar por parte de los estamentos de autoridad: familiares y sociales. Juventud es hacer lo que no puedes o lo que no te dejan. Es rebeldía, empujar los límites personales y llegar hasta los insospechados. La reinvindicación de la identidad propia a través de las modas de cada momento. El ‘yo’ se crea diluyéndose en la masa.

Le repas dominical (Celine Devaux, 2015) narra esta batalla a través de la voz del narrador-protagonista, James. Como cada domingo, la familia se reúne a comer y a fusilar preguntas a un joven resacoso y que, sin rumbo aún definido, navega a la deriva en su propia vida. Los consejos caen como una tormenta, atacando duramente, pero son las mismas voces que aconsejan las primeras en obviar lo que predican. Adultos, divino tesoro. Lo que dicen que no hagas es lo que ellos hicieron, son las anécdotas que cuentan una vez tras otra, con triste melancolía, en las comidas entre amigos o familiares. ¿A quién escuchar? ¿A las voces hipócritas que vomitan consejos incumplidos o a la voz interior enmudecida ante el “que voy a hacer de mi vida” que toda persona joven lleva dentro?

La identidad, aún sin construír, temerosa del futuro, indecisa; la identidad es tuya y nunca te la podrán quitar. En un mundo en el todos predican pero nadie cumple, nada es seguro salvo lo que uno piensa. En Teenland (Marie Grahtø Sorensen, 2014) se nos plantea un escenario distópico, donde los adolescentes poseén superpoderes que los adultos tratan de aniquilar a través de medicamentos. Paredes blancas y una estrutura similar a la de una cárcel bastan para someter a los adolescentes a unas reglas marcadas. El aburrimiento, la monotonía, todo se puede convertir en un arma que utilizar ante la creatividad y el libre albedrío adolescente. Un chicle pasa de ser una golosina a un signo de identidad, un rasgo diferenciador, suficiente para detonar un cambio; el sexo, los orgasmos, se transforman en armas de guerra capaces de herir a los estamentos del poder que tratan de destruír lo diferente.

El sexo, los orgasmos, se transforman en armas de guerra capaces de herir a los estamentos de poder que tratan de destruír lo diferente.

El sexo, los orgasmos, se transforman en armas de guerra capaces de herir a los estamentos de poder que tratan de destruír lo diferente.

Es inevitable. La juventud es un proceso de crecimiento imposible de detener. No solo crece el cuerpo, sino que la mente se expande dirigiéndose a caminos indeterminados. El crecimiento es una etapa imposible de contener o abarcar. Kacey Mottet Klein, naissance d’un acteur (Ursula Meier, 2015) es la demostración de ésto. A través de diferentes secuencias, podemos observar la transformación de un niño que sonríe y bromea entre tomas, en un actor de una potencia comparable a la de sus homólogos adultos. En varios años, siguiendo un estilo que recuerda a Boyhood (Richard Linklater, 2014) inevitablemente, vemos esa potencia, esa fuerza actoral crecer sin cesar dentro de Kacey. El niño se convierte en hombre cuando se le dan las herramientas de éstos y la posibilidad de expresarse según sus deseos.

Pero no siempre es posible conseguir esa liberación. Waves ’98 (Ely Dagher, 2015) juega en la línea de la desilusión y la anomiedad, centrándose en la vida de Omar, que trata de huír de un hogar que no siente propio de una ciudad que le resulta ajena. Otra visión que contrasta con las anteriores pero que también resulta conocida, por ejemplo, si miramos a la juventud actual, aislada tras sus pantallas ante una sociedad que no reconocen como suya. La juventud es también débil y no siempre resulta vencedora. La maquinaria controladora a veces consigue someter a los espíritus aún en crecimiento, creando infinitos seres idénticos. Como una especie de apocalipsis, solo los más fuertes sobreviven, aquellos que luchan y consiguen mantener su ‘yo’ tras el paso por la fábrica de mentes que es la sociedad.

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