DELANTE Y DETRÁS DEL ESCENARIO

Es necesario hacer una breve distinción antes de entrar en detalle a hablar del documental musical. Si bien el género es bien amplio para aglutinar películas como Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012) o The Last Waltz (Martin Scorsese, 1974) es necesario hacer una separación, especialmente entre aquellos que tienen por centro un evento/concierto, que son de los que hablaremso en este texto. Y es que, no es lo mismo una película-concierto, que la realización de un concierto que un documental sobre un concierto. Si bien en los dos primeros casos, es la actuación musical lo más importante de todo el metraje, el documental sobre el concierto presta también atención a aquellos momentos que ocurren antes o después del mismo, a la experiencia de los músicos, etc. La película-concierto, por el contrario, sería aquella que, centrándose en la actuación musical, ofrece una puesta en escena o una técnica más propia de una película de ficción, donde puede existir, incluso partes dramatizadas, como puede ser el caso de Metallica: Cunning Stunts (Wayne Isham y Adam Dubin, 1998). Una vez hecha esta puntualización, aquí nos centraremos en lo que ocurre delante y detrás del escenario.

Twenty (Cameron Crowe, 2011)

Twenty (Cameron Crowe, 2011)

Delante

El público. Ese ente colectivo sin el cual no existiría la música, ni los conciertos, ni los discos y, por supuesto, tampoco los documentales musicales. Aún así, el público no suele jugar ningún papel importante en tipo de cine. Como señala Cibrán Tenreiro en su texto, el público solo aparece representado en las realizaciones profesionales de los conciertos, y también en los documentales, para engrandecer la imagen del artista. Aparece como respuesta a la acción del músico, como imagen enriquecedora de un discurso al público que ya le viene determinado. A pesar de que durante el documental, como pode ser o caso de Twenty (Cameron Crowe, 2011) se hable continuamente del público y se deje ver la buena relación de Pearl Jam con sus fans, estes no juegan ningún rol en el discurso de lo que el director escribe. Su presencia se limita a ser sujetos pasivos de la música, a pesar de que, sin ellos, no existiría Pearl Jam y, mucho menos, un documental que repasase sus veinte años de éxito y fama.

Por lo demás, el público suele aparecer cuando sus acciones superan lo normal: cuando se convierten en centro de interés por si mismas. Es el caso de Gimme Danger (David Maysles, Albert Maysles y Charlote Zwerin, 1970). El público, que aparece en todo momento subordinado a las acciones caprichosas de sus Satániacs Majestades, solo cobra interés para los realizadores cuando comienza a convertirse violento. Digo acciones caprichosas porque, el cambio de localización del último concierto de la gira estadounidense de los Rolling Stones varía de emplazamiento durante el documental, lo que hace que veamos imágenes de la gran expectación que hay por ese concierto. Pero, de nuevo, el público aquí solo aparece para reforzar esa idea de éxito de convocatoria.

Una vez empieza el concierto, solo veremos al público como parte de un anecdotario que pretende dibujar el espíritu hippie que rodea el evento. Gente desnuda, drogada, bailando… Un espírito que se rompe con la presencia en Altamont de los Hells Angels, que precipita un ascenso de la violencia entre el público, lo que marcará el momento clave del documental. Es ahí cuando la cámara si filma al público como un actor más de la película. Ahí el público se independiza del grupo y pasa a ser un centro de interés para la cámara de los Maysles.

Stop Making Sense (Jonathan Demme, 1984)

Stop Making Sense (Jonathan Demme, 1984)

Otras apuestas, mucho más alejadas de la de los Maysles, podrían ser la de Jonathan Demme en Stop Making Sense (1984) o la de Adrian Maben en Pink Floyd in Pompeii (1972). En el caso del filme de Demme, la puesta en escena destaca por estar especialmente cuidada. Al inicio, los pies de David Byrne aparecen y caminan hacia un micrófono. Un ‘boombox’ hasta sus pies y se escucha una voz: “Hola, tengo una cinta que os quiero poner”. La cámara va subiendo por el cuerpo del líder de Talking Heads hasta descubrir que Byrne está en un escenario absolutamente vacío cantando la, probablemente, mejor versión de Psycho Killer. El escenario se va llenando poco a poco con roadies que comienzan a montar la batería, los amplificadores… Una apuesta visual que rompe con la tradición visual y que se construye casi como un work-in-progress. Se podría cuestionan si Stop Making Sense es un documental, efectivamente, ya que su casi hora y media se centra, en exclusiva, en filmar la actuación de Talking Heads. Pero, un gesto delata la intención: mientras baila al ritmo de Psycho Killer, David Byrne, mira directamente a la cámara, como diciendo: esto no es un concierto, esto es una puesta en escena. Puede que, más que un documental, estemos viendo una ficción.

Pero, ¿y el público? Escondido tras la oscuridad del patio de butacas, el público solo cobra importancia a través del sonido. Pero, durante gran parte del documental, es eso: oscuridad. En el escenario se despliega un espectáculo visual y artístico que acapara toda la atención y que solo se abrirá al público hacia el final, cuando las cámaras comandadas por Jonathan Demme, cambien su punto de vista y comiencen a filmar todo el recinto.

De forma similar, Pink Floyd filman en Pompeya un concierto sin público. Sin miedo a grabar al equipo técnico como lo haría Demme años después, Adrian Maben filma más que la actuación. Filma a los artistas por el paisaje, filma sus momentos íntimos en el estudio y, por supuesto, filma Pompeya. La ausencia de público que en Stop Making Sense es llamativa aquí es natural, no solo por la disposición y la categoría del lugar, sino porque este concierto para nadie es un concierto para Pompeya.

Me gustaría señalar, finalmente, un movimiento de cámara en concreto. Shut Up And Play The Hits (Dylan Southern e Will Lovelace, 2012) recoge el último concierto en el Madison Square Garden de LCD Soundsystem antes de su desaparición (desparición que solo duraría durante el 2012 y 2015). El concierto, que se repitió durante 3 días, estaba pensado para el público. La localización, emblemática y enorme, el setlist, con todos los éxitos y alguna sorpresa, y sobre todo la duración, 3 horas con períodos de descanso por el medio, dibujan la desaparición de LCD Soundsystem como un evento pensado para todos sus seguidores. El documental, que recoge los momentos previos y posteriores al concierto, deja un poso emocional de feliz tristeza. Feliz por haber participado de la experiencia, de ese último concierto; triste por ser el último. Por esto, no es baladí que las últimas imágenes del filme no sean las del grupo, sino las del público. Un público entregado, agradecido, con lágrimas en los ojos que despide a la banda no como un grupo, sino como alguien querido. Y este sentimiento, compartido por la banda, se resume en un magistral plano con tremenda carga emocional cuando, durante el clímax da canción All your friends la cámara hace una panorámica que va desde James Murphy hasta un público enfervorecido que baila celebrando la muerte de LCD.

Detrás

En el backstage o en los momentos previos/posteriores a los conciertos, el documental musical se posiciona: glamour o normalidad. Lo que parece una tontería no lo es tanto cuando, si reflexionamos sobre los documentales conocidos, pocos son los que muestran los problemas internos de un grupo y, cuando lo hacen, lo hacen de una forma más teatralizada que otra cosa. Es el caso de Some kind of monster (Joe Berlinger e Bruce Sinofsky, 2004), que se centra en la vuelta de James Hetfield a Metallica después de pasar por rehabilitación.

Especialmente en los ‘rockumentales’ el glamour pesa más que la veracidad, haciendo que el relato sea más histriónico que veraz. This is Spinal Tap (Rob Reiner, 1984) describe esto con precisión milimétrica. El falso documental sobre la banda homónima recoge un estilo de vida basado en los excesos y en la vida como una estrella. Caprichos absurdos como querer una tostada de pan más grande para no tener que doblar en fiambre, o tener un equipo de amplificadores que llegan al 11 porque, mientras que todos los amplificadores llegan a 10, los de Spinal Tap “llegan hasta el once” son escenas cotidianas del mundo del rock, hasta el punto de que This is Spinal Tap pasó por un documental verídico ante gente como Ozzy Osbourne.

La vida tras el escenario es, pues, recogida por los cineastas sin traicionar el glamour de las estrellas. Quizá por eso, la crítica Pauline Kael fue especialmente dura contra Gimme Shelter a la que acusaba de escenificar una redención para los Rolling Stones después de los incidentes de Altamont y señalaba a los hermanos Maysles como principales responsables de esto. Aún que, en este caso, las palabras de Kael son excesivas y equivocadas, como probaron en su defensa los directores, describen bien una tendencia a abandonar el punto de vista autoral para servir a los fines de los músicos. Al igual que las imágenes del público que antes comentábamos, parece que el trabajo del director es, en estos casos, el de glorificar la figura del artista.

Por el contrario, existe otro tipo de documentales que apuestan por la demolición de ese aura artístico. Documentales que buscan la naturalidad de los músicos, su definición como personas normales que trabajan día a día, como un albañil, un profesor o cualquier ciudadano de a pie. Es el caso de Rock n Roll Nerd (Rhian Skirving, 2008) que graba a Tim Minchin antes de que le llegue la fama. Lo filma como una persona más, con ambiciones, con miedo, con vida sentimental… pero lo hace sin caer en el morbo o en el sensacionalismo.

Anvil: The Story of Anvil (Sacha Gervasi, 2008)

Anvil: The Story of Anvil (Sacha Gervasi, 2008)

Pero, aquí destaca, por encima de todos, Anvil: The Story of Anvil (Sacha Gervasi, 2008). Décadas después de compartir escenario con Bon Jovi o Scorpions en un macroconcierto en Japón, la banda de heavy canadiense sobrevive en el olvido. ‘Lips’ (cantante) trabaja en un cátering de un colegio y ‘Rob’ (batería) en una empresa de demoliciones. Uno pensaría que si el rock es el mundo de los excesos, el heavy es el paraíso; no para Anvil. El trabajo de Sacha Gervasi es brillante, acompañando a la banda por durante una gira europea donde llegan a tocar ante 7 personas en una ocasión. El glamour desaparece cuando es la familia de ‘Lips’ la que les tiene que dejar dinero, ese aura de las estrellas no se encuentra cuando discuten sobre la frustración de más de treinta años juntos y ningún éxito. Y quizás por el trabajo del director, próximo a los músicos, Anvil: The Story of Anvil es el documental musical más realista y emotivo nunca hecho.

Partiendo desde el ámbito íntimo, Mistaken for Strangers (Tom Berninger, 2013) graba a The National durante un tour internacional. Tom, director de la película y hermano del cantante del grupo, Matt, aprovecha su pasión por el cine para hacer un documental sobre la banda. A medida que el metraje avana, pronto descubrimos que The National es la tangente en el documental: el protagonista es el propio Tom. ¿Cómo es ser el hermano de una estrella del rock?, es la pregunta que intenta responder el documental. A través de autograbaciones, el director va descubriendo momentos cotidianos y problemas durante el tour. De nuevo, la naturalidad se premia sobre el glamour. Después de haberse grabado llorando y deprimido, Tom le comenta a su hermano esto, que responde rompiendo a carcajadas.

Para acabar, quizá hablar del experimento de Joaquin Phoenix y Casey Affleck sea lo más apropiado. I’m Still Here (2010), el falso documental más polémico de los últimos años, recogía la transición del actor de Gladiator o Walk the Line a estrella del rap. Orquestado con Casey Affleck, la película apartó a Phoenix durante dos años de su carrera como actor cuando ésta comenzaba a dispararse (hay que decir que, después del estreno del documental, las ofertas de trabajo se multiplicaron todavía más), lo que despertó todo tipo de especulaciones y el interés de la prensa. I’m Still Here rodea de glamour esta transición: dibuja un mundo de excesos, de desencuentros con famosos, que, al igual que Spinal Tap, se acercan mucho a la realidad de este mundo. Y esta consideración no es personal, sino que se basa en el hecho de que, durante estos dos años, la gente, los medios e incluso la ‘farándula’ dieron por buena esta nueva versión de Joaquin Phoenix.

Curioso cuanto menos es que, de todos los documentales que filman lo que sucede tras el escenario, los más verosímiles sean dos mockumentaries.

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