DOC LISBOA 2013 (2/2): UN DIARIO TÁCTIL

La segunda gran tendencia de Doc Lisboa 2013 (primera crónica aquí) fue el diario filmado. El vencedor de esta edición, Joaquim Pinto y su E agora? Lembra-me (2013) estaba en la boca de todos, para bien o para mal, pues este largo del mítico diseñador de sonido, ante todo, no deja indiferente. A lo largo de algo más de dos horas y media, Pinto analiza todos los costados de su experiencia con el sida, y cómo eso impacta en su vida personal, especialmente en la relación de pareja. Los recursos de los que echa mano son muy diversos, desde una cuidada selección musical para destacar ciertos sentimientos, hasta las abundantes sobreimpresiones, mutaciones de los colores originales de lo que registra, abrumadores primeros planos subjetivos… Tanto en la temática – social, metafísica, personal… – como en lo formal, el documental intenta ser un filme total, una suerte de testamento vital en el que Pinto no quiere dejar nada fuera. Quizá es esa necesidad de abarcarlo todo la que a algunos nos acaba por cansar, en una estructura irregular, en la que el espectador tiene la sensación de que debe estar concentrado a cada momento para no perderse alguno de los trascendentales mensajes que lanza el realizador. Es un film que debería haberse distanciado un poco de sí mismo para no caer en excesos o manías reiteradas, que realmente anulan la frescura de muchos de los momentos registrados. Es una película que no respira ni deja respirar.

Puede que las intenciones cinematográficas de First Cousin Once Removed (Alan Berliner, 2013) sean más austeras y mundanas, pero también más honestas y centradas, diría yo. Berliner registra el proceso de pérdida de memoria por el Alzheimer de su primo segundo, Edwin Honig, eminente poeta y traductor de Cervantes o Pessoa al inglés. Precisamente por la profesión del retratado, el montaje opta en varios momentos por saltar de planos rápidamente, como si cada uno de estos fuera una tecla presionada en una máquina de escribir – el uso reiterado del sonido de las teclas puede cansar a muchos – en la que ya no se sabe bien dónde están las letras. La pérdida de la memoria va ligada a la pérdida del lenguaje. El director realiza así un ejercicio metacinematográfico entre lenguaje escrito y fílmica, saltando en las secuencias de un evento a otro, aparentemente inconexo, para representar esa confusión que deben sentir las personas que sufren de Alzheimer. En este sentido, es uno de los mejores ejemplos que conozco de la exploración de la enfermedad con las herramientas del cine. Y dado que la imagen es memoria, no es moco de pavo. La propuesta es muy austera realmente para establecer una reflexión profunda y exigente sobre el tema, pero por lo menos apunta la importancia de trabajar en esta dirección y enuncia una posible manera de hacerlo. Es además un filme muy humano y tierno – algunos dicen que “ñoño” – que habla también sobre la necesidad de olvidar para perdonar, para poder seguir adelante con las relaciones de los más próximos cuando nos hieren.

En la misma dirección va Sangue (Pippo Delbono, 2013). En este caso, el filme se centra en la relación del cómico italiano con su madre moribunda y con Giovanni Senzani, antiguo miembro de las Brigadas Rojas, con delitos de sangre. Los dos son personajes fuertes y atractivos, pero el vínculo que los une – de nuevo, una suerte de enfoque trascendental hacia la muerte – lastra también una propuesta que podía haber sido más potente de dividirse en dos mediometrajes. La cámara de Delbono, como siempre, pequeña, dubitativa, frágil, móvil y táctil; consigue un grado de intimidad con la figura materna realmente a destacar. También logra declaraciones interesantes sobre el deber de matar a ciertos objetivos por parte de Senzani, a pesar de ser consciente de las implicaciones morales que eso entraña. “Es una decisión política”, repite varias veces a lo largo del filme. Son dos personas que han estado cerca de la muerte, que la sienten en su día a día, aproximándose. Sí, de acuerdo. Pero creo que aquí hay dos filmes. ¿No podía haber indagado más el director en las explicaciones de su colega? No todos los días se tiene la oportunidad de hablar de tú a tú con un combatiente convencido. En esa conversación – la mejor del filme – se esconde una película relevante y necesaria, pero Delbono se niega a hacerla, no sabemos si por cobardía o incapacidad.

El diario construido en familia

De toda esta vertiente de diario filmado hubo una sesión, curiosamente de filmes viejos rescatados para la ocasión, que fue con diferencia la más gozosa de todas. Federico Rossin programó un extenso ciclo bajo el título de “Moving Stills – Fotografía, fotógrafos y documental”. La idea era rescatar filmes de artistas principalmente vinculados a la fotografía, y hubo una sesión dedicada al auto-retrato. Compuesta por Self-Portrait (Man Ray, 1936), Conversations in Vermont (Robert Frank, 1969), Born to Film (Danny Lyon, 1983) y De Verliefde Camera (Ed van diere Elsken, 1971); todos estos filmes tenían en común que son construidos en familia. Son particularmente relevantes las apuestas de Frank y Lyon. El primero, partiendo de cómo documentó “Los americanos”, va del registro de la sociedad al familiar, pensando que a lo mejor estuvo más centrado en otros momentos de su vida en su entorno social y no en la casa. Los hijos le reprochan esta conducta, al tiempo que al hablar de su trabajo e integrarse en el filme, lo construyen con él y ayudan a entender el proceso creativo del fotógrafo. Por su parte, Lyon deja que su hijo pequeño descubra el cine en casa. De situarse delante de la cámara, el niño pasa a poner en escena situaciones que quiere que sean registradas, a mover él la cámara, o al interesarse por la grabación del sonido. Todos estos filmes, cada uno a su manera, son retratos familiares, pero también ejercicios metalingüísticos que hablan de la obra fotográfica de sus autores.

Uno que habla de sí mismo, y mucho, en su último filme, es Marcel Ophüls. El hijo de Max se define como Un voyageur (2013), “un viajero”, que tuvo que huir en su infancia de la Francia ocupada por los nazis, para emigrar a los EE.UU., y después volver a Europa. El director de Le chagrin et la pitié (1969) explica cómo fue su relación con el cine desde niño, cuando iba a los rodajes del padre, hasta que decide probar con la ficción – recordemos que filma una de las partes de L’amour à vingt ans (1962) junto a François Truffaut, Andrej Wajda, Shintarô Ishihara y Renzo Rossellini – para hacerse más tarde periodista y conseguir fama con sus documentales. Un voyageur es realmente un filme muy sencillo, dirigido por la narración oral del director, imágenes de archivo y encuentros con antiguos colegas. Este testamento vital y fílmico no pasará a la historia por sus contribuciones cinematográficas, pero sin duda supone un placer dejarse llevar por las palabras de un magnético Ophüls – a saber si la mitad de lo que cuenta es verdad, como cuando afirma que Marlene Dietrich quiso acostarse con él – y por los encuentros que mantiene con la viuda de Truffaut, Frederick Wiseman, Jeanne Moreau y tantos otros, que son historia viva del cine.

Contemplación y tierra

En las Antípodas de este cine ágil, se encuentra otro que apuesta por la contemplación. Especialmente relevante es Manakamana (Stephanie Spray, Pacho Velez, 2013). La última sensación del Harvard Sensory Ethnography Lab documenta en planos fijos 11 viajes de ida y vuelta en un teleférico de una montaña nepalí, donde se encuentra el templo del título. La gente sube y baja para rezar en él y llevar a cabo sus rituales religiosos. Además del evidente interés etnográfico de la propuesta, es preciso destacar la estructura musical del filme, con un medido ritmo, y el placer estético que supone la contemplación de la montaña.

Nicolas Philibert también contempla el día a día de los trabajadores de La maison de la radio (2013). Esto es, el edificio de la radio nacional francesa. Es un film de instituciones, como el de Wiseman, pero que no deja ninguna huella. En vez de aprovechar la situación para hacer un retrato de la sociedad francesa desde los medios, Philibert toma los momentos más divertidos o interesantes de lo que allí registró en el momento del rodaje, e intenta construir con ellos una narración ágil y entretenida. Sin duda, consigue sus objetivos, al tiempo que logra un filme sin poso alguno. Lo mismo que le ocurre a Marco Martins en Twenty-One Twelve The Day The World Didn’t End (2013) justo con la estrategia contraria: la necesidad de peso. Y, en el fondo, ¿qué nos cuenta Martins fuera de registrar una jornada cualquiera en las vidas de varias personas, justo en el día que según los mayas la Tierra se iba a acabar? Doce retratos rutinarios, que parecen escogidos al azar, y en los que no hay ninguna consistencia de conjunto.

Pero para salvar la fiesta portuguesa, ya aporta Doc Lisboa los filmes de unos cuántos compatriotas que, esta vez, resultaron más certeros. Tras la contención de Salomé Lamas en Terra de Ninguém (2012), Theatrus Orbis Terrarum (2013) nos impactó a muchos, desconocedores de su faceta más acercada a las bellas artes. El filme trata la relación del hombre con la tierra a través de la recuperación de vestigios arqueológicos. La película es una delicia estética, en especial la mística secuencia de la exploración subacuática. Una cinta poética, bella y desenfadada sobre la muerte, mucho más certera que las plúmbeas aportaciones con voluntad trascendental ya comentadas. Pedro Nieves Marques parece estar interesado también en la relación del hombre con la tierra, pero en Where to Sit at the Dinner Table (2013) opta por una aproximación muy distinta a la de Lamas, la del filme-ensayo. Hay un buen trabajo de archivo y de búsqueda de textos, con grabados de la época colonial, croquis y diseños de culturas caníbales… Todo está muy bien engranado, lo único que podemos achacar es el exceso de información.

Hubo aún un tercer filme luso – y seguro que alguno más se nos escapó – que trató este tema, a través del diario de una exploración científica a las Islas Salvajes. En A Campanha do Creoula (2013) André Valentín Almeida opta por convertir el relato en un filme de aventuras con pretensiones metafísicas y políticas, que se ve cuajó bien en el jurado joven, que le concedió su premio. Lógico, es un filme ágil y con mucha energía, que claramente puede conectar con un público joven, también por la crítica – no muy velada – al régimen de Salazar y la grandiosidad con la que está filmado el mar.

Es preciso acabar la crónica haciendo por lo menos mención a Heart Beats, la sección musical del Doc Lisboa. Como es habitual en estas secciones, los filmes están al servicio de los artistas, y no suelen tener más interes que el informativo. Pero hubo una que llamó nuestra atención: Just Ancient Loops (Bill Morrison, 2013). Es una sinfonía en tres movimientos sobre el origen del mundo, construida, como no, con metraje encontrado. Mientras que la primera y tercera parte toman descartes de filmes de ficción mudos, la segunda se centra en unas infografías de astros que realmente desmerecen el conjunto. Con todo, es Morrison, y tanto a nivel conceptual como estético, es un filme interesante.

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