DOS PERSONAS

Paredes blancas de hospital. Nada colgado en una habitación en la que puedes pasar años, días o tan solo unas horas. No hay nada que hacer ante algo que no se puede controlar. Las conversaciones se entrelazan con largos silencios que resuenan contra las paredes vacías. Solo queda esperar. El espacio comienza a habitar dentro de ti. A los tiempos de espera se le suman visitas, risas puntuales que hacen más llevadero un viaje que es de no retorno. El itinerario, conocido casi de antemano, sigue siendo difícil y la preparación a la que te intentas someter previamente, inútil. Solo queda esperar. Y a las pausas se le suman los enfados y los gritos fruto de la impotencia de no conseguir detener el tiempo. Tratas de usar todo como un ancla y lo único que consigues es frustrarte. Buscas, en lo que queda de tu vida alejada de aquella cama algo nuevo que no hayas visto. Pero, gires tu vista hacia uno u otro sitio, lo único que ves es aquel espacio, esa habitación. Intentas mantenerte en movimiento para distraerte de lo que se acerca. Te convences y te conciencias de lo que va a llegar. Y, cuando estás más preparado que nunca para encajar el golpe, llega. Y te coge a contrapié. Siempre te va a coger a contrapié.

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