ELLE, de Paul Verhoeven

Elle (Paul Verhoeven, 2016)

Elle (Paul Verhoeven, 2016)

La imagen con la que el autor neerlandés Paul Verhoeven abre su última película (hasta el momento), Elle, resulta bastante significativa en cuanto a lo que éste nos quiere contar y cómo desea hacerlo. Tras el fundido a negro de los títulos de crédito vemos, sin solución de continuidad, los momentos finales de una violación y, posteriormente, tras la huida del agresor, la reacción de la víctima que, sorprendentemente tranquila, recompone sus ropas y hace limpieza de los restos de la pugna. Queda claro que el director de Starship Troopers (1997) está menos preocupado del acto violento en sí, como manifestación de la agresividad social o como muestra de los remanentes de dominación machista, que la actitud de quien sufre dicho acto: lo que importa no es ser víctima sino la decisión de no convertirse en una de ellas.

Este juego de poder, este cambio de roles que se establece entre reo y verdugo no es, ni mucho menos, una novedad en las formas narrativas de Verhoeven. Baste recordar la ochentera Flesh and Blood (Paul Verhoeven 1985) en la que una ultrajada Jennifer Jason Leigh acababa intercambiando los roles con un sorprendido Rutger Hauer. El asaltante asaltado renunciaba al acto ante la efusividad de la presunta mártir, del cordero que ante el altar se negaba a aceptar su papel.

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Parece obvio que esta forma de interpretar una agresión sexual define más dicho hecho como un acto político, en cuanto a quién ejerce el poder sobre quién, que uno meramente sexual. Algo que encaja plenamente con nuestro hombre quien, en sus propias palabras, “nunca ha dejado de hacer cine político”. El lapso de su paso por el cine USA no sería de esta manera tal hiato, sino un reajuste de sus inquietudes a los moldes genéricos hollywoodienses, en los que, pese a todo, habría vertido su amalgama creativa. ¿Cómo cabe interpretar si no es así la famosa escena del interrogatorio en Basic Instict (Paul Verhoeven 1992)? De nuevo un personaje femenino subvirtiendo el rol de indefensión, de nuevo la presunta fragilidad usada como arma para fusilar el statu quo previo. Puro Verhoeven en definitiva.

Por seguir con la Catherine Tramell de Basic Instict, o, más bien, de su reflejo en la Michèle Leblanc de Elle, cabe destacar en ambas la existencia de un pasado traumático, más o menos revelado, que ayudan a reforzar su impasibilidad ante el shock. De hecho el paso por sus vidas de lo que se revela en ambos films termina resultando en una suerte de refuerzo de carácter, una reafirmación de un “yo” que en algún momento fue disperso. Para ayudar a conseguirlo en esta última cinta nadie mejor que una asombrosa Isabelle Huppert, capaz de hacer un arte de la inexpresividad. ¿Quién si no la actriz tras la Jeanne de La Cerèmonie (Claude Chabrol, 1995) o la Erika de La pianiste (Michael Haneke, 2001) para convertir en ilegibles cada una de las acciones de Michèle? Huppert reafirma una vez más su pacto con el misterio y nosotros caemos víctimas, esta vez sí, de ese incomprensible hechizo.

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