16ª Mostra Internacional de Cinema Etnográfico: Sección Oficial
Dieciséis años lleva la MICE (Mostra Internacional de Cinema Etnográfico) siendo uno de los eventos más importantes del año para el Museo do Pobo Galego. Por desgracia, como el año anterior, la pandemia ha afectado a su desarrollo y la organización ha tenido que tomar nuevas vías para el correcto funcionamiento de la misma. Desde casa, hemos tenido el placer de disfrutar de algunas de las once películas que conformaron este año la Sección Oficial. Películas que se han acercado a la comodidad de los hogares, trayendo consigo historias y relatos a menudo desconocidos y ajenos a nuestra cotidianeidad.
La dirección del documental Hostal España está firmada por Chus Domínguez e Inma Álvarez, las trabajadoras y residentes del espacio homónimo filmado, un gesto noble y justo para una pieza vertebrada a través de la participación activa de dichas personas. Al comienzo del visionado, el documental se revela como un interesante ejercicio en el que el equipo técnico cede la cámara a las mujeres y hombres del lugar. Este acto recuerda a la ópera prima del cineasta Óliver Laxe que, interesado por la conquista del espacio fílmico, deja que sean los niños de Todos vós sodes capitáns (2010) quienes plasmen su mirada en el celuloide, expulsando –física y metafóricamente– al propio cineasta de la cinta. En el caso que nos ocupa, son sobre todo las mujeres quienes se “arman” con la cámara para filmar lo que las rodea en su uniforme día a día. Los hombres, sin embargo, se mantienen al margen del ejercicio y observan a las mujeres que se pasan la cámara de mano en mano.
El modesto y céntrico establecimiento, situado en la ciudad de León, lo ocupan personas mayores, muchas de ellas procedentes del abandonado entorno rural. Sabiendo esto, hubiera sido de agrado que la pieza profundizase más en las dificultades para sobrevivir en el campo, la gentrificación, la norma capitalista de enviar a nuestros mayores a asilos, etc. Por otra parte, la duración de la pieza y su repetición de escenas constantes, a pesar de tratar de mostrar la monotonía y pauta del lugar, puede llegar a estirar demasiado la narrativa. Quizás hubiera bastado con un cortometraje o mediometraje de escenas relacionadas inteligentemente mediante el montaje para que el mensaje de la película calase más hondo en las espectadoras y no diluyera nuestra atención. Al cabo de media hora, sentimos que hemos agotado todas las posibilidades del Hostal España y que sus protagonistas podrían ofrecer más historias de las cuales, por un motivo u otro, se ha decidido prescindir. Las mujeres frente al televisor sintonizado en campañas de partidos políticos, elecciones próximas o la situación general del país, se mantienen al margen de toda opinión social o política. El sujeto se convierte en pasivo cuando su única función en pantalla es descubrir dónde pulsar el botón de grabar en la handycam que desde dirección se ha entregado a estas buenas mujeres. Como si de infantes se tratase, descubren un mundo nuevo, lleno de posibilidades poco exploradas, ya que el hostal parece quedarse pequeño.
En Notas sobre a habitabilidade en A Barca, el espacio filmado se acentúa por la belleza de los encuadres y la huella estética y nostálgica del celuloide. El colectivo Cinema Semente “nace de la convicción compartida en las capacidades políticas de las prácticas cinematográficas y la experiencia comunitaria, como parte de la reacción de la España vaciada y sus habitantes”. Es de reconocer el esfuerzo colectivo de este grupo de directores por plasmar la aldea y sus costumbres, aunque no consigo conectar con aquello que se filma. Me produce cierta distancia observar la excesiva estetización de lo rural y la inclusión en la película de los propios integrantes del grupo. Me gustaría que el espacio le fuera cedido en su totalidad a los habitantes de A Barca y que la palabra existiese a modo de reclamo y denuncia de la dramática situación rural.
El Premio del Público recayó en Entre pastores e lobos, de Manuel Pedrosa, una pieza que persigue a una de las mayores poblaciones de lobos en Europa en su hábitat natural. El título de la película nos advierte del trato igualitario que reciben el lobo y el pastor en su desarrollo. Hay quien se queja sobre la matanza de sus rebaños por parte de los animales protagonistas, mientras otros defienden su libertad por motivos medioambientales y de preservación de la especie. Confunde la introducción de temas como la apicultura y el carnaval, que a priori no aportan demasiada información sobre el tema en cuestión, pero sirven de alivio a la narración, a veces algo reiterada, de la trama principal. Destaca de la película su inagotable fuente de imágenes de animales que, como si de un documental televisivo se tratase, despliega todo su arsenal ante la espectadora, siendo una fuente de recursos con mucho potencial. Por otra parte, tal vez el aspecto más negativo de la pieza, es la narración omnisciente de la voz en off, que contiene un matiz épico que nos arrastra fuera de las terrenalidad del asunto. Lo mismo ocurre con la sobreabundancia de planos aéreos grabados mediante el uso de drone; la tecnología y el artificio nos separan de la roca, las plantas y los mamíferos que observan desde un punto de vista mucho más próximo a nuestra realidad. La exposición de información constante hace que el formato se convierta en algo caduco, más próximo, como comentábamos, a los documentales emitidos por las tardes en los canales generalistas que a una pieza de festival. Al final de la película unas letras anuncian la necesidad urgente de generar un debate social y político que parece aplazarse cada vez más. Un mensaje justo y necesario que llega algo tarde en pantalla; quizás hubiera sido más provechoso incluirlo de manera transversal en la narración del propio documental.
Santiago Risco filma A miña terra, Premio al Mejor Filme Gallego, con la intención de encontrar unos terrenos que le pertenecen por herencia, terrenos que nadie sabe dónde están. Son pequeños y se encuentran escondidos entre la maleza del monte. Las líneas de los mapas se pierden al buscar las separaciones de la tierra y la conversación fluye en medio del camino trazado por el director y su padre. La Tierra es de quien la trabaja, y en este caso es la naturaleza la que termina por (re)conquistar su propio territorio. Las zonas que buscan, inservibles a primera vista para cualquier tipo de plantación o cultivo, son el reflejo de una tradición generacional que parece obsoleta en un mundo consumido por el avance tecnológico. Para el director y protagonista –si es que no es más protagonista la tierra que pisa– es más relevante el ejercicio de reflexión y búsqueda que el fin en sí mismo. Y es que, de manera transversal, la problemática de la expropiación capitalista sale a la luz entre cada frase que intercambian las dos generaciones de hombres. Resulta curioso el recurso utilizado por el cineasta para encajonar aquellos recodos que le interesan, ennegreciendo la pantalla por completo, dejando visible únicamente el objeto de atención.
El redescubrimiento de Luz Fandiño mediante el documental de Sonia Méndez, A poeta analfabeta, es otra de las gratas sorpresas de la MICE 2021. La vida de la compostelana se retrata en este documental biográfico de luces y sombras, con gran tino a la hora de mezclar diferentes materiales y tonos. El realismo de sus vivencias se intensifica con el uso de la primera persona y la localización escogida para situar la charla: la casa de Fandiño es el mayor testigo de sus noventa años de vida, lucha y resistencia. La pieza no solo rinde homenaje a Luz y su trayectoria social y política, también es un canto de esperanza a las generaciones venideras que, al final del documental, se congregan para venerar a la protagonista. El mensaje cala y la juventud lo aplaude; entre lágrimas y abrazos se celebra la vida de la activista poeta y el impacto de su huella queda para siempre.
Mención especial merece Os Corpos, de Eloy Domínguez Serén, la filmación de uno de los festejos más antiguos del Entroido. Folións, corredoiros, baixadas con felos, cigarróns, pantallas y peliqueiros desfilan delante de la cámara documental del pontevedrés al ritmo de los sonoros cencerros de aquellos que bailan. Los golpes a los visitantes y la anárquica farrapada se capturan en cámara como si de batallas campales se tratasen; la harina, el fango y las hormigas vuelan bajo el enorme y desafiante himenóptero. Lo envolvente del sonido permite a la espectadora fundirse con los participantes y correr y jugar con ellos –y contra ellos– en esta batalla sin fin. Al final del visionado, un velo de nostalgia cubre este ritual pagano y es que lo que acabamos de ver tuvo lugar a finales de febrero, únicamente diez días antes del primer caso confirmado de Covid-19 en Galicia.
La pandemia se cierne sobre todas estas piezas y directoras que, de una forma u otra, se han visto afectadas por las prohibiciones y limitaciones de este último año. Ya sea durante el proceso de filmación o el de distribución –para aquellas que, por suerte, han podido concluir su obra antes de la desgracia–, los proyectos se han visto truncados por el aumento de las más que conocidas dificultades del sector. Hace un año escribíamos esta crónica con la esperanza de que la del año siguiente fuera diferente, libre del yugo de la pantalla que se interpone entre la pieza y una servidora. No ha sido así; otro año más la MICE ha tenido que servirse de las ventajas que ofrece la programación online y la comodidad del hogar. Esperemos, por segunda vez, que esta sí sea la definitiva.