18.ª Mostra Internacional de Cinema Etnográfico: Secciones Oficiales
Un año más, acompañamos al Museo do Pobo Galego en la celebración de la MICE (Mostra Internacional de Cinema Etnográfico), cuya decimoctava edición transcurrió en Santiago de Compostela entre el 15 y el 21 de marzo de 2023. Como acostumbra a hacer en su voluntad de expandir la experiencia de los asistentes, la muestra ofreció este año una sección organizada en colaboración con el MDOC (Festival Internacional de Documentário de Melgaço), así como un apartado formativo dirigido por el LAAV (Laboratorio de Antropología Audiovisual) y focos específicos como la sección Impropias, dedicada exclusivamente al cine dirigido por mujeres.
Desde la revista, volvemos a centrar nuestra crónica en la Sección Oficial Internacional y en la Sección Oficial Galega. La temática que vertebró este año la programación fue el concepto de ‘rururbanía’, que abarca fenómenos ligados a la despoblación y al neorruralismo. Aspectos que no paran de ganar relevancia cuando pensamos en las cifras de superpoblación mundial y en lo que eso supone para el urbanismo, en detrimento de la cultura y de la tradición por causa de la influencia del mundo posmoderno capitalista o en los desafíos que presenta el estado crítico del cambio climático. Observamos todo esto con una visión post-COVID que nos hace más sensibles y reflexivos a estas cuestiones.
En la Sección Oficial Internacional encontramos siete filmes de varias nacionalidades que reflexionan sobre lo comentado previamente, y que se pueden colocar bajo dos paraguas. Uno está más relacionado con la proyección de un espacio urbano que se promete como social y con futuro para sus habitantes, pero en el que las injusticias y los procesos del sistema que rige la política acaban por arrasarlo todo; el otro ejercita la recuperación de la memoria y la lucha por la preservación de la tradición en zonas en proceso de despoblación, o incluso de desaparición.
Dentro de la primera categoría está Porte de Clichy (2021), dirigida por Sébastien Marziniak, que lleva la cámara para retratar el barrio homónimo situado en las afueras de la ciudad de París. La realidad alrededor del Nuevo Palacio de Justicia, erguido en el 2018, no parece tener un impacto positivo para las personas que ahora no pueden evitar ver la torre de 160 metros ideada por el galardonado arquitecto italiano Renzo Piano.
Ya sea una familia acomodada viviendo en un edificio moderno, unos jóvenes artistas en una construcción haussmanniana o inmigrantes sin papeles compartiendo un diminuto cuarto: no parece que este símbolo proyecte algo de sentido en su día a día, más bien una distorsión. Dentro del documental se revelan estos vecinos, que aparentemente poco tienen que ver los unos con los otros, logrando encontrar una rima en sus vidas a través de la observación. El cineasta instaura una reflexión basándose en la belleza de la arquitectura de Renzo, que según el lugar desde el que se mire puede ser apreciada. Así, se presenta uno de los barrios ecológicos más famosos de Europa, que acompañó al levantamiento de esta nueva construcción y que aspira a generar una cercanía con la naturaleza, de manera familiar y tranquila, mediante un confort sonoro y visual que contrasta con los espacios donde conviven parte de los habitantes del barrio. Se trata de una pieza que contempla el paisaje con retórica visual, visitando en ocasiones a la justicia para tratar asuntos de extrema delicadeza humana y que parecen no ser atendidos, dejando en ruinas aquello que el arte arquitectónico intentó falsamente engrandecer.
La película que sigue en esta secuencia del urbanismo es Aylesbury Estate (2020). Un registro documental de los últimos intentos de una comunidad por salvar de la especulación urbanística el complejo de edificios en el que viven. Pasamos de la banlieue parisina a los suburbs londinenses de la mano de Carlotta Berti y su equipo, para ver cómo una lucha de diecisiete años de duración acaba por salir ganando, como expresa tristemente una de las vecinas.
La directora se apoya en un personaje en desaparición para hilar parte de la historia. Un ex-trabajador de la demolición que ayudó a configurar el propio barrio, echando abajo las casas de gente que él conocía personalmente, y que ahora se ve expropiado, junto con sus vecinos, por la maquinaria de la política y el trasiego de intereses. Sin embargo, también asiste a las diferentes asambleas y reuniones con los representantes políticos para hacer valer las peticiones de la comunidad. De alguna manera, la pieza sirve también como refuerzo a estas demandas, dotándolas de mayor impacto, que es precisamente lo que se busca en esta parte del proceso.
En el siguiente viaje fílmico nos trasladamos al oeste de Rusia, al lado del río Volga, hasta una ciudad que fue símbolo del progreso soviético al convertirse en referente de la producción automovilística del Lada, y que recuerda hoy a la Detroit de los Estados Unidos. Tolyatti Adrift, que viene a decir algo así como “Tolyatti a la deriva”, sigue a la juventud en esta ciudad que sufre la tasa más alta de desempleo juvenil del país.
A lo largo de la historia, se muestra la relación de la juventud local con la automoción, mientras acompañamos a un grupo de jóvenes que recuperan los Lada para ponerlos a prueba haciendo drift en la superficie de un Volga congelado, en muchos casos arriesgando sus vidas. A veces hay pequeños rayos de luz, representados por estudiantes que se fueron al extranjero con becas y explican su experiencia y sus nuevos anhelos, pero todo queda imbuido de la falta de opciones en el mercado laboral y del empobrecimiento de la economía. Es ahí donde Laura Sisteró, que firma el documental, nos lleva alternando con un delicado diseño de sonido entre la pérdida del pensamiento al volante y la tensión con la realidad y el sistema vigente.
Una vez dejamos atrás esta distorsión y destrucción urbana, caminamos hacia el rural para observar si allí hay futuro. Y, de nuevo, la juventud parece tener un papel central, en este caso para preservar la tradición de los pastores de renos en la tundra rusa. Detached es un filme que procura entender la situación a la que llegaron los chukchis, pueblo indígena de la zona ártica que parece no tener un sentido de continuidad en sus vidas. A través de grandes angulares y planos contemplativos, asistimos a su día a día, rememorando la vida de uno de los chukchis que retrata las preocupaciones que los atormentan a todos.
El título ruso, dirigido por Vladimir Krikov, no duda en comenzar con una reflexión sobre el suicidio de nuestro protagonista. Este profundo sentimiento de pérdida se va desgranando a través de programas de radio en los que escuchamos lo que algunos integrantes del pueblo y estudiosos tienen que decir sobre la problemática, ya que el 79 % de los suicidios ocurridos en la zona son chukchis.
Sin embargo, una de las conclusiones que quizás nos ofrece esta pieza es la necesidad de volver a instalar escuelas en la tundra y un ecosistema que sea atractivo para la juventud. Algo que desapareció con el tiempo y que llevó a que los niños chukchis tengan que marcharse a internados lejos de sus familias por largos períodos de tiempo. Como comentan en uno de los programas de radio, algunos de estos chicos ya no quieren volver a ese nomadismo tradicional que se les antoja aburrido. Este distanciamiento se muestra en la pieza como un verdadero acontecimiento, al igual que cuando regresan de vacaciones y ayudan a su familia en la temporada del reno. En esta última parte descubrimos la importancia del reno como animal sagrado que significa todo para los habitantes de Chukotka, y también el riesgo de que la falta de interés de los más jóvenes, o más bien la pérdida de la capacidad de apreciar la belleza de su cultura, pueda llevar a la desaparición de estas tradiciones y saber.
Tras esta reflexión sobre la importancia de las generaciones futuras y las formas de preservar los conocimientos atávicos, saltamos a los valles andinos en Ecuador. En La primera puerta, el colectivo Super Cuy denuncia la situación de vulnerabilidad de la población de Nabón ante una posible injerencia extranjera con proyectos mineros en la zona, que afectarían de manera drástica a su modo de vida, basado principalmente en la agricultura. El filme también presenta las dificultades de permanecer en el rural y que los jóvenes sigan formando parte de la comunidad.
Podemos comparar la situación con la de otros lugares como Galicia, donde los obstáculos muchas veces superan el interés e incluso el deseo de los habitantes por quedarse en el rural, debido a la falta de servicios y oportunidades de trabajo. Todo esto está presente en las conversaciones entre los jóvenes de la película, que se animan entre ellos a marchar y buscar nuevas oportunidades. Por otra parte, los mayores quieren seguir construyendo comunidad, que los jóvenes aprendan el trabajo de la tierra y alegren las festividades.
Percibimos la importancia de la cosecha para estas comunidades cuando se muestra cómo vertebra el día a día de sus habitantes hasta bien entrada la noche, cuando preparan todo en los patios para venderlo en el mercado al día siguiente. Y esto lleva a la importancia de las asambleas organizadas para oponerse a la minería, ante las concesiones hechas en puntos como el Cerro El Mozo o el valle de Shincata.
Las colonias es un documental que observa desde dentro una de las comunidades menonitas de México. Luis Lazalde llega a esta historia a través de su abuelo, que ya había trabajado con ellos, y registra sus costumbres y vida cotidiana, mientras explica su historia a través de algunos documentos de archivo.
Los menonitas llegaron a México alrededor de los años veinte del siglo pasado, mayormente desde Rusia y Canadá. En la película explican que esta comunidad concreta se fue de Canadá por causa de cambios en el sistema educativo, y emigraron hacia el sur. La ganadería es central para su subsistencia, dedicándose esencialmente a la venta de productos lácteos. Con este telón de fondo, nos sumergimos en una exploración sobre la fe de estas comunidades a través de pequeños extractos de entrevistas, mientras se retratan sus creencias en los espacios religiosos y cotidianos. De alguna forma, se reivindica su papel dentro del ecosistema mexicano por el conocimiento que tienen del campo y por su labor ganadera, en contraposición a la industrialización del país.
Dentro de esta Sección Oficial también se mostró la importancia de los trabajos de artesanía dentro de las ciudades italianas, un país con múltiples talleres que se mantienen desde la Edad Media. En I Nostri Giorni, de Gisela Pérez, asistimos a través de bloques narrativos diferentes a talleres relacionados con la moda, la escultura de madera, la producción de cerámica y otro tipo de negocios familiares como la venta en el mercado o en las tiendas de tecnología.
Después de mostrarnos el día a día de varios artesanos y trabajadores, observamos unas concentraciones frente a un espacio de trabajo que reza por la asociación de la artesanía ante la intención de intervenir el lugar por parte de las autoridades. Hay un fuerte mensaje en lo referente a los espacios autogestionados que tienen que luchar contra un estado que solo se interesa por grandes empresas, que acostumbran a contaminar y no se interesan por estructuras de trabajo justas, mientras ellos no reciben ayudas para hacer frente a facturas gigantes de gas o cualquier otra clase de dificultades.
Con esta última historia cerramos la crónica de la primera parte del festival y pasamos a la Sección Oficial Galega, en la que encontramos cuatro filmes con narrativas diversas que tienen como punto de anclaje la tierra matria.
El primer título del que vamos a hablar es Al otro lado del mar, una composición de cartas fílmicas a lo largo de varios años intercambiadas entre Eloy Domínguez Serén y Samuel Moreno Álvarez, uno en Galicia y otro en Colombia. A lo largo del filme, nos preguntamos si hay una intencionalidad inconsciente por alejarse de aquello que les es familiar a ambos cineastas. De un lado, Eloy rememora su estancia en el Ártico; del otro, Samuel dialoga desde la cuarentena sobre una visita a un lugar que tenía una alta tasa de contagio.
Desde esta distancia, Eloy describe y muestra diferentes historias, que sentimos como una liberación personal, pero sin llegar a descubrir qué es aquello que lo apresa. Con Samuel, nuestra memoria no se esfuerza por retroceder mucho en el tiempo para palpar ese aislamiento físico de los seres queridos bajo el mismo techo, que de alguna manera sirvió para revisarnos a nosotros mismos.
El hecho de cartearse filmicamente es una práctica hermosa que han ejercido grandes cineastas, y siempre encontramos elementos que forman aliteraciones, rimas y antítesis. Algunas de las que descubrimos aquí refieren a muestras visuales de la ventana como pantalla, los recursos de las imágenes perdidas que recuperan en esta conversación íntima, el distanciamiento, la liberación del cuerpo, la familia y la casa como proyecto del momento que despide el documental.
El hogar es siempre una temática a la que volver dentro de la filmografía de los cineastas independientes y experimentales, tanto por la cercanía como por la manera en la que perfila el carácter y la visión de las artistas. Malgrat, corto de Santi Teijelo, revisita la casa de la abuela que marcó un momento de su infancia y adolescencia y que ahora está a la venta.
Cada minuto resulta un homenaje a esta figura que atraviesa la España de nuestras generaciones como un pilar incontestable. A través de imágenes de archivo, conversaciones por videollamada y escenificaciones en el lugar, se describen aquellos años y su importancia. La casa como un ser habitado al que también se reaviva con la proyección de los vídeos en los mismos espacios en los que fueron grabados, trayendo los espíritus de aquellos años al presente.
En la reconstrucción de los espacios también se aventura la pieza de Sara Traba, A festa do emigrante, que viaja hasta las tierras arcuenses en Portugal, para conocer la celebración que se hace cada año en el atrio de la iglesia de Extremo. Este es un proyecto surgido de la colaboración entre la Universidade do Minho y el equipo de la Unidad de Arqueologia donde está Rebeca Blanco-Rotea, con una aportación más técnica, y el grupo Síncrisis de la Universidad de Compostela, donde encontramos a Sara Traba como realizadora. La pieza toma como guía las palabras del vecindario, sumergiéndonos en un viaje a través del paisaje y de la tradición, donde los fuertes de Brangandelo y Pereira tienen una relevancia histórica por su conservación, siendo protagonistas de las guerras de la Restauração en el siglo XVII. Gracias a los planos de dron podemos apreciar cómo delinea el paisaje de la montaña, valorando así este hito de gran relevancia en la Península Ibérica.
Por último, llegamos al corto Tatuado nos ollos levamos o pouso, de Diana Toucedo, que destila una fuerte expresividad relacionada con la imagen de manera poética. Con la música de corte vernáculo a cargo de BFlecha, pero continuando con la experimentalidad, las imágenes de las mariscadoras de San Xoán de Redondela nos hipnotizan mientras las escuchamos, a veces lejos, a veces cerca, hablando sobre su día a día, las dificultades personales y profesionales de cada una y su realidad como colectivo.
La cinta se caracteriza por una marca autoral latente al conjugar la música ya comentada con los versos y palabras que dotan de una segunda lectura a las imágenes y que van liberando el documental al salpicar la pantalla, acompañadas de las ilustraciones de Mariona Domènech, generando una capa nueva y rompiendo el tiempo del filme. Casi media hora que nos acerca a la realidad de las costas gallegas en manos de especialistas como las mariscadoras, y con un pequeño capítulo también para los pescadores, donde se habla de la importancia de trabajar la tierra, pero también de las personas que lo hacen, ante la belleza de la costa que exige un sacrificio que se deja notar en el analógico.