A media voz, de Heidi Hassan y Patricia Pérez Fernández

Heidi Hassan y Patricia Pérez cuentan que cuando eran niñas querían ser oceanógrafas. Quizá por esa primera vocación el agua tiene una presencia recurrente en su último trabajo, A Media Voz, un documental con un profundo carácter intimista y autoral, con ecos de referentes explícitos como Agnès Varda, en el que a través de su historia personal van tejiendo un relato sobre los afectos, los sueños frustrados, el desarraigo, la soledad, y, por supuesto, el cine. Ellas, cubanas en la frontera de los 40 años, se conocieron en una piscina y estudiaron juntas en la academia de cine de La Habana, pero sus caminos se separaron, perdieron el contacto y lo retomaron, ya años después, lejos de Cuba, en la emigración, entre Galicia y Suiza, dos vértices de un triángulo que al incorporar el país caribeño seguro que les resulta familiar a los espectadores gallegos. 

El agua, como decía, ejerce su papel de fluido y sirve como hilo conductor durante la película. Más allá de la anécdota de su primer encuentro o del carácter insular de Cuba —no solo en el plano físico, ya que no hay duda de que dentro del contexto occidental también es una isla en lo político y en lo socioeconómico—, este elemento se presta a metáforas más o menos obvias, como la de tirarse al vacío y sumergirse de repente, y vertebra el documental al funcionar, en sus diferentes variantes y estados, como un nexo entre los dos relatos entrecruzados que componen la película, el de Heidi y el de Patricia. Cada uno de ellos está formado, a su vez, por una serie de ensayos fílmicos que las protagonistas intercambian a modo de correspondencia audiovisual, una fórmula bastante en desuso actualmente y que, independientemente del empleo de las imágenes, les permite alcanzar un nivel de reflexión e introspección difícil de conseguir con la más moderna comunicación acelerada, inmediata, de las nuevas tecnologías.

Estas particulares cartas combinan, en todos los casos, la voz en off de cada una de ellas, según corresponda, y un conjunto heterogéneo de materiales audiovisuales: imágenes grabadas para el propio documental, viejos VHS, vídeos caseros, fotografías, collages, capturas de pantalla de videollamadas, el making off de un cortometraje que realizaron cuando estudiaban en La Habana, etc. Muchos de ellos muestran intencionadamente el paso del tiempo reflejado en el desgaste del soporte fílmico, como ocurre con las grabaciones de su infancia, o cuentan con limitaciones técnicas que potencian su carácter fragmentario, por ejemplo un vídeo casero que se grabó accidentalmente sin sonido. Asimismo, en el documental también se les concede una importancia singular a los objetos como archivo de la memoria y de la experiencia personal, en particular a aquellos que sirven para almacenarla, como las libretas, los diarios o los casetes. Todo este dispendio obedece, en suma, a la incesante búsqueda que anuncia Patricia con la frase que inicia su correspondencia —“busco una imagen que te hable de mí”— y es posible por lo que también ella confiesa, la necesidad de registrar los momentos significativos de su vida, incluso los más íntimos, hasta los límites de lo imaginable. 

En un sentido más profesional, la voluntad de filmar —o de “batallar con la luz”, como lo define Heidi, directora de fotografía— es otro de los temas que atraviesa el conjunto del filme, frecuentemente contrapuesto a los obstáculos que lo dificultan o lo impiden, sean personales y de tipo creativo, como un excesivo perfeccionismo, o, sobre todo, estructurales, como la precariedad laboral que no permite compaginar el trabajo y la creación o la posición subalterna de la mujer dentro de la industria audiovisual, que le dificulta el acceso. Al mismo tiempo, y quizá por esto, también está muy presente una cierta concepción evasiva del cine, pero más desde la perspectiva del creador que desde la del espectador, como una suerte de vía de escape que permite huir del ambiente opresivo de lo cotidiano, simbolizado explícitamente en el documental a partir de la gran urbe deshumanizada en la que se pierde el individuo, más aún si posee la condición de extranjero en un contexto ajeno cuyos códigos no conoce y cuya lengua no domina. 

Sin embargo, esta película no es la más indicada para quien busque un posicionamiento firme, en un sentido o en el otro, en relación con la situación cubana o una crítica social de las condiciones de trabajo de los inmigrantes sin papeles. Evidentemente, ambas cuestiones aparecen reflejadas profusamente, pero siempre filtradas a través de la propia experiencia, de modo que lo político se diluye en lo personal y solo es posible encontrarlo implícitamente. Así, por encima de la dicotomía señalada en el documental entre irse de Cuba o quedarse allí y tratar de reformarla desde dentro, acaba primando una tercera postura: la de evitar tomar partido ante la exigencia de posicionarse, huir de la mirada escrutadora de los demás.

Se produce entonces una aparente paradoja, ya que una de las principales características de la cinta es precisamente que otorga al espectador el papel de voyeur, testigo directo de la historia de dos mujeres contada por ellas mismas con todo lujo de detalles y sin escatimar imágenes de sí mismas, incluso las que se podrían considerar más personales, de tal modo que se adentra por completo en su intimidad. También ellas participan a veces de ese voyeurismo, por ejemplo, en una secuencia en la que Heidi cuenta cómo disfruta observando el contenido de los bolsos para explorar el interior de sus dueños y, a continuación, observamos una sucesión de fotografías de los objetos extraídos, meticulosamente ordenados sobre un fondo plano coma si se tratase de un alijo incautado por la policía. Así, actúan simultáneamente como cuerpo que se exhibe, espectador que lo percibe y camarógrafo que lo filma.

En síntesis, se puede decir que A Media Voz hace honor a su nombre en lo relativo al tono confesional e intimista que lo caracteriza, además de tratarse de un relato construido a medias entre dos voces que acaban por confluir. Asimismo, se trata de un filme absolutamente personal, como también se refleja en el hecho de que ambas directoras intervengan directamente en prácticamente todos los procesos de la producción, desde la dirección hasta el montaje, pasando por el guion, la interpretación y la dirección de fotografía. Lo que más lo caracteriza, sin duda, es la exaltación del carácter afectivo del cine y de las imágenes, perfectamente ejemplificado en un plano en el que Heidi acaricia la cara de Patricia reproducida en la pantalla como si esa copresencia ficticia y asíncrona permitiese un contacto verdadero, físico. En suma, de eso es de lo que trata, de lamerse las heridas.

Comments are closed.