La ruleta de la fortuna y la fantasía, de Ryûsuke Hamaguchi

LA OBRA MAESTRA DEL CINEASTA DEL MOMENTO

El nipón Ryûsuke Hamaguchi es posiblemente uno de los realizadores más prolíficos del panorama actual (con permiso de Hong Sang-soo). Tiene solo 42 años y 15 títulos ya en su filmografía, aunque solo verdaderamente cuatro que se hayan movido a nivel internacional. Quedan los otros por descubrir, supongo. El tercero que nos llega a Occidente es La ruleta de la fortuna y la fantasía (偶然と想像, Gûzen to sôzô, 2021), tras Happy Hour (ハッピーアワー, Happî awâ, 2015) y Asako: I & II (寝ても覚めても, Netemo sametemo, 2018). Conviene citarlos todos, porque es en la comparación donde descubrimos ciertas constantes en la obra del japonés, mientras que certificamos que nunca hace exactamente el mismo filme. Comencemos por ver cuál es el argumento de este último, sin entrar en detalles del desarrollo, porque ahí es donde está la gracia de esta fluida (que no ligera) película. La ruleta de la fortuna y la fantasía se compone de tres historias, de unos 40 minutos de duración cada una, unidas por distintos modos de comprender el azar. No se repiten personajes, ni se cruzan en ningún sitio, ni nada parecido. La unidad es conceptual. En el primero de los relatos, dos amigas discuten sobre el último romance fortuito de una de ellas. En el segundo, una mujer de mediana edad que tiene un affaire con un alumno más joven de su universidad, decide tenderle una trampa sexual a uno de sus exprofesores por iniciativa del chico. En el último, dos antiguas compañeras del colegio coinciden por casualidad en la calle cuando una de ellas vuelve a su ciudad natal por unas horas.

Desvelar cómo se comprende el azar en cada una de estas historias es desmontar una cinta que juega con las expectativas del espectador para sorprenderlo en todo momento, por lo que no haremos esto. Pero podemos hablar de su dispositivo. En los tres casos se nos presentase una situación aparentemente sencilla y en la segunda secuencia queda desmontada por la aparición de elementos que de alguna manera contradicen la promesa hecha al inicio. Las resoluciones son muy claras, pero también quedan abiertas, como con un sentimiento suspendido de que otro final, muchos, son posibles. Hamaguchi está jugando con los elementos más básicos de la narración clásica, introducción, nudo y desenlace, de un modo muy lúdico, mostrando que todavía cuentan con posibilidades de ser explotados desde nuevas perspectivas. Otra cuestión que volatiliza con un uso continuo, pero nada convencional, es el nudo de trama. Robert McKee tiene que estar alucinando, no sé si en el buen o el mal sentido. Como ya dijimos, hay una sorpresa con cada nueva secuencia, pero esta no se siente dramáticamente puntuada, como diría cualquier manual de guion. Se va introduciendo poco a poco (sus personajes hablan con calma) hasta que se instala en nosotros, y la fascinación es por tanto mayor. Su cine parece ligero en la superficie, pero es íntimo e intenso.

Una vez más, Hamaguchi demuestra ser un excelente guionista con una obsesión clara por la estructura. En Happy Hour ya teníamos tres partes, cuatro amigas, vivencias que se entrelazaban, tres episodios diferenciados en sus vidas. Asako I & II es un díptico, con una elipsis en medio que dilataba más si cabe esa distensión temporal. En la Ruleta hace exactamente lo contrario, encapsula el tiempo en tres momentos muy concretos. Por oposición a las anteriores, los personajes aquí no repiten, cada historia podría parecer libre para moverse a su libre albedrío y, sin embargo… está el demiurgo Hamaguchi. Inequívocamente, el escritor del segundo relato es un alter ego de él que ofrece las claves para interpretar el filme como una narración espejo que, si fuese un dibujo y se plegase por el medio, acabaría por unirse en sus puntas. Dicho de otra forma, existe una calculada simetría en este filme que se mueve con tanta fluidez. Justo la escena central es una intensa secuencia de corte sexual que brota de la imaginación del profesor, de su libro. Cuando se le pregunta por qué ha situado esta insinuante escena justo en el medio, dice que hay dos motivos. El primero es mantener la atención del lector en el ecuador del relato, ofrecerle un caramelo. Conseguido. El segundo tiene que ver con la métrica de la lengua – quién comprendiese el japonés para saber interpretar mejor estas palabras – y con una cuestión estructural, que genera un conjunto armónico. Veamos, la estructura del filme es esta: secuencia larga, secuencia larga, desenlace corto; secuencia corta, secuencia todavía más larga, desenlace corto; secuencia corta, secuencia larga, secuencia larga. No puedo decir sin tener una copia para revisarla que las duraciones de cada uno de estos bloques sean idénticas, pero sí que me atrevería a asegurar que cerca están de serlo. Así, si vemos La ruleta de la fortuna y la fantasía como una melodía visual, las notas podrían tener una duración similar a esta: ___ ___ _ | _ _____ _ | _ ___ ___. Como se aprecia, de una simetría milimétrica.

No solo controla Hamaguchi la estructura, también demuestra una inusitada maestría en lo visual. O bien filma las conversaciones desde una posición que permita ver los rostros de los interlocutores a la vez o, en el caso de que su disposición en el espacio no lo permita, recurre al plano-contraplano. En el primer caso, la cámara suele estar fija, pero a veces hay sutiles elementos para captar ciertos detalles. Igualmente, cuando se suceden los planos de actores contrapuestos, sabe regular la distancia adecuada a la intensidad de la conversación, dejando las tomas más cortas para los momentos de mayor intimismo y conexión entre los personajes. No tiene reparos en usar planos extremadamente frontales de actores que miran casi a la cámara, con un método que recuerda al de Eugène Green, o de introducir un zoom para ir a un rostro desde un plano más general, recurso que solo Hong Sang-soo parece saber ejecutar hoy en día sin que parezca pasado de moda. Hamaguchi también. Cuando estas puntuaciones visuales entran en escena, es de un modo tan sutil que no desentona para nada con un conjunto que se siente armonioso. De nuevo, aparentemente sencillo y muy fluido, pero profundamente meditado.

Quizás usar la palabra delicado para describir la obra de un japonés suene a tópico, pero así es el cine de Hamaguchi. Delicado, sutil, sugestivo, fluido e intenso. Existen también en él constantes temáticas. La mujer está en el centro del relato y, si bien ha retratado a personas de muy distintas generaciones y contextos, subyace en las historias que despliega un interés por desmontar la hipocresía de la sociedad nipona. Hablamos a menudo de la contención, de la autorrepresión emocional del país del sol naciente, pero creo que se trata de una cuestión universal. A diario nos encontramos en nuestras vidas con pequeños (o enormes) secretos que a veces desearíamos dejar ocultos, aunque la verdad suele salir a flote. A veces descubrimos cosas en nuestro interior, como el profesor Segawa a través del arte, que chocan contra la imagen que proyectamos de nosotros, hacia otros o hacia nosotros mismos. Por momentos deseamos conectar a toda costa con alguien en nuestras vidas alienadas. Los sentimientos habitualmente no expresados encuentran siempre el momento de materializarse en palabras o hechos.

Cando Hamaguchi fue descubierto entre los críticos más inquietos de Occidente con Happy Hour, surgían varias comparaciones con Éric Rohmer. No sé si son cineastas demasiado próximos, pero ambos tienen una capacidad enorme para capturar la fragilidad del ser humano en ciertos momentos de su vida y apelar al espectador con relatos universales que quizás pivotan en torno a la pregunta fundamental: ¿cuál es el sentido de nuestras vidas? Ryûsuke Hamaguchi se consagra con La ruleta de la fortuna y la fantasía como uno de los cineastas del momento. Es una obra maestra.

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