APUNTES SOBRE ADOLESCENCIA Y SEXUALIDAD EN EL CINE

El verdadero objeto de la educación,

como el de cualquier disciplina moral,

es engendrar la felicidad.

William Goldwing

Basta una ojeada al revelador libro Shere Hite responde a las cartas de los jóvenes sobre el sexo para comprobar que las dudas, preocupaciones e intereses de los adolescentes respecto a la sexualidad van mucho más allá de las reiteradas cuestiones sobre la primera vez, el embarazo o las enfermedades de transmisión sexual. Algunas de las cuestiones que los jóvenes plantean a la influyente sexóloga alemana van encaminadas hacia aspectos como la vergüenza y el sentimiento de culpabilidad que puede generar la masturbación, la impaciencia durante los juegos preliminares, el desconcierto y temor del chico cuando la chica no tiene orgasmos con él o las relaciones homosexuales, así como cuestiones sobre sensualidad, impulso sexual, orgasmo femenino, eyaculación precoz, sexualidad igualitaria, violencia sexual u orientación e identidad sexual. Cuestiones, en fin, que demuestran un grado de conciencia e interés por la sexualidad mucho más profundo que el que se atribuye al mito del adolescente insensato e impetuoso, gobernado por los desórdenes de las hormonas sexuales.

A pesar de que el sexo y la sexualidad han logrado incorporarse a la enseñanza obligatoria hasta alcanzar un trato franco y desprejuiciado, numerosos expertos coinciden en reprochar la prevalencia de modelos educativos que encaran estas cuestiones de un modo eminentemente descriptivo, en los que la información sexual mantiene su prevalencia sobre la educación sexual. Así, ese primer concepto, el de información sexual, comprende aspectos objetivos y funcionales del sexo, ofreciendo conocimientos precisos sobre biología, anatomía o fisiología, pero “desconectados del espíritu y de la moral”, según W. Kretschmer, quien defiende que los adolescentes “deben comprender el drama del amor y no sólo conocer datos biofisiológicos de la sexualidad y hechos externos”. En concordancia, autores como J. Dierkens atribuyen a la educación sexual la formación de la plenitud de la personalidad, desde sus aspectos biofisiológicos y psíquicos, hasta los sociointelectuales y morales. Así, concluye Norberto Galli, “la educación sexual es, ante todo, pedagogía del carácter y de la voluntad”.

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Los niños buscan en el adulto que les iluminen en los

misterios de la vida, y hay pocos misterios más

sugerentes para el niño que el sexo

Norberto Galli

A pesar de que la educación sexual es una competencia que se vincula por defecto a las instituciones educativas, se trata de un área del conocimiento que, como todas las fundamentales, debe comunicarse también desde el propio hogar. Algo que todos sabemos, por supuesto, pero que pocos padres ponen realmente en práctica.

En consecuencia, es muy importante que los jóvenes no escuchen voces discordantes de sus profesores y progenitores. Esto no sólo significa que los mensajes no deben ser contradictorios, sino que tampoco pueden proceder de un único lugar. Como advierte Norberto Galli, “el método del silencio y la renuncia a las propias responsabilidades exponen al menor a una serie de ansiedades, inquietudes, sentimientos de culpabilidad, excesos fantasmales y miedos, que pueden tener después incidencias desfavorables sobre su personalidad”1.

Naturalmente, tan perjudicial como el silenciamiento son las respuestas censurables o reprobables, que puedan crear en torno al sexo un “reino de la repulsa y de la prohibición”2. Así, numerosos psicólogos recomiendan que, a partir de cierta edad, los padres incorporen a su conversación también los temas sexuales, “de una forma espontánea, sin solemnidad y sin ceremonias misteriosas”, como precisa W. Stekel. De lo contrario, si los educadores (tanto maestros, como progenitores) se desentienden de esta responsabilidad, los muchachos y muchachas acudirán a quienes se ofrezcan a resolver sus dudas, a menudo amigos y compañeros de su misma edad e igualmente inexpertos, “de los cuales no recibirán ningún tipo de esclarecimiento, sino una mayor confusión y, sobre todo, una visión deformada del sexo”3.

En definitiva, tan es negativo desestimar los beneficios de una buena educación sexual como infravalorar los perjuicios de una formación sexual ineficiente o inexistente, ya que, al fin y al cabo, “los temas que afectan a la sexualidad y a las relaciones personales tienen mucho que ver en última instancia con la identidad y la autoestima4”.

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Desde que el cine es cine, el sexo es motivo de

escándalo, una piedra de toque que continúa

irritando y soliviantando a los más puros

(en realidad estrechos) de espíritu

Ramón Freixas y Joan Bassa

La extraordinaria capacidad del cine para crear realidades autónomas o influir sobre nuestra percepción de realidades existentes, convierten los textos fílmicos en excelentes dispositivos donde representar y reflexionar sobre cuestiones relativas al sexo y la sexualidad, como pueden ser la orientación e identidad sexual, el erotismo, la seducción, el deseo, el romanticismo, las relaciones de pareja, las conductas sexuales, el enamoramiento o los recurrentes debates sobre roles de género y guerras de sexos. Lógicamente, esa idoneidad del cine para involucrarnos en contextos ajenos o descubrir realidades veladas de nuestro propio entorno, lo hacen también especialmente vulnerable al artificio distorsionado, pudiendo convertirlo (voluntaria o involuntariamente) en un espejo deformante. El cine, por lo tanto, puede tanto contribuir a la comprensión de nuestra realidad como incitar una mayor confusión, especialmente acentuada en el caso de una cuestión tan quebradiza y tortuosa como el sexo y la sexualidad: “si ya es problemático el tratamiento del tema, definirlo se ha convertido en una sañuda competición de leyes, reglamentos y censuras, de boutades, estudios meditados y reacciones viscerales que se empeñan en remar al viento intentando moralizar o distinguir entre lo bueno y lo malo, ver qué separa lo púdico de lo indecente, lo decoroso de los obsceno, lo fino de lo basto”5.

Teniendo en cuenta la dificultad y amplitud de este tema, expondré a continuación una serie de títulos que, a mi juicio, albergan interés desde el punto de vista de la educación sexual, entendida, en este caso, no como instrucción sino como divulgación. Esta selección de películas (que iré completando a lo largo de varios días), incluye mayoritariamente propuestas que retratan la aproximación de los adolescentes al sexo, y pretende ser una muestra desprejuiciada de la iniciación sexual de sus jóvenes protagonistas, huyendo de intransigentes criterios morales o moralizantes. Por cuestión de formato y extensión, apenas realizaré breves pinceladas sobre cada título, aunque me detendré especialmente en el primero de ellos, Comizi d’Amore, ya que reúne muchas de las cuestiones contenidas en el resto de films.

Pasolini interroga a toda clase de italianos sobre creencias, suposiciones, conductas o prácticas sexuales (arriba), para luego reflexionar a partir de esas respuestas junto al psicólogo Cesare Musatti y el escritor Alberto Moravia (abajo)

COMIZI D’AMORE (1965), de Pier Paolo Pasolini

Este admirable film-encuesta resulta fundamental para comprender la envergadura que tiene la educación sexual como instrumento adoctrinador en una determinada realidad social. Al tiempo que recoge todo tipo de testimonios relativos a la sexualidad, Pasolini elabora un revelador retrato de la idiosincrasia de la(s) sociedad(es) italiana(s) de comienzos de los sesenta, los años del boom económico trasalpino. Un “milagro económico” que, como lamenta el propio autor en el epílogo del film, no estuvo acompañado, desgraciadamente, por un milagro cultural o espiritual equivalente.

El artista boloñés interroga a soldados, futbolistas, obreros, estudiantes, campesinos, comerciantes y demás ciudadanos anónimos sobre creencias, suposiciones, conductas o prácticas sexuales, desvelando una profunda y generalizada confusión, tan parca en conocimiento como abundante en reprobables prejuicios y absurdos mitos, intolerancia e intransigencia.

El film comienza con un sintomático prólogo en el que Pasolini, a quien vemos a menudo delante de la cámara a lo largo de la película, pregunta a varios niños de apenas siete u ocho años de dónde vienen los niños. Las explicaciones de los pequeños van desde la clásica cigüeña hasta uno que asegura que a él lo trajo su tío en una cesta de mimbre, u otro que confunde la lavadora (lavatrice, en italiano) con la comadrona (levatrice), quien, según él, trae a los bebés en una flor de su bolso. Este divertido desconocimiento se torna agrio, sin embargo, al comprobar que la confusión de los críos es también extensible a los adultos, aunque sin la justificable inocencia de los primeros. Las respuestas de los adultos descubren una sociedad excesivamente conservadora, sujeta a una mentalidad preocupantemente misógina y homófoba, aunque matizada según la acentuada frontera que se establece en el film entre la moralidad del norte y la del sur.

Así, el propio Pasolini conversa con hombres y mujeres que justifican la superioridad masculina y las privaciones femeninas, mientras otros tratan de meditar los motivos de esta desigualdad: “para los campesinos, que no tienen nada, el honor de la mujer es la riqueza. Si pierden eso, no les queda nada. Se llega a estos absurdos. Una familia con cuatro hijas se muere de hambre, porque sólo trabaja el padre. A las hijas no se les permite ir a trabajar, porque podrían perder su virginidad”, explica una mujer en una conversación en la que también participa la prestigiosa periodista Oriana Fallaci.

Además de argumentos machistas, Pasolini soporta también testimonios que manifiestan una impúdica repulsa por los homosexuales, e incluso escucha a un joven que argumenta, entre risotadas, por qué es preferible asesinar a una mujer infiel que separarse de ella, ante la ovación de la gente que le rodea. Barbaridades que llevan al cineasta, en determinados momentos del film, a silenciar las declaraciones bajo un rótulo que pone “autocensura”.

Por supuesto, no todos y todas las participantes demuestran una actitud retrógrada e intolerante, pero incluso muchos de los que no lo hacen se manifiestan visiblemente ruborizados o cohibidos y, o no contestan, o lo hacen con tímidos monosílabos, o caen en frases hechas y lugares comunes, especialmente en los casos de quienes parecen pertenecer a la burguesía acomodada.

Las respuestas de los participantes a las cuestiones sexuales planteadas por Pasolini remiten y derivan una y otra vez a asuntos como el trabajo, el dinero, el honor, la familia, el matrimonio, la paternidad y la maternidad, el adulterio, el cierre de prostíbulos (conocidos en Italia como “casas de tolerancia”) o, por supuesto, la religión: “¡En Italia tenemos una religión, y la religión debe ser respetada!”, reclama una de las mujeres entrevistadas.

Otro tema polémico tratado en el film es el divorcio, un derecho entonces aún prohibido en Italia (al igual que en el Estado español6) y que despertaba una agria controversia difícilmente comprensible hoy en día: “primero tienen hijos con uno, luego tienen hijos con otro… ¿Qué país tendremos el día de mañana?”, condenaba la misma mujer que reclamaba el respeto de la religión. “No debe haber divorcio, porque las mujeres harían lo que quisieran. Las uniones deben mantenerse, a no ser que se trate de un caso de enfermedad mental, o algo semejante”, argumenta un joven. También en este caso, por supuesto, hay numerosos testimonios a favor del divorcio, sobre todo en el caso de chicos y chicas jóvenes.

Paralelamente a estos testimonios, vertebrados en cuatro episodios7, Pasolini incluye conversaciones con conocidos intelectuales italianos, entre los que se incluyen el psicólogo Cesare Musatti, el poeta Giuseppe Ungaretti o el escritor Alberto Moravia, amigo personal del director y autor de la celebrada novela El conformista. De hecho, en una conversación en la que Pasolini, Musatti y Moravia debaten sobre el modo en que algunos entrevistados se escandalizan al hablar sobre homosexualidad, este último asocia el escandalizarse con el miedo a perder la propia personalidad, tras lo que concluye con una certera reflexión: «una creencia que ha sido conquistada con el uso de la razón y un examen de la realidad, es bastante elástica como para que uno no se escandalice. En cambio, una creencia recibida por tradición, por pereza, por educación pasiva, es un conformismo”.

Uno no puede evitar pensar, al ver este ilustrativo film, cuál habría sido el resultado si se hubiese desarrollado el mismo proyecto en la España franquista de la época.

El sexo en 'Kids' (Larry Clark, 1995) es una satisfacción fútil, trivial, banal; pero también un modo de combatir la apatía

KIDS (1995), de Larry Clark

[En la tradición anglosajona] los niños son seres destinados a sufrir la violencia de un universo en ebullición y, por lo tanto, también agresores en potencia, quizás portadores del mal y de la muerte”8. Esta reflexión de Carlos Losilla no tiene nada que ver con Kids, pero bien podría ser una aguda sinopsis de la opera prima de Larry Clark. Este film canalla es uno de los títulos más emblemáticos sobre el sexo durante la adolescencia, y, probablemente, el más polémico de las dos últimas décadas.

La película generó un monumental alboroto en su estreno en 1995 y enfureció en los Estados Unidos a asociaciones católicas y ligas de padres de familia, escandalizadas por las escenas con desnudo de actores menores de edad simulando sexo explícito. Sin embargo, más allá de la valoración moral de estas actuaciones, considero que la discutible cuestión de forma de este film no debiese eclipsar a su demoledora cuestión de fondo: el hedonismo egoísta, necio y (auto)destructivo de los adolescentes retratados por Larry Clark.

El problema no es si los críos follan o no follan, sino cómo lo hacen, con quién lo hacen y por qué creen que lo hacen: “Si desvirgas a una tía, tú eres el hombre. Nadie podrá volver a hacerlo. Tú serás el único. Nadie, nadie tendrá jamás el poder de hacerlo de nuevo”, fanfarronea el quinceañero Telly9 mientras detalla a su amigo Casper cómo “desfloró” (delante de nuestros ojos) a su última presa, una niña de doce años. “Es como hacerse famoso. Aunque te mueras mañana, todas las vírgenes que te has follado seguirán recordándote dentro de cincuenta años. Se lo contarán a sus nietos”, replica su colega.

Mientras caminan por las calles de Nueva York, el “cirujano del virgo” cuenta a su encandilado compinche los pormenores de su hazaña, permitiéndole incluso comprobar el olor de la muchacha en sus propios dedos. Luego, Casper mea contra un muro en plena calle mientras discuten dónde ir a fumar y emborracharse. A continuación, ambos roban cerveza y fruta a sendos vendedores asiáticos y finalmente se van a casa de unos amigotes donde todos fuman hierba, beben cerveza y se cuentan batallitas sobre las tías que “se han tirado”. Paralelamente, en otra parte de la ciudad, un grupo de chicas de la misma edad hablan sin tapujos sobre su primera vez, sobre felaciones y cunnilingus, posturas y duraciones. Son conversaciones desenfadadas, espontáneas, directas, atrevidas, filmadas con planos cortos, cámara en mano, al estilo del cine directo. El film rebosa frescura y descaro, destila verdad. Somos testigos privilegiados, a lo largo de veinticuatro horas, de conversaciones y situaciones vedadas para los adultos. Larry Clark filma a estos jóvenes actores amateur con la asombrosa intimidad y crudeza con la que años antes había fotografiado a los chicos y chicas que aparecen en las instantáneas de Tulsa (1971) y Teenage Lust (1983), sus dos álbumes más celebrados.

[En las siguientes líneas, justifico mi mayor discrepancia

con la película, teniendo que incluir algún que otro spoiler]

Tras esta contundente inmersión en el maremágnum adolescente, Larry Clark y su guionista Harmony Korine (quien escribió el guión en dos semanas, a los diecinueve años) orquestan una trama embustera y embaucadora, engendrada en una secuencia maniquea protagonizada por dos de las quinceañeras de la secuencia anterior: Jennie (Chloë Sevigny) acompaña a su amiga Ruby (Rosario Dawson) a realizarse una prueba de detección del VIH, ya que la segunda está preocupada por haber mantenido reiteradas relaciones sexuales sin protección. Las respuestas de ambas a sendos cuestionarios de enfermeras subrayan que Jennie sólo ha tenido sexo en una ocasión (en la secuencia anterior había dicho que había perdido su virginidad con Telly), mientras que Ruby ha tenido prácticas de riesgo con numerosos chicos (especifica con cuántos y de qué tipo). Como puede uno intuir, con el fin de advertir (y sermonear, e indignar) al espectador, el guión decide que sea Jennie y no Ruby quien está infectada de VIH. Así, angustiada y desolada, la joven comienza una desesperada búsqueda de Telly, que acaba de transformarse a nuestros ojos de detestable Don Juan en funesto portador de muerte. Por si fuera poco, para rematar al espectador con una dosis letal de moralina, Jennie no sólo no evita que Telly infecte (previsiblemente) a otra “virgen”, sino que es violada en la última escena del film por el único personaje al que se le podría vislumbrar un posible futuro, Casper (quien, posiblemente, también se haya contagiado).

[Fin de spoiler]

Aún así, a pesar de mi malestar con esas fraudulentas decisiones de guión, sí reconozco en este film una admirable destreza en su puesta en escena íntima, capaz de hacernos penetrar, respirar y estremecer con una cultura juvenil, en palabras de Janet Maslin, “espiritualmente muerta, construida en el sinsentido, en la crueldad aleatoria y en el placer vacuo”10.

El sexo en Kids es una satisfacción fútil, trivial, banal; pero también un modo de combatir la apatía: “cuando eres joven, poco importa. Cuando encuentras algo que te gusta, eso es todo lo que tienes. Cuando duermes, sueñas con coños. Cuando despiertas, lo mismo. Están ahí, delante de ti. No puedes evitarlo. A veces, cuando eres joven, el único lugar donde ir es hacia el interior. Eso es todo: follar es lo que adoro. Sin eso no tengo nada11”, admite Telly en el prólogo de la película. En el último plano del film, la mañana después de una juerga de escándalo, Casper mira a cámara, resacoso, aturdido, confuso… y exclama una brillante, simbólica y premonitoria coda: “Jesús, ¿qué ha pasado?”.

[A lo largo de los próximos días iré añadiendo nuevos títulos a esta selección, entre los que se incluyen PRETTY BABY y EL SOPLO AL CORAZÓN, de Louis Malle; LA BELLEZA DE LAS COSAS, de Bo Widerberg; FUCKING AMAL, de Lukas Moodysson; MA VIE EN ROSE, de Alain Berliner; NO TENGAS MIEDO (2011), de Montxo Armendáriz; o SHORTBUS, de John Cameron Mitchell]

1 Galli, Norberto: Educación sexual y cambio cultural. Barcelona, Editorial Herder, 1984, pp.17-18

2 Ibíd. p.193

3 Ibíd., p.18

4 Certerwall, Eric: El amor en la adolescencia. Hablando de sexualidad y de relaciones personales en la escuela. Barcelona, Ediciones del Serbal, 2000. p.15

5 Freixas, Ramon y Bassa, Joan: El sexo en el cine y el cine de sexo. Barcelona, Paidós, 2000, p.22

6Italia y España fueron dos de los últimos países europeos en aprobar el divorcio, en 1970 y 1981, respectivamente

7 I – Grande fritto misto all’italiana / II – Schifo o pietà? / III – La vera Italia? / IV – Dal basso e dal profondo

8 Losilla, Carlos: La infancia que mira y construye. Breves notas sobre los niños en el cine norteamericano, en VVAA: Miradas cinematográficas sobre la infancia. Niños atravesando el paisaje. Buenos Aires, Miño y Dávila. p.98

9 Telly es el personaje protagonista del film, encarnado por Leo Fitzpatrick cuando tenía dieciséis años.

10 Traducción propia de la crítica de Janet Maslin para New York Times, publicada el 21 de julio de 1995. El texto original dice: “spiritually dead teen-age culture built on aimlessness, casual cruelty and empty pleasure”.

11 Traducción propia de “When you’re young, not much matters. When you find something that you care about, then that’s all you got. When you go to sleep at night you dream of pussy. When you wake up it’s the same thing. It’s there in your face. You can’t escape it. Sometimes when you’re young the only place to go is inside. That’s just it – fucking is what I love. Take that away from me and I really got nothing”.

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