BERLINALE 2019: SECCIÓN OFICIAL

Synonyms (Nadav Lapid) © Guy Ferrandis

Synonyms (Nadav Lapid) © Guy Ferrandis

La última edición del Festival Internacional de Cine de Berlín (7-17 de febrero) fue especialmente prolífica en lo que se refiere a titulares y polémicas en torno a su programación. Después de 18 años como director artístico de la Berlinale, el germano Dieter Kosslick se despedía del festival con una 69ª edición que prometía mucho más de lo que acabó ofreciendo, especialmente cuando hablamos de uno de los mayores escaparates de cine a nivel global. A pesar de los cada vez más frecuentes debates sobre la presencia de Netflix en este tipo de eventos, o de la retirada de una de las cintas en Sección Oficial (One Second, del maestro chino Zhang Yimou, cancelada por “motivos técnicos”), el encuentro alemán logró salvar el prestigio en el último minuto con un palmarés más que respetable en un año que dejó un sabor un tanto agridulce. Por otra parte, cabe destacar un tímido esfuerzo de cara a una mayor representación de mujeres cineastas, con una programación que, a pesar de no ser igualitaria (7 directoras entre las 17 cintas a competición), estuvo a años luz de ejemplos vergonzosos como los que ofrecieron las últimas ediciones de  Cannes o Venecia.

El jurado oficial de este año, encabezado por Juliette  Binoche, concedió el Oso de Oro a la inclasificable Synonyms, del israelí  Nadav Lapid. Tras el éxito de sus anteriores largometrajes (Policeman recibió el Premio Especial del Jurado en Locarno y The  Kindergarten Teacher cosechó críticas muy positivas en la Semana de la Crítica de Cannes), Lapid ofrece en esta ocasión un auténtico tour de force cargado de pasión e ironía, con un relato que gira alrededor del conflicto identitario. La historia, en parte autobiográfica, se centra en el desesperado intento de un joven israelí por huir del pasado y renegar de su patria mudándose a Francia. La cinta arranca con una secuencia prometedora y profundamente simbólica, en la que el protagonista sufre el robo de todas sus pertenencias nada más llegar a París, obligándolo a deambular desnudo por un inmenso apartamento vacío. Después de vivir una especie de “renacimiento”,  Yoav (un Tom Mercier entregado) comienza una extravagante odisea para adoptar la nacionalidad francesa, decidido a no volver a pronunciar una palabra de hebreo ni a relacionarse con sus antiguos compatriotas.

Sin embargo, pese a su proclamada hostilidad contra el estado judío de Israel (que se contrapone aquí con el laicismo de la República Francesa), el protagonista descubre rápidamente que no es tan sencillo abandonar las propias raíces, viéndose sumido constantemente en un estado de “esquizofrenia identitaria”. Estamos ante una cinta atrevida, con un guión inteligente y un humor ácido y punzante que dispara en todas las direcciones. Del mismo modo, el tono de la obra fluctúa enormemente, alternando reflexiones sosegadas, manifiestos antipatrióticos, actos performativos y momentos de puro histrionismo, con una narrativa episódica que avanza de manera irregular, perdiendo fuerza a medida que avanza el relato. Con todo, Synonyms se reveló como una de las pocas propuestas acertadamente arriesgadas y destacables de esta edición, consagrando a Lapid como un realizador a tener muy en cuenta.

I was at home, but… (Angela Schanelec) © Nachmittagfilm

I was at home, but… (Angela Schanelec) © Nachmittagfilm

El Oso de Plata a la Mejor Dirección fue para Angela Schanelec por I was at home, but…, una propuesta exigente llamada a dividir a público y crítica por igual. El singular estilo de Schanelec, caracterizado por su marcada desconexión emocional y narrativa, así como por el empleo de largos planos secuencia con poco o ningún movimiento, vuelve a forzar en esta cinta la capacidad empática del espectador, componiendo una experiencia tan frustrante como fascinante. La trama (aunque cualquier intento por abordar la película desde un punto de vista narrativo resulta casi ridículo), comienza con el retorno inesperado de un adolescente después de desaparecer durante una semana, perturbando profundamente a su familia y profesores. De este modo, el regreso del chico desencadena una crisis existencial que llevará a los personajes a reconsiderar su vida y la forma en la que se relacionan entre sí. En un primer momento, todo en la obra resulta artificioso y lejano, pero de alguna forma el tono críptico de Schanelec acaba penetrando en el espectador hasta involucrarnos en su universo de extensas digresiones artísticas y dramas shakesperianos. I was at home, but… es un complejo rompecabezas en el que las piezas casi nunca encajan, lo que resultará estimulante para algunos pero muy extenuante para otros.

Los premios interpretativos fueron para Yong Mei y Wang Jingchun, protagonistas de la soberbia So Long, My Son, de Wang Xiaoshuai, posiblemente la cinta más completa de la selección. Estamos ante una saga familiar que se desarrolla a lo largo de 30 años, desde los tiempos de la Revolución Cultural hasta el frenético crecimiento económico del siglo XXI, conectando los dramas internos de una familia con las heridas abiertas y traumas nacionales de la sociedad china. Más concretamente, la película se centra en los estragos de la política del hijo único, poniendo el foco en la experiencia de una pareja asolada por el luto y la culpa. A pesar de su larga duración y narrativa fragmentada, que salta constantemente entre distintos arcos temporales, la película presenta un tono consistente y un excelente manejo de los tiempos. Xiaoshuai hace una exploración minuciosa de la psique de sus personajes, sin descuidar el componente de intriga que soporta el relato ni las reflexiones de carácter político y social que convierten a So Long, My Son en una obra rotunda. En resumen, un melodrama magistral que nos agarra el corazón durante tres horas, con una de las rectas finales más demoledoras que hemos visto en pantalla.

El galardón al mejor guión fue para Roberto Saviano, Maurizio Braucci y Claudio Giovanessi por La paranza dei bambini (Piranhas), adaptación de la novela homónima del reportero napolitano. La cinta, dirigida por Giovanessi, presenta un enérgico relato iniciático ambientado en el rione Sanità, uno de los distritos de Nápoles donde opera la Camorra. La trama se centra en el auge de un grupo de adolescentes que, descontentos con la situación que impera en el barrio, optan por embarcarse en una espiral de criminalidad y violencia hasta convertirse en una de las bandas dominantes. Inspirada en circunstancias y acontecimientos reales, la película denuncia la situación de abandono en la que vive la juventud de estas barriadas, que ven en la vida delictiva la única salida para prosperar. Se trata de una obra atrayente y amena sobre la pérdida de la inocencia, pero no llega a impactar con la crudeza visceral de otros relatos de Saviano como Gomorra (Matteo Garrone, 2008). En ocasiones la historia bordea los convencionalismos del telefilm, pero logra mantener un espíritu propio y original gracias al inspirado trabajo del reparto, conformado por actores debutantes. Completaron el palmarés By the Grace of God, dirigida por el aclamado realizador galo François Ozon (Frantz, Dans la maison), con una cinta sobre un caso real de abusos sexuales en la Iglesia francesa que le valió el Gran Premio del jurado;  System Crasher, de Nora Fingscheidt, que recibió el premio Alfred Bauer para una obra que “abre nuevas perspectivas en el arte cinematográfico”, y Out Stealing Horses, de Hans Petter Moland, que se llevó el galardón a la mejor contribución artística por la calidad de su fotografía, a cargo de Rasmus Videbæk.

La paranza dei bambini (Claudio Giovanessi) © Palomar

La paranza dei bambini (Claudio Giovanessi) © Palomar

Una de las sorpresas del palmarés fue la ausencia de premios para Öndög, de Wang Quan’an, un prometedor thriller ambientado en la estepa de Mongolia que arrancó con una buena acogida y previsiones bastante favorables. También se fue de vacío God Exists, Her Name is Petrunya, de Teona Strugar, un magnífico relato feminista con trazos kafkianos que nos lleva hasta una zona rural de Macedonia. Durante la celebración de la festividad de Epifanía, Petrunija, una joven de 31 años que vive con sus padres, se convierte de forma inesperada en un auténtico fenómeno mediático, protagonizando un escándalo sin precedentes que pone en cuestión siglos de tradiciones patriarcales. Basada en hechos reales, la película de Strugar se resiente debido a un discurso bastante superficial (que a veces roza lo paródico), y a una narrativa muy repetitiva, pero logra mantenerse a flote gracias a un personaje principal memorable y a un humor negro e incisivo que evidencia los disparates del sistema al que debe hacer frente. Empleando también el marco rural de fondo, Denis Coté presentó la sugestiva Ghost Town Anthology, otra cinta que no se vio avalada por el jurado oficial pero que consiguió amplio consenso entre la crítica. El realizador canadiense firma una historia de realismo mágico y fantasmagórico con referencias lyncheanas, ambientada en un pequeño pueblo de Quebec al borde de la despoblación. Tras la trágica muerte (o suicidio) de un joven local, la línea que separa el mundo de los vivos del “más allá” comienza a desvanecerse, y los escasos habitantes del lugar deberán aprender a convivir con los espíritus de los difuntos que ahora pululan a su alrededor. A nivel estético, los parajes nevados y la fotografía en 16 milímetros confieren a los espacios una entidad esotérica, como si accediésemos a un plano espectral, convirtiendo la cinta de Coté en una de las apuestas más novedosas e interesantes del festival.

Por otra parte, también hubo en esta Berlinale títulos que nos despertaron mucha menos simpatía, pasando de la indiferencia a la indignación. Después de un arranque de festival cuanto menos decepcionante, con The Kindness of Strangers, de Lone Scherfig, como cinta de apertura, los teatros y salas de la capital alemana tenían reservadas experiencias realmente desagradables. La que sin duda era la cinta más esperada de esta edición, The Golden Glove, de Fatih Akin, se convirtió enseguida en la más divisiva. Sumándose a la última ola del género true crimen, el realizador alemán de ascendencia turca decidió adaptar la novela de Heinz Strunk sobre el infame Fritz Honka, asesino en serie que mató y descuartizó a cuatro mujeres en el barrio rojo de Hamburgo durante la década de los 70. Más allá de la increíble mutación e interpretación de Jonas Dassler en el rol protagonista, la cinta de Akin hace aguas en su obscena representación de un personaje execrable, sobre todo en lo que se refiere a las repulsivas escenas de violencia misógina que llevaron a muchos a comparar la cinta con la reciente La casa de Jack, de Lars Von Trier. Con toda honestidad, podemos apreciar en la obra un interés real por aportar una especie de estudio de personaje conectado con la deprimente situación de la Alemania de posguerra, pero todo acaba ensombrecido por la morbosidad y el afán provocador de un director pagado de sí mismo, que nos tiene acostumbrados a trabajos de otro nivel y altura moral.

Pero si había un título que esperábamos con interés (y cierta suspicacia), ese era Elisa y Marcela, el último trabajo de la realizadora catalana Isabel Coixet, rostro habitual en el Festival de Berlín que esta vez se presentó de la mano de Netflix (provocando una sonada reacción por parte de los exhibidores alemanes). La película cuenta la historia del primer matrimonio homosexual registrado en el Estado español: la unión entre las maestras gallegas Elisa Sánchez Loriga y Marcela Gracia Ibeas, que tuvo lugar en una parroquia de A Coruña en el año 1901. Un relato imprescindible pero hasta ahora relativamente desconocido (a pesar de que en Galicia alcanzó una mayor visibilidad recientemente gracias a la versión teatral producida por A Panadaría), y que sin duda merecía una adaptación cinematográfica que pusiese en valor la vida de estas dos pioneras y la importancia de su legado. Desgraciadamente, Coixet ofrece un melodrama plano y atestado de clichés, tanto en lo que se refiere a las convenciones del género como a su ambientación y aproximación a la realidad gallega. Obviando la elección de casting y las cuestionables decisiones lingüísticas (apenas se escucha una palabra de gallego en esta historia ocurrida en la Galicia rural de comienzos del siglo XX), algunos momentos como la ya notoria escena de sexo con un pulpo de por medio hablan por sí mismas… Natalia de Molina y Greta Fernández ofrecen un trabajo sólido en la piel de Elisa y Marcela, pero sus interpretaciones se revelan en ocasiones carentes de empatía y pasión, debido principalmente al apresurado proceso de producción en el que se vieron envueltas las actrices. Cabe destacar, eso sí, la claridad con la que Coixet afronta el relato, sin desviar el foco de las dos protagonistas, así como el respeto con el que compone secuencias románticas hermosamente filmadas y rebosantes de sensualidad, sin caer nunca en lo gratuito. A fin de cuentas, una obra llena de buenas intenciones y una representación (o interpretación) más que necesaria, pero que no está a la altura de la historia que tiene entre manos.

Elisa y Marcela (Isabel Coixet) © Netflix

Elisa y Marcela (Isabel Coixet) © Netflix

La maestra polaca Agnieszka Holland, que recibía en 2017 el premio Alfred Bauer por Spoor, tampoco presentó en esta Berlinale su mejor versión. Con la problemática Mr. Jones Holland rubrica una aproximación bastante mediocre a uno de los episodios más negros de la historia soviética: el Holodomor o Genocidio  Ucraniano, nombres con los que se conoce la hambruna que asoló Ucrania durante los años 1932 y 1933 (una catástrofe que dejó millones de muertos y que se considera derivada de las políticas de colectivización de la URSS). La cinta es casi una hagiografía del personaje titular, el periodista galés Gareth Jones, que destapó el escándalo de la hambruna soviética en la prensa occidental. La trama está dividida en 3 partes bien diferenciadas: un primer acto más enigmático y atractivo, que recuerda por momentos al estilo subjetivo de László Nemes (El hijo de Saúl, Atardecer), un segundo tiempo efectista y hasta impúdico en el que se explicita el drama de la película, y una tercera parte demasiado expositiva y subrayada. También en el terreno del biopic nos encontramos con otros dos títulos fuera de competición: la magnética Vice, de Adam McKay, y la más convencional Marighella, ópera prima del actor y director brasileño Wagner Moura (Narcos, Tropa de élite). McKay presenta uno de los biopics más creativos y agudos de los últimos tiempos, centrándose en la figura de Dick Cheney, exvicepresidente de los Estados Unidos. Un relato tan hilarante como desolador, que a pesar de su falta de profundidad ofrece un repaso afinado por la trayectoria y artimañas de Cheney, además de otra increíble transformación de Christian Bale. Por su parte, Moura dirige un retrato intenso sobre los últimos años del guerrillero Carlos Marighella, que peca de un exceso de maniqueísmo y mitificación, pero destaca por unas interpretaciones contundentes y una fotografía de gran precisión.

Completaron la competición oficial The Ground Beneath My Feet, de Marie Kreutzer, y A Tale of Three Sisters, del turco Emin Alper. La realizadora austríaca apostó por un perturbador thriller psicológico en el que aborda los efectos de una sociedad capitalista enfermiza y obsesionada con las apariencias. Por su parte, la obra de Alper nos traslada a una aldea remota en las montañas de Turquía para componer un cuadro bucólico sobre tradiciones y lazos familiares, pero que carece de un mensaje y dirección claras, distinguiéndose tan sólo por unos elaborados diálogos y una química encomiable entre las actrices protagonistas. Finalmente, para terminar con buen sabor de boca este repaso por la 69ª edición del Festival de Berlín, debemos resaltar la visita de la siempre acertada Agnès Varda, que presentó en Berlín su última clase magistral. En Varda par Agnès, proyectada fuera de competición, la “abuela de la nouvelle vague” nos obsequia con un testamento cinematográfico en el que hace un repaso extenso por su obra, estilo, método de trabajo e influencias a lo largo de más de 60 años de carrera. Una auténtica delicia cinéfila con la que cerrar en alto esta crónica. Cabe mencionar que el año que viene tomará el relevo de la Berlinale el italiano Carlo Chatrian, hasta ahora director de Locarno, por lo que se augura un cambio importante en la línea artística del festival, una perspectiva que esperamos con impaciencia.

Varda par Agnès (Agnès Varda) © Cine Tamaris

Varda par Agnès (Agnès Varda) © Cine Tamaris

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