BONG JOON-HO: VIVISECCIONANDO AL “MONSTRUO” DE LA PANTALLA COREANA

Esta vez haz que parezca real… como en las películas”

Inspector Park Doo-man -Song Kang-ho- en Memories of Murder

El año 2003 marcó, sin duda alguna, un antes y un después en la historia del cine coreano. No tanto por la propia historia cinematográfica de Corea del Sur, que ya contaba con una larga tradición, como por la acogida que las pantallas occidentales comenzaron a hacer de las producciones llegadas del país asiático. Por supuesto, quedaba mucho camino por recorrer (aún queda), pero puede decirse que ese sendero se despejó el mismo día en que Memories of Murder (2003) se proyectó en la Kursaal de Donosti, hace ahora una década. Cierto es que nombres como Park Chan-wook o Kim Ki-duk estaban ya reconocidos por el mundillo cinéfilo, pero el descarado treintañero coreano que se llevaba la Concha de Plata al mejor director en 2003 era un completo extraño en el circuito. En aquel momento, Bong Joon-ho solo contaba en su haber con un largometraje, Barking Dogs Never Bite (2000), pero fue quien de firmar uno de los thriller más intensos y alabados del cine asiático y una de las mejores cintas que haya exportado Corea del Sur hasta la fecha. Ese descaro, quizá, es la principal cualidad de un realizador poco prolífico (apenas cinco películas en trece años), pero dotado de una capacidad innata para conquistar a crítica y público -asiáticos y occidentales- por igual.

Barking Dogs Never Bite: la comedia negra como marca de la casa

En el 2000, estrenaba Bong Joon-ho su primer largometraje después de tontear con varios proyectos cinematográficos obteniendo como resultado unos cuantos cortos. La cinta, que tuvo una acogida bastante tibia en su país y apenas perceptible en el resto del mundo, puede calificarse como una sátira de ciertas costumbres coreanas y una mordaz crítica contra la especulación inmobiliaria como epítome de la incomunicación social en las grandes urbes asiáticas. Con una frenética banda sonora al ritmo de una jam session, Barking Dogs Never Bite (플란다스의 개, Bong Joon-ho, 2000) se mueve entre la comedia y el drama para narrarnos la historia de un apocado aspirante a profesor que soporta los continuos reproches de su mujer embarazada mientras sopesa la posibilidad de aceptar un soborno para hacerse con una plaza. Entre tanto, centra su ira contenida en los ladridos de un perro que vive en uno de los cientos de apartamentos de las decenas de macrobloques de su vecindario. Acabará tomando una decisión, la de «hacer desaparecer» al perro, que le arrastrará a una serie de acontecimientos en los que también se ve inmersa una joven del barrio decidida a salvaguardar la integridad de los pobres canes que dan título a la película. Al igual que la jam session de la banda sonora, la película es una mezcla de géneros que no acaban de conectar del todo y puede que el espectador acabe perdido. No obstante, el filme alcanza momentos de gran hilaridad, en parte, gracias a los protagonistas encarnados por Sung-jae Lee y Doona Bae (actriz fetiche del director), así como algunos brillantes secundarios: el conserje con “turbios” gustos culinarios (el veterano Byeon Hie-bong, otro actor fetiche), la vecina dueña del infortunado perro o la perezosa kiosquera, que tendrán cierto peso en la trama. Todos ellos se nos presentan como personajes arquetípicos de una comedia negra renovada que Bong acabará convirtiendo en marca de su cine.

Memories of Murder. Una obra maestra del thriller

No son pocos los que achacan a Bong Joon-ho, al igual que ya habían hecho con Park Chan-wook, el hacer un cine «demasiado occidental» o invadido por clichés de las producciones estadounidenses. Sin embargo, esas voces críticas han sido incapaces de encontrar una sola pega al impecable acabado de Memories of Murder (살인의 추억, Bong Joon-ho, 2003), que retuerce los parámetros de una película de género para imprimir esa pátina tan característica del cine coreano en la que el patetismo parece dominar la vida de unos personajes que luchan denodadamente por conseguir sus objetivos. Una lucha, en la mayoría de los casos inútil, que los acaba transformando en paradigma del antihéroe.

Lejos de dejarse influenciar por la mirada occidental, Memories of Murder podría ser la cinta más “localista” de Bong Joon-ho, dado que el guión está basado en la historia real del primer asesino en serie conocido en Corea del Sur, que violó y mató a varias mujeres entre 1986 y 1991. De ahí parte el argumento, en el que un oficial de policía de un tranquilo pueblo de provincias, encarnado por Song Kang-ho (omnipresente e imprescindible en el cine de su patria), se ve obligado a investigar una serie de brutales asesinatos, siguiendo un no menos brutal método para hacer confesar a los sospechosos. Lejos de reprobar las acciones del personaje, que ponen en tela de juicio la corrupción policial existente, Bong Joon-ho lo presenta de tal forma que el espectador no puede hacer otra cosa que empatizar con él: sus torpes e infructuosos esfuerzos por encontrar al autor de los crímenes (en la vida real nunca llegaron a dar con él) conducen a una serie de caricaturescas secuencias en las que el único que parece poner cierta lógica es un otro detective enviado desde Seúl a quien da vida Kim Sang-kyung. Es obvio que la búsqueda del asesino no es la única trama que vertebra la cinta, porque también cobra una importancia central la evolución de ambos personajes que a un mismo tiempo se rechazan y se necesitan (el Yin y el Yang, tan presente en la cultura coreana). Como complemento, una amplia galería de personajes secundarios refuerza la trama poniendo mayor acento en el drama o en la comedia según sea el caso; véanse como ejemplos a un deficiente mental enamorado de la primera chica asesinada, o del pusilánime obrero que se excita pensando en las jóvenes muertas.

Un tercer pilar de la película es la ambientación que Bong Joon-ho fue capaz de crear a través de un paisaje, en un principio complementario, pero pieza clave a medida que avanza la película. La cinta arranca con una hermosa panóramica de un campo de arroz en el que los niños del pueblo cazan insectos sin la menor sospecha de lo que allí se oculta (básicamente, el cadáver de la primera víctima). Poco a poco, vamos conociendo los lugares comunes del pueblo y la fotografía se torna más oscura con el objetivo de conseguir una atmósfera lúgubre, primero en la comisaría, y luego en el exterior, donde la lluvia cobrará un gran protagonismo. Un efecto al que ya habían recurrido otras películas del género, destacando Seven (David Fincher, 1995) sobre todas ellas, ya que la lluvia incesante contribuye a intensificar la sensación de asfixia del thriller.

Sin llegar a ser un manierista como Park Chan-wook (y sus planos imposibles) o Kim Ki-duk (y sus imágenes poéticas), Bong Joon-ho consigue aquí unas secuencias ciertamente bellas y trepidantes, como la persecución en la cantera, que refuerzan un solvente guión que se mueve a partes iguales entre el thriller, el drama y la comedia. Una mezcolanza que había probado fallidamente en Barking Dogs Never Bite, pero que en Memories of Murder funciona como el engranaje de un reloj suizo.

The Host. O el mutante que se comió la taquilla

Aun a riesgo de que suene a cuento chino (o coreano), lo cierto es que The Host (괴물, Bong Joon-ho, 2006) es mucho más que una película de ciencia ficción con toques de terror orientada solo a recaudar en taquilla. Al contrario, podría clasificarse como una lúcida radiografía de la situación actual de Corea del Sur que acabó venciendo los recelos iniciales de aquellos que habían alabado Memories of Murder y que tenían sus dudas sobre el giro de tomado por el cine de Bong Joon-ho. El director nos presenta a una extraña criatura mutante que surge de las aguas del río Han en Seúl y que va sembrando el caos y el pánico en la capital coreana; todo ello como coartada perfecta de una más que evidente crítica al imperialismo militar estadounidense, al uso de armas químicas y a la histeria colectiva que predomina entre los surcoreanos por una supuesta amenaza de sus vecinos comunistas. Un dato anecdótico, a este respecto, es que el gobierno de Corea del Norte llegó a elogiar la cinta, dado que basa su trama en una “metedura de pata” del ejército de Estados Unidos.

Con una factura visual impecable (que ya la quisieran para sí algunas superproducciones en 3D), The Host retoma algunos de los clichés del cine que tan buen resultado le habían dado a Bong Joon-ho en sus anteriores obras, sobre todo a la hora de construir personajes que se columpian entre la ternura y el patetismo más absoluto. Especialmente destacable, como no podía ser menos, es Song Kang-ho, en este caso en el papel de Gang-doo: un hombre de pocas luces que regenta un puesto de comida junto a su padre (Byeon Hie-bong) en la orilla del río Han. Gang-doo pasa sus días sin pena ni gloria, entre las riñas de su progenitor por sus torpezas y los desprecios de su propia hija, Hyun-seo (Ah-sung Ko, actriz revelación de esta película), mucho más desarrollada intelectualmente. Todo eso, hasta que el monstruito en cuestión entra en escena y se lleva a la niña…

Gang-doo emprende entonces una implacable búsqueda con la ayuda de sus hermanos, un universitario en paro amante de las protestas anticapitalistas y una fallida medallista olímpica de tiro con arco (a quien encarna Doona Bae). Los tres, que parten con el estigma de perdedores, sacarán lo mejor de sí mismos para rescatar a Hyun-seo y acabarán erigiéndose en héroes casi por accidente.

The Host resulta, en definitiva, una entretenida, divertida y lograda fábula que acabó por conquistar a públicos de todo el mundo, convirtiéndose en la película más taquillera del cine coreano (58,2 millones de euros recaudados); un título que le ha arrebatado El gran golpe (The Thieves, Choi Dong-hoon, 2012) este año. Pese a todo, la rocambolesca versión oriental de Ocean´s Eleven de Choi no ha logrado, ni de lejos, el beneplácito de la crítica como lo hizo The Host en su momento. Buena muestra de ello, la da la larga lista de premios recopilados por la cinta de Bong en festivales europeos como Sitges o Fantasporto y muchos otros en el circuito asiático.

Mother… no hay más que una

Sin llegar a ser una película de menor categoría, Mother (마더, Bong Joon-ho, 2009) parece creada como una especie de “transición” en la que Bong trató de repetir la fórmula que tantos elogios le había deparado con Memories of Murder. En este caso, el thriller deja un mayor hueco para el melodrama para relatarnos la historia de una madre coraje dispuesta a todo para demostrar la inocencia de su hijo: un chico que, a la postre, tiene un coeficiente intelectual más bajo de lo normal (el director coreano retoma, una vez más, uno de sus personajes arquetípicos) y al que acusan de matar a una adolescente. Como en Memories of Murder, Bong sitúa la trama en una pequeña ciudad de provincias en la que la sobreprotectora madre, interpretada magistralmente por Kim Hye-ja, tendrá que buscar al supuesto asesino de la chica o a alguien que pueda atestiguar que su hijo es inocente.

Con una narración en la que abundan los flashback, Bong Joon-ho se inspira en algunos clásicos como Rashomon (羅生門, Akira Kurosawa, 1950) para mostrar la historia desde los distintos puntos de vista de varias personas, aunque ninguno sea el acertado. Por eso, la película destaca como un impresionante estudio de caracteres en los que cada personaje está centrado en su papel y ni siquiera la sorprendente revelación del final les hará cambiar su forma de pensar o modo de actuar. Todo ello encaja con las ideas de destino y fatalismo tan típicamente orientales, que están presentes en otras películas coreanas actuales, como Sympathy for Mr. Vengeance (복수는 나의 것, Park Chan-wook, 2002) por citar un ejemplo.

Para romper tanta carga dramática, Bong echa mano de algunos elementos cómicos como tiene por costumbre (la escena del Karaoke es de lo mejorcito de la película), lo que inspira aún más la compasión del espectador hacia esa madre que lucha por descubrir una verdad que, tal vez, preferiría ignorar.

Una joya llamada Shaking Tokyo

Aunque sus películas se pueden contar con los dedos de una mano, lo cierto es que Bong Joon-ho tiene una carrera bastante activa fuera del largometraje. Hasta la fecha ha firmado seis cortos, entre los que se encuentran Influenza, incluida en Digital Short Films by Three Directors (2004) ; o Iki, incluida en “3.11. A sense of home films”, un compendio de veinte cortometrajes de 3:11 minutos a beneficio de las víctimas del terremoto que sufrió Japón en marzo de 2011.

Iki no es la primera cinta en la que Bong Joon-ho incluye al país nipón en su argumentario cinematográfico. Tres años antes había firmado conjuntamente con Michel Gondry y Leos Carax la antología Tokyo! (2008), un dispar homenaje a la capital japonesa a través de diversos ambientes y puntos de vista. Y con “dispar” queremos decir que el resultado de los tres mediometrajes es bastante desigual, pasando de la insulsa trama de Gondry (Interior Design), al histrionismo delirante de Carax (Merde), para finalmente llegar a la contención y el minimalismo de Bong Joon-ho. El director coreano firma aquí una hermosísima pieza que lleva por título Shaking Tokyo y que centra su argumento en el curioso mundo de los “hikikomori”, urbanitas ermitaños que apenas salen de sus casas o apartamentos. Salvo cuando el amor llama a su puerta sacudiendo su existencia cual terremoto…

Subido en la locomotora

Mientras aguardamos ansiosos el estreno en nuestras pantallas de Snowpiercer (설국열차, Bong Joon-ho, 2013), su director ultima varios proyectos, como la producción de Haemu, una obra muy popular en el teatro coreano. Su nombre también podría figurar en los títulos de crédito de la segunda parte de The Host, que está en fase de post-producción, aunque en esta ocasión solo colabore como guionista. De momento, Bong Joon-ho está recogiendo los primeros éxitos de ese transiberiano apocalíptico que ha supuesto su primera película con reparto internacional y que en tan solo dos días consiguió más de un millón de espectadores en Corea del Sur. Como bien señala Daniel de Partearroyo en su artículo de A Cuarta Parede, Snowpiercer confirma al realizador como la auténtica “locomotora” del cine coreano.

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