CALL ME BY YOUR NAME, de Luca Guadagnino

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Existe un subgénero tan amplio de películas sobre amores adolescentes de verano que la temática debería tener categoría propia en el buscador de Filmaffinity. Encima, dentro de este ingente corpus, la variante “despertar sexual en la campiña italiana” debe de ser una de las más populares, pues pocos marcos habrá más bucólicos para un idilio iniciático que los exhuberantes paisajes lombardeses o toscanos bañados por la cálida luz estival. Entonces, ¿era necesario rodar una nueva repetición de este tropo? ¿Quedan a estas alturas versiones que contar que no huelan a déjà-vu? Pues parece que sí. Con su tercer film, Luca Guadagnino demuestra que aún se puede sacar oro de una veta sobreexplotada si uno lo hace con cuidado y atención.

Si Call me by your name (2017) narrase el romance entre el precoz Elio y su amiga Marzia (algo que sugiere la equivocadísima campaña promocional de la distribuidora española, y que la propia película explora en dos secuencias), se trataría de una película bastante más convencional. Afortunadamente para todos, el objeto de deseo del chaval será Oliver, un alumno doctorando de su padre que va a pasar 6 semanas de residencia en la mansión familiar con ellos. La premisa resulta bastante más atractiva así: las particularidades del cortejo homosexual aún no han sido tan explotadas cinematográficamente, y casi no tenemos testimonios de época de ambientación del relato (1983). Jordan Hoffman en The Guardian calificó a la cinta de “gran incorporación al canon gay”, y no va desencaminado: se agradece el esfuerzo de este título y otros como Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) o Far for Heaven (Todd Haynes, 2002) por dotar al séptimo arte de una retrocontinuidad que muestre cómo se habría plasmado el amor entre hombres en otros períodos y géneros fílmicos de no haberlo impedido la censura del momento. En esas coordenadas hipotéticas, Call me by your name podría habren sido obra de Rohmer, Téchiné o del mismo James Ivory (coguionista de esta adaptación) si por aquel entonces no les hubiese faltado valentía.

El principal mérito de la puesta en escena de Guadagnino (toda una ruptura con su filmografía previa) es dejar que la seducción avance a su propio ritmo, lenta pero segura, sin prisa por llegar a la resolución del conflicto, frustrando ideas preconcebidas. El cineasta disfruta plasmado la belleza del dolce far niente, de los cuerpos al sol, de las cenas al fresco, de la erudición intelectual, de los bailes en las verbenas y los paseos en bicicleta… y así revela orgánicamente las etapas previas al esperado clímax (el desdén, el descubrimiento de los sentimientos propios, su asimilación, la confimación de la reciprocidad, el titubeo y la superación de los obstáculos) con una equilibrada mezcla de sutileza y honestidad, incluso ingenuidad, exprimiendo al máximo la sensualidad inherente de cada situación.

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Por esta aplastante sobrecarga sensorial, pasará el tiempo y de la atmosférica Call me by your name nos seguiremos acordando de varios de sus pequeños momento y estímulos perfectos. Se recordará como la película que descubrió a Timothée Chalamet al gran público, un talentoso nuevo intérprete capaz de transmitir todas las contradicciones del deseo adolescente. Tampoco olvidaremos la sugerente escena del melocotón, culmen erótico en semi-fuera de campo en una película que juega muy bien con lo que enseña y con lo que sobreentiende. Conservaremos y reescucharemos las preciosas canciones que Sufjan Stevens compuso específicamente para la banda sonora, raro ejemplo de comunión total entre cine y música. Y quedará también para la posteridad el monólogo final del personaje de Michael Stuhlbarg (el padre que todo marica pre-millennial querría haber tenido), de una ternura inusitada, uno de los pocos momentos en los que lo oral toma protagonismo en una película tan preponderantemente visual. Esta obra se vive dos veces: mientras se experimenta alborozadamente, y según va creciendo en la memoria y se convierte en un ideal platónico y mejorado del prototípico film italoestival.

Incluso al propio equipo creativo le cuesta desprenderse de él. Guadagnino ha expresado la posibilidad de retomar la historia de estos dos amantes en una futurible secuela (coartada hay: en la novela original de André Aciman los personajes se reencuentran años después en América), al estilo de Richard Linklater y su trilogía Before. Uno recibe estas noticias con una mezcla de anhelo y recelo: Call me by your name es de los pocos especímenes de obra audiovisual que sabe cómo terminar y dejar la puerta abierta, pero también se intuye que ya nada volverá a ser lo mismo que aquella primera vez. El tiempo dirá.

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