CANNES 2018 EP. 1: INICIO CON ACENTO ESPAÑOL

Todos lo saben (Asghar Farhadi, 2018)

Todos lo saben (Asghar Farhadi, 2018)

Comenzó ayer el festival de Cannes con nuevas prácticas para las periodistas. Ahora los primeros pases están reservados para miembros del equipo, autoridades locales, famosas y demás asistentes típicas de una premiere. Dicen desde el festival que las redes sociales generan mucho ruido antes de que las propias creadoras del filme puedan ver proyectado su trabajo y que les parece injusto. La industria va antes que la crítica, está claro. Personalmente no nos molesta, como a otras colegas, pues al fin y al cabo trabajamos para las lectoras, que en gran parte de los casos verán estos filmes meses después. ¿Por qué no esperar entonces unas horas?

Y con este nuevo calendario, vimos esta mañana Todos lo saben (2018). Se inicia este Cannes 2018, en efecto, con acento español. El filme está dirigido y guionizado por el iraní Asghar Farhadi, habitual en Cannes, que eligió rodar en España tras una anécdota que le ocurrió en Sevilla, relacionada con el rapto de un niño. Se puso entonces a pensar cómo se desarrollaría una trama con secuestro y rescate en el ámbito de una familia. La historia del filme se centra en cómo una pareja que vive en Buenos Aires, interpretada por Penélope Cruz y Ricardo Darín, visita por una boda el pueblo natal de ella. Pero la familia, compuesta por un espectacular reparto que incluye a Javier Bardem, Bárbara Lennie, Inma Cuesta o Eduard Fernández, tiene muchos secretos que guardar en este thriller con toques a lo Agatha Christie.

El modelo está bien claro. Hay un misterio que resolver y cada miembro de la familia es presunto culpable. Pero la desaparición de una niña es solo un instrumento que le sirve a Farhadi para hablar de lo de siempre en su cine: de los reproches callados, el rencor guardado… en definitiva, las decisiones que tomamos ante situaciones que nos superan y sacan a relucir nuestros fantasmas. El reparto cumple y en ocasiones se entrega, como en el caso de Bárbara Lennie, con dos impresionantes secuencias que aumentan el vuelo de la película. Pero por lo general falta la intensidad que ha caracterizado a la obra del iraní previamente y queda la sensación en el aire de que esto ya lo ha hecho antes, pero mejor.

Donbass (Sergei Loznitza, 2018)

Donbass (Sergei Loznitza, 2018)

Otras miradas

Tampoco ha empezado suave Una Cierta Mirada, que se abría con lo último de Sergei Loznitsa, Donbass (2018). El ucraniano lleva dos décadas hablando del devenir político de su país las relacións del mismo con Europa, del despertar de lo más primario de la naturaleza humana ante las difíciles pruebas de la historia, en una intensa carrera que ya pasa de los veinte títulos y que alterna con facilidad la ficción y el documental. Solo en este 2018 ya presentó Victory Day (2018) en la Berlinale, y ahora hace lo propio en la Croisette, con esta propuesta que mezcla intérpretes profesionales con amateurs y que quiere verse como “el reflejo de la historia en un espejo distorsionado del mundo underground”, explica el realizador en sus notas de intención.

Seguramente con lo de undergournd se refiera a que muestra el día a día de las ucranianas de a pie, ciudadanas de la localidad de Donbass que no salen en las noticias, viviendo bajo el régimen de la Nueva Rusia, en un estado dividido, en guerra y ya olvidado por los medios europeos como es Ucrania. El filme presenta una serie de acontecementos inconexos que tienen como punto común la crítica mediante la sátira de las puestas en situación de varios rituales políticos y sociales de esa estructura administrativa creada con apoyo de Rusia y que, en esencia, es un estado no reconocido por la ONU, como tantas otras pequeñas escisiones de la antigua URSS. Pudiendo compartir su análisis político de la situación – quienes somos desde España, en todo caso, para comprender tan complejo asunto, del que estamos desinformados – lo cierto es que genera al menos dudas que un realizador se sitúe de forma tan obvia del lado de un bando, como si el otro estuviese inmaculado y libre de pecado. Es una cuestión que se le ha criticado ya a Loznitsa, como en su momento pasaba con Emir Kusturica y su apoyo a la antigua Yugoslavia, y con la que yo tampoco me siento cómodo, sin poder esgrimir una argumentación bien fundamentada.

Pero si pasamos de la política ucraniana al cine, terreno en que nos sentimos más cómodos, hay que decir que la parte de la declaración del realizador que más nos interesa es la del “espejo distorsionado”. ¿Se está refiriendo a las imágenes mundanas de los móviles y a su circulación por redes sociales? En la película, no dejan de verse móviles en las secuencias mostradas, bien se trate de una extraña boda o de un linchamiento público, por ejemplo. El caso es que siempre hay alguien que filma y, filmando juntas, se participa del rito audiovisual de una construcción identitaria. Esto es, todas linchamos y filmamos juntas, todas nos alegramos por la vida de una nueva pareja, grabada en un ayuntamiento con nuevas banderas y palabras de una funcionaria que acaban de ser inventadas. ¡Gloria al nuevo estado! ¡Viva el poder de las imágenes por el pueblo! Citando a un ruso, por si viene al caso, esta es la utopía imaginada por Dziga Vertov, una cámara en cada mano. Solo que las imágenes no nos liberan, nos hacen esclavos de una perniciosa conciencia colectiva en la que la masa hace sus estragos. Es en esto donde la nueva película de Sergei Loznitsa resulta más relevante.

Como mucha gente llegó tarde a la sala, no dejaban de verse linternas de los móviles alumbrando por los pasillos de la sala. Y yo pensaba: mira, parecen estar buscando a una hija en la oscuridad, como Penélope Cruz. Resulta curioso que en Todos lo saben el móvil también sea un importante recurso narrativo, no solo porque le permite alumbrar a José Luis Alcaine rostros en la oscuridad y su contraplano a la vez, sino porque parte de las pistas de la desaparición podrían estar en lo que se filmó en la boda.Y, claro, ya no hay solo un equipo de vídeo filmando en las bodas, hay muchos. Otro elemento a comentar es cómo Farhadi decide filmar o no las pantallas de los teléfonos cuando a las protagonistas les llegan mensajes sobre elrescate. Este fuera de campo de las pantallas aporta una interesante forma de intriga y reflexiona, como lo hace Loznitsa, pero desde otro ángulo, sobre elestatuto de esa cosa llamada smartphone en nuestras vidas y cómo nos relacionamos con el aparato.Pájaros de verano (Ciro Guerra, 2018)

Pájaros de verano (Ciro Guerra, 2018)

Medio siglo de la Quincena de los Realizadores

Mayo del 68 trajo consecuencias al festival de Cannes, por entonces también con acento español. Carlos Saura presentaba Peppermint Frappé (1967) cuando un grupo de cineastas, con Jean-Luc Godard y François Truffaut a la cabeza, irrumpieron en la sala para parar elpase, uníendose así a las protestas estudantiles de la capital. Saura, solidarizándose con la causa, se sumó al boicot a su propio filme y su cuarto largometraje tuvo el honor de ver caer el telón de la Croisette. Hizo historia sin proyectarse.

Fruto de esa ruptura cultural del 68 fue la Quincena de los Realizadores, que cumple en este 2018 medio siglo de vida en una edición muy especial. Además de un evento especial en la gala de clausura, su máximo responsable, Edouard Waintrop, que cederá el mando a Paolo Moretti en 2019, quiso comenzar fuerte dando la Carrosse d’Or, elpremio a una carreira, a Martin Scorsese. Él estrenó aquí Mean Streets (1973), de la que proxectó hoy una copia restaurada, además de ofrecer una conferencia. Uno de los momentos más emocionantes de la gala de ayer – si no elúnico – fue escucharlo declarar inaugurada en francés, junto a Cate Blanchett, esta edición del festival.

La Quincena invoca además a los más grandes para su inauguración, de la mano del colombiano Ciro Guerra, que con El abrazo de la serpiente (2015), uno de los filmes de aventuras con más músculo de los últimos años, lograra éxito mundial empezando aquí su andadura.

En esta ocasión firma junto a Cristina Gallego, su habitual produtora, Pájaros de verano (2018). Si en El abrazo de la serpiente decidían poner el foco en un chamán del Amazonas dentro del género de aventuras, esta nueva propuesta nos traslada a una comunidad wayuu – nativos da Guajira – entre los años sesenta y ochenta, desarrollando una historia real del enfrentamiento entre dos familias por el control de la exportación de marihuana. Filmada con elegancia, no supone sin embargo ninguna novedad en el género negro, adscribiendo todos los códigos del mismo con escrupulosa fidelidad. Pero las constantes de Guerra también se mantienen. A su favor hay que decir que, por debajo de esta mirada domesticada, se esconde un interés por representar las costumbres de los pueblos nativos de Colombia, lo que ya de por sí es destacable. También analiza cómo la pérdida de las tradiciones va ligada a la influencia de los imperios y su efecto pernicioso en los intercambios culturales y comerciales. En El abrazo de la serpiente era España el imperio maligno. Aquí son los Estados Unidos los que hacen de las suyas. En este sentido, la película es clara e incluso pedagógica, entendiéndose esto como un cumplido.

Todas las películas vistas hasta ahora son correctas y con una mirada reconocible de sus autores. Pero nos quedamos con hambre de sorpresas. A ver si en los próximos días llegan.

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