Cannes 2023 (IV): los mundos de Yupi

Fallen Leaves, de Aki Kaurismäki

Cuando hablamos de Le fabuleux destin d’Amélie Poulain (Jean-Pierre Jeunet, 2001), habitualmente se le critica el hecho de que la historia tiene lugar en una burbuja, un mundo fantástico que no es el París real, en el que todos son blancos, no hay problemas sociales y todo es magnífico. Es un análisis no compartido por muchos otros críticos, que han señalado que, en efecto, el filme se presenta como un cuento de hadas sobre una pareja que se enamora. No hay, por lo tanto, malicia ni falta de rigor en la manera en que está hecha la película.

Podríamos aplicar la misma lógica a Hojas caídas (Kuolleet lehdet, Aki Kaurismäki, 2023). Es una historia de amor entre un metalúrgico con problemas con la bebida y una mujer que pasa de un trabajo a otro sin mucha suerte. Ambos, figuras calladas y solitarias, coinciden accidentalmente en un karaoke y comienzan a buscarse por Helsinki. Como es habitual en Kaurismäki, los conflictos laborales aparecen, las desgracias ocurren, pero sus personajes, humanistas, nunca se dejan llevar por la desidia. Con el toque tragicómico que lo caracteriza, el finlandés realiza una bonita y delicada comedia romántica.

Donde quizá no acaba la cinta de tocar las cotas de lo más destacado del autor es en su alcance político. La guerra de Ucrania es mencionada continuamente en la radio, pero así como un refugiado de Oriente Próximo era protagonista en El otro lado de la esperanza (Toivon tuolla puolen, 2017), o la problemática de los asentamientos ilegales era central en Le Havre (2011), el Helsinki que nos presenta aquí Kaurismäki es el de un cuento de hadas suspendido en el tiempo, es su universo particular. Estas menciones a la actualidad de nuestro mundo no impactan en absoluto en la historia y son más anecdóticas que otra cosa. Al incluirlas, Kaurismäki evidencia más esta falta de conexión con la realidad. No es un título notable el suyo, pero sí es un adorable y muy gozoso romance, con personalidad y el humor propio del autor, que ganará sin duda a los incondicionales, que son legión.

Club Zero, de Jessica Hausner

Jessica Hausner acusa mucho más este problema en Club Zero (2023). Ambientada en un elitista instituto, se centra en los esfuerzos de una profesora que acaba de llegar, interpretada por Mia Wasikowska, por introducir a los alumnos en una doctrina de alimentación consciente de propia creación. Paulatinamente, van avanzando juntos en estos desórdenes nutritivos, por la causa del medioambiente, el bienestar personal y tantas cosas que venden estas dietas alternativas.

La cinta encara una problemática importante de nuestro tiempo, la necesidad de cambiar de hábitos de consumo en la industria alimentaria para mejorar nuestra salud y reducir el impacto del cambio climático, y la banaliza a unos extremos de reducción malsanos. La tesis de Hausner es que esto es una moda pasajera, controlada por el capitalismo para vendernos toda una serie de productos, y sin gran base científica. Tiene derecho a pensarlo y a criticarlo, pero si se toma ese camino, sería preciso analizar con rigor los argumentos que la llevan a levantar el dedo acusador.

La austríaca parece más interesada en desarrollar los mecanismos que pueden llevar a los adolescentes, en proceso de búsqueda identitaria, a radicalizarse en ciertas posturas antisistema y que, por ese hecho, les resultan atractivas, que en indagar en el vegetarianismo. La vertiente mística que el personaje de Wasikowska les imprime a las cosas reparte también leña contra la meditación y las sectas. Todo se mezcla en una película que parece una reacción a unas tendencias sociales incomprendidas, de las que se toman cuatro elementos superficiales y con eso se construye una fábula paródica. Club Zero podría haber ido sobre cualquier cosa. Podía Hausner haber elegido a una activista trans que intenta lavar las mentes de los chicos, y nada habría cambiado. Para ser un filme que critica tanto el adoctrinamiento, tiene mucho de sermón.

Las paletas de colores usadas, muy vivas, como las de Timo Salminen —el fotógrafo de Kaurismäki—, y esa aterradora simetría de los planos, nos colocan en un universo que intenta ser aterrador y edulcorado, fuera de este mundo. Algunas acciones que realizan los jóvenes nos llevan a ese cine de la crueldad que le gusta tanto a Cannes. El filme está producido por Ulrich Seidl, y parece que Hausner algo ha pillado en préstamo, pero no ha entendido que para ser efectiva, debía haber observado más la realidad y quizá haber investigado un poco más el tema de las dietas milagro.

El año pasado se llevó aquí la Palma Triangle of Sadness (2022). Su director, Ruben Östlund, es en 2023 el presidente del jurado. Club Zero intenta criticarlo todo yéndose de elevada y con malicia, revelando grandes verdades sobre los problemas de nuestra sociedad, tal como le gusta hacer al sueco. Cine intenso y con temas de nuestro presente. No nos extrañe que este filme cruel e hipócrita rasque algo en el palmarés.

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