Cannes 2023 (V): ¿los cortos son de estudiantes?

Man in Black, de Wang Bing

Persiste esa creencia estúpida y difícil de tumbar de que los cortos son un formato de aprendizaje. Pues bien, este año Cannes programó piezas breves, además de la ya comentada de Jean-Luc Godard, de Wang Bing, Pedro Costa y Man Ray. ¿Sirven para desmentir esta aseveración tan repetida?

El chino firma en Man in Black (2023) un ejercicio que está entre la performance, el documental confesional y una sinfonía audiovisual, en la que la música del compositor Wang Xilin se funde con sus palabras, tratados ambos sonidos como iguales, componiendo un relato que confía tanto en la palabra como en la música. Todo comienza con el hombre, ya avanzado en edad, desnudo y portando como única pieza no orgánica en su cuerpo un audífono. La cámara baila con él en el Thêatre des Bouffes de París, siendo un elemento más de la coreografía. Da vueltas sobre el achaparrado viejito, se aleja y acerca, dando momentos de verdadera abstracción, que se funden con otros en los que planos más abiertos muestran acciones relacionadas con trabajos forzados. Su piel muestra sin duda las huellas que han dejado estos en el artista, víctima de los horrores del maoísmo.

De la cicatriz interior pasamos a la exterior. El hombre toca el piano, se sienta en una bancada y empieza a contar su historia. Wang Xilin comenzó a componer música clásica en los años cincuenta y tuvo al inicio mucho éxito, interesado por el realismo socialista. Cuando sus objetivos tornaron hacia la técnica, el choque ideológico con el partido lo llevó a posiciones comprometidas, a su maestro lo mataron en la Revolución Cultural… y así prosigue el relato hasta nuestros días. Vive exiliado en Alemania.

Wang Bing realiza un ejercicio radicalísimo que se aleja también del “realismo socialista”, en un cineasta que nos tiene acostumbrados a largos planos secuencia en los que observa con mucha precisión las vidas de familias o colectivos con los que vive durante meses o años. Este es, por tanto, un giro en su carrera, uno que habría agradado a Godard. Viendo el filme, me dio por pensar en una secuencia de Godard par Godard (Florence Platarets, 2023), en la que el finado realizador galo explica a unos alumnos de cine que el sonido en sus filmes no tiene nada de deficiente. Parafraseando, dice algo así como: “si no quiero que una voz se escuche, puedo taparla con otro ruido, y no hay que entender todo; al fin y al cabo, ¿comprendemos todas las palabras de una ópera? ¿Y eso no nos llega, no nos permite disfrutar de ella?”. Providencial frase que 60 años después Wang Bing se aplica. Wang Xilin no relata solo su vida, sino su arte, por qué un instrumento está más bajo que otro o más alto según en qué momentos, qué representa cada percusión, qué simboliza, cuál era su intención. Y su compatriota cineasta edita la entrevista junto con varias de sus piezas, que por momentos cobran mayor protagonismo que el relato oral y lo vuelven fragmentario. Curiosamente, los subtítulos incluyen todo, como si pudiésemos leer los labios del compositor, lo que me parece no guarda la intencionalidad de la obra, una verdadera sinfonía construida en posproducción de una originalidad asombrosa.

As Filhas do Fogo, de Pedro Costa

As Filhas do Fogo (2023) es la adaptación de un espectáculo multidisciplinar que Pedro Costa ha hecho junto con el conjunto Os Músicos do Tejo. Con la pantalla dividida en tres, muestra a tres actrices caboverdianas cantando también una mini ópera (la cinta no llega ni a diez minutos). Los canales de sonido se dividen en la sala y dan lugar a un pluriforme chillido de lo que parece actuar tal Purgatorio, en una composición que se parece a la de un retablo. En el centro, una de las chicas yace en el suelo de un paisaje volcánico y se levanta poco a poco. En la izquierda, otra camina en primer plano delante de una pared también quemada por la lava. En la derecha, una asoma como amedrentada o miedosa por una esquina difícil de identificar, primerísimo primer plano, en un ambiente similar. Formato cuadrado y en los laterales verticalidad, un tratamiento muy pictórico bello en el que la piel de las negras brilla escarlata en este particular Hades.

En los dos últimos minutos, Costa cierra con imágenes de archivo de A Erupção do Vulcão da Ilha do Fogo (1954), de Orlando Ribeiro, filme que ya había usado para abrir Casa de Lava (1994). Indica que es en pantalla. Así cobra sentido todo lo visto antes. Incluso tratándose de piezas abstractas en buena medida, hasta conceptuales, tanto Bing como el portugués ofrecen el contexto suficiente como para no tener que acudir a manuales de instrucciones para ver sus obras. Al mismo tiempo, las dejan lo suficientemente abiertas como para suscitar múltiples interpretaciones. Son ambos ejercicios libres, bellos, radicales, inteligentes.

Y en nuestras crónicas de Cannes 2023, el punto final lo pone Jim Jarmusch, maestro de ceremonias junto con Carter Logan, de la banda Sqürl, de Return to Reason (2023), compilación de cortos de Man Ray. Ellos ponen la música en estas restauraciones y fueron recibidos en la sala Agnès Varda como verdaderas estrellas de rock. El dúo improvisa en buena medida la banda sonora como en una jam session con multitud de instrumentos en los que abundan las percusiones, hay por ahí un theremín que va y viene, guitarra eléctrica… Todo muy ácido para bailar al son del estado “alucinatorio” que nos propone Man Ray, por usar el adjetivo de Jarmusch en la presentación. Fue una pena que no pudiesen actuar en directo, habría sido otra experiencia.

Con todo, qué maravilla (re)descubrir estas piezas, todas escaneadas desde copias de nitrato originales en muy buen estado de conservación y que nos dan una idea de cómo el arte de Man Ray, aunque más conocido como fotógrafo, incluía escultura, performance, poesía… aquí todo fundido en el lenguaje del cine. Las piezas escogidas para esta recuperación son la primera que hizo en 1923, Retour à la raison; Emak Bakia (1926), que popularizó en España Oskar Alegría con su hermosísimo documental homónimo, y finalmente L’étoile de mer (1928) y Les Mystères du Château du Dé (1929). Salvo esta última, todas protagonizadas por Kiki de Montparnasse. Si las primeras son pura abstracción, después se intuye una cierta evolución hacia algo más narrativo. Todas son bellísimas.

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