CANNES DÍA 9: ALBERT SERRA Y LA AGONÍA DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

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El enfant terrible del cine español llegó al noveno día a Cannes, y sorprendió. Albert Serra presentó hoy fuera de competición La mort de Louis XIV (2016), con el mítico actor Jean-Pierre Léaud, que encarnara a Antoine Doinel en los filmes de François Truffaut, en el papel protagonista. La elección de este tótem de la interpretación en Francia para dar vida a un rey decrépito, postrado y moribundo no es casual. La muerte de LuIs XIV del catalán es la historia de una agonía, pero no solo la de una persona, sino la de toda una civilización que rinde culto al enfermo, negándose a aceptar su muerte, mientras aprovecha sus últimos momentos para salir de la sala con su trozo del pastel. Todos los consejeros de este monarca lo usan para su beneficio, bien se trate de constructores, curanderos, curas o médicos (que llevan a cabo un sintomático expolio al cuerpo en una de las últimas escenas de la cinta).

Y, a pesar de esta crudeza, la puesta en escena puede que se trate de una de las más elegantes de la filmografía del realizador, quizás para esconder esta podedumbre moral de nuestro tiempo y hacerla brillar con el preciosismo de los filmes de época de Raúl Ruiz o Luchino Visconti. Serra non admitirá estos referentes, dirá que inventa algo novo, pero lo cierto es que el lenguaje de La mort de Louis XIV entra más en esta tradición que en la emancipación de la trama aplicada en trabajos como El cant dels ocells (2008) o História de la meva mort (2013), donde todo era performativo y el diálogo ya casi ni importaba. Otra de sus constantes siempre ha sido rodar mucho y montar poco, construyendo el filme durante la filmación. Sin embargo, esta es una película muy hablada y con una planificación extrema, hasta el punto de que seguramente ni una escena se haya quedado en la sala de montaje. Sorprende por lo tanto este giro de Serra hacia un mayor academicismo, al menos en la superficie. Aun así, el tempo narrativo sigue buscando una suerte de suspensión, logrando que la agonía de un Léaud contenido y casi inexistente se prolongue hasta dos horas, en las que lo acompañamos postrado en su cama. Y este sentimiento, que tan bien logra transmitir el filme, es lo que cuenta. Podía haber Serra aprovechado para desarrollar más el entorno del jefe de estado, pero a veces menos es más, y esta contención acaba por tener una mayor carga política y un sentimiento más universal.

Por la parte del cine en competición, el rumano Cristian Mungiu vuelve con otra fábula moral en la línea de muchas otras de esta edición con Bacaulaureat (2016). El director de Cuatro meses, tres semanas, dos días (2007) construye una intensa historia centrada en un padre que hace lo que sea para que su hija saque buenas notas en la selectividad y poder ir a una prestigiosa universidad inglesa. RecIentemente agredida, la chica, buena estudiante, no puede concentrarse y su progenitor teme que un error de un día arruine su vida. A partir de este punto de partida, Mungiu usa esta trama familiar y la lleva a términos políticos para denunciar la corrupción inherente al carácter rumano (me atrevería a decir que no es una característica exclusivamente rumana). El padre no tiene problemas en encontrar vías para cambiar las notas de su hija, y el conflicto de la cinta se centra en el dilema entre hacer lo que uno debe hacer para alcanzar sus objetivos, o mantenerse fiel a sí mismo sin importar lo que uno consiga. El protagonista, decepcionado ante los embites de la vida, proyecta en su hija sus ganas de triunfar cuando ya no hay margen de maniobra para é. De puertas afuera, es un médico ejemplar, pero en lo privado engaña a su mujer con otra, es capaz de modificar los resultados académicos de su hija, o ir a partirle las piernas a quien considera el agresor de ésta.

Como ocurre con muchas otras cintas de este Cannes 2016, esta reflexiona sobre lo que mostramos dentro de las convenciones sociales y lo que realmente somos, cuál es la naturaleza humana a la hora de sobrevivir y dónde están nuestros límites. En esta línea, Bacaulaureat es una de las películas que mejor definen el conflicto, con un guion lleno de afilados diálogos y una puesta en escena de métrica teatral. El formato 16:9 enfrenta un cuerpo con otro, pues el filme se mueve siempre en confrontaciones entre personajes, en una continua batalla dialéctica entre las dos formas de ver la vida, y crea planos secuencia sencillos y de una simetría sin igual. Mungiu decide mostrar las caras de sus personajes o sus espaldas dependiendo de cuál sea la relación entres ellos (de honestidad o engaño) y crea con este sencillo juego una dramaturgia que mantiene durante todo el filme, con resultados de tensión máxima, como es habitual en él.

Recuperamos también de la competición Personal Shopper (Olivier Assayas, 2016), cinta de género en la que Kristen Stewart interpreta a una médium en busca de una conexión con su hermano recientemente fallecido, además de ser la encargada de comprarle la ropa y las joyas a una modelo de éxito. Lo último del francés juega sin prejuicios con las convenciones del cine de fantasmas y el slasher para llevarlas a puntos de ridículo absoluto, siendo Personal Shopper una curiosa comedia en la que no se cuenta ningún chiste ni hay gag alguno. Toda la gracia está en lo metacinematográfico. Una película tan irregular como audaz, solo apta para cinéfilos amantes del género.

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