CINE Y EDUCACIÓN EN FRANCIA

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Francia es aún hoy, indiscutiblemente y a pesar de una reciente regresión, el país donde existe la tradición más antigua y la más desarrollada entre el cine y el sistema educativo. Las razones son evidentemente históricas y políticas.

Es una larga historia que se origina en la Segunda Guerra Mundial, donde los comunistas y los católicos combatieron juntos en la Resistencia. Al salir de la guerra, pensaron que una educación popular en la escuela, pero también en los barrios y en las fábricas, era la mejor arma para que los horrores que acababan de cometerse no tuviesen jamás de nuevo lugar. Estos poderosos movimientos de masas, como Peuple et Culture (Pueblo y Cultura) o Travail et Culture (Trabajo y Cultura), pensaron de pronto que el cine, que tocaba a todas las categorías y estratos de la población, era un vector ideal para una educación popular. Los hijos de obreros que accedían a la escuela y a la universidad en la Francia de esa época eran ultra-minoritarios. Entre los infatigables militantes de esta educación en (y por) el cine, encontramos en la primera fila a André Bazin, futuro fundador del pensamiento de Cahiers du cinéma (Cuadernos de cine) y de la Nouvelle Vague (Nueva Ola francesa), que recorría Francia en todas las direcciones para promover prácticas, sesiones de cine-clubs, formaciones en cine.

Siguiendo estos movimientos, nacen las grandes federaciones de cine-clubs que irrigaron durante tres décadas todo el territorio francés de películas y de práctica de la reflexión y debate sobre el cine. Estas federaciones poseían cinematecas muy ricas con filmes en 16 mm y en 35 mm y organizaban cursos formativos a través de cine-clubs. La poderosa Ligue de l’enseignement (Liga de la enseñanza) -¡nacida en 1866!-, gran movimiento peri-escolar laico reconocido y financiado en parte por la Educación Nacional, puso en circulación millares de copias en 16 mm en instalaciones escolares, relativamente numerosas, equipadas con un proyector de 16 mm.

Estos cine-clubs formaron “sobre la marcha”, en una época en la que el cine no se enseñaba en la universidad, a la primera generación de docentes que iban a introducir de forma “salvaje” el cine en sus clases. La muerte de los cine-clubs fue rápida en los años 70 y 80, con el aumento de poder de la televisión, que proponía muchos filmes y sus propios programas de cine-clubs. Las cintas VHS acabaron de poner fecha de caducidad a las copias en 16 mm en las instalaciones escolares.

A lo largo de los mismos años 70, siguiendo la sacudida de mayo del 68, el cine hace rápidamente su entrada en la universidad, donde se abren en varias grandes ciudades de Francia departamentos de cine. Los primeros estudiantes formados en cine en las universidades van a constituir en los años 80 y 90 una nueva generación de docentes, con saber más universitario que los pioneros de las generaciones precedentes auto-formadas en los cine-clubs. En 1983, nacen las primeras optativas de cine, que van a dar nacimiento en 1989 a un Bachillerato de cine, disponible en ciertos institutos.

En esta misma bisagra de los años 80 y 90, nacen en Francia dispositivos que instituyeron relaciones duraderas y regulares entre las instituciones escolares y las salas de cine: Collège au cinéma (El colegio en el cine) en 1989, y Lycéens au cinéma (Escolares en el cine) y École et cinéma (Escuela y cine) en 1993-1994. El principio de estos dispositivos es simple: las clases que participan en ellos van varias veces al año al a una sala de cine vecina para ver películas en pantalla grande, que trabajan después en clase con sus profesores. Estas proyecciones tienen lugar durante el horario lectivo. École et cinéma, que concierne a las clases de escuelas de primaria, está activa hoy en 8.000 escuelas, 1.000 salas de cine y 650.000 alumnos se benefician de ello; esto es, el 12% de los escolares franceses.

La suerte de Francia, en materia de educación y cine en el ámbito escolar, ha sido la permanencia de sus ambientes peri-escolares, donde los niños, los jóvenes y los docentes han podido ser puestos en contacto con las películas. La escuela francesa ha estado desde la Segunda Guerra Mundial rodeada de dispositivos que han, con toda certeza, preparado y acompañado la posibilidad de una entrada del cine en las clases.

Las dos fastas décadas de 1980 y 1990 para la entrada del cine en el sistema escolar corresponden a una política cultural decidida y voluntariosa, conducida por un ministro con un rol en la materia que ha sido decisivo e histórico. Este ministro socialista, Jack Lang, fue durante más de diez años, de 1981 a 1993, ministro de Cultura; y su interés permanente por el cine salvó al cine francés de la catástrofe que afectó a los otros cines nacionales en Europa, en el momento de la apertura salvaje de numerosas cadenas de televisión a la difusión de películas en muy grandes cantidades. Medidas proteccionistas y ayudas a la creación cinematográfica mantuvieron a Francia en su nivel anterior en materia de producción de filmes y su parque de salas de cine. Jack Lang contribuyó activamente durante esta década decisiva a hacer entrar el cine en las aulas por todos los medios a su disposición desde el ministerio de Cultura.

Jack Lang, como ministro de Cultura y después de Educación, desarrolló relevantes programas específicos de educación en cine en las aulas. (FOTO: Looking4Poetry)

En 2000, nombrado ministro de Educación, pone en marcha la política de Les arts à l’école (Las artes en la escuela), con la que inventa una nueva forma de introducir las artes en el sistema escolar, ya no bajo de forma de una enseñanza disciplinar, sino bajo la forma de una pedagogía de la experiencia del encuentro con las obras de arte y sus creadores. El cine (dominio artístico del que yo soy consejero en el seno del programa Les arts à l’école) ocupa un lugar de calidad en esta política. Ahora mismo se está produciendo una pequeña revolución respecto a la aproximación del cine al sistema escolar: el cine, desde hace tiempo considerado antes de nada como un lenguaje en la tradición pedagógica francesa, es por fin considerado antes de nada como un arte, con las consecuencias considerables que eso va a implicar en la concepción misma del lugar del cine en la escuela.

En 1995 nace, con ocasión del centenario del cine, un dispositivo de vanguardia pedagógica, Le cinéma cent ans de jeunesse (El cine cien años de juventud), guiado por el departamento pedagógico de la Cinemateca Francesa. El objetivo de este dispositivo es experimentar una pedagogía ejemplar del cine con un modelo que, revisado cada año desde hace quince, vuele hacia países que se abren a experiencias del cine en el contexto escolar: Cataluña, Portugal, Brasil, etc. Este dispositivo ha puesto a punto protocolos de trabajo precisos y rigurosos y funciona como grupo de auto-formación y de intercambios entre los profesionales (docentes y profesionales del cine). Se trata sin ninguna duda del dispositivo francés más exigente y estructurado en materia de pedagogía del cine en el ámbito escolar.

Este rápido recorrido de la historia de la introducción del cine en el sistema escolar francés permite diferenciar tres fases que han hecho posible su desarrollo único en el mundo.

Fase 1: Algunos docentes enamorados del cine introdujeron por pasión el cine en su clase, pero su práctica era individual y no siempre apoyada por la institución escolar, aunque fuese tolerada. Es la fase de los “pioneros”, normalmente profesores cinéfilos y militantes del cine.

Fase 2: La base de los pioneros se ensanchó y las respectivas enseñanzas militantes empezaron a organizarse en redes donde circulaban informaciones, intercambios de experiencias, encuentros de auto-formación. Este boceto de organización permite en ocasiones empezar a obtener reconocimiento para la institución escolar y ciertos medios específicos. A lo largo de esta fase, un pensamiento pedagógico empieza a elaborarse y a intercambiarse, rompiendo la soledad (y las siempre posibles desmotivaciones) de la experiencias individuales.

Fase 3: La institución educativa central (el ministerio) decide desarrollar una política nacional de educación del cine en la escuela. Es la suerte que ha conocido Francia, que sigue siendo por desgracia el único país hasta ahora en haber conocido tal mutación. El simple hecho que un ministro de Educación nacional afirme alto y fuerte su convicción en el terreno da una legitimidad inmediata a los docentes interesados y ciertos problemas (de acondicionamiento de los horarios, de salidas fuera de las instalaciones escolares, de consideración de estos docentes por parte de sus colegas y directores de centro, etc.) se resuelven rápidamente por si solos. Esta política, por ser eficaz, no debe quedar como una declaración de principios, sino ofrecer algunos medios organizativos y materiales para la puesta en práctica de esta nueva pedagogía.

Me cuesta imaginar que tal política pueda nacer ex nihilo en un país que no haya conocido con anterioridad las dos primeras fases. Sin la existencia de una base de docentes con una experiencia personal en la materia, con el deseo y la convicción de emprender el vuelo; esta oportunidad, esta política decididamente en su culmen, se arriesgaría fuertemente a hundirse en una obligación más para los respectivos docentes y en una enseñanza puramente disciplinar. El cine como arte lo habría perdido aquí todo.

Esta tercera fase, la de la institucionalización del cine en el sistema escolar, está siempre amenazada por el déficit de energía y de deseo por parte de los profesores. Otra amenaza permanente de una pedagogía instituida es la de la dogmatización bajo la forma de programas y consignas pedagógicas rígidas.

Francia se ha beneficiado precisamente de un gran número de felices circunstancias históricas y políticas, desde la guerra a los años 2000, que han hecho del país el más desarrollado en educación del cine en el sistema escolar. Es una prueba más de que lo que ocurre en la escuela nunca está desconectado de lo que pasa fuera de ella en términos históricos y políticos. No existe pedagogía pura que pudiera desarrollarse en un jarrón cerrado, en una escuela considerada como un espacio in vitro. Sin necesidad ni deseo reales por parte de los docentes y sin voluntad política, ninguna pedagogía sabría desarrollarse de forma viva, inventiva y transformadora de la propia institución escolar.

Alain Bergala (13 de diciembre de 2011)

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