CLAVES PARA (INTENTAR) ENTENDER EL FESTIVAL DE CINE DE OURENSE

OUFF 2012: Supervivencia contra pronóstico

La 17ª edición del Festival de Cine Internacional de Ourense (OUFF) se celebró del 2 al 11 de noviembre de 2012, y casi fue un milagro que tuviera lugar. En vez de comenzar a prepararla a comienzos de enero, como era habitual, el equipo del OUFF se vio maniatado por culpa de las controversias y falta de entendimiento (burocrático y económico) entre las dos entidades públicas que conformaban el consorcio del evento (el ayuntamiento de Ourense y la diputación provincial, que usaron el festival como un peón más en sus luchas partidistas y soberanas). Tras muchos desencuentros, el final de este sainete se materializó en abril con la salida (nominal, porque jurídicamente no llegó a formalizarse) de la diputación del consorcio. Fueron otros duros meses de espera y vacío legal hasta que la concejalía de cultura ourensana decidió convocar en solitario la 17ª edición a mediados de julio: el festival continuaría, pero con una importante reducción presupuestaria (casi un 40%) y drásticos cambios de forma impuestos por las circunstancias (mucho menos tiempo y muchos menos recursos).

Así, cuando en años anteriores hubo cinco secciones competitivas (largometrajes y cortos de ficción, documentales, animación y nuevos medios), en esta edición de mínimos sólo habría concurso de largometrajes. Los 64.000 euros de premios se quedaron en 23.000. El complicado proceso de selección de películas (recepción y visionado de los materiales, negociación de los derechos, traducción y subtitulado, etc.) se comprimió a tres meses (un período escasísimo), coincidiendo además con el verano, una temporada en la que la mayoría de productoras y distribuidoras cierran por vacaciones. Y aun así, gracias al compromiso del personal y a su voluntad de no permitir la desaparición del evento (la organización siempre tuvo claro que no se podía echar a perder el esfuerzo acumulado durante 16 años), sin importar la coyuntura política que lo rodease (la Operación Pokemon inició un tsunami político en la ciudad, y el efecto dominó en la alcaldía hizo que se llegase a noviembre con la silla de la presidencia del consorcio vacía), los muebles pudieron salvarse con bastante dignidad.

A pesar de la reducción de proyecciones y actividades paralelas, se mantuvo la afluencia de público con cifras semejantes a las de la edición anterior (en torno a 7.000 espectadores pagaron entrada), un público que en las encuestas de valoración mostró su apoyo a la programación propuesta. Se cumplieron los objetivos de exigencia mínimos, hubo OUFF y le gustó al público, sí, pero fue una victoria pírrica y el evento se quedó tocado de muerte. En estos momentos el Festival de Cine de Ourense está estancado y no tiene garantizada su continuidad para 2013. ¿Cómo se llegó la esta situación?

¿De dónde venimos?

Ourense es una ciudad con cultura de cine. De visionarios, de creadores y de amantes del cine. Por eso, en 1996 y auspiciado por la personalidad de Eloy Lozano, nacía el Festival de Cine Independiente de Ourense (OFF). Una iniciativa apoyada decididamente por los mandatarios de la ciudad, que vislumbraban una oportunidad de proyección para Ourense y, por qué no decirlo, de apuntarse a una moda con un evento singular de cierto glamour. La pasarela de famosos como base del evento: un concepto que acompañó al OFF durante muchos años y que en los últimos tiempos había supuesto un lastre a la vista de muchos ciudadanos.

El OFF canalizó los esfuerzos de muchos cinéfilos en Ourense, uniendo bajo el mismo paraguas a diversas asociaciones y a un público (mayoritariamente cineclubista) que apoyó la instauración de esta celebración en el calendario de la ciudad. Por aquel entonces, el festival también supuso un tímido punto de anclaje para los profesionales del cine en Galicia, un sector que comenzaba su camino y que llegó a tener en el OFF su lugar de encuentro y de escaparate para los representantes del audiovisual internacional. Haciendo uso del símil futbolístico, con esa alineación de Zidanes y Pavones la ciudad de Ourense acogió estrenos de autores de la talla de Alejandro Amenábar, José Luis Cuerda o Fernando León de Aranoa… al mismo tiempo que proyectaba en la pantalla los inicios de varios realizadores gallegos actuales.

Con estas premisas, asistimos a los momentos cumbre del OFF: los días de alfombra roja, baños de masas y guest stars como Luis García Berlanga, Imanol Arias, Mercedes Sampietro, Marisa Paredes, Concha Velasco o Alfredo Landa. Todos ellos salidos de las pertinaces búsquedas de los programadores en festivales de mayor recorrido (principalmente, la Seminci de Valladolid, con la que siempre hubo un vínculo especial de la mano de Javier Angulo) o presupuesto (el caso de Málaga, un arsenal de figuras en las que pescar algún nombre para relanzar el siguiente festival). Paralela y antitéticamente a esta pompa y boato, existía una sección oficial de largometrajes que apostaba por filmes radicalmente divergentes de los estrenos comerciales que llegaban a Ourense y por ‘perlas’ inéditas rescatadas del circuito festivalero internacional, obra de los grandes realizadores del momento, para las sección paralelas. Aunque no era oro todo lo que se proyectaba en el OFF, sí que se encontraban de vez en cuando verdaderas joyas: uno de los primeros premios que llevó Tren de sombras (José Luis Guerín, 1997) fue el de mejor película en este certamen.

José Luis Cuerda (izquierda) y José Luis Guerín (derecha) en la segunda edición del festival, 1997

Seguramente nos traiciona la memoria y tenemos una visión idealizada del pasado, pero entonces, en los comienzos, cuando no vivíamos aún en los tiempos de la tijera para la cultura, parecía que la fórmula funcionaba: había una correcta labor de gerencia (es decir, dinero), había esporádicamente buenas (incluso excelentes) películas, había invitados internacionales (ergo, ambiente de festival), había caras sobradamente (re)conocidas para el público, y había actividades profesionales de nivel. Pero no podemos olvidar que este evento se mantenía abierto únicamente por el deseo de los caciques locales de pasear el esmoquin en las galas y de fotografiarse con las estrellas del séptimo arte, y que para poder ir a ver cine independiente había que tapar la nariz y no desmayarse ante el olor a rancio que siempre emanaba la vida social vinculada al Festival.

Tiempos de cambio: redescubriendo la rueda

Con este recorrido asistimos en 2007 a lo que tenía que ocurrir con un festival sostenido por estamentos políticos durante una década (llevaba los apellidos del ayuntamiento y la diputación, ambos –hasta entonces- en manos del PP). Ocurre que tras unas elecciones hay un cambio de gobierno municipal, llega un bipartito y la gestión del área de Cultura pasa a manos del BNG (un partido que en la oposición había pedido el cierre del festival y que en el gobierno, contra todo pronóstico, decidió mantenerlo abierto), que entrega los designios del O(U)FF (había que dejar impronta) a un profesional del audiovisual como Enrique Nicanor, una figura fichada ‘por su agenda’ y cuyo mayor mérito fue estar en el lugar idóneo y en el momento idóneo. El que entre, otras cosas, había sido director de La2 de TVE (en los años 80), a pesar de no tener ninguna experiencia en la gestión de eventos culturales, asumió con plenos poderes la dirección y la gerencia del OUFF (apartado este último del que nunca se preocupó: se gastaba sin buscar financiación) y comenzó un camino hacia la profesionalización del festival con algún que otro acierto: hay un personal estable que trabaja todo el año para el evento, hay contactos con estamentos del audiovisual de todo el mundo y el resultado, a pesar de la profunda pérdida de poder económico del festival y la ‘heroicidad’ con la que se afrontan las primeras ediciones, puede parecer excelente.

En esta transición, quizás por la presidencia nacionalista del consorcio, se tiene muy en cuenta el audiovisual gallego, dándole más cabida y protagonismo, pero quizás hay dos cosas que fallan: por una parte, la ciudadanía perdió la conexión con el evento de estrellitas (aquel proto-glamour) que preconizaba el OFF y acaba por alejarse del certamen, quedando reducido a una cita cultural para los cinéfilos militantes de siempre; por otra parte, el poder no concibe que tantas inversiones no se convirtiesen en un empacho de público, en un baño de masas. El director, ese gigante con pies de barro, se encontraba en la difícil diatriba de afrontar ‘una fiesta de aldea’ (sic) o ese festival profesional ideal que no era capaz de materializar, optando mientras tanto por seguir adelante quemando las naves y adoptando la reinvención constante como lema permanente. Un viaje excesivo (más es más) hacia ninguna parte.

Tocando fondo

El Festival se alejó de sus mejores épocas y la dirección asumió unas tintas demasiado personalistas. El binomio poder (político) y dirección consumó su divorcio, y el 16º OUFF decapitado, en su enésima transición, pasó a manos de sus trabajadores que, en una nueva demostración de heroicidad, desarrollaron una edición austera, sin fuegos de artificio pero con oficio. Llegamos entonces a la 17ª edición, la que casi no fue, y el OUFF pierde el norte y el referente, con una sección oficial errática, sin el apoyo decidido del sector audiovisual, y con un poder político que vuelve a sufrir otro giro (el PSOE asume el mando), pensando en términos de ‘retorno’ en vez de acción cultural. Así estamos.

Enrique Nicanor, director del certame de 2007 a 2010

¿Quiénes somos?

Todavía queda en este evento la potencialidad de volver a brillar como en tiempos pretéritos y mejores, pero desgraciadamente, por diversos factores, este festival no consigue ponerse en pie y volver a salir adelante. Uno de los principales problemas del Festival de Ourense es el de abarcar mucho y apretar poco, por lo que no suele destacar en nada. La principal causa de esta falta de presencia puede radicar en su indefinición: el OUFF arrastra un perfil errático y carece de una línea de programación precisa e identificable, un error que ninguno de sus directores supo o quiso corregir.

Hasta hace un lustro, el nombre oficial del evento era Festival de Cine Independiente de Ourense, interpretándose el adjetivo de la forma más laxa e inclusiva posible. ¿A que se refería entonces ese calificativo? ¿Cine rodado con un presupuesto independiente? En ese caso, ¿cuantos miles de euros serían el límite para esta definición? Porque el presupuesto de un filme indie estadounidense podría ser equivalente al de una superprodución en un país pequeño o en vías de desarrollo. ¿O se refería más bien a un cine independiente formalmente, rodado con una narrativa novedosa o rupturista en vez de un estilo convencional? ¿Está realmente relacionada la carencia de medios técnicos con una intención alternativa? ¿O bien cine temáticamente independiente, apostando por las aportaciones pseudodocumetales a asuntos de interés social y denunciando los males de la sociedad y del mundo, y renunciando entonces a las ficciones menos comprometidas y a productos más ligeros, como las comedias?

La ‘independencia’ buscada en la programación fue una carta blanca que permitió proyectar cosas muy diversas y quizás incluso opuestas, pero con un referente más claro que este estado de indefinición en el que todo vale. Tal vez haría falta fijar definitivamente el perfil del festival en una realidad específica que le permitiera a los programadores centrarse en un solo campo a fondo y a los espectadores saber qué esperar, como pasa con etiquetas mucho más cerradas cómo ‘cine fantástico’ o ‘cine latinoamericano’.

Made in Galicia (a pesar de Galicia)

Una de las pocas características que ha estado presente en el evento desde su concepción inicial es la apuesta incondicional por el audiovisual galaico y su voluntad de convertirse en la principal cita y el escaparate internacional del cine gallego, un objetivo que nunca fue capaz de conseguir. La culpa (asumámoslo) es del propio festival, por no haber sabido transformarse en el lugar de encuentro idóneo para el cine gallego, ¿pero acaso no tendrá también parte de la culpa gran parte de la industria gallega del audiovisual, que nunca quiso apoyar las intenciones del OUFF para que consiguiera su deseo de trascendencia? Porque hay mucho de amor no correspondido entre el Festival y el cine gallego.

¿Por qué, cuando la organización contacta con productoras y distribuidoras para preestrenar o incluir en la competición las películas gallegos con más tirón de la temporada, estas ponen todo tipo de problemas porque prefieren que vayan a cualquier evento del circuito con más caché que Ourense, en vez de hacer patria? ¿Y por qué, cuando finalmente aceptan pasar por este festival (como premio de consolación o con el rabo entre las piernas), vienen con unas exigencias y demandas desmedidas, con unas expectativas meramente pecuniarias y con una actitud de superioridad que las deja en evidencia, pues el interés de estas propuestas no es proporcional a sus expectativas? ¿Tendrá algo que ver la situación de Ourense en el interior de la región, alejada del eje atlántico que centraliza la cinematografía gallega, para no poder ser nunca la capital cinematográfica de Galicia?

Las comparaciones son odiosas

El cierto es que hay que resignarse y aceptar que las 17 ediciones que lleva en pie este evento fueron muy desaprovechadas, ya que en esta década y media no se consiguió colocarlo a la altura (de calidad o de cantidad) de otros eventos de la misma longevidad en el panorama estatal. Así, en ese mismo período (sin valorar su contenido) Málaga llegó a tener una dimensión mediática y unos atractivos para la industria de los que Ourense aun está muy lejos. Paradójicamente, su vejez y su presupuesto (el mayor en Galicia) hacen que el OUFF no encaje bien dentro de la red de eventos cinematográficos gallegos que surgieron con posterioridad, que lo ven como una competencia desleal para sus intenciones más modestas, como si Ourense jugara en otra división (pero… ¿en cuál?).

El Festival de Ourense está atascado en una situación en la que no es ni cabeza de ratón ni cola de león, no destaca entre los grandes ni tiene un hueco como uno más entre los pequeños, y en este impasse continuará estancado a menos que varíen las reglas de juego.

El actor Luis Tosar en el Festival de Ourense

¿A dónde vamos?: Hacia un modelo de Festival de Cine

En tiempos de tijera, las ideas adquieren un valor fundamental. Pero tras diecisiete años de historia, las refundaciones no proceden o, por lo menos, resultan peligrosas. Y lo que se dice un festival de cine internacional… ya es un modelo inventado. El mérito está en saber llevarlo (bien) a la práctica.

La materia prima está ahí: hay público (que acepta y demanda la continuidad del evento); hay una programación original e inédita (es el único festival gallego con una competición de largometrajes sin distribución comercial nacional), con propuestas cinematográficas alternativas, novedosas y controvertidas; y por último, hay un escaparate para el producto gallego (lo hay, no debería haber debate). Esos son los pilares sobre los que debería apoyarse el futuro del Festival de Cine de Ourense. Pero llegados a este punto, todo parece ser cuestión de voluntad: ¿Quiere Ourense un festival de cine? ¿Quiere Galicia que Ourense tenga un festival de cine?

Con respecto a la primera cuestión, no parece haber mucha voluntad por parte de nuestros gobernantes de apostar por el festival, al margen de garantizar que se pueda ver cine (no comercial) en la ciudad durante todo el año, un papel que el festival desarrolla con una programación de carácter anual en colaboración continuada en las últimas ediciones con el histórico Cineclube Padre Feijóo (en el ciclo conjunto denominado +Cine). En relación con el segundo interrogante, se abre el debate, sobre todo teniendo en cuenta los esfuerzos de actores diversos del sector audiovisual (una nueva intelligentsia que juega y mira desde la barrera) por centralizar (o a lo mejor sería más aceptable decir acaparar) sinergias, queriendo repartir y quedarse con la mejor parte.

Otro Festival es posible (?/!)

Una parte del equipo que a día de hoy está trabajando en el Festival de Cine de Ourense tiene la firme convicción de que otro festival es posible, e incluso de que en circunstancias tan excepcionalmente adversas como las de este año, tras un largo periplo por el desierto, por fin se empiezan a dar pasos para volver al camino idóneo (que esta edición el OUFF coincidiese en las mismas fechas y acabase perdiendo muchas propuestas de programación ante un rejuvenecido Festival de Sevilla beneficiado por la marca Cienfuegos debería tomarse como un signo positivo de ir en la dirección idónea). Pero para eso los poder fácticos tienen que permitir y apoyar ese giro.

En el ámbito municipal, el Festival podría entenderse dentro de una apuesta por la Cultura (en mayúscula), entendiendo el OUFF como un evento singular que debe ser potenciado por el erario público (sin hacer de paganinis: hablamos de un modelo de festival low-cost y sostenible, con subvenciones pero con la aportación fundamental del capital personal, ahora que tan en boga está el mecenazgo). En el terreno autonómico, el Festival debería ser reconocido por fin como una punta de lanza estratégica del sector audiovisual de Galicia: por una parte, ligado estratégicamente en el calendario la otros eventos que consideramos hermanos (Play-Doc, Cans, Cortocircuito, Amal, S8), en estrecha colaboración con la única filmoteca que existe en Galicia (el CGAI) y en permanente contacto con las empresas del audiovisual (otro debate sería el papel que debería jugar AGADIC). Por una vez, deberían ser las ideas y no la política las que definieran la este festival. ¿Por qué no aprovechar para el bien común e intentar dar sentido a un evento con 17 años de historia (y que en este momentos es un lienzo en blanco lleno de posibilidades) en vez de intentar reinventar el círculo periódicamente con nuevas torres de Babel que no sobreviven a las legislaturas o a los intereses particulares?

Lejos de utopías, y poniendo los pies en el suelo, el Festival de Cine de Ourense (si es que cuando leáis estas líneas, queridos lectores, sigue existiendo como tal…) parece un gran avión aparcado en el hangar municipal que unos quieren reciclar como chatarra, otros para montar una cafetería y otros para hacer proyecciones clandestinas aprovechando el desuso.

El realizador alemán Christian Klandt ganó el Gran Premio Calpurnia a la mejor película en la 13ª edición del festival con su primer trabajo, Weltstadt (Christian Klandt, 2008)

Una anécdota a modo de epílogo

Una de las historias del maldito 17 OUFF fue el regreso a la competición oficial con su segunda cinta del cineasta alemán Christian Klandt, un niño prodigio que había ganado la Calpurnia a la Mejor Película con su ópera prima cinco años antes, regresando por la puerta grande. Uno de los objetivos de un evento de estas características debería ser el de crear escuela y servir de caldo de cultivo para las nuevas generaciones de realizadores, y Klandt se había convertido en el primero pupilo del festival en retornar al alma mater. Conversar con Christian entre copas de licor café sirvió para poder reevaluar el Festival con otra perspectiva desde sus ojos, comparando lo que él había visto durante su primera estancia con lo que encontraba ahora. El teutón sí que notaba ciertos cambios, una cierta pérdida o regresión de más a menos, que tampoco le parecía muy preocupante, pues la veía cómo una constante en la mayoría de los festivales internacionales en estos tiempos de crisis (si él supiese…). Lo que sí aseguraba es que el Festival de Ourense seguía conservando una identidad que él había percibido en la visita anterior y que aunque no era capaz de definirla con palabras, existía, y lo hacía único. Algo de razón debe tener, y una cierta calidad inefable y platónica debe estar grabada en el ADN de este festival que resiste más allá de las derivas y los partidos políticos. Es un tesoro escondido que sólo necesita audaces expedicionarios que lo saquen a la luz (o una semilla que sobrevivió en la varios inviernos hostiles y debería finalmente brotar, si preferís otra metáfora). Nada nos gustaría más que el Festival de Cine de Ourense pudiese seguir existiendo dentro de un lustro para recibir una hipotética nueva visita del amigo alemán y constatar entonces qué fue de esa identidad latente que él declaraba reconocer.

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