COURTISANE 2015: VIAJE POR PAÍSES PEQUEÑOS (SON MÁS FÁCILES DE VISITAR)

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Bélgica es un país pequeño. Se trata de un país extraño, un estado tapón, dividido en dos, e incluso en tres partes. Hay quien dice que incluso en cuatro. Bélgica fue una estrategia geopolítica creada con el fin de parar los pies a Francia, separarla de Países Bajos y también de Alemania. O viceversa. El resultado fue la creación de un Estado con cuatro comunidades lingüísticas: una bilingüe en Bruselas, la neerlandófona al norte, la francófona al sur y la germanófona en la zona septentrional-oriental. Y tres regiones, Flandes al norte y Valonia al sur, con una tercera llamada Región de Bruselas Capital que, siendo mayoritariamente francófona, es la capital de Flandes. Un rollo. Asimismo, podríamos añadir una pequeña burbuja situada en Bruselas, formada por todas aquellas personas que, viviendo al amparo de la Unión Europea, han decidido no hablar ni francés ni neerlandés. Si para estas personas esta es una decisión libre, no lo es así para el 16% de la población de la capital europea ,que no habla ninguna de esas lenguas porque, en gran medida, no tienen acceso a la educación o alguien o algo se lo impide. Y ya, para aprovechar esta deriva de mi texto, diré que norte y sur sufren de los mismos prejuicios que el norte europeo con respecto al sur –y viceversa. Está bien hablar de prejuicios, dice Zizek, precisamente para hacerlos presentes y entendibles para el buen lector y, así, delatarlos.

El festival Courtisane, subtitulado Notes on Cinema, tuvo lugar entre el 1 y el 5 de abril de 2015 en la maravillosa ciudad de Gante. “Nuestra intención es mantener el tamaño del festival, mantenerlo pequeño”, dice Pieter-Paul Mortier, programador y coordinador del festival junto a Stoffel Debuysere. Se trata de un certamen discreto, que no engalona ni cubre de carteles la ciudad para la ocasión. El editorial del catálogo insiste en esta idea: “A nosotros nos gusta pensar que hay más sustancia cinematográfica que la que únicamente llega a nuestros ojos (…). La pantalla es una superficie, una superficie que nos permite un proceso de intercambio entre lo que podemos ver, y lo que de hecho recordamos: los sonidos y voces que escuchamos, los sueños y esperanzas que fomentamos, las apariciones ante nosotros y, de hecho, el mundo ante nosotros. Todos oímos, vemos, sentimos y entendemos una película al mismo tiempo que la componemos como nuestro propio poema cinemático (…), siempre en ruta, hacia algo que siempre está tomando forma”. Así sucedió en una selección que no dejó de apuntar y sugerir sonidos, sensaciones, visiones, tactos oníricos. Una selección dividida en 14 programas repartidos a lo largo de los cinco días en un festival que no obedece simplemente a la urgencia de mostrar el panorama actual de una determinada cinematografía. Programas compuestos, pues, de propuestas actuales, pero también de filmes que bien puediesen dialogar con estos, en torno a un tema, una búsqueda, o una constante, sin importancia de la fecha de realización de la misma, alternando programas con una y hasta seis propuestas.

A Tribute to John Cage (Nam June Paik, 1973/1976)

A Tribute to John Cage (Nam June Paik, 1973/1976)

En los primeros días, por ejemplo, nos encontramos en el programa 2 F for Fibonacci (Beatrice Gibson, 2014), una adaptación de uno de los capítulos de la novela JR de Willian Gaddis (1975). Un ‘capitalista de 11 años’ construye su imperio en Minecraft mientras dialoga con la autora acerca de su creación, delegando en él la creación de las imágenes, mientras las hace chocar con dibujos animados, o imágenes documentales de Wall Street. En una sesión denominada por los propios programadores como la más ‘mental’ del festival, esta pieza dialogó con un extracto de 12 minutos de la pieza Cycles of 3s and 7s (Tony Conrad, 1976). Se trata de una búsqueda de ciclos sonoros por parte de todo un pionero del cine estructural y del videoarte en una repetitiva secuencia de multiplicaciones y divisiones con el anhelo de hallar una cifra particular, en un único plano grabado sobre una calculadora manejada por –lo que intuimos que es– un frenético matemático. El programa se completaba con A Tribute to John Cage (Nam June Paik, 1973/1976), un canto a la democratización del sonido y un retrato de una figura clave en esta defensa, realizado por uno de los capitanes del movimiento Fluxus. Democratización del sonido y de la imagen. Democratización del arte. Paik entremezcla imágenes de televisión con filmaciones propias. Sobresale la interpretación en la calle de la pieza silenciosa 4’33», demostrando junto a Cage, que “nunca habrá silencio”, y surge ya como maravillosa la secuencia final en la que un analista de televisión tartamudo, entre sílabas perdidas y forzadas, afirma, finalmente, “que no hay sonido mejor que ningún otro”.

Por su parte, en el programa 3, destacó la propuesta de los cineastas Elke Marhöfer y Mikhail Lylov. El festival les propuso el encargo de articular un programa entorno a su film Shape Shifting (2014), una película hecha a dos cabezas filmada en Japón y presente también en la pasada Berlinale. Se centran en el ‘Satoyama’, literalmente, el espacio que existe entre un poblado y la montaña, del que forma parte un entramado de relaciones entre la vida humana y salvaje. Filmado en 16mm pero proyectado en DCP, el metraje se centra de a poco en la actuación que el ser humano ejerce sobre el paisaje, como hace que éste tome forma, una relación de fuerzas entre estas dos entidades. Y abogan por esta interacción, afirmando que, en efecto, “cuantas más colaboraciones entre especies y ciclos de materias se creen, más estables los ecosistemas y las películas serán”. Eligieron como diálogo el filme de animación Tusalava (Len Lye, 1929), compuesto a partir de más de 5.000 dibujos, y que conformaban el movimiento de lo que podría ser una célula tomando diferentes formas. “La animación es la toma de forma”, afirmaba el ruso Mikhail Lylov. “Elegimos este filme porque aborda la creación de la forma desde la microperspectiva. En contraposición con el paisaje, que también toma forma, o, más bien, el humano le hace tomar forma”. El cronista fue verdaderamente sorprendido por el tercero de los filmes que estos cineastas programaron, “un paisaje humano”, Memories of Agano (Makoto Satō, 2004), un verdadero ovni cinematográfico. La película es un retorno a Minamata, centro, en la década de los cincuenta, de un brote de envenenamiento provocado por el vertido de mercurio al río por parte de la factoría química Chisso. Entre 1988 e 1992, Satō vivió en la orilla del río, en Niigata, junto a otros siete cineastas, completando un filme que vería la luz bajo el título Living on the River Agano (Makoto Satō, 1992). Diez años después, el equipo volvió de nuevo al lugar para registrar cinematográficamente lo que queda del mismo. El resultado es un filme fantasmagórico, una canción triste a unos habitantes que nunca dejaron de vivir al lado del río que envenenó a tantos otros de sus vecinos, un viaje psicodélico de un tono y una delicadeza excepcionales.

Dirty Pictures (John Smith, 2007)

Dirty Pictures (John Smith, 2007)

El festival dejó entrever un cierto interés por el tema palestino en dos de los programas, en los que el referente fue la video artista Basma Alsharif, presente en las proyecciones. Sus obras tienen un cariz político violento, “en un intento de vernos a nosotros, la sociedad occidental, desde Palestina”. “Mi deseo”, afimaba la cineasta, “no es el de hacer películas furiosas; es, simplemente, el resultado de poner las piezas una detrás de otra”. El programa 7, por ejemplo, proponía un diálogo entre su trabajo, la pieza Wawa de Sky Hopinka, y varias obras de John Smith –Dirty Pictures (2007), Bligh (1996) y Om (1986). Después, en el programa 8 –seleccionado por la propia Alsharif– destacó el microclima de Under the Atmosphere (Mike Stoltz, 2014), un ecosistema fílmico recreado a partir de imágenes tomadas en el Space Coast de Florida.

La presencia belga –más bien flamenca– fue bastante grata. Pudimos ver el interesante trabajo In Walking Hours (Sarah & Katrien Vanagt, 2015), un filme artesano que reproduce de forma poética un experimento llevado a cabo en el Amsterdam de 1632 por el Dr. Pemplius. Este demostró que, instalando un ojo de vaca recién muerta en una camera obscura se pueden proyectar en esta las imágenes del mundo exterior. La videoartista Anouk Declercq, por su parte, presentó Black (2015), una oda a la oscuridad rodada en 35 milímetros completamente en negro, en la que la autora se dirige al espectador a través de subtítulos no carentes de cierto humor.

En el apartado de largometrajes, Rabo de Peixe (Joaquim Pinto & Nuno Leonel, 2015) despertó cierta expectativa tras el éxito alcanzado con E Agora? Lembra-me (Joaquim Pinto, 2013). La película sigue la vida de unos pescadores azorianos en el pueblo de Rabo de Peixe. El proyecto fue concebido para televisión, retransmitido solo una vez, y remontado en un nuevo film. Puede recordar a Aquele Querido Mês de Agosto (Miguel Gomes, 2008) por tratarse de un fresco social costumbrista, interesante en este punto y en el retrato de la amistad que une a los cineastas y los pescadores. Sin el mismo romanticismo y grandeza, se trata de una película formada por demasiadas partes, que sufre un constante terminar y volver a empezar, y que en algunos momentos musicales puede llegar a parecer un vídeo de cumpleaños de youtube o un pase de diapositivas de Power Point.

Kosmos (Ruben Desiere, 2014), mientras, muestra la realidad y la expulsión de un edificio ocupado por familias rumanas en el barrio Botanique de Bruselas. Con una destacable dirección de actores, y siguiendo un estilo parecido a Mange tes morts (Jean-Charles Hue, 2014) con un carácter un poquito más documental, Desiere trata de recrear el espacio de vida de los personajes de una novela, de mismo título, del polaco Witold Gombrowicz. Una de esas adaptaciones tan abstractas que proliferan hoy en día; como Vikingland (Xurxo Chirro, 2011) y Moby-Dick (1851) por ejemplo.

Mga anak ng unos (Storm Children – Book One, Lav Diaz, 2014)

Mga anak ng unos (Storm Children – Book One, Lav Diaz, 2014)

Y llegamos por fin a Lav Díaz. Teniendo en cuenta la duración habitual de sus películas, se podría decir que Mga anak ng unos (Storm Children – Book One, 2014) es un corto de 143 minutos, o bien la primera parte de un total de cuatro. La película presenta el ritmo del tiempo en una situación post-apocalíptica: una ciudad de la costa filipina inundada por el tifón Yolanda. Los niños buscan algo debajo de los escombros, y las olas llevan a tierra barcos enormes en los que ahora viven paisanos. Lav Díaz observa, en planos largos e hipnóticos, quietos, callados, al ser humano sobreviviendo. El cineasta está sentado en una piedra, como está sentado un viejo al sol o un lagarto, viendo la plaza del pueblo.

Pedro Costa

Después de todo lo que se ha escrito sobre Pedro Costa y Cavalo Dinheiro (2014) ya sólo queda hablar de qué se siente cerca de este cineasta. Qué se siente cuando sonríe, o qué se siente cuando se le ve saludando, desde la puerta, como si fuese su primera vez. Salas llenas en cada una de sus proyecciones, con jóvenes que se sentaban en las escaleras, con cierta ansia, el ansia de saber que algo ocurre cuando su trabajo está en pantalla. En realidad, Pedro Costa es un perro, un perro caravaggiano, que puede ser al mismo tiempo alemán y portugués, americano y francés. Cavalo Dinheiro, además, es un gran nombre para un grupo de rap. Mas allá de combatir el tiempo en el que vive, él es un hombre que lleva a cabo un lucha interna contra algo que forma parte de sí mismo. Él es No. Así es él. Y, por lo tanto, también callado, hasta que lo empujan. Hasta que el silencio lo obliga y se desborda, y si nadie dice nada importante, él se empuja hacia el abismo repitiendo una y mil veces todo lo que echa de menos. Todo lo que ya no hay. ¡Todo lo que ya nunca va a haber! Para mí, Cavalo Dinheiro son figuras de bronce y es Roma. Es un estado onírico imperial. Como el mismo Costa afirma, el cine (y también su pelícua) es una gran ambición en un pequeño embalaje.

Quizá lo más interesante fue su presencia en el programa Dissent!, llevado a cabo desde el museo Argos, el colectivo Auguste Orts y el propio festival Courtisane en la búsqueda y comprensión de determinadas figuras de la disidencia, en el que participó junto al cineasta Thom Anderson. Gran parte del encuentro sucedió en total suspense, puesto que los dos son hombres de silencio a los que les gusta mucho pensar en público. Los dos fueron bastante aburridos hasta que Pedro Costa se soltó: “¡No soy comunista, lo siento! Tampoco tengo convicciones religiosas. Lo único en lo que creo es en el poder de las imágenes y los sonidos cuando estos se juntan”. Y continuó, una vez que se encontraba ya cuesta abajo: “Yo no puedo hacer películas sobre montañas y océanos. Yo necesito las personas. Yo echo en falta un sueño, echo en falta un mundo que ya no existe por nunca jamás. ¡Estoy aburrido! Echo en falta a Chaplin. ¡Lo demás es una mierda!”. Costa es un tipo contradictorio, pero también problemático: “La gente del cine es idiota. ¡Los odio! No han entendido que en realidad las películas están hechas para pasar un rato con personas con las que te gusta estar. A estas alturas… ¿Paisajes? ¿De verdad? Yo prefiero ver… la pared, no sé, la pared que está al lado de la pantalla”. “Estamos en un tiempo en el que ya no queda teatro, ya no queda pintura. Sin embargo cine, sí. Hay que preguntarse porqué. El cine debería estar muerto. Lo mejor que he visto últimamente ha sido Retorno al Planeta de los Simios”. Y Thom Anderson respondió por su parte: “¿Pues sabes qué, Pedro? A mi me encantó Need for Speed (Scott Waugh, 2014)”.

Pedro Costa & Thom Andersen en Courtisane 2015

Pedro Costa & Thom Andersen en Courtisane 2015

Filmmakers”, continuó Costa cuando le devolvieron el micro, “you have to be big. Pero hay que tener cuidado: muchas veces se piensa que el siguiente proyecto tiene que ser más grande. Y esa grandeza es vaga, fea, innecesaria o, simplemente, llena de mierda. Tú ves a 400 personas viendo un océano… Ah, no, perdona, es el océano el que nos está viendo… ¿Qué me cuentas, tío? Un océano no es suficiente para hacer un filme. Echo de menos un balance entre las estrellas del star system y todos aquellos cometas y planetas que completaban su universo. Los experimentos están ya hechos. Es tiempo de rebalancear… o de hacer balance. Eso es todo

Para mí, lo más especial de todo esto, es ver sonreir a una persona como él. El programador Stoffel Debuysere cuenta en internet que una espectadora bajó a decirle que le encantaba cómo, en sus filmes, las personas permanecen y se mueven, gestualizan y se tocan. Y entonces Pedro Costa sonrió. No conozco a nadie que estuviese allí en aquel momento pero, al parecer, sucedió.

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