CURTOCIRCUITO 2018: CUERPOS ENTRE LA FUGA Y LA ESPERA

Fotografía: Aigi Boga

Fotografía: Aigi Boga

Siempre he creído que un festival de cine debería funcionar como un preciso instrumento de detección. Un sismógrafo, quizás un sónar, preparado para detectar aquellas obras que llevan en su interior las cuestiones sociales de su tiempo. En ese sentido, la edición de 2018 de Curtocircuito se aproxima a este ideal, pues su equipo ha sabido convertir su sección Radar en un espacio para filmes que destilan un sutil malestar, una sensación de insatisfacción respecto al mundo actual.

Una serie de obras que, desde desde la animación, el registro documental o la ficción convencional, hacen uso del cuerpo humano como vehículo expresivo para este profundo malestar. Cuerpos que transitan entre su apego al entorno próximo y el deseo de huir de un espacio mostrado como hostil y cercano al colapso. Una triste característica de nuestra sociedad contemporánea, que Bauman define como marcada por la “fragilidad, la vulnerabilidad, transitoriedad y la precariedad de los vínculos y redes humanos”.

Personajes que sienten ese “odio del domicilio” definido por Baudelaire en Las Muchedumbres. Un miedo respecto a la ciudad propia que Nicolas Boone ha sabido trasnsformar en protagonista de su obra. Desde la magnífica Hillbrow (2014), Mención Explora en la edición de 2014 de Curtocircuíto, hasta Las Cruces (2018), que compitió este año en el festival, sus personajes pivotan siempre entre el apego y la necesidad de escape respecto a unas ciudades que filma como megalópolis distópicas, verdaderas jaulas mortales para sus habitantes.

Sin llegar a la maestría de sus primeros trabajos, Boone realiza en esta ocasión una interesante labor mostrando la violencia crónica presente en el barrio que da nombre a la pieza. Mientras que en Hillbrow esta aparecía a modo de estallidos puntuales, aquí forma ya ciclos permanentes, pasando de cuerpo a cuerpo en un libre flujo siempre asociado al dinero. El primer intento de huída, de cortocircuitar estos ritmos establecidos, acaba en muerte, en un callejón necesariamente sin salida.

Fauve (Jérémy Comte, 2018)

Fauve (Jérémy Comte, 2018)

La necesidad de escape aparece implícita también en Fauve (2018), de Jérémy Comte, Premio del Jurado en el pasado Festival de Sundance. Sus dos personajes protagonizan un relato iniciático que simplifica la gramática cinematográfica de Gus Van Sant en Gerry (2002). Aquí el desierto se convierte en una mina abandonada, metáfora en su inmensidad vacía del parón económico que sufren ciertos sectores rurales norteamericanos. Una explotación convertida en un espacio gris sin posibilidades ni futuro: un lodazal que se adhiere a los cuerpos de sus protagonistas negandoles cualquier posibilidad de escape.

Solar Walk (2018) de Réka Bucsi, ganadora del premio RADAR, y World of Tomorrow Episode Two: The Burden of Other People’s Thoughts (2018), del siempre interesante Don Hertzfeldt, son dos ejemplos de animación que diversifica este catálogo de cuerpos fugitivos. La obra de Hertzfeldt, altavoz pesimista de las miserias de la vida adulta, ya mostraba en World of Tomorrow (2015), presente hace dos años en Curtocircuíto, un mundo donde “el cuerpo deja de ser primordial y el recuerdo puede vivir eternamente en cubos almacenables. Cubos dentro de los que sobrevive la personalidad y la identidad de la persona, condenada a vivir sola en un eterno mundo de ocio informatizado”. En esta ocasión extiende sus intereses a unos cuerpos fugitivos en el espacio y el tiempo desde un mundo distópico donde la clonación se ha generalizado. Todo para constatar una trágica máxima: el único lugar a donde resta escapar es al paraíso de la infancia.

Solar Walk, con un paso triunfal por los principales festivales europeos, ofrece una versión dulcificada de las obras Hertzfeldt y Boone. Aquí la huída de Las Cruces y el desencanto vital de World of Tomorrow son un agradable ejercicio de escapismo, en palabras de la autora “un viaje despreocupado a través de la mente y el espacio”; un viaje alucinado y lisérgico que, sin embargo, ofrece interesantes experimentos narrativos a través del uso del color y la geometría.

World Of Tomorrow Episode Two: The Burden Of Other People’s Thoughts (Don Hertzfeldt, 2018)

World Of Tomorrow Episode Two: The Burden Of Other People’s Thoughts (Don Hertzfeldt, 2018)

Frente a estos ejemplos, que exploran las diferentes variantes del cuerpo en huída, existe otro bloque de obras que consiguen retratar el apego de los cuerpos a su espacio próximo, aún cuando este supone un riesgo para su integridad. Frente a los anteriores personajes, deseosos de abandonar ciudades convertidas en cárceles, los protagonistas son ahora cuerpos hieráticos, apegados a su entorno, a su rutina laboral y al perfeccionamiento de sus habilidades como si fueran incapaces o hubiesen renunciado a romper las fuerzas que los mantienen unidos a ellos.

Un itinerario fílmico que comienza con las dos menciones realizadas por el jurado de Radar: Las fuerzas, de Paola Buontempo, y Proch, de Jakub Radej. La directora argentina, que ha compaginado en su carrera la fotografía y el cine, trata de captar en este ocasión la energía, muchas veces violenta, que une a un grupo de jóvenes jockeys y sus caballos. Enfrascados en el perfeccionamiento de su trabajo, en arañar segundos al cronómetro de la competición, le sirven a Buontempo para oponer su estatismo físico al movimiento y la tensión inherente a la representación en imágenes del caballo, presente en el cine desde los experimentos cinéticos de Eadweard Muybridge en The horse in motion (1878)  y que en esta ocasión muestra interesantes vínculos con la situación política y económica de Argentina.

Proch, última obra del joven director polaco Jakub Radej, se presenta como estudio pormenorizado y distante de la práctica laboral de una funeraria. En un tono diametralmente opuesto al que hizo célebre a Alan Ball, aquí los espacios y rutinas son registrados de forma sistemática, mostrando los ritmos internos de sus trabajadores. Existe en Proch cierta belleza en la repetición trágica, como en Jeanne Dielman de Chantal Akerman, pero esta ocasión se alcanzan otras interesantes resonancias al oponer la presencia reiterada y cíclica de los cuerpos de los trabajadores al paso efímero de los cuerpos destinados a la cremación.

Mi amado, las montañas (Alberto Martín Menacho, 2017)

Mi amado, las montañas (Alberto Martín Menacho, 2017)

Por último, supone una agradable sorpresa Mi amado, las montañas (Alberto Martín Menacho, 2017), presente en RADAR y premiada como mejor cortometraje nacional. Nombrada según uno de los versos del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y fiel también a su espíritu, supone un acercamiento lírico a la realidad rural de la península, donde lo natural y lo humano; lo adulto y lo infantil, se entremezclan.

En ella se muestra de nuevo la atracción trágica de unos cuerpos hacia su lugar de origen, aunque en esta ocasión alejada de principios meramente narrativos. La acción se suspende para deleitarse en el poder visual del paisaje, los gestos, los rostros y una forma de vida que no posee necesariamente una carga simbólica, pero que sí está imbuida de una fuerza lorquiana, a medio camino entre lo amoroso y lo violento, explicitada narrativamente en la parte final del cortometraje.

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