Curtocircuíto 2021: Penínsulas, presagios

La peli del algoritmo, de Claudia Negro

La peli del algoritmo, de Claudia Negro

Llegamos al final de nuestra crónica de Curtocircuíto 2021 tras el repaso a las secciones Explora, Radar y Planeta GZ. Para terminar, nos centraremos en algunos de los cortometrajes que conforman Penínsulas, la sección que acoge y reivindica algunas de las propuestas estatales más interesantes del año pasado. Destaca, otra vez, ese contraste entre voces: las consolidadas y las emergentes, ambas muy reconocibles tanto en sus aspectos formales como discursivos. Temáticamente, muchos de estos cortometrajes comparten una mirada dudosa hacia el futuro e incluso hacia un presente que cada día parece más de ciencia ficción: la pandemia, los métodos de producción y la transformación que sufren los espacios con el paso del tiempo y los cambios sociales, son algunos de los temas a los que nos invita a reflexionar la selección de obras de Penínsulas.

Alex Reynolds y Alma Söderberg presentan La mano que canta, fruto de una colaboración entre las artistas y el Museo Guggenheim de Bilbao. Se trata de un ejercicio, sobre todo sensorial, en el que las directoras avanzan en su investigación sobre los sentidos humanos y la manera que tenemos de relacionarnos a través de ellos. Es una película táctil, en la que las manos y sus posibilidades adquieren el papel principal. Observamos cómo se descorcha un alcornoque, cómo se pela una mandarina, se lavan con jabón o realizan figuras en el aire. Reynolds y Söderberg dotan a La mano que canta de un gran carácter interactivo, lanzando palabras al vuelo del espectador, que observa abstracciones en las cortezas del alcornoque o en el paisaje urbano de Bruselas y no puede sino materializar visualizaciones del pájaro, árbol, muerte o amanecer que enumeran las voces en off.

Cine pandémico

En La peli del algoritmo, una producción realizada en el MASTER.LAV de Madrid, Claudia Negro hace uso de la grabación por Zoom de una de sus clases de cine durante la cuarentena, para plasmar las dinámicas comunicativas de la primera fase del amor, la del flechazo y la asunción de este, la búsqueda de reciprocidad y la observación y análisis cauteloso del otro y, por ende, de uno mismo. Es un valiente ejercicio en primera persona, una película de fantasía, en palabras de la propia autora. ¿Qué significa esto? La auto-ficción llevada a su extremo más radical, el engaño sobre la propia vivencia con un fin artístico. Una interesante película de pandemia que fue reconocida con la Mención Especial del jurado y que, como veníamos contando en el artículo sobre Planeta GZ, hace también uso de todas esas herramientas narrativas que se han generado con la aparición de los nuevos medios. En este caso, el relato de amor construido a través de un juego de gestos y miradas en una clase online por Zoom.

La fiesta del fin del mundo, de Paula González, Gloria Gutiérrez y Andrés Santacruz

La fiesta del fin del mundo, de Paula González, Gloria Gutiérrez y Andrés Santacruz

Gloria Gutiérrez, Paula González y Andrés Santacruz presentaron el último día de Penínsulas lo que fue su trabajo final en la Escuela de Cine de Madrid (ECAM) cantera desde siempre de nuevas voces, La fiesta del fin del mundo. El cortometraje, que se puede ver online en Filmin y ha circulado por varios de los festivales de cine más importantes del país, se suma a la ya prolífica lista de producciones enmarcadas en el contexto de la Covid-19, aunque aborda de manera más contundente que Negro este momento histórico. El relato se articula alrededor de una conversación de Whatsapp en la que dos jóvenes expresan cómo están viviendo ellos el encierro, y se detiene a imaginar cómo se vivieron las antiguas pandemias en la historia. De esta forma, intercala imágenes de una fiesta clandestina en un piso y recreaciones de siglos pasados contextualizados en diferentes crisis sanitarias. Una emotiva pieza que plasma ese querer huir de las cuatro paredes que vivimos todos en la primera mitad de 2020, e incluso ese acomodamiento a la situación, el miedo a salir de ella y volver a la vida real.

Presagios de tiempos futuros y presentes

En Tengan cuidado ahí fuera, el cineasta gallego Alberto Gracia propone un ejercicio de contemplación al caos. Caos traducido en humos y ruidos estridentes de motor, habitado por esos coches caídos en desuso que ahora esperan la llegada de su instante final en el desguace más sucio de la ciudad. La pieza de Gracia, financiada por el festival de cine pamplonés Punto de Vista y el Gobierno de Navarra, se apropia de la estética tan característica de las cintas VHS que todos guardamos en nuestros trasteros, esas que bien podrían contener un episodio de los Teletubbies, la boda de tus tíos o un partido de la Eurocopa de 1996, de una forma parecida a lo que hizo Harmony Korine en Trash Humpers. ¿Qué habrá en esta cinta? ¡Sorpresa! De esta forma, presenta un micro-universo casi apocalíptico y distópico, documentando las profesiones extrañas que habitan el mundo del motor moribundo y  recurriendo a la integración de archivos sonoros de anuncios de modelos de coches o concesionarios. Un relato sobre la destrucción, por otro lado, que si bien no tiene por qué presentar un apocalipsis, sí que lo presagia.

Future Foods, de Gerard Ortín

Future Foods, de Gerard Ortín

Future Foods, ganadora del Premio Penínsulas, documenta el extraño porvenir del mercado alimenticio y los métodos de producción. Gerard Ortín accede a los entresijos de una suerte de industria semejante a aquellas que se dibujan en historias de ciencia ficción y, haciendo uso de las herramientas más clásicas del documental, abre las puertas de una empresa dedicada a la innovación y desarrollo de una proteína generada a partir de agua, electricidad y CO2, con la que se pretende iniciar un nuevo modelo de mercado en el sector alimenticio, alejado del uso de suelos y de las producciones agrícolas y ganaderas. En Future Foods asistimos al proceso de manufacturación de estas nuevas comidas que son prácticamente esculpidas y caracterizadas de forma que semejan idénticas a los alimentos tradicionales. Con todo, aunque siempre desde una óptica muy impersonal, Ortín parece querer generar un debate acerca de estas invenciones que aparentemente buscan el bienestar común. Una película que se hace valiosa más por lo que cuenta que por cómo lo cuenta, y por poseer la capacidad de inspirar reacciones completamente opuestas y de forma paralela: desde la perplejidad, pasando por el miedo hasta la fascinación.

Tarifa ya no es lo que era. Esa es la premisa y vehículo narrativo principal del que parte Playa Chica. Ignacio Vuelta realiza un ensayo sobre la transformación que ha sufrido la localidad costera de Málaga en los últimos años. En un relato en el que sus personajes se presentan sobrios y naturalistas, es el joven bombero Quisko (Emmanuel Medina) el que sirve como guía por los espacios más característicos del sueño mediterráneo. Vuelta propone un juego de contrastes: lo que esperas y lo que hay. Donde imaginarías una discoteca repleta de gente, hay un club semi-vacío con un sistema de ventilación arcaico; donde supondrías una playa sin apenas espacio para dejar tu toalla, ves un paraje vacío, en el que el grupo de bomberos entrena sin problemas para explayarse. Sorprendente en su utilización del archivo en oposición a las vivencias que se narran, y sobre todo en cómo lo usa. Es, por otro lado, un interesante trabajo con los cuerpos que aparecen en pantalla, en el que se explora la figura masculina en todas sus contorsiones y estiramientos. Cuerpos que se relacionan con otros y que cuentan historias, así como los gestos y los silencios de aquellos que permanecen en el fantasma de lo que un día fue.

Playa Chica, de Ignacio Vuelta

Playa Chica, de Ignacio Vuelta

Comments are closed.