Dar Ghorbat, de Sohrab Shahid Saless
Esta pieza ha sido elaborada durante el Seminario de crítica y programación de cine restaurado, que organizamos en colaboración con Play-Doc 2023 (29–30 abril de abril, Tui).
Puedes leer el texto en su versión original en portugués aquí.
Nein! Deutschland gut!
Sohrab Shahid Saless (1944–1998) fue una figura esencial de la primera generación de la nueva ola iraní. Trabajó en el Kanun, donde fue una influencia para Abbas Kiarostami; en 1975 emigra a la República Federal Alemana, después de haber presentado dos películas el año anterior en la Berlinale. Realizó el resto de su obra en Alemania, un total de 13 películas, siempre con grandes dificultades para conseguir apoyo, siendo financiado la mayor parte de las veces por canales de televisión.
Tuvo la suerte de caer entre los inicios de la nueva ola iraní y los últimos años del nuevo cine alemán, siendo relegado por demasiado tiempo a una nota a pie de página en ambos movimientos. Solo ahora comienza a ser reconocido su estatus como uno de los más singulares autores, tanto del cine iraní como del cine alemán (el grueso de su obra fue producida en Alemania), gracias en gran medida al trabajo incansable de restauración y divulgación del Sohrab Shahid Saless Archive.
La extraordinaria Dar Ghorbat es una película triste para gente alegre, en la que seguimos la rutina diaria de Husseyin (Parviz Sayyad, importante figura del cine iraní), un trabajador inmigrante, y su movimiento pendular entre el trabajo repetitivo y monótono de la fábrica y la casa que comparte con otros inmigrantes turcos que forman una especie de familia.
La repetición y las mínimas variaciones serán el método utilizado para ofrecer un implacable retrato social y una meditación sobre el tema chejoviano del paso del tiempo.
A Saless lo que le interesa es la relación del individuo con la sociedad, de ahí que su protagonista, Husseyin, sea un hombre chaplinesco chafado por la era de la automatización. La miseria de su vida laboral solo es superada por la miseria sexual y, sin embargo, mantiene hasta el final una calidez y una obstinación casi infantiles. La impertinencia de este improbable héroe lo hace destacar en la sociedad alemana que le sirve de telón de fondo. Esta sociedad germana nunca es observada en su conjunto, como si no fuera identificable un colectivo, sino que está compuesta por una colección de individuos resentidos y estresados (el jefe de la estación de metro, la vecina trastornada, el compañero de la fábrica y la prostituta); en este sentido, recuerda a la sociedad retratada por Fassbinder en Angst essen Seele auf, del año anterior, y que comparte con esta película una temática semejante y una desesperanza parecida ante la falta de solidaridad entre los marginalizados. Se trata de una sociedad lumpenizada, sin atisbo de cambio.
A este individualismo nórdico se opone una cierta camaradería en el hogar, construida en torno a la mesa de la cena, donde comen todos juntos, donde los hombres juegan al backgammon (la eficacia de la realización nos permite ver con dos o tres detalles que estamos ante una sociedad patriarcal) y donde reciben a los invitados. Es una película que en su mirada sociológica nos muestra la importancia estructural del sistema familiar para esta comunidad inmigrante, lo que mantiene el tejido social desde Turquía hasta Berlín, como podemos entrever, en otro ejemplo de la asombrosa economía narrativa de Saless, en la escena en que Husseyin se encuentra en la puerta de casa a la familia con la que vive. La familia o la ausencia de ella es uno de los grandes temas de la película, es el último refugio antes de la soledad más profunda.
No estamos ante un cine de vanguardia, sino ante la obra de un storyteller marcado por la economía narrativa, la frugalidad expositiva, la elipsis inesperada, que contrapone una duración que va más allá de la función narrativa del plano y un sonido que enfatiza la profundidad de los espacios. También en la dirección de actores el artificio es reducido al mínimo; Saless juega con mezcla de actores profesionales con no profesionales, y consigue así huir del naturalismo sin caer en lo teatral, aproximándose a la etnoficción. Sin levantar la voz, el realizador acepta el natural desarrollo de la escena.
Dar Ghorbat acaba donde comenzó, en la fábrica y en el trabajo embrutecedor de Husseyin. Poco ha ocurrido y mucho se repite, pero el invierno está más próximo.