DRIVE, de Nicolas Winding Refn

EL ESCORPIÓN Y LA RANA

Hay cien mil calles en la ciudad. Si me dices el lugar y el momento, te daré un margen de cinco minutos. Sin importar lo que ocurra, durante esos cinco minutos soy tuyo. Pase lo que pase. Si sucede algo un minuto antes o después de eso, te quedas solo. ¿Lo comprendes?”. Las frases precedentes son pronunciadas por el protagonista de Drive en off mientras que en pantalla vemos cómo acepta un nuevo encargo. “Y no podrás volver a localizarme en este teléfono” espeta a su cliente. No tiene nombre; no es necesario. Él sólo “conduce”. Es fácil aludir a la trilogía del dólar de Sergio Leone para encontrar un precedente popular en el que el protagonista responda únicamente a sus actos y no a un nombre. En aquellas películas, Clint Eastwood representaba a un extranjero llegado a tierra extraña y que debía adaptarse a su entorno para sobrevivir y salvar el pellejo. La alegoría se repite con el personaje principal de Drive, pero es más interesante establecer un paralelismo con la carrera del propio realizador del filme, Nicolas Winding Refn.

Nacido en Dinamarca el 29 de septiembre de 1970, hijo del director y montador Anders Refn (entre cuyos créditos se encuentra el montaje de Antichrist de Lars Von Trier), en 1981 se mudó a Estados Unidos y, doce años más tarde, se graduó en la academia americana de arte dramático. En 1996, se puso en el mapa cinematográfico con la primera entrega de la trilogía Pusher, una crónica negra influida por el cine de Scorsese, en la que se daban cita numerosos perdedores que se veían atrapados en el mundo del crimen. Cerrada la saga Pusher (segunda y tercera entrega llegaron en 2004 y 2005 respectivamente) Refn se dedicó a experimentar.

Bronson fue su vuelta a la actualidad en 2008, una cinta que examinaba la violencia de la sociedad a través de un personaje real, el presidiario Michael Gordon Peterson, que ponía a prueba el sistema legal con la única excusa de sentirse vivo. La película tuvo muchísimo éxito (sobre todo gracias a la potente interpretación principal de su protagonista, Tom Hardy) pero eso no hizo que el realizador se acomodase.

Acción ultraestilizada, el filme que rodaría Michael Mann para un programa doble de 'grindhouse'.

En 2009, cambió radicalmente para presentar Valhalla Rising, un drama casi abstracto, dividido en seis episodios en los que se seguía el devenir de un vikingo en el año 1000 A.C. La película replanteaba los códigos del cine de aventuras y prescindía de una estructura narrativa convencional para preparar al espectador para un viaje sin retorno hacia el lado más salvaje de la naturaleza humana. Estos trabajos ameritaban a Refn como un autor personal, con visión propia, lo que le hacía automáticamente un realizador a seguir.

Las expectativas estaban altas, pero aún así Drive, una película más convencional, dio el campanazo, pasando de promesa a apuesta en firme tras su paso por el Festival de Cannes, donde salió fortalecida tras ganar el premio a la mejor dirección a pesar de competir en la sección oficial con pesos pesados como Lars Von Trier, Terrence Malick, Pedro Almodóvar, Aki Kaurismaki o los hermanos Dardenne.

Premio de cualquier forma merecido, porque Drive, que ha sido definida como una película noir artística, es esto y más. La primera secuencia es una set-piece de acción tan frenética como bien medida, en la que la tensión se dispara al ritmo de la música y en la que durante los minutos que dura consigue transportar al espectador a ese vehículo en constante huída. No deja de hacer esto el protagonista en todo el film, hasta que cierto acontecimiento hace cambiar las cosas, y el que huía se convierte en perseguidor; la presa, en cazador. ¿Conocéis la fábula del escorpión y de la rana? Drive la ejemplifica apoyándose en códigos visuales y narrativos, con una facilidad que sorprende en un realizador que hasta ahora había demostrado tablas, pero no una capacidad de síntesis tan sólida.

Las referencias son innumerables (desde C’était un rendez-vous, de Lelouch; hasta Bullit, de Peter Yates) pero sorprende más la que cita el propio realizador a la hora de hablar de la estructura de su película: los cuentos de los hermanos Grimm. Y lo cierto es que existe esa estructura del caballero que debe salvar a la princesa en el guión escrito por Hossein Amini a partir de la novela de James Sallis. Drive se inicia así con una portentosa secuencia de acción, para dedicar gran parte de su metraje a desarrollar, de forma aséptica pero eficaz, una relación basada en la compenetración, y no tanto en el fantasioso amor, que servirá como punto de partida a un viaje sin retorno en el que el paso de la teoría a la práctica se da en pocos segundos. Lo que puede salir mal, saldrá mal. Murphy así lo atestiguó y ha sido uno de los elementos clave del noir desde tiempos inmemoriales. En Drive no se traiciona, y un error se devuelve elevado a mil a cargo de un personaje sin nombre, con códigos morales que pueden ser discutibles pero férreos.

El príncipe azul, a caballo o sobre su bólido, extensión de su propio cuerpo, aquí no se queda con la princesa, ni hay intención de que sean felices y coman perdices.

Poco importa quién esté en frente, sean gángsters o criminales de poca monta. Martillo o escopeta; cualquier arma vale en el tercer acto de un filme que pasa de la calma a la tempestad de forma drástica desde el momento en que una escena en un ascensor (que funciona como perfecta metáfora de un descenso a los Infiernos) tiene lugar. Lo que sigue después vendría a ser una ‘explotation’ de acción ultraestilizada, el filme que rodaría Michael Mann para un programa doble de ‘grindhouse’. La acción duele, y rápidamente nos ponemos de lado de ese protagonista sin nombre que sólo persigue la paz para los suyos, aún a pesar de la suya propia.

Las referencias a los hermanos Grimm son aquí más palpables al funcionar todo el tercer acto como un cuento narrado en clave adulta; eso sí, libre de moraleja, porque aquí no hay ni buenos ni malos, sólo gente que sobrevive y gente que no lo hace. Sus minutos finales terminan por redondear una de las producciones más potentes de 2011, permitiéndose Refn jugar con el espectador de forma inversa a la que lo hacía Christopher Nolan con la imagen que cerraba Inception. Un plano fijo congelado, un momento de alivio, y una despedida agridulce. La moral se antepone al deseo personal, y es que el príncipe azul, a caballo o sobre su bólido, extensión de su propio cuerpo, aquí no se queda con la princesa, ni hay intención de que sean felices y coman perdices. El escorpión y la rana, interpretados por un puñado de actores en estado de gracia, ponen cierre a la mejor película del género de los últimos años y un homenaje al cine setentero de acción que hasta ahora sólo Quentin Tarantino había conseguido replicar –y mejorar- en la actualidad. 

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