EL HOTEL A ORILLAS DEL RÍO (강변 호텔, HONG SANG-SOO, 2018)

Contemplar cada nuevo filme de Hong Sang-soo supone sumergirse en un universo de profundas ramificaciones que nos lleva de una película a otra, realizando conexiones continuamente con sus constantes temáticas y formales. Es como si de cinta a cinta estableciese una suerte de rimas y su obra completa acabase por ser un gran poemario. Curioso entonces que su último protagonista sea un poeta que, sintiendo la presencia de una muerte próxima de un modo que no puede explicar racionalmente, decida retirarse a El hotel a orillas del río (강변 호텔, 2018). Allí llama a sus dos hijos, a los que no ve desde hace tiempo, para despedirse de ellos. Paralelamente, una mujer reside también en el hotel, escapando de una ruptura sentimental; una amiga es su consuelo.

Encontramos así ciertas obsesiones del autor, como las relaciones de amantes que acaban mal por la fidelidad al matrimonio o, contrariamente, las parejas que abandonan a la amada por irse con otra. Dos caras de una misma moneda que aquí coinciden en sendos personajes y que hacen inevitablemente pensar en la relación personal del director con su musa Kim Min-hee, con la que colabora aquí por última vez (de momento). El instante más evidente en que se ve que Hong está purgando sus vivencias personales es cuando pone en boca de Ki Yoo-bong, su poeta, palabras dolorosas en relación a su exmujer, que lo considera un ser execrable. La intensidad, quietud y precisión que despliega Gi Ju-bong en esta escena bien valen el premio a la mejor interpretación que se llevó en Locarno; destacando en un gran reparto. Una vez más, el coreano se muestra como un excelente director de actores.

Hay más elementos que proponen rimas con otras películas de su filmografía y que resultan muy personales, como el hecho de que uno de los hijos de Ki sea director de cine y experimente sentimientos similares sobre el concepto del éxito que ya se veían en Antes sí, ahora no (지금은맞고그때는틀리다, 2015) o en Un cuento de cine (극장전, 2005), por ejemplo. Podríamos enredarnos en buscar más similitudes, algunas muy anecdóticas, pero más que buscar la rima entre cintas, resulta en este caso muy interesante analizar cómo funciona estructuralmente El hotel a orillas del río. Aunque cuenta con una progresión de introducción, nudo y desenlace en tres partes diferenciadas por situaciones y espacios, que provoca casi rubor tratándose de Hong; si escudriñamos más en detalle veremos que hay elementos como el sueño, que en otras películas crea ficciones dentro de la ficción – Like You Know It All (잘 알지도 못하면서, 2009) –, que aquí funcionan como elementos divisorios y rítmicos. Igualmente, una misma acción o diálogo puede significar cosas diferentes para los protagonistas y la trama según las situaciones y momentos en los que se digan. Pongamos por caso la firma de un autógrafo o la invitación a una taza de café. De este modo, tenemos la sensación de habitar uno de los poemas de Ki.

Más relevante es la importancia que Hong concede a la dualidad, ordenada cual demiurgo a través de su poeta en la trama y que tiene una relación directa con el hecho de que el filme esté rodado en un elegante blanco y negro que deja poco espacio para los grises. Las conversaciones en las tres partes siempre llegan a pares. Por un lado, las que lleva a cabo el padre con sus hijos, y ellos entre los dos; y las que desarrolla con las amigas, y las dos entre ellas. El fundamento filosófico sobre el que se asienta la película queda explicitado en una escena de la parte central que resulta significativa. El padre le explica el significado de sus nombres en caracteres chinos a lo hijos. El mayor, Kyung-soo. Kyung, de “Seúl”, soo de “excelencia”. Aclaremos que la capital inspira “buena fortuna”. El pequeño: Byung-soo. Byung, de “uno junto a otro” y soo, de “excelencia”. Nos interesa sobre todo el doble significado de Byung. Por un lado, hay una interpretación literal de que un hijo debe estar junto al otro, para siempre unidos. Por otro, hace referencia a dos mentes que conviven juntas: una que puede tocar el cielo, otra que camina por la calle. El poeta explica que ninguna puede prevalecer sobre la otra, que deben vivir en armonía.

Hong se está refiriendo al concepto de equilibrio que está presente en muchas filosofías, por ejemplo en la helénica, a través del término medio de Aristóteles. Pero la afirmación está también impregnada de fuertes connotaciones budistas. La mente en esta tradición no hace referencia al cerebro, sino que se parece más bien al concepto occidental de alma o conciencia. Pueden existir varias mentes en un mesmo individuo, como diferentes estados de esta alma, pero lo que más importa es la consecución de la trascendencia o iluminación en contextos que son tangibles, pues, al fin y al cabo, habitamos un cuerpo y no vivimos en el mundo de las ideas, sino en el sensible, por citar en este caso a Platón. El padre le está diciendo al hijo que está destinado a grandes cosas, incluso a una suerte de inmanencia a través de sus actos que dejará huella tras su muerte; pero le advierte de que estos objetivos solo pueden lograrse con una sensible observación de lo que nos rodea y relacionándose sin temor con el mundo sensible. Más tarde lo animará a vivir sin miedos (de las mujeres) y a gozar de lo que tiene a mano. Les dice a los dos hijos que vivan la vida antes de que sea demasiado tarde, pues la muerte puede llegarles en cualquier momento. De nuevo, prepararse con tranquilidad para la muerte, abrazándola coma un proceso natural y sin desperdiciar el tiempo que tenemos en la tierra. Otro concepto budista.

Una última reflexión sobre estas palabras. Muchas veces se compara en esta religión la mente con un huésped en un hotel. El establecimiento sería el cuerpo. Así, en la muerte, el huésped abandonaría el hotel, como la mente abandona el cuerpo para la siguiente vida. ¿Se encuentran similitudes con la trama? Así, El hotel a orillas del río se revela como un profundo tratado metafísico mediante conversaciones y encuentros que pueden resultar casuales y desenfadados, pero que dejan un atractivo poso filosófico. Una de las grandes virtudes de Hong consiste en tratar a través de diálogos realistas y que resultan a veces casi improvisados las grandes inquietudes universales de la raza humana. Y por eso es uno de los mejores guionistas, o simplemente cineastas, de nuestro tiempo. El hotel a orillas del río es uno de sus filmes más singulares, elegantes y trabajados. Otro peliculón. Parece mentira que los haga como churros.

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