EL NIÑO DE LA BICICLETA, de Jean-Pierre & Luc Dardenne

LAS LUCES Y SOMBRAS DE ESTE NUEVO NIÑO

El viernes 28 de octubre se estrena en España la última película de Jean Pierre y Luc Dardenne. Para estos hermanos belgas todo empezó realmente con la selección en la Quincena de los realizadores de Cannes y la concesión de la Espiga de Oro en Valladolid por La promesa (1996), tercer largometraje de ficción en su trayectoria tras “la aventura desafortunada” ―palabras de Luc— de Falsch (1987) y Je pense à vous (1992), cuyos guiones firmaron junto con Jean Gruault (guionista nada menos que de François Truffaut). Acto seguido, con Rosetta (1999) no solo acceden a la competición internacional en Cannes, sino que se llevan nada menos que tres premios (entre ellos, la Palma de oro) y el aplauso de la crítica especializada.

Su posición privilegiada entre la élite del cine mundial se confirma con sucesivas participaciones en la competición de Cannes, acompañadas sistemáticamente por un galardón: El hijo (2002), premio al mejor actor (para Olivier Gourmet, uno de sus actores fetiche); El niño (2005), segunda Palma de oro; El silencio de Lorna (2008), mejor guión, y El niño de la bicicleta (2011), premio del jurado.

Este repaso a la trayectoria festivalera de los hermanos Dardenne no es en vano: su cine, portador sin excepciones de la etiqueta del drama social, ha sido reconocido en múltiples ocasiones por jurados variopintos y críticos de todas las esferas. El silencio de Lorna, sin embargo, marcó tal vez un punto de inflexión en su filmografía: la película provocó un rechazo más amplio por parte del mundo cinéfilo, que experimentó una sensación de déjà vu. Los personajes torturados, la perseverancia contra la desesperación, el realismo exacerbado, el dramatismo, los túneles sin salida: otra vez lo mismo. El niño de la bicicleta es, en este sentido, la primera señal de un posible giro del cine de los Dardenne hacia la luz.

En cualquier otra película, una escena en la que una mujer y un crío dan un paseo en bicicleta a la orilla de un río bajo la luz del sol no tiene por qué significar nada. Para los conocedores de la obra de los hermanos, esa secuencia supone el primer signo de esperanza en décadas. El estupor general que este gesto produjo en Cannes estuvo a poco de traducirse en una tercera Palma de oro, algo inédito en la historia del festival.

El niño de la bicicleta, sin embargo, no anuncia desde un principio esa transformación en sus autores. Cyril [Thomas Doret] es un niño enrabietado con el mundo que solo tiene una idea fija en la cabeza: encontrar a su padre [Jérémie Renier, otro de los intérpretes fetiche de los hermanos, quienes le dieron el papel de El niño precisamente], quien lo dejó por un tiempo indefinido en un hogar de acogida para niños. Un día, Cyril conoce de manera fortuita a Samantha [Cécile De France, primera celebridad que dirigen los Dardenne], una joven peluquera que acepta acogerlo en su casa durante los fines de semana. El amor que Samantha profesa al niño sanará poco a poco sus heridas emocionales y contribuirá a superar la resistencia natural de Cyril a la felicidad.

Este recorrido insólito hacia la luz es paralelo al de Jean Pierre y Luc Dardenne tras las cámaras, quienes, por primera vez, decidieron rodar en verano (en su Seraign natal y con el fotógrafo Alain Marcoen, como viene siendo habitual) y optaron por una dirección más pausada y libre, menos cercana al género documental, sin renunciar a los planos secuencia ni a escenas casi de acción y que alternan con secuencias más serenas que sirven para afianzar el vínculo que Cyril y Samantha construyen en la pantalla. Para enfatizar los momentos dramáticos de la película, los Dardenne, en otra decisión inusitada, hacen uso de un breve fragmento musical que se reproduce un total de cuatro veces a lo largo de la cinta.

En cualquier outra película, una escena en la que unha mujer y un crío dan un paseo en bicicleta a la orilla de un río bajo el sol non tendría por qué significar nada, pero en la filmografía de los Dardenne supone el primer signo de esperanza en décadas.

En tanto que guionistas, Los hermanos Dardenne confieren a esta historia sencilla una componente universal que la acerca al cuento, sin que por ello hayan de perderse moralismos y demagogia. Las acciones de los personajes no tienen justificación [“Lo que cuenta es el acto, no las intenciones”, explica Luc]. La descripción de estos son caricaturescas, en ocasiones maniqueas, lo que contrasta con el rico simbolismo de la bicicleta del protagonista y de los lugares en que se desarrolla primordialmente la acción: la ciudad, el bosque y la gasolinera.

Con todo, los Dardenne centran descaradamente su atención en el niño; son notables en este sentido numerosas tomas de los primeros minutos, en las cuales Cyril se mueve por el reformatorio, responde a la gente, y solo se ve su rostro y su paso. El proceso de toma de conciencia sobre la realidad de su padre y de abertura hacia las posibilidades, honradas y vituperables, que ofrece el mundo, avanza lentamente en paralelo con el sentimiento de ternura y compasión que los Dardenne tratan de imprimir en el relato.

Sin embargo, y a pesar de que la pareja de cineastas estuvo un año desarrollando el guión, al espectador se le pide un acto de fe para seguir la historia. Los hermanos veían al niño como el protagonista de un cuento que tiene que escapar de la violencia intrínseca del mundo en que siempre ha vivido a través del afecto. Sin embargo, al cabo de pocos minutos cabría definir a Cyril como un crío al que, dada su deplorable situación familiar, se le aparece la virgen en forma de peluquera y, en lugar de aprovechar su entrega, tan insensata como incondicional, prefiere comportarse como un niñato caprichoso, indomable y desagradecido. A este respecto, la actuación del joven Thomas Doret está muy pautada y su personaje avanza a trompicones: ahora corro, ahora no hablo, ahora me araño la cara, ahora llamo a mi padre.

Cécile de France tampoco responde a un patrón muy distinto: su personaje manifiesta su compasión y su perseverancia para con el niño, por encima de cualquier otro sentimiento o relación con otra persona de su entorno. Cumple con nota al reflejar su comprensión y su compromiso, pero Samantha es un personaje que, como sucede con Cyril, no se sostiene por sí solo.

El trabajo de los Dardenne, con la pluma y con la cámara, no se sale de esos parámetros borrosos, sin perfilar, con un acabado casi de aficionados, que marcan indefectiblemente la capacidad de conectar con el espectador. Por esta razón, El niño de la bicicleta funciona mejor como punta de lanza de la evolución del cine de los emblemáticos autores belgas que como una entidad con vida propia e independiente.

Lo que está claro es que, más allá de unos resultados de taquilla en Francia y Bélgica, que han superado los de El silencio de Lorna pero no han respondido a los esfuerzos de los Dardenne para llegar de una vez al gran público, su cine no se cansa de recibir elogios de la crítica especializada y reconocimientos internacionales. A buen seguro, tendremos Dardenne para rato.

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