ENTRE DOS AGUAS, de Isaki Lacuesta

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‘Flotando como un velero’

Comienza Entre dos aguas y por un momento Isra vuelve a ser el niño de La leyenda del tiempo (Isaki Lacuesta, 2006), pero doce años después las imágenes tienen algo de evocación, de un tiempo pasado que no volverá. Se trata de la hermosa escena junto a un árbol con que se cerraba la historia de Isra y Cheíto en 2006: Ha pasado un año y meses desde que Isra presenció el asesinato de su padre y ya no tiene ganas de cantar. “No es como para olvidarse, Saray… Eso no se olvida ni en todo el resto de vida que me queda”. “¿Tú todavía lo estás pasando mal?”, e Isra asiente de espaldas, en silencio. Entonces un corte avanza en el tiempo. Vemos un primer plano de Isra, ya adulto, y el parto de su hija Manuela filmado con la realidad de un documental. Primera sorpresa: la madre no es Saray. Tras tomar a su hija en brazos, Isra abandona la habitación y camina hacia donde le esperan unos hombres con las esposas (primero de los detalles que hacen que todo en Entre dos aguas se sienta tan tan real: el policía tiene la consideración de ocultar las manos del esposado bajo una bata). Aún no sabemos qué ha pasado en estos años, pero tras las dos primeras escenas de Entre dos aguas sentimos que la vida ha seguido su curso todo este tiempo. Presentan, además, las dos aguas entre las que navega el título: el pasado y el presente, la muerte y la vida, la ficción y lo real. Significados que añaden más capas a un título que también refiere a un tema de Paco de Lucia y al paisaje y situación geográfica de San Fernando.

Entre dos aguas bebe del pasado y sobre sus imágenes resuenan aquellas de La leyenda del tiempo, que a menudo resurgen a modo de flashback. Pero no encontramos en ellas un solo ápice de nostalgia y cuando Isra y Saray vuelven a compartir una escena sentimos la punzada de lo que pudo ser y no fue. Son también dos películas distintas. La leyenda del tiempo trataba de retratar un lugar, La Isla de San Fernando, vinculándola con determinado modo de afrontar el duelo muy ligado al flamenco (la película era un homenajea a Camarón), por lo que podía dividirse en dos historias distintas, la segunda de las cuales –“La voz de Maikko”– desaparece por completo en esta secuela. Aquella era una película mucho más estática donde el duelo de Isra por el asesinato de su padre se fundía con la alegría de crecer y el primer amor adolescente. Entre dos aguas, en cambio, es una película mucho más narrativa, también más dura y más madura, construida en torno a un conflicto dramático anunciado desde el título.

Entre dos aguas es ficción, aunque se construya de realidad. Israel Gómez Romero no ha estado en la cárcel, ni intentó suicidarse, ni su mujer le ha echado de casa, aunque es cierto que Francisco José Gómez Romero (Cheíto) ha sido panadero en la armada y ha estado de misión en África. El guion fue escrito por Isaki Lacuesta junto a Isa Campo y Fran Araújo en estrecha colaboración con Israel y Francisco José, a partir de lo que ellos han vivido en primera persona o conocen muy de cerca por sus amigos, y que expresan en los diálogos en sus propios términos. La idea, aunque estemos en una ficción, es dar voz y cuerpo a los problemas reales de la gente real de San Fernando tratados desde su propio punto de vista. El relato surge así imperceptiblemente, a partir de una inteligente sucesión de escenas corrientes para los habitantes de La isla, que son filmadas con pulso documental para capturar los gestos, miradas, actos y, por supuesto, el escenario de San Fernando de que se compone cada situación.

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Entre tanto río, marisma, playa, puentes y zonas de tránsito emerge el relato de Isra, que aun arrastra el asesinato de su padre mientras trata de recuperar su vida sin recurrir a la delincuencia. Tras salir de prisión, llegar a San Fernando y jugar con sus hijas (la más joven no le reconoce) y ser echado de casa por su mujer, Isra trata de reconquistar a su familia y de buscarse la vida. Mariscar en las marismas, chatarrear, trapichear con drogas, empleos basura… Isra se resiste a ser explotado y los empleos y trapicheos se suceden. Le obsesiona la idea de la muerte y solo el apoyo de su hermano y de sus amigos, cada uno con sus propios problemas, evita que caiga en la delincuencia, el abandono y la autodestrucción. En una de las escenas con más verdad e intensidad de Entre dos aguas, cuando los dos hermanos se sinceran y hablan de la muerte de su padre, Isra confiesa la soledad en que vive desde entonces. Por eso la película necesita tomarse su tiempo para mostrar la lucha diaria y la soledad de Isra, con sus caídas, apoyos y esperanzas, y capturar la lentitud y esfuerzo con que suceden los cambios profundos.

Nada más lógico para una película de este título, por tanto, que mostrar el cambio de Isra a través de un bautizo en las aguas y la consumación de un tatuaje. Primero, Isra acude a bautizarse a una comunidad cristiana, pero le piden morir dentro del agua y salir como una persona nueva que ha dejado su pasado atrás, muerto y cerrado. En lugar de ello, Isra se lanza en solitario al agua desde el Puente de Hierro de San Fernando, que él y sus amigos emplean como trampolín, y se tatúa en la espalda una escena sobre la muerte de su padre. Cuenta Isaki Lacuesta que propusieron a Israel un tatuaje más esperanzador que mirara hacia el futuro, como efectivamente sucede en la película a través del personaje del tatuador, pero él prefirió este otro reescribiendo el tono y final de la película. Un final de nuevo cargado de resonancias del pasado, en el que Isra lleva a sus hijas a al árbol de su adolescencia. Pero cuando Isra se gira hacia la cámara como ya hiciera doce años atrás, sentimos que ha habido un cambio: es el tiempo, que pasa por Entre dos aguas y avanza.

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