Crónica 23 de noviembre

¿Cómo se pueden escribir y dirigir tres maravillosos filmes antes de los 30, y además ser inteligente y encantadora? Un minuto de conversación con Mia Hansen-Løve, que irradia una energía y confianza inusitadas, tras visionar Un amour de jeunesse, su última y excelente película, ya me alegran el día, aunque esta estupenda experiencia vaya seguida de bodrios insoportables. Confío en que en nuevos intercambios de impresiones en los próximos días me confíe su secreto del éxito. Si el talento es contagioso, desde luego no me voy a despegar de ella.

Reconozco que mi acercamiento a su figura es más la del fanático que la del crítico. Para mí, Tout est pardonée, Le père de mes enfants y agora, Un amour de jeunesse; son una manera de reencontrarse con un François Truffaut resucitado, pero con sensibilidad femenina. En su último largo, Hansen-Løve desarrolla el sentimiento melancólico de una chica que sufre la ruptura sentimental de un primer amor. Ya adulta, estudiando arquitectura en la universidad, se encuentran de nuevo y tienen una aventura. Ella sale en ese momento con un profesor suyo, del que aprende a controlar la luz con las formas de sus proyectos (esencia de este arte, les enseña a sus alumnos) y a leer en las paredes los trazos de la memoria.

El buen cineasta comparte con los maestros de la Bauhaus, representados en varios edificios del filme, estos dos elementos. Por un lado, moldea la luminosidad a su antojo u, por otro, realiza un registro de los lugares que la fotografía, ejercida por el chico, no llega a atrapar. Este concepto está directamente ligado al devenir psicológico del personaje principal, que encuentra en las líneas de sus planos una manera de enfrentarse a y controlar unos dolorosos recuerdos.

Además de un sutil y muy sentido estudio de las relaciones de pareja, Un amour de jeunesse es también una reivindicación de las pasiones juveniles, por mucho que éstas puedan herir a veces el alma. Es, en definitiva, una cinta profundamente romántica, que descubre además a Lola Créton, todo un portento de actriz.

Después de esto, ya nada le puede parecer bueno a uno, más cuando tiene que tragarse Toomelah, de Ivan Sen, algo así como la versión pobre de Winter’s Bone, pero con indígenas australianos. Rodada teóricamente con estilo ‘cinéma vérité’, en realidad pusieron la cámara en automático y rezaron para que bajara John Ford del cielo e le pusiera un poco de sentido a este despropósito. La voluntad de retratar el ambiente marginal de estos indios, masacrados por el colonizador inglés, es loable, pero no llega. Jugar con el género negro para dar información sobre el contexto en el que vive esta comunidad no es una buena opción para estos propósitos, cuando la propuesta es fílmicamente tan pobre. Mejor que la rehagan en clave documental y funcionará mucho mejor. Hay que decir, sin embargo, que no está carente de cierta honestidad. Lo mejor del filme es la reproducción fidedigna de su jerga, en una aproximación que recuerda a la de The Wire. Eso sí, si vuelven a tomar a gente del lugar para actuar en otra ficción, primero que les den clases de interpretación.

Por la tarde, me meto en una sesión de cortos, a la espera de que Nicolas Provost me recupere del bajón de Toomelah con Moving Stories. Pues nada, voy y me encuentro con lo peor de un autor espectacular, que bien podría haber sido seleccionado en la competición de largos con su excelente The Invader. Como en ocasiones anteriores, el artista plástico belga toma material de archivo (en este caso, de vuelos de aviones) y lo edita con comentarios en off para crear una tensión propia de un thriller. Para los que sean nuevos en esto, mejor quedarse con Plot Point y Stardust, que desarrollan esta técnica con mucho más acierto, aunque yo recomiendo la filmografía completa de este autor, aún bastante desconocido, y que es preciso reivindicar. De los demás cortos, mejor ni hablo.

Por la noche, toca ver la esperada no-película iraní This is not a Film, de Jafar Panahi y Motjaba Mirtahmasb, con largo recorrido por festivales internacionales después que Panahi fuese condenado a seis años de prisión por su trabajo. Efectivamente, esto no es un filme, solo el esbozo de la cinta que no se pudo rodar. Desde luego, se trata de un documento histórico sobre su situación de censura, y de un ataque directo al régimen de Almadineyad, sí; pero nada más.

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