Crónica 20 de noviembre

Seis horas de autobús por carreteras que parecen montañas rusas resultan demasiado para mi estómago. Ni que Gijón fueran los Cárpatos. Yo, como buen cinéfilo, siempre he sido más de tren. Está a punto de comenzar la sesión de Dark Horse, de Todd Solondz, en el Teatro Jovellanos, y apuro los minutos para ver en la pantalla de un bar cómo marcha el resultado de las elecciones. Con el 83% escrutado, el PP lleva 187 escaños. Si Mariano quiere, el año que viene vendré en AVE.

¿Por qué pagar voluntariamente esa máquina de fabricar náuseas que es el Alsa? Después de recoger la acreditación, llamo a unos compañeros. Están comiendo en un restaurante cerca de las oficinas del certamen. Marcho para allá. Es conocido de todos que los festivales de cine se acaban con algunas horas robadas al descanso y unos kilos de más, comiendo mal y rápido. Quiten esa última parte de la ecuación en Gijón. La ciudad asturiana solo tiene un peligro gastronómico: disfrutar tanto de una copiosa comida, que no se llegue a la primera sesión de la tarde, o se duerma en ella. Aquí se ve mucho cine, y bueno, pero también queda tiempo para tomar unas sidras con los colegas y degustar todos los menús en dos kilómetros a la redonda.

Cuando llego al restaurante donde he quedado, y echo un ojo a los platos, ya comienzo a recordar por qué me gusta venir aquí. Y después de cinco minutos de conversación con temas como “¿qué tal está ésta que voy a ver por la tarde?”, me invade el sentimiento FIC Xixón: estoy en el paraíso. ¡Quiero entrar ya en sala!

El menú fílmico de la tarde fue contenido, a la espera de ver mañana alguna de las grandes apuestas del festival, como Low Life. No es que fuese al pase de La guerre est déclarée, de Valérie Donzelli, con pocas ganas, después de leer los múltiples elogios que había recibido en la Semana de la Crítica en Cannes, pero verdaderamente creo que se trata de uno de los grandes ‘hypes’ de la temporada.

La historia gira en torno a una pareja que tiene que superar el cáncer de su primer hijo, diagnosticado cuando éste solo cuenta con unas semanas de vida. Donzelli protagoniza el filme y firma el guión junto con Jérémie Erkaïm, su expareja en la realidad, con la que vivió este drama, que está tratado aquí con alegría y cierta carga irónica hacia las pautas clásicas del melodrama.

La autora pone a bailar y cantar a sus personajes en una ocasión, pero es ésta una línea que no desarrolla en la película. Introduce toques de comedia romántica en el inicio, pero todo eso desaparece cuando llega la noticia de la enfermedad. Realiza montajes musicales con pop alegre, muy bellos, pero sin ningún interés narrativo. En definitiva, huye de realizar un dramón a partir de la subversión del género que trata, contraponiéndolo a los códigos de la comedia y el musical, pero no llega nunca a encontrar un equilibrio en esta simbiosis de referencias.

'La guerre est déclarée' nos descubre a una autora, Valérie Donzelli, que convendrá seguir en el futuro.

Hay quien comentaba ayer que el estilo les recuerda al Arnaud Desplechin de Un conte de Noël, por cómo retrata la institución familiar, también en un ambiente pequeño-burgués que no le resulta ajeno a otros cineastas franceses contemporáneos, como Olivier Assayas, que firmó hace pocos años ese tremendo peliculón que es L’heure d’été. Sin embargo, cuando escucho la cargante voz en off omnisciente de La guerre est déclarée, no veo más que una versión malograda de Le fabuleux destin d’Amélie Poulain. Y los planos en ralentí con la música a tope, y esas chavalas de gafas y jerseys tan monos, no hacen más que recordarme el Xavier Dolan más histriónico y superficial. Todos los personajes de este filme son muy ‘fashion’, demasiao ‘kitsch’ pal ‘body’. A Donzelli le falta distancia y un poco de mala leche, virtudes que sí poseen los primeros referentes, con los que, a mi parecer, sólo comparte vínculos temáticos.

Esta mujer sabe dirigir. De eso no cabe duda, aunque solo sea por algunas escenas tan notables, tanto a nivel narrativo como visual, como la secuencia a base de elipsis que abre el filme: un resumen enérgico y vitalista de la relación de la pareja desde que se conocen hasta que tienen el hijo. Donzelli vale, y va a estar en el punto de mira de los cinéfilos con sus próximos filmes, pero no es éste uno que, intuyo, vaya a recordarse mucho tiempo, pasada la anécdota de que es la seleccionada de Francia para los Oscar.

Más provechosa, aunque no esperaba nada de ella, fue Avé, de Konstantin Bojanov. ‘Road movie’ búlgara irregular, que no concreta su apuesta hasta la última media hora, se trata de la historia de amor de dos adolescentes que huyen de casa en la búsqueda de unos perdidos seres queridos, cuando en realidad buscan la propia identidad, que definen gracias al otro.

Angelia Nedialkova da vida a la protagonista, que miente compulsivamente para esconder una dolorosa realidad. Por el contrario, el personaje de Ovanes Torosian, el chaval, se defiende de los mismos fantasmas mediante el silencio, como si por no mencionarlos, fuesen a desaparecer. El trabajo actoral de la pareja es magistral, hasta el punto de que sostiene por sí sólo un filme en el que se aprecia una clara y paulatina evolución en el grado de intimidad que esos dos desconocidos llegan a adquirir, unidos por las adversas circunstancias. En concreto, visto que no habla mal inglés, Nedialkova está llamada a convertirse en la próxima Anamaria Marinca, si alguien tiene la decencia de fijarse en esta impresionante joven intérprete.

Y tras una pausa alimenticio-electoral, remato el día con Dark Horse, de Todd Solondz. El mecanismo cómico pretende funcionar a partir de la verbalización de los elementos que el director quiere criticar y satirizar de la sociedad norteamericana. Tanto subraya el síndrome de Peter Pan del protagonista, el inusitado consumismo o el funcionalismo del matrimonio como pilar de la economía occidental; que termina por resultar obvio y esquemático. Además, la repetición continua de estas herramientas no le va bien a una comedia que apenas logró arrancar media docena de risas a los mil espectadores de la sesión.

En fin, mañana más, y esperemos que mejor, pues este 20-N con el que aterrizo en el FIC Xixón 2011 no fue especialmente memorable. A lo mejor influyeron las curvas, los mareos y una cena indigesta.

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