FILMADRID 2015: UN CINE ESPAÑOL (Y ALGO MÁS)

Filmadrid tivo o acerto de contar con importantes presentacións de cineastas reivindicables, como Adolpho Arrietta, co micro na foto.

Filmadrid tuvo el acierto de contar con importantes presentaciones de cineastas reivindicables, como Adolpho Arrietta, con el micro en la foto.

Madrid no tiene un festival de cine generalista que pueda considerarse una referencia. Con el parque de salas de la capital, y todas las actividades que se organizan en torno al séptimo arte a lo largo del año, realmente cuesta creerlo. Filmadrid ha llegado para solucionarlo, y apunta maneras para poder asentarse en poco tiempo. Con un programa diverso de unas 80 películas, centrado en un cine de autor audaz y alejado de las convenciones narrativas, el nuevo certamen madrileño ha sabido combinar en la sección oficial de su primera edición grandes talentos como Pedro Costa, con descubrimientos de este año como Belluscone. Una storia siciliana (Franco Maresco, 2014). Este filme fue estreno en España, así están las cosas. Por tanto, la estrategia de programación de Filmadrid parece asentarse en dos patas. Primero, traer a la urbe filmes que no han podido verse, por muy obvio que resulte escogerlos – el propio Cavalo Dinheiro (2014) de Costa o lo último de Matías Piñeiro – y por otro lado, crear una línea propia con películas más invisibles en la superficie del circuito de festivales europeo, como la premiada por Camira The Reaper (Zvonimir Jurić, 2014). Así, se situaría en algún lugar intermedio entre esa lógica aglutinadora del D’A o Cineuropa, y secciones como Las Nuevas Olas en Sevilla, o los nuevos derroteros de la oficial de Las Palmas. No es mala estrategia, si tenemos en cuenta que hay muchas primeras y segundas obras impresionantes por el mundo adelante, por ejemplo, que nunca llegan a exhibirse en España, y que el festival puede dar a descubrir.

Junto a esta sección oficial, una nutrida sección de Vanguardias, para propuestas entre el documental de creación, el experimental y el vídeo-arte, en la senda de Oberhausen o, en España, Punto de Vista; y unos cuantos programas paralelos, entre los que cabe destacar los focos a Lav Diaz o Jan Soldat – con un ciclo muy parecido al que le dedicó recientemente Indielisboa – y el estreno de lo último de Adolpho Arrietta, F.M. Banier filmé par A. Arrietta (2015). El acto de clausura, con presencia de José Manuel Costa, director de la Cinemateca Portuguesa, y el nieto actor de Manoel de Oliveira, Ricardo Trêpa; para presentar su filme testamentario Visita Ou Memórias E Confissões, rodado en 1982, pero estrenado este año en Cannes, fue uno de los puntos álgidos del festival, por su emotividad. Con todo este programa, y acudiendo pocos días, nosotros pudimos ver pocas sesiones. Tampoco ayudaban unos horarios que se solapaban, ni el hecho de que las salas estuviesen bastante lejos las unas de las otras, un aspecto que seguramente el festival deberá corregir para facilitar la circulación del público.

De todo lo visto, un aspecto en el que Filmadrid parece destacar es en su capacidad para conjurar a buena parte del cine nacional más sugerente, apostando sobre todo por los nuevos creadores. La sección “Pasajes de cine”, unida a otras propuestas ibéricas repartidas por los demás programas, formaba un conjunto coherente de los jóvenes talentos del cine español y, por proximidad y capacidad económica del festival – de momento – lograba atraer a buena parte de los directores, aumentando ese espíritu de comunidad que se debe crear en todo certamen que se precie. Una ficción muy esperada era Pueblo (Elena López Riera, 2014) tras su selección en Cannes – aunque en realidad ya se pudo ver en Sevilla el pasado año. La película, con un tono pausado y un esperpento sutil, se muestra como fantasmático retrato de la vuelta al pueblo de un joven tras vivir una temporada en París. Película que habla a toda una generación, la atacada por una crisis económica que golpea en lo vital, Pueblo es rica en metáforas sin subrayado, y logra comunicar bien la situación de hastío de su protagonista, un contenido y soberbio Rafa Alberola, a través de una puesta en escena naturalista y sobria, en la tradición del mejor Bresson – aunque la autora se sienta más próxima, y no lo dice por decir, a Jean Eustache. Puesta en relación con Las pequeñas cosas (Carla Simón, 2015), formaban un juego de espejos interesante. Si Pueblo habla de los retornados, el filme de Simón se centra en los que nunca pudieron marchar. Retrato de una madre y una hija que esperan la vuelta del hijo pródigo de la familia, tiene la gran virtud de contar con una configuración espacial del plano muy bien definida. El espectador poco atento – y debió haber muchos, porque no fue del agrado de la mayoría de los asistentes con los que pudimos conversar – diría que es un drama costumbrista sobre la autoaceptación de dos mujeres desplazadas, una por enana, otra por madre despechada; ambas condenadas a entenderse, solas y apoyo mutuo al mismo tiempo. Todas esas personas tendrán razón, pero el filme es mucho más. Si bien cuenta con tres actos bien diferenciados, éstos quedan marcados por un sutil cambio en los encuadres, que intensifica los sentimientos de las protagonistas. La película juega con la simetría y su opuesto, para comunicar en la imagen la inestable evolución del trato entre la madre y la hija.

Películas familiares hubo algunas más. Desde el registro doméstico, Maider Fernández y María Elorza proponían una correspondencia fílmica en Agosto sin ti (2015). Frente a la contemplación de una, se opone la cámara más nerviosa de la otra, resultado directo – parece – de sus respectivos núcleos familiares. Es una película de contrates y, como le ocurre a muchos filmes de este estilo, el diálogo parece establecerse solo de una forma superficial, mediante el intercambio alrededor de un tema. Pablo Arellano, en su también retrato familiar, sigue a personajes de un lugar a otro, y ese parece ser su vínculo narrativo. Todo lo demás en Septiembre (2014) son sensaciones, cada movimiento es una pincelada en un lienzo que no acaba de tomar forma, como si la abstracción o el despiece en sí mismos fuesen un valor. Bien más interesante es el retrato también familiar de Los guardianes (Víctor Aparicio, 2013). El ejercicio es simple, catalogar un pueblo derruido casa por casa, filmándolo con un 16mm que pareciese gastado – posiblemente la película estuviese caducada – como si el tiempo, al igual que con la piedra que inmortaliza, hubiese pasado por él. Sobre cada plano, la descripción sonora, el retrato oral, de un viejo hombre del lugar, que va contando quién vivía en cada casa. Desde lo etimológico, tiene un valor patrimonial. Y desde lo visual, resulta bella.

Lois Patiño preparando a súa film performance...

Lois Patiño preparando su film performance…

... e un momento da súa proxección.

… y un momento de su proyección.

En el modo de filmar, pudiera emparentarse con otra pieza de carácter experimental, Sin Dios ni Santa María (Samuel M. Delgado, Helena Girón, 2015), que se encontraba en Vanguardias. Filmada – ésta seguro – con película caducada revelada de modo casero, el filme toma una grabación de sonido antigua sobre ritos de brujas, para comunicar con registros de agricultoras en las colinas canarias, ese ambiente opresivo y fantasmagórico – la textura de la imagen lo sugiere – que se intenta evocar. Pura plasticidad, ésta es una de las películas españolas más bellas que hemos podido ver este año. Y es que, en lo experimental, Filmadrid tocó en hueso. Pablo Useros se marcó otro gol con Ten Lines (2015), estrenada en el festival. Las diez líneas del título remiten a las barras blancas y negras creadas por unas escaleras, obtenidas tras jugar en etalonaje con el plano – el filme es una única toma de 15 minutos – logrando que la profundidad casi desaparezca. Las personas que suben y bajan por los peldaños parecen colarse entre las franjas, creando un extraño efecto. Culmina este tríptico de grande obras experimentales el filme de apropiación Sedated Army Crazy Mirror (Miquel Martí Freixas, Joan Tisminetzky, 2014), con vídeos tomados de Internet en torno a las aficiones violentas de equipos de fútbol. La gracia del filme consiste en ir descubriéndolo por el camino, como quien mira un cuadro abstracto que de repente toma forma, solo para poco después adquirir otra. En la línea del Iraqui Short Films (2008) de Mauro Andrizzi, esta pareja de directores DJ logra abrir una ventana al mundo desde su ordenador, como el ensayista que ordena citas, para componer un nuevo escrito. Y el resultado es profundamente político, bello, poético, y sobre todo bestia, muy bestia.

Completaban la oferta de “Paisajes de Cine” Bocanoite (Carla Andrade, 2013), La inmensa nieve (Carlos Rivero, 2015) y Tres corderos (David Pantaleón, 2015). Éste último es una puesta en duda de los mitos religiosos a través de la iconografía habitual de Pantaleón, jugando como siempre con el esperpento, de forma quizás más contenida que en sus anteriores obras, y sin ser tan explícito en su crítica a los poderes eclesiásticos como en La pasión de Judas (2014). Por su parte, el filme de Rivero adopta un estilo entre Juan Cavestany y Borja Cobeaga, si es que eso, lectoras, tiene algún sentido. Sobre las dificultades de las relaciones de pareja, también con un toque esperpéntico, ridículo y cañí. Por último, elegir un corto tan anecdótico como Bocanoite, en un momento en el que Andrade podría haber comisariado para Filmadrid cualquier pequeña pieza – mucho mejor – con el material que ha venido filmando en los últimos meses en la India, tiene delito. Esta película es una plano fijo de unos patos en un estanque. La luz sobre el agua produce bellas formas, sí, pero el plano es muy corto como para percibir notorias diferencias. Esto no es un James Benning, es apenas el esbozo de una fotógrafa con talento que juega a ser él, pero que no debiera sacar esto del salón de su casa.

Víctima de la estela de su nombre ascendente, quizás su compañero de fatigas Lois Patiño también se haya precipitado con su performance Sombra abierta (2015). Y es que es difícil gestionar la fama. La creación es algo muy complejo y bello como para someterla a los tiempos de los festivales – aunque haya que comer y estar en candelero – que a veces actúan bajo la lógica de la mercantilización de nombres. Este año a Patiño también se le ha criticado duramente por la película comisariada por Vila do Conde Noite Sem Distância (2015) – que yo defiendo a pesar de sus irregularidades – sin embargo, su pieza A Double Immobility (2015), para Solar Galería de Arte Cinemática, es sencillamente genial. Ya nos meteremos más en profundidad en esto cuando toque hablar de Vila do Conde, pero no es anecdótico citarlo aquí, pues parte de esta última pieza está incluida en Sombra abierta. Proyectada en doble pantalla – y se hizo con una sábana blanca bailando al viento, al aire libre en el Campo de la Cebada – la film performance se divide en dos claras partes. Una filmada apresuradamente en Madrid, sin ningún orden aparente, donde figuras parecen querer transitar de un cuadro al otro, y con un tratamiento visual ensayo de Noite Sem Distância; y después está la segunda parte – lo que debiera haber sido la performance entera, por mucho que se recortase – en la que toma fragmentos de Montaña en sombra (2012) y crea con ellos un efecto de espejo, por momentos con una concavidad extrema creada por la montaña, en la que los esquiadores bajando por la nieve llegan a grados de abstracción aún mayores que en la pieza original. La sábana creaba fluctuaciones, profundidades en la imagen, si cabe más interesantes, al oscilar ligeramente al son del viento. Siguiendo una lógica romántica al estilo más puro del pintor germano Caspar David Friedrich, la propia figura de Lois Patiño va apareciendo en una paulatina fusión total con la naturaleza, perdido en una inmensidad de formas y colores que alcanzan su culmen con la pieza A Double Immobility. Lo bueno de Sombra abierta es que muestra honestamente el proceso creativo del cineasta, aún más comprensible si uno ha estado un poco atento a su obra, pero lastima que el resultado final no sea todo lo bueno que pudiera, por una simple cuestión de tiempos de producción. El arte, cuando se ata a constricciones, malo.

De un modo u otro, con sus luces y sombras, sus aciertos y sus errores, sus relajadas cañas y sus carreras avenida arriba y abajo, Filmadrid va forjando su carácter. El trabajo se ha puesto, y se pondrá. Con un poco de suerte, Madrid tendrá muy breve el festival que la ciudad se merece.

Comments are closed.