GLORIA, de Sebastián Lelio

Gloria, Gloria, campo de sonrisas, Gloria, agua en el desierto, Gloria, corazón abierto…” Con esta canción del italiano Umberto Tozzi finaliza la historia ‘de amor’ del cineasta Sebastián Lelio sobre Gloria, una mujer chilena de 58 años, separada desde hace más de una década, con dos hijos adultos y un trabajo mortalmente aburrido en una oficina. Así, a simple vista, todo parece normal: una mujer madura, cabal y corriente (¿aburrida?). Pero, ¿qué hay detrás de esas ‘madres’? ¿Acaso su vida se acaba ahí, en trabajar, criar y adorar a sus hijos, y luego a sus nietos? Lelio nos cuenta esa parte que no se ve, sobre esas personas que no se conforman con retirarse y esperar lo que les resta de vida en un asilo al lado del mar. Y acaso, ¿deberían? Por tener casi 60 años y estar separado o divorciado, ¿hay que sucumbir a las clases de yoga o al punto de cruz?

Gloria intenta salir de esa soledad y compensar el nido vacío con diferentes actividades por el día y fiestas de solteros por la noche, en las que lo único que consigue es perderse en una serie de (des)venturas sin sentido que la llevan a una mayor confusión (la que conlleva intentar volver a los veinte años), todo lo contrario de lo que ella quiere o necesita. Es entonces cuando conoce a Rodolfo, un hombre de 65 años, empresario, ‘recientemente separado’, que se encapricha de ella. Todo un flechazo, que va sobre ruedas, con sexo, romanticismo y amistad: por fin, una relación estable y una frágil felicidad que se ve perturbada por la enfermiza y obsesiva dependencia de su padre que tienen las inútiles hijas treintañeras de Rodolfo (al igual que su ex mujer).

A pesar de todos los desplantes que le hace su amante, Gloria lo intenta una y otra vez, aferrándose a esa relación como a un clavo ardiendo, creyendo que si esta vez falla será la última oportunidad que tenga de poder vivir al lado de alguien. Al fin y al cabo, el ser humano necesita esa compañía, ya que la sociedad teóricamente excluye a esos ‘individuos individualistas’ que no necesitan a nadie para poder llevar la vida feliz y plena que quieren, sin tener que depender de nadie. Estamos creados para vivir en pareja, pues de otro modo deberemos rendirnos a la soledad e infelicidad. Eso es lo que, grosso modo, quiere contar la película y lo que todos alaban de ella, ¿pero esa originalidad es real en la época en la que vivimos?

Un traje a medida

La historia está bien relatada y rodada, con sus más que pinceladas de comedia, que dejan a este título muy lejos de clasificarse como un melodrama de relaciones tardías. Su omnipresente banda sonora aporta el punto cómico y nostálgico, un playlist que se convierte en un personaje más, la otra ‘gloria’ del film: Tom Jobim, Massiel, Paloma San Basilio, Myriam Hernández, Umberto Tozzi, son algunos de los autores de las canciones que interpreta Paulina García imbuida en la piel de Gloria, y que nos dejan con una sonrisa en la boca, nos hacen llevar el compás, sobre las penas, el amor y el desamor. Estas piezas musicales están meticulosamente elegidas, dan vida y sentido al argumento, y ayudan a encajar el puzzle que Sebastián Lelio ha dibujado en su película.

No obstante, Gloria, con todos sus premios, reconocimientos, críticas, proyección nacional e internacional, resultado, sentido… no hubiese existido sin Paulina García. El papel fue escrito expresamente para esta actriz y no cabe duda de que le sienta como un traje a medida: la película se sale de esa ‘normalidad’ del cine de autor gracias a su camaleónica y polifacética interpretación. Quizás por eso varios críticos (demasiados) la han equiparado con Meryl Streep, una comparación que no está de más, pero que no le hace justicia al savoir faire de muchas veteranas actrices latinoamericanas que dan lo mejor de sí mismas sin envidiar ni mirarse en el espejo de sus compañeras de profesión del norte. No hay Gloria sin Paulina García, y no hay gloria para Paulina sin Gloria, como ratifica el Oso de Plata que se llevó esta intérprete en el pasado Festival de Berlín.

Política de autor

No todo es romance, sonrisas y lágrimas en la película, eso sí. La trama va mucho más allá de la historia sentimental, y la crítica política se filtra en numerosas escenas, pese a que en algunas el trasfondo histórico parezca cogido con pinzas. Varias conversaciones que tienen lugar entre amigos y familia nos dejan claro cuál es la situación y el pensamiento de la sociedad contemporánea chilena: por una parte, la rebelión y el escepticismo de las jóvenes generaciones (a pesar de no haber sufrido ni la mitad que sus padres o abuelos), y por otra, el conformismo social (que no personal) de esas generaciones adultas que sí padecieron durante años la represión de la dictadura de Pinochet.

De todas maneras, a diferencia de otros compatriotas y filmes precedentes, Sebastián Lelio ha dejado parcialmente de lado este estereotipo del cine chileno, que él califica de extremadamente político, para centrase en un intimismo personal que contrasta con su trayectoria anterior. Gloria es así una aportación más al camino bien asfaltado que esta cinematografía lleva labrando desde hace años con títulos como la reciente No (Pablo Larraín, 2012), otra muestra de como el país subandino va poco a poco haciendo examen de conciencia sobre su pasado más reciente. Esa herida, sin embargo, está lejos todavía de cerrar, como quedó patente el mes pasado en la conmemoración del 40 aniversario de la muerte de Salvador Allende: cada país necesita su tiempo para hacer su proceso de duelo, y ahí es en donde su cinematografía puede ayudar, al integrar con naturalidad la huella del pasado en películas como Gloria que sean capaces de trascender este tipo de traumas históricos.

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