Hamada, de Eloy Domínguez Serén
Hablar del cine de Eloy Domínguez Serén es hablar de un cine de diásporas. Su anterior film, Ingen Ko Pa Isen (2015) exploraba la experiencia migratoria y el aprendizaje de una lengua en primera persona. Antes, también se acercaba a estos otros lugares y a estas personas desplazadas de una u otra forma. Jet Lag (2014) no es otra cosa que un thriller que nace de la intención de documentar ese espacio misterioso y rutinario que es la noche para un empleado de una gasolinera.
En Hamada (2018), Serén se acerca a un grupo de jóvenes saharauis que viven en un campamento de refugiados en el desierto de Argelia. Sin embargo, aunque el contexto en el que ocurre la película es el de una descolonización que nunca tuvo lugar y sus consecuencias, el film consigue llenar de optimismo y humor la inmensidad del desierto. La película se centra, principalmente, en dos personajes: Zaara y Sidahmed; la primera está obsesionada por aprender a conducir y el segundo acumula la paciencia para impartir cada una de las lecciones. Este leitmotiv, que acompaña todo el transcurrir de la película, no es más que una situación que permite intuir las ansias de libertad de los dos. Taher también acompaña a estos dos chicos, pero su visión es más banal, propia de una juventud obsesionada por encontrar una pareja, en este caso, a una chica francesa, a ser posible.
En todos los casos, Serén retrata con fidelidad y cercanía el impasse en el que vive esta comunidad. En un momento de la cinta, alguien dice: “¿para qué vamos a construir aquí? En cualquier momento nos pueden echar”; minutos antes, Sidahmed conversa con alguien por Skype mientras enumera una lista de amigos que emigraron a España. Hamada consigue acercarse a estas historias, no con la mirada de un foráneo que quiere hacer un film sobre el éxodo saharaui, sino con la camaradería propia de quien conoce a quien filma, de quien ha compartido experiencias y confidencias antes de poner a grabar la cámara. Así, podemos acompañar a estas personas en su rutina diaria o en conversaciones íntimas como las que mantienen con Sidahmed una vez que este consigue marcharse a España. Aquí es preciso destacar la delicadeza del film al tratar la experiencia migratoria en un momento en el que, a nivel político y social, los viejos prejuicios y la ignorancia parecen ser características comunes entre la población. Me resulta de una conmovedora dureza esa conversación mediante audios de Whatsapp entre los que aún están en el campo de refugiados y que sueñan con la libertad de emigrar, y Sidahmed intentando abrirse paso en un mundo foráneo. Quizá abrir más la mente, los ojos y los sentidos debería ser algo a promover desde esta orilla del Mediterráneo y no el racismo de un pueblo que también fue emigrante (pero que parece haber olvidado).
La película, que echó a andar allá por 2014, es el resultado de un aprendizaje que había empezado un año antes con Pettring (2013), primer cortometraje de Serén, y con la que Hamada parece querer dialogar, involuntariamente, desde las imágenes. En Pettring, el director se filmaba a sí mismo, desde su propia experiencia como emigrante en Suecia, realizando diferentes trabajos de albañilería y construcción; así, cuando Sidahmed comienza la restauración de su hogar, es inevitable volver a esas imágenes y ver los paralelismos en la forma de filmar el trabajo. De la misma forma, podemos entender estas imágenes como las de un trabajo que se hace en una casa que no es la propia, por una parte, porque es un trabajo remunerado que permite vivir, en el caso de Serén en Pettring, por la otra, porque la casa, la tierra, no está en el exilio sino en el retorno a la patria, en el caso de Sidahmed.
Quizá por esa confianza implícita que solo se manifiesta en el fuera de campo, me gustaría que Hamada se acercase más al formato de Ingen Ko Pa Isen. Echo en falta una voz en off que cuente, desde el punto de vista de Serén, la experiencia de esa filmación, echo también en falta esa irrupción de la realidad, que da la vuelta al film de Yellow Brick Road (2015). Tengo la sensación de que la realidad de la filmación es tan interesante como el film en sí mismo cuando veo, por ejemplo, a Sidahmed intentando desatascar un todoterreno en la arena, mientras que un grupo de españoles, quietos, conversan en el fondo. Sin embargo, la ausencia de estos aspectos denotan la evidente evolución y madurez del cine de Serén, que ya no es un director emergente, sino un cineasta. Como Mekas, quiero brindar y celebrar por aquellos que buscan lo invisible y lo personal, por eso, celebro que Hamada no sea el film que yo quiero que sea, sino el film que es.