INDIELISBOA 2015 (I/III): MIA Y WHIT, LOS HÉROES

Félix de Givry, actor en 'Eden' y DJ, amenizó la noche lisboeta.

Félix de Givry, actor en ‘Eden’ y DJ, amenizó la noche lisboeta.

Un año más, el Indielisboa volvió a mostrar una selección diversa, que abarca todos los estilos del cine independiente. De la ficción más al uso, a la que busca nuevas formas y se construye en el rodaje; del documental con sus géneros clásicos, a las propuestas performativas más en boga; incluso hubo espacio para la animación más experimental, y de otro tipo de técnicas – sin largos a destacar, eso sí, pero éste es un problema de costes de producción, batalla en la que el Indie, con criterio, no parece querer entrar; la mayoría de los largas de animación que se producen, no son precisamente independientes. Con todo, aunque desee ser un abanico internacional de todo el cine que se produce fuera de las lógicas comerciales de los grandes estudios, este festival no selecciona en torno a la variedad, sino alrededor de una coherencia. Una suerte de unidad de espíritu, que conecta las películas y actividades. Puede parecer una idiotez, pero las bandas sonoras de Eden (Mia Hansen-Løve, 2014) y The Last Days of Disco (Whit Stillman, 1998) son tan geniales, que uno sale del cine con ganas de zapatear la pista de baile. Normalmente nos quedamos con las ganas. En el Indie se puede. El filme de la gala tuvo su preestreno comercial en el primer fin de semana del festival, con una sesión doble de película más pinchada de ese french touch que invade cada escena de Eden, a cargo de su protagonista Félix de Givry, DJ en la vida real. En el segundo fin de semana del certamen, el ya habitual Primeiro Andar, uno de los garitos con más vida nocturna de Lisboa, acogió una fiesta a ritmo de música disco, con un Whit Stillman agradecido por la recuperación de su figura como Héroe Independiente. La segunda homenajeada era Hansen-Løve, que no es que lo merezca menos, pero digamos que el Indie arriesgó más con un cineasta bastante olvidado y atacado, muchas veces tachado de hacer comedias superfluas. Resaltarlo requiere valor y confianza.

En lo temático – y en las propuestas más estimulantes, también en lo formal – las películas trataron principalmente de personajes perdidos, buscándose a sí mismos. Sirvan de ejemplo las dos citadas de las retrospectivas. Eden cuenta a lo largo de unos 20 años – de finales de los 80, al 2014 – el devenir de un chico que se entusiasma con la música garage y que, con el tiempo, acaba por ser uno de los DJs más importantes del mundo, hasta su caída por problemas personales con las drogas, y endeudado hasta las trancas. Es la generación de Mia y su hermano Sven, que firma junto con ella el guión. La figura de Paul Vallée – interpretado por de Givry – les sirve para hacer un recorrido histórico por el french touch, cuyas figuras aun en alza y mundialmente conocidas son Daft Punk. Curioso que el tema musical de 2013 por excelencia, Get Happy, sirva también para destacar que mucho ha cambiado en la música electrónica desde el garage que se mezclaba desde las catacumbas parisinas a finales de los 80.

El tiempo sigue siendo el arma más poderosa con la que cuenta Hansen-Løve. Al igual que en Tout est pardonné (2007) y Un amour de jeunesse (2011), la historia se expande a lo largo de varios años, con elipses continuas que permiten evolucionar los personajes de una escena a otra. Lo que más le importa a esta digna heredera de François Truffaut es cómo los sentimientos – sobre todo los amorosos – cambian a través de la experiencia, es el tempo el que acaba por esculpir nuestra personalidad. Como si quisiese comprimir en un solo filme lo que Truffaut hizo con Antoine Doinel a lo largo de media docena, Hansen-Løve nos presenta las vidas de Constance, Camille o Paul en momentos definitorios de sus personalidades, para ver cómo estos evolucionan, con todas sus aristas y contradicciones. Tomando prestada una frase del último filme de Eugène Green – hablamos de él en la segunda parte de la crónica – con la edad nos cargamos de fantasmas, y eso lo entiende muy bien la autora de Tout est pardonné.

Cada vez que sae Pauline Étienne en 'Eden', rouba o protagonismo a todo o que se lle plante por diante. Os personaxes femininos seguen a ser o forte de Hansen-Love.

Cada vez que sale Pauline Étienne en ‘Eden’, roba el protagonismo a todo el que se le plante enfrente. Los personajes femeninos siguen siendo el fuerte de Hansen-Love.

Sin embargo, fijémonos en el cambio de nombre. Paul es un hombre, y a Mia se le dan mejor las mujeres. Sin ser un mal filme, Eden es el más flojo en una filmografía hasta ahora brillante y sin manchas. Parece ser que Sven estuvo más metido en la electrónica que su hermana, y todas las anécdotas del filme vienen principalmente de su parte. Si bien la psicología del protagonista está bien descrita, su recorrido tan obvio y manido de ascenso y caída, no ayudan a humanizar un personaje que se siente más de ficción que las anteriores mujeres protagonistas de los filmes de la autora. En serio, ¿otra vida tirada a la basura por las drogas? El problema, en esencia, creo que es de identificación. En sus cintas anteriores, Mia había partido en mayor o menor medida de experiencias personales. Aquí intenta dialogar con su hermano a través de la ficción, haciendo un retrato de una generación, y de un contexto, que a ambos les resulta importante. En este sentido, el filme tampoco cumple. Mientras que Sven se ve que deseó colar en el guion varios detalles sobre los protagonistas del french touch, cómo surgió, cuál era el espíritu de la época, etc.; su hermana parece más interesada en las personas fuera de la pista de baile. Así, la película no atiende a las expectativas que traza en sus primeras escenas, y abandona todo espíritu didáctico o de inmersión en el mundo de la electrónica, para preocuparse sobre todo por el conflicto entre los personajes. Eden podía haber ocurrido en cualquier otra época y lugar, y sería el mismo filme. Eso no dice mucho a su favor. Más descompensada que las otras películas de la autora, entrega al menos un personaje que roba cada escena en la que sale. Su recorrido sí es puro cine, el corazón verdadero del filme a través de una secundaria. Hablamos de Louise, perfectamente construida por Pauline Etienne – a este paso, todas las jóvenes grandes intérpretes francófonas van a tener que pasar por las manos de Hansen-Løve para ser propulsadas, como si trabajar con ella diese un bono de +5XP a Reputación. De postadolescente frágil a mujer fuerte, con un tránsito de la melancolía al pragmatismo en una escala de tonalidades sutil, gloriosa.

El próximo filme de la directora, L’avenir, será sobre una mujer más madura (Isabelle Huppert) que debe enfrentarse al mismo tiempo a la muerte de la madre, y a la separación de su marido. ¿Crece Hansen-Løve con sus personajes? En todo caso, parece que sale un poco de la experiencia propia para irse a la de otros, pero sigue manteniendo su interés en lo íntimo y en cómo el paso del tempo afecta a esa intimidad. Eden se intuye como un filme bisagra hacia una nueva etapa. ¿Está el ave fénix cambiando de piel?

'The Last Days of Disco', comedia auto-paródica de pijos conscientes de si propios, non se sabe se orgullosos ou non, pero honestos.

‘The Last Days of Disco’, comedia auto-paródica de pijos conscientes de sí mismos, no se sabe si orgullosos o no, pero honestos.

Whit Stillman, sin embargo, no tiene estos problemas de contextualización. Su The Last Days of Disco parece vista hoy un pequeño tesoro rescatado de un cajón donde acumulaba polvo. Su estética, cómo hablan los personajes, remite directamente al tiempo en cuestión, a ese lugar – Nueva York, inicios de los 80, burguesía y estilo musical en decadencia. Cambiamos la electrónica por la música disco, pero la voluntad de capturar una generación, justo la anterior, es la misma. De lo más íntimo, pasamos a un relato coral, de incesante verborrea, donde las relaciones entre los personajes se ejercen más por los diálogos que por otra cosa. Es como si la sorna intelectual de Woody Allen se hubiese contagiado de las líneas más casual y a la velocidad de la luz del primer Quentin Tarantino. Lo cierto es que cuando Stillman cita como referencia a Allen, no lo dice a la ligera. Su humor va en la misma línea, y sus criaturas recuerdan a algunas de las más mimadas de esa burguesía de los Hamptons que el director de Manhattan (1979) conoce tan bien. “Es un ambiente muy pijo”, reconoció Stillman en la conversación que el público tuvo con él. Puede que lo que estoy a punto de decir no sea muy profesional, quizás es un prejuicio de clase, pero para ser claros: son gilipollas. El respetable no querría tener como amigos a los tipos que salen en la película, dispuestos a darle una puñalada a su colega con tal de medrar un poco más, de llevar mejores zapatos en la próxima fiesta. las mulleres piensan un poco en lo mesmo, el casamiento es para ellas una manera de acomodarse con un jugador de polo a su lado, cuanto más abultadas las cuentas bancarias mejor. Da miedo contemplar que esta gente sigue pensando así, pero no se puede decir que la película no sea honesta. Stillman sabe lo que es, lo reconoce y lo expone. Y eso es muy respetable, eso es arte. Su próxima película va a ser una adaptación de Jane Austen, y contará también como protagonistas con Chloë Sevigny – su musa – y Kate Beckinsale, actrices que él descubrió en toda su frescura con este filme, hoy con una estrella un poco apagada, y profundamente reivindicables. Me gusta pensar que ese filme futuro será una versión en los tiempos de la Regencia de The Last Days of Disco, con las mismas preocupaciones casamenteras y un humor desfasado, tomando distancia. Parece que a Stillman no le importa reírse sanamente de sí mismo. Esto le ha ido convirtiendo con el tiempo en un cineasta más satírico, y también más relevante, que ha influenciado a Wes Anderson – como él mismo ha reconocido – y que produce ecos en las ficciones de Noah Baumbah y Lena Dunham.

Este artículo continúa en una segunda crónica.

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