LA FILLE DE NULLE PART, de Jean-Claude Brisseau

En la edición de 2012 del Festival de Locarno, un jurado presidido por el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul se rinde ante La fille de nulle part, pieza aparentemente pequeña, incluso de factura amateur, que poco a poco va desplegando las preocupaciones esenciales de un cineasta que, una y otra vez, se interroga por la naturaleza de la existencia humana.

La leve línea argumental de la cinta nos presenta a Michel, un profesor de matemáticas (interpretado por el propio Jean-Claude Brisseau) viudo y retirado en un viejo apartamento de París donde intenta crear su obra definitiva, un texto que, partiendo de las enseñanzas de Freud y el psicoanálisis, disecciona aquellos elementos que componen para el autor la esencia del ser humano: la ciencia, la fe y lo desconocido. Al poco rato aparece la figura de Dora (encarnada por la ayudante de dirección del filme, Virginie Legeay), una joven a la que Michel rescata en las escaleras del edificio tras ser agredida por un desconocido y con la que traba una profunda complicidad intelectual y espiritual que guiará su obra culminante.

La fille de nulle part, al igual que buena parte de la obra de Brisseau, gana peso en la tensión que se establece entre el relato aparentemente naturalista del comienzo del filme y la aparición de lo desconocido, una dimensión onírica y fantasmal tan querida en el universo brisseauniano que, más allá de una búsqueda trascendental, intenta acercarnos a los misterios de la mente humana. El fantasma como representación del trauma, el deseo reprimido y el subconsciente. De este modo, los sucesos sobrenaturales que hacen avanzar el filme buscan no tanto la resolución de un enigma por parte del espectador como un cuestionamiento existencial de la verosimilitud de un relato realista. “Cuando haces un filme con Brisseau, Hitchcock aparece varias veces”, indica Romain Winding, su director de fotografía habitual. Puede parecer paradójico que al maestro británico le saliera un discípulo que, en vez del suspense, beba de la dimensión onírica e intangible del universo hitchcockiano, pero la presencia de cintas como Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958), definida en el juego de fantasma y la encarnación del amor perdido, parece clave en la configuración de éste y otros filmes del autor.

Luc Moullet sobre ‘La vie comme ça’: “Parece haber dicho todo sobre la cuestión 25 años antes de los acontecimientos de la banlieu parisina”.

De la banlieu a nulle part

La fille de nulle part nos devuelve en muchos aspectos al primer Brisseau, el cineasta austero y esencialista que, valiéndose de un pequeño elenco de actores no profesionales y presupuestos insignificantes, construye retratos crudos de la sociedad francesa de su tiempo. En 1978, con un filme para televisión titulado La vie comme ça establece ya buena parte de las coordenadas de su obra. La historia de explotación y rebeldía encarnada por su actriz fetiche, María Luisa García, nos acerca a lo cotidiana de las viviendas HLM (Habitation à loyer modéré) de las afueras de París, componiendo un filme profético que, según comenta el cineasta Luc Moullet, “parece haber dicho todo sobre la cuestión 25 años antes de los acontecimientos de la banlieu parisina”. Pero en este filme, que para cierta militancia encuadraba a Brisseau como el nuevo cineasta realista de izquierdas, ya se introducen elementos distanciadores que provocan el estrañamiento y ponen en tela de juicio la aparente transparencia del relato. Con un humor negro, por veces grotesco, y una puesta en escena exagerada adrede, la cinta se encuadra en la línea del Buñuel mexicano, un cine que toma posición, pero no permite al espectador situarse en una posición de comodidad.

Ya en la década de los ochenta, la dimensión trascendental va ganando peso, con historias protagonizadas por personajes traumados1 que emprenden, guiados por un tutor2, un viaje interno y transformador a través de la ciencia y el arte, que los lleva a un estado de sublimación emancipadora. El éxito comercial de algunos de estos filmes, especialmente Noce blanche (1989), permite al cineasta emprender, ya en los años noventa y dos mil, proyectos más ambiciosos en lo que respecta a los parámetros de producción y su cine, aun sin abandonar sus preocupaciones fundamentales, cambia considerablemente. Los personajes de Brisseau se alejan del suburbio, del margen. La imagen se estiliza, en una recreación panteísta de la naturaleza (sublime en Céline) que echa mano de la paleta de los grandes pintores impresionistas. La búsqueda del éxtasis se sitúa, en filmes como Les anges exterminateurs (2006), en el plano del cuerpo, siempre femenino.

La presencia en escena de Brisseau, con su andar tosco y artificioso y una dicción propia de actor amateur, guía el filme hacia una puesta en escena desnuda y esencial, en la línea de la teoría de los “modelos” de Robert Bresson.

A las puertas de la noche

El largo camino que tuvo que recorrer Jean-Claude Brisseau para llegar a La fille de nulle part necesitó una serie de renuncias que, paradójicamente, otorgan al filme una libertad sin precedentes. El fracaso crítico y comercial de obras como À l’aventure (2008) devolvieron al cineasta parisino a una cierta marginalidad. Para rodar La fille de nulle part cuenta con un equipo técnico exiguo y apenas 62.000 de financiación que lo llevan, por ejemplo, a grabar por vez primera en vídeo digital o tomar “prestados” los efectos sonoros de The Exorcist (William Friedkin, 1973) para determinados pasajes del filme. Al no contar con el presupuesto mínimo para poder contratar actores profesionales toma una decisión trascendental, al situarse, por primera vez en su filmografía3, delante de la cámara. La presencia en escena de Brisseau, con su andar tosco y artificioso y una dicción propia de actor amateur, guía el filme hacia una puesta en escena desnuda y esencial, en la línea de la teoría de los “modelos” de Robert Bresson, otro de los referentes explícitos de su cine.

Finalmente, La fille de nulle part parece marcar un punto y aparte en la obra del cineasta parisino. El juego de espejos que se establece entre el Brisseau personaje y el Brisseau cineasta, genera un intercambio de miradas que permite al autor reflexionar sobre su propio estado vital. Un balance creativo crepuscular que, lejos de cualquier solemnidad, lleva al cineasta a enfrentarse a los últimos años de su existencia. De la mano de los versos de Victor Hugo, con los que abre filme: “Oh, mon Dieu, ouvre-moi les Portes de la Nuit…!” 4

__________

1Casi siempre menores y adolescentes cuyo trauma encuentra origen en el abandono (De bruit et de fureur, 1988), la incapacidad (Un jeu brutal, 1983), o el fallecimiento de los padres (Céline, 1992).

2Irrenunciable dimensión pedagógica de un Brisseau maestro antes que cineasta.

3Más allá de pequeños cameos como extra, en la ya inaugural La vie comme ça.

4Oh Dios mío, ábreme las puertas de la noche!”, del poema “Veni, vidi, vixi”, publicado en la recopilación de poemas de Victor Hugo “Les contemplations” (1856).

En la edición de 2012 del Festival de Locarno, un jurado presidido por el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul se rinde ante La fille de nulle part, pieza aparentemente pequeña, incluso de factura amateur, que poco a poco va desplegando las preocupaciones esenciales de un cineasta que, una y otra vez, se interroga por la naturaleza de la existencia humana.

La leve línea argumental de la cinta nos presenta a Michel, un profesor de matemáticas (interpretado por el propio Jean-Claude Brisseau) viudo y retirado en un viejo apartamento de París donde intenta crear su obra definitiva, un texto que, partiendo de las enseñanzas de Freud y el psicoanálisis, disecciona aquellos elementos que componen para el autor la esencia del ser humano: la ciencia, la fe y lo desconocido. Al poco rato aparece la figura de Dora (encarnada por la ayudante de dirección del filme, Virginie Legeay), una joven a la que Michel rescata en las escaleras del edificio tras ser agredida por un desconocido y con la que traba una profunda complicidad intelectual y espiritual que guiará su obra culminante.

La fille de nulle part, al igual que buena parte de la obra de Brisseau, gana peso en la tensión que se establece entre el relato aparentemente naturalista del comienzo del filme y la aparición de lo desconocido, una dimensión onírica y fantasmal tan querida en el universo brisseauniano que, más allá de una búsqueda trascendental, intenta acercarnos a los misterios de la mente humana. El fantasma como representación del trauma, el deseo reprimido y el subconsciente. De este modo, los sucesos sobrenaturales que hacen avanzar el filme buscan no tanto la resolución de un enigma por parte del espectador como un cuestionamiento existencial de la verosimilitud de un relato realista. “Cuando haces un filme con Brisseau, Hitchcock aparece varias veces”, indica Romain Winding, su director de fotografía habitual. Puede parecer paradójico que al maestro británico le saliera un discípulo que, en vez del suspense, beba de la dimensión onírica e intangible del universo hitchcockiano, pero la presencia de cintas como Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958), definida en el juego de fantasma y la encarnación del amor perdido, parece clave en la configuración de éste y otros filmes del autor.

Luc Moullet sobre ‘La vie comme ça’: “Parece haber dicho todo sobre la cuestión 25 años antes de los acontecimientos de la banlieu parisina”.

De la banlieu a nulle part

La fille de nulle part nos devuelve en muchos aspectos al primer Brisseau, el cineasta austero y esencialista que, valiéndose de un pequeño elenco de actores no profesionales y presupuestos insignificantes, construye retratos crudos de la sociedad francesa de su tiempo. En 1978, con un filme para televisión titulado La vie comme ça establece ya buena parte de las coordenadas de su obra. La historia de explotación y rebeldía encarnada por su actriz fetiche, María Luisa García, nos acerca a lo cotidiana de las viviendas HLM (Habitation à loyer modéré) de las afueras de París, componiendo un filme profético que, según comenta el cineasta Luc Moullet, “parece haber dicho todo sobre la cuestión 25 años antes de los acontecimientos de la banlieu parisina”. Pero en este filme, que para cierta militancia encuadraba a Brisseau como el nuevo cineasta realista de izquierdas, ya se introducen elementos distanciadores que provocan el estrañamiento y ponen en tela de juicio la aparente transparencia del relato. Con un humor negro, por veces grotesco, y una puesta en escena exagerada adrede, la cinta se encuadra en la línea del Buñuel mexicano, un cine que toma posición, pero no permite al espectador situarse en una posición de comodidad.

Ya en la década de los ochenta, la dimensión trascendental va ganando peso, con historias protagonizadas por personajes traumados1 que emprenden, guiados por un tutor2, un viaje interno y transformador a través de la ciencia y el arte, que los lleva a un estado de sublimación emancipadora. El éxito comercial de algunos de estos filmes, especialmente Noce blanche (1989), permite al cineasta emprender, ya en los años noventa y dos mil, proyectos más ambiciosos en lo que respecta a los parámetros de producción y su cine, aun sin abandonar sus preocupaciones fundamentales, cambia considerablemente. Los personajes de Brisseau se alejan del suburbio, del margen. La imagen se estiliza, en una recreación panteísta de la naturaleza (sublime en Céline) que echa mano de la paleta de los grandes pintores impresionistas. La búsqueda del éxtasis se sitúa, en filmes como Les anges exterminateurs (2006), en el plano del cuerpo, siempre femenino.

La presencia en escena de Brisseau, con su andar tosco y artificioso y una dicción propia de actor amateur, guía el filme hacia una puesta en escena desnuda y esencial, en la línea de la teoría de los “modelos” de Robert Bresson.

A las puertas de la noche

El largo camino que tuvo que recorrer Jean-Claude Brisseau para llegar a La fille de nulle part necesitó una serie de renuncias que, paradójicamente, otorgan al filme una libertad sin precedentes. El fracaso crítico y comercial de obras como À l’aventure (2008) devolvieron al cineasta parisino a una cierta marginalidad. Para rodar La fille de nulle part cuenta con un equipo técnico exiguo y apenas 62.000 de financiación que lo llevan, por ejemplo, a grabar por vez primera en vídeo digital o tomar “prestados” los efectos sonoros de The Exorcist (William Friedkin, 1973) para determinados pasajes del filme. Al no contar con el presupuesto mínimo para poder contratar actores profesionales toma una decisión trascendental, al situarse, por primera vez en su filmografía3, delante de la cámara. La presencia en escena de Brisseau, con su andar tosco y artificioso y una dicción propia de actor amateur, guía el filme hacia una puesta en escena desnuda y esencial, en la línea de la teoría de los “modelos” de Robert Bresson, otro de los referentes explícitos de su cine.

Finalmente, La fille de nulle part parece marcar un punto y aparte en la obra del cineasta parisino. El juego de espejos que se establece entre el Brisseau personaje y el Brisseau cineasta, genera un intercambio de miradas que permite al autor reflexionar sobre su propio estado vital. Un balance creativo crepuscular que, lejos de cualquier solemnidad, lleva al cineasta a enfrentarse a los últimos años de su existencia. De la mano de los versos de Victor Hugo, con los que abre filme: “Oh, mon Dieu, ouvre-moi les Portes de la Nuit…!” 4

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1Casi siempre menores y adolescentes cuyo trauma encuentra origen en el abandono (De bruit et de fureur, 1988), la incapacidad (Un jeu brutal, 1983), o el fallecimiento de los padres (Céline, 1992).

2Irrenunciable dimensión pedagógica de un Brisseau maestro antes que cineasta.

3Más allá de pequeños cameos como extra, en la ya inaugural La vie comme ça.

4Oh Dios mío, ábreme las puertas de la noche!”, del poema “Veni, vidi, vixi”, publicado en la recopilación de poemas de Victor Hugo “Les contemplations” (1856).

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