LA FLOR, de Mariano Llinás

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La Flor es una película que dura 868 minutos. 600 minutos son diez horas, así que quedan 268 minutos, que son 4 horas y 38 minutos, y entonces en total son 14 horas y 38 minutos. Hago la cuenta porque estoy acostumbrando a calcular cuando son 120 o mismo 150 minutos, pero de ahí para arriba ya me pierdo. Y la hago porque es inevitable decir cuánto dura antes de hablar de cualquier otra cosa sobre la película de Mariano Llinás, no solo porque sea un titular sencillo (“El festival X proyecta una película de catorce horas”) o una anécdota que contar (“esta semana vi una peli de catorce horas”), sino porque es esa duración la que le da a La flor su característica más relevante: la ruptura constante de las expectativas del público.

Al comienzo del filme, y en varios momentos a lo largo de él, el propio Llinás aparece en pantalla con una libre y va guiándonos sobre lo que va a suceder mientras hace esquemas y dibujos. Nos explica que la película tiene seis capítulos, nos comenta más o menos a que género corresponde cada uno (hay serie B, musical, thriller de espías, una especie de ensayo que también es cine dentro del cine, comedia muda…), nos advierte de que casi todos ellos no tienen final, nos cuenta que el nexo es la presencia de las mismas cuatro actrices (Pilar Gamboa, Laura Paredes, Valeria Correa y Elisa Carricajo) a lo largo del metraje… En la presentación que hizo de la película en Cineuropa, Llinás mismo dio unos códigos para saber cuándo iba a venir cada uno de los interludios (que recuerde ahora, antes de uno aparecen unos chinos, antes de otro una escena muy verde en la que hablan en italiano). Y también, antes de cada capítulo vemos unos rótulos con los nombres de las actrices y actores y sus personajes. Con todo esto, la imaginación de cada espectadora tiene que activarse al máximo (o por lo menos eso me pasa a mi). Intento imaginar de qué forma va a abordar cada género la película, intento imaginar un posible final para esa historia. Nos creamos expectativas constantemente, incluso sobre cómo funciona la propia lógica interna de la película, pero es un juego en el que La flor va siempre por delante porque tiene tiempo de sobra.

Por ejemplo, Llinás es reconocido por ser un escritor brillante, y buena parte de la película está llena de diálogos fantásticos, ingeniosos cuando tiene que serlo y creíbles cuando tiene que serlo. Y luego, en algún momento, eso empieza a desactivarse para encontrar códigos del cine mudo. También, la presencia de las mismas cuatro maravillosas actrices (que conforman el grupo teatral Piel de Lava) y las variaciones en sus personajes y actitudes nos hacen acostumbrarnos y esperar a su siguiente aparición, y en algún momento eso cambia y su presencia se diluye, apareciendo más intérpretes que ganan protagonismo. La flor puede ser (siempre a su forma) una historia de amor entre espías, o un filme de infectados, o un ensayo fílmico sobre árboles, o un remake de Renoir, o una película fantástica, o una serie de retratos… Tiene tiempo para crear atmósferas, para hacer que una parte sea más larga de lo esperada y otra exactamente lo contrario. Rompe consigo misma constantemente, pero cada una de sus partes es tan absorbente que la ruptura vuelve a ser sorprendente. Y por encima de todo está el reto de pensar la película en su conjunto. Quizá como una posible obra sobre estas cuatro mujeres, en las que nos acercamos a la identidad de las actrices al verlas interpretar todos estos papeles. Quizá como un manifiesto contra otros cines y la forma en que tratan a su público, porque La flor es un reto para quien va a verla, pero es también (si, siempre a su manera) una película popular. O quizá estas son mis expectativas, no sé.

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En fin, que esta es una película extraordinaria no podrá negarlo nadie, porque no se parece a ninguna otra, ni siquiera en su modo de producción, que abarca diferentes tecnologías, países, métodos de posproducción (con un uso muy interesante del doblaje, que también activa unas expectativas que después se deshacen) y lo que se nos ocurra. Los créditos finales duran media hora o así, porque en La flor trabajó muchísima gente, con las citadas actrices de Piel de Lava y el núcleo de la cooperativa El Pampero Cine (el propio Llinás, Laura Citarella, Agustín Mendilaharzu y Alejo Moguillansky) como centro, ocupándose de dirección y guion, producción, fotografía y montaje. En una de sus partes, la película bromea con la desesperación causada por el método de rodaje, extendido durante nueve años, y activa de nuevo nuestra imaginación sobre cómo es posible sacar adelante un proyecto como éste, que parece imposible dentro del cine comercial pero también dentro del cine “de autor” más convencional. El hecho de que La flor exista es inspirador de por si, ya que muestra una vía para hacer realidad las creaciones más excéntricas de la imaginación, y me parece que vivimos una época en la que nos desactivamos porque nada realmente revolucionario nos parece posible.

Una apuesta tan fuerte, que reclama tanto tiempo y atención por parte de quien la ve y es tan radical en lo que hace, podría despertar reacciones completamente negativas, pero en general no pasa así. Todo esto se sostiene porque La flor es una película maravillosa, brillante, divertidísima en muchos momentos, emocionantísima en otros, experimental desde fuera de lo que cualquiera llamaría normalmente “cine experimental” y, claro, sorprendente. Sino quién iba a ver una película de catorce horas.

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