La vida de los demás, de Mohammad Rasoulof

La vida de los demás, de Mohammad Rasoulof

“Esto es Irán. Aquí no hay ley, solo dinero y nepotismo. Te dicen que apartes el taburete y lo haces, o serás tú y tu mejor amigo apartará el taburete de tus pies”. Reflexiones tan explícitas como estas en las películas de Mohammad Rasoulof le han supuesto al director iraní sucesivas condenas de los tribunales de la república islámica. En su último trabajo, La vida de los demás (There Is No Evil), que se estrena en las salas españolas este viernes 25 de junio, el cineasta realiza una contundente denuncia de la pena de muerte a través de cuatro relatos independientes entre sí excepto por su vinculación con la ejecución capital como hilo conductor. El filme fue distinguido con el Oso de Oro en la última edición de la Berlinale (puedes leer nuestra crónica completa aquí), pero Rasoulof no pudo acudir a la cita por tener prohibida la salida del país desde el año 2017.

Resulta inevitable, pues, relacionar lo narrado en la película con la propia situación del autor bajo el régimen de los ayatolás, más aún cuando al inicio de la cinta se nos informa de que en la actualidad Rasoulof cumple una nueva condena en situación de arresto domiciliario, como medida excepcional derivada de la pandemia, por lo que las autoridades consideran propaganda. Además, las cuatro historias que componen el filme están ambientadas en el Irán actual. Sin embargo, las cuestiones que se exponen y debaten en ellas, como el conflicto entre la ley y la moral o la banalidad del mal, son atemporales y universales por su propia naturaleza y permiten realizar una lectura general más allá del contexto particular en el que se desarrollan. Resulta significativo, además, que el cineasta muestre en todos los casos el punto de vista de los verdugos y no el de las víctimas, lo que le otorga a la película un carácter mucho más político, prácticamente de exhortación a la desobediencia civil, que de mera denuncia moral del sufrimiento del condenado a muerte. 

El primero de los episodios, quizás el que mejor y más sutilmente condensa el espíritu de la película, nos muestra un día en la vida de un ciudadano iraní corriente, al que vemos realizar una serie de actividades cotidianas, como recoger a su mujer en el trabajo y a su hija en la escuela, ir con ellas al supermercado o visitar a su madre anciana y ayudarla en las tareas del hogar. Todas estas acciones se nos presentan con lentitud, con planos bastante largos y un cierto poso documental que refuerza el dramatismo de un desenlace abrupto en el que se nos revela un terrible secreto. Por otra parte, la segunda de las historias se centra en la experiencia de un chico que está realizando el servicio militar y espera con ansiedad que las gestiones que ha estado realizando para conseguir un traslado fructifiquen antes de ser obligado a intervenir en una ejecución. Resultan fundamentales en este episodio las discusiones sobre la cuestión entre el protagonista y los otros reclutas con los que comparte cuarto, ya que cada uno de ellos encarna un punto de vista diferente sobre el asunto: la visión de quien se siente incapaz de ejecutar a alguien, la de quien considera que se trata de un simple deber que tiene que ser cumplido, la del pragmático que opina que no hay mejor solución que acatar la orden por pura conveniencia, la del  escarmentado que ya se negó y sufrió las consecuencias, la del sacrificado que piensa en el bienestar de los suyos antes que en el suyo propio, etc.

Los otros dos episodios recuperan el mismo tema del servicio militar, pero desde otros prismas. En el primero de ellos se nos presenta la historia de Javad, un chico que aprovecha tres días de permiso para salir del cuartel y visitar a su novia, Nana. Fuera del cuartel, él, que nunca se había interesado por la política e incluso desconfiaba de los activistas, descubre un secreto relacionado con la familia de su novia, comienza a reflexionar sobre el asunto y se ve confrontado con opiniones como la de la madre de Nana, que parafrasea a Camus para decirle: “Tu poder radica en decir no”. A partir de ahí, la historia irá evolucionando hasta adquirir características de tragedia griega. El último episodio se centra precisamente en las consecuencias personales de rebelarse y decir no, personificadas en un hombre que acoge a su sobrina por unos días con el propósito de revelarle una verdad incómoda que no sabe cómo contarle, pues puede alterar su vida por completo.

La vida de los demás, de Mohammad Rasoulof

Como se puede deducir de estos argumentos, el suspense es un factor clave que Rasoulof alimenta y dosifica de manera muy calculada, bien proporcionando pistas poco a poco al espectador, bien desviando la atención con elementos secundarios, para reforzar el impacto de su mensaje de denuncia de la pena capital, siempre presente en la base de los conflictos personales que expone. También emplea en este sentido la construcción de los planos en los diferentes espacios en los que se ambientan las historias. Así, en algunos momentos de calma o alegría en contextos naturales, el cineasta acentúa la majestuosidad de los hermosos paisajes iraníes con grandes planos generales y mucha luz natural, mientras que los espacios de la prisión o del cuartel tienden a ser siempre muy lúgubres, con escasas luces artificiales alumbrando intermitentemente y dominados por la simetría, especialmente en el caso de los largos pasillos por los que desfilan los verdugos y los condenados.

Otro aspecto fundamental del filme es que, a pesar de la contundente denuncia que realiza el director, incluso con llamamientos explícitos a la desobediencia civil, no adopta un enfoque maniqueo ni simplista cuando se trata de retratar a los verdugos. De este modo, se nos muestra, por ejemplo, como un ejecutor puede ser al mismo tiempo un vecino amable que ayuda a unos niños a rescatar a su gato, poniendo de manifiesto que no se trata de un monstruo sediento de sangre, sino de un simple funcionario que cumple obedientemente con su cometido, sea cual sea. En la misma línea, el cineasta hace siempre hincapié en las diferentes situaciones y motivos que pueden llevar a alguien en el momento decisivo a aceptar el papel que le toca en la cadena represiva o a rebelarse contra él, así como en las dificultades y en el alto precio a pagar por cada una de las elecciones: los remordimientos o la muerte civil, que impide conseguir un pasaporte, un carné de conducir o un empleo con el que poder subsistir. Existe, pues, una voluntad de comprender e incluso una cierta empatía con los ejecutores, por lo menos con aquellos que cuestionan su papel. Esto se ejemplifica muy bien en una secuencia, muy parecida a la que construye Berlanga en El Verdugo, en la que uno de ellos acompaña el condenado por los corredores de la cárcel, guiados ambos por un guardia más experimentado, y es el verdugo quien no consigue caminar, de tan angustiado que se encuentra por la penosa tarea que le ha sido encomendada. 

En definitiva, los cuatro episodios que componen La vida de los demás coinciden en presentar ciudadanos corrientes que desarrollan su vida en la República Islámica de Irán representando diferentes roles dentro del engranaje de un sistema que no puede funcionar sin ellos, como piezas esenciales de su maquinaria. En función de su posición, se ven en el dilema de asumir su papel, colaborando como brazo ejecutor del Estado, o declararse al margen a riesgo de no poder desarrollar una vida normal. Rasoulof pone el foco precisamente en ese viejo conflicto entre la ley y la moral, el deber y la conciencia, y realiza una nueva variación de un tema universal que trasciende tiempos y fronteras.

La vida de los demás, de Mohammad Rasoulof

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