LÁSZLÓ NEMES: “EL CINE DEBERÍA CUESTIONAR EL PROPIO LENGUAJE CINEMATOGRÁFICO”

László Nemes © Laokoon Filmgroup - Ildi Hermann

László Nemes © Laokoon Filmgroup – Ildi Hermann

Tras el éxito de su rompedora ópera prima, El hijo de Saúl (2015), que se hizo con el Gran Premio del Jurado en el festival de Cannes y el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, el realizador húngaro László Nemes presentó durante el pasado festival de Venecia su segundo largometraje: Atardecer (2018), otra cautivadora obra maestra. Mientras que la alfombra roja del Lido destacó por su bullicio y expectación, la atmósfera más relajada del IFFR nos brindó una oportunidad perfecta para charlar sosegadamente con Nemes acerca de su última película, así como del punto de vista subjetivo que ya se ha convertido en su particular marca de estilo.

La película está ambientada en 1914, justo antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. ¿Por qué escogiste este periodo histórico?

Creo que el cambio de siglo es una época muy interesante en Europa, que transmite algo muy profundo sobre cómo ha evolucionado la civilización humana: la forma en la que los deseos de creación y destrucción se vuelven casi inseparables. Los personajes de Atardecer están de alguna forma destruyendo la misma civilización que han ayudado a construir. Por otro lado, se aproximaba la Primera Guerra Mundial, un acontecimiento que destruiría por completo la promesa de Europa, una idea que era y sigue siendo un misterio.

La película empieza con la frase “vamos a levantar este velo”, sugiriendo un tono de misterio, y a partir de ahí el espectador tan solo recibe respuestas difusas sobre lo que está pasando.

Siempre me han atraído las historias y relatos arcaicos. De alguna forma, me parece que hay algo casi bíblico en esta historia. La película no ofrece explicaciones sobre lo que está pasando. Todo forma parte de un viaje, de un diálogo que me interesaba mantener con el público. Tanto las preguntas como las respuestas, a veces engañosas, forman parte del proceso. También se trata de jugar con las proyecciones, en todos los sentidos: con nuestros deseos, nuestra comprensión, o la falta de ella. No estamos ante un cine objetivo, sino más bien ante una experiencia subjetiva. La película aprovecha las limitaciones de la percepción humana y las utiliza para dirigirse al público. También tiene que ver con la proyección en un sentido más literal. El cine como un medio en plena desaparición, cuya forma física está siendo reemplazada por el cine y la televisión.

La guerra está presente en tus dos películas. ¿Por qué te atrae esta temática?

Atardecer y El hijo de Saúl están conectadas a muchos niveles. Creo que la guerra es una fuerza muy poderosa que ha influido siempre en la evolución humana, algo que nunca llegaremos a entender. ¿Cómo es posible que cuando alcanzamos una civilización más sofisticada, en lugar de desaparecer, la guerra vuelve a golpearnos de forma increíblemente barbárica? Las guerras mundiales siempre han tenido lugar en el corazón del mundo civilizado, y en un contexto industrial avanzando. Es un misterio en el que estoy muy interesado.

Es curioso que lo menciones. Mark Frost también entiende el misterio de una forma muy similar, como un ingrediente necesario para el autodescubrimiento. ¿Eres fan de Twin Peaks?

Soy un gran admirador. No es mi universo, pero le tengo mucho respeto. No puedes masticar todo para el espectador, tienes que confiar en su imaginación y en sus propias ideas. De lo contrario, simplemente le estás dando un manual de instrucciones, y no creo que ese sea el objetivo del cine. El hecho de que el medio sea cada vez más reacio a defenderse como una forma de arte independiente es algo que me preocupa. El cine se está volviendo cada vez más homogéneo.

¿Podrías elaborar algo más?

En primer lugar, el cine adopta normalmente una perspectiva muy objetiva. Es como filmar un partido de fútbol, la cámara está siempre en el lugar correcto en el momento adecuado. Hay un punto de vista divino y demasiados planos, casi como un mosaico compuesto a partir de distintos ángulos. Desde la dirección hasta el montaje, pasando por los efectos visuales, todo apunta a la misma dirección. Cada vez el público tiene menos que hacer y aportar al proceso. Todo está prefabricado, hay menos espacio para la imaginación, menos espacio para el compromiso emocional. Esto es algo que me preocupa realmente.

Atardecer © Avalon

Atardecer © Avalon

“Creo que los periodistas tienen la responsabilidad de defender películas que son más atrevidas, pero no siempre están dispuestos a hacerlo”

Esta ausencia de múltiples puntos de vista es una experiencia interesante en Atardecer. No tenemos ni idea de dónde estamos o quién es la protagonista, y parece que ella tampoco. No hay una perspectiva omnisciente, solo la suya.

No soy rebelde por el mero hecho de serlo. Me interesa transmitir la experiencia subjetiva de la vida a través del cine. El cine no tiene necesariamente que adoptar esta perspectiva, pero debería al menos cuestionar el propio lenguaje cinematográfico. Y cada vez lo hace menos. Existen muchas formas de hacer películas, pero siempre vemos las mismas. Como cineastas, deberíamos abstenernos de intentar educar al público. Nuestro trabajo es tratar de conectar con ellos a través de una experiencia significativa que los haga pensar. Creo que los periodistas tienen la responsabilidad de defender películas que son más atrevidas, pero no siempre están dispuestos a hacerlo.

Tengo entendido que Amanecer (F.W. Murnau, 1927) ha sido una gran influencia para tu película, más allá del título.

Amanecer es una película sobre la desesperación y los anhelos de la civilización. Trata acerca de la existencia humana en un mundo más allá de nuestro alcance. Pero a pesar de sus elementos oscuros es muy optimista. Es una de las primeras películas sonoras y, en cierto sentido, está marcada por la emoción del renacimiento (después de la Primera Guerra Mundial) y por una confianza ciega en la tecnología, como una herramienta que podemos dominar para mejorar las cosas. Vista en retrospectiva, aunque es una película hermosa, es interesante ver las pocas razones que había por aquel entonces para ser optimista. En cierto modo, Atardecer, sin pretender ser presuntuoso, también marca el final de una era cinematográfica, aunque ojalá me equivoque. La estandarización del cine a través de la televisión e Internet, con toda su simplificación estilística, viene acompañada de cierta tristeza y conformismo. Me gustaría que hubiera otros luchando en la misma dirección, y estoy seguro de que los hay, pero la tendencia general se centra en la satisfacción de las masas, incluso en el cine de autor.

¿En qué sentido?

Pues en que el tema se vuelve lo más importante, mientras observamos el mundo a través de ciertos prismas políticos y sociales, dentro de un paradigma de «lo dominante contra lo dominado». Eso evoca emociones muy fáciles en el público, a los que se les presenta la realidad de una manera muy simplificada, sin cuestionar la esencia de nuestra existencia. Esto está rompiendo claramente con las tradiciones de los años 60 y 70, con la intención de ser audaz y romper con las reglas. Se trata de ser más metafísico y no intentar “educar al público”. Observar el mundo en términos humanistas y no sociopolíticos.

¿No crees que algunas personas lo consideran simplemente la forma más adecuada de emplear el medio?

Creo que mucha gente lo usa para complacer a un público «sofisticado». En cierto modo, me parece una herramienta elitista que se disfraza de cine «accesible» y «cercano».

Tu historia se centra en un personaje femenino fuerte. ¿Dónde crees que se posiciona la película en las recientes discusiones sobre el papel de las mujeres en la sociedad y la industria?

Hace unos años casi nadie hubiera puntualizado que he hecho «una película sobre una mujer». Enfrentar a hombres y mujeres se ha convertido en algo muy moderno, pero yo estoy mucho más interesado en aplicar un enfoque humanista, en el cual la esencia de lo femenino y lo masculino están más entrelazadas. Creo que estamos entrando en un enfoque post-humanista o anti-humanista, en el que los géneros y las razas se vuelven unos contra otros, disfrazados de igualitarismo bienintencionado. Mi película trata sobre la mezcla de lo masculino y lo femenino como algo inseparable. Ahora es casi obligatorio hacer una película sobre mujeres, porque no es aceptable hacer una sobre hombres. Pero esto viene acompañado de un sentimiento contrario al humanismo, porque ves a la mujer antes que a la persona. Disfrazada de generosidad, y luchando por la igualdad, esta tendencia logra exactamente lo contrario.

Te mudaste a Francia cuando tenías doce años. ¿Por qué decidiste escribir tus primeras películas en húngaro y volver a tu país de origen?

Pasé mucho tiempo en Francia, y también en Estados Unidos, pero tenía sentido hacer una película en Hungría porque sabía lo que podía esperar allí. Conocía cómo funcionaban los equipos de rodaje y podía acceder al apoyo financiero más fácilmente. Pero también estoy abierto a escribir en otros idiomas. De hecho podría realizar mi próximo proyecto en inglés. Me gusta la mezcla de idiomas a mi alrededor, pero también dentro de mí. De alguna forma crea cierta fricción y caos, pero tiene un poder beneficioso. Creo que también puedes llegar a sentir esto en las películas: cuando hay distintas capas de idiomas, incluso aunque no puedas entenderlos todos, se genera una especie de torbellino.

¿Qué te llevó a incluir la última escena?

Sin arruinar el final, quería ofrecer un indicio de hacia dónde se dirigía la sociedad. Es como una especie de visión, en la que tampoco está claro el punto de vista. Hay ciertas referencias a Kubrick a lo largo de toda la película, pero la última escena fue un homenaje directo a Senderos de gloria (1957).

Atardecer © Avalon

Atardecer © Avalon

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