LAZZARO FELICE, de Alice Rohrwacher

lazzaro felice

LÁZARO EL RESUCITADO EN LA CAVERNA DE PLATÓN

[crítica con spoilers]

Lazzaro vive junto a sus paisanos en el pueblo de La Inviolata, un ambiente muy rural donde se trabaja la tierra hasta la extenuación y donde él parece ser el último blanco en una larga cadena de explotación que comienza por las malas formas de una marquesa que pareciese sacada de un cuento de los hermanos Grimm. El chico no es muy espabilado, es uno de esos tontos sabios y, careciendo de cerebro, desborda bondad y candidez. Se diría que Lazzaro es feliz en su rutina, hasta que el hijo de la marquesa, Tancredi, aburrido en su acomodada burguesía, decide sacarlo de su día a día, desarrollando con él una extraña amistad.

Con estos mimbres, Alice Rohrwacher nos sitúa en su tercer largometraje en apenas unas escenas muy rápidamente en un terreno al que nos tiene acostumbrados. El de el cuento y el mito. Como ya hacía en Le meraviglie (2014), donde se reproducía con mimo la recogida tradicional de miel, aquí vuelve a centrarse en una actividad rural típica de su país, véase la agricultura, y decide retratarla al modo tradicional, contando con campesinos reales que trabajan en la ficción. El resultado, con una exquisita dirección de arte, hace que entremos en el cuento bien rápido. ¿Estamos en un pueblo italiano del tiempo de entreguerras? ¿En el auge del fascismo? ¿Cuándo nos encontramos exactamente? La temporalidad no está bien marcada en Lazzaro felice (2018) por motivos metafóricos que intuimos al inicio, pero que se revelarán de aún mayor importancia con el avance del metraje.

Una primera virtud de la película sería por lo tanto la captación o reproducción de este estilo de vida rural que se nos antoja, casi, documental. La insistencia de la realizadora por utilizar celuloide, con una fotografía muy granulada, aporta a la estética de la película un estilo muy de época que es además de agradecer, y el hechizo es casi instantáneo. El otro elemento que nos llama la atención desde el primer minuto es Adriano Tardiolo, excelente elección para el papel de Lazzaro, actor que ha entendido perfectamente lo que es saber posar ante la cámara. Su simple presencia encandila. Y, con todo, hay una cierta sensación de extrañamiento. Algo raro pasa en este pueblo, algo raro hay que Rohrwacher no desvela. A mí personalmente me hizo revolverme en la butaca, con las defensas elevadas, hasta que la sorpresa se descubre. Con los escudos bajados, la entrega ya fue total.

Dice la directora que en su país “las líneas entre la realidad y la ficción son borrosas”1, aludiendo a las muchas veces en las que el mito fundó los pilares de la esencia romana y a cómo los nombres importan. Si ya su anterior película estaba llena de referencias mitológicas, esta no podía ser menos. Fijémonos solo en los nombres de los dos amigos. Lázaro de Betania, hermano de María, es célebre en el Nuevo Testamento por heberle sido concedida la resurrección por Cristo. Tancredo de Galilea fue un héroe que lo ganó todo en la Primera Cruzada pero sin dejar descendencia, por lo que su legado no existió, se acabó con él.

Quien esté atento a estos detalles, quizás pueda descubrir el sorprendente y genial giro de trama que parte la película en dos. En efecto, Lazzaro resucita, apareciendo en un futuro donde los personajes que vivían en esa comunidad han sido liberados del yugo de la marquesa. En realidad, vivían en una suerte de caverna de Platón, sin tener acceso a un mundo moderno y sometidos a una esclavitud ya anacrónica. La trama podría ser la de El bosque (The Village, M. Night Shyamalan, 2004), con la diferencia de que aquí el giro no se trata de un efectivo truco final, sino de un método para desarrollar toda una segunda parte que comenta a la primera. Lo que se está preguntando Rohrwacher en este díptico es hasta qué punto no existe una suerte de esclavitud moderna. Sus personajes, sin la “tutela” de la marquesa, viven en la indigencia, sobreviviendo como pueden con trabajos de miseria.

De este modo, la realizadora retrata el sino en el mundo contemporáneo de los depositarios de esa emigración interna del campo a la ciudad que acabó de mutar la demografía de toda Europa en la segunda mitad del siglo XX. Quizás exagere un poco, tirando de unos guiñolescos Sergi López y Alba Rohrwacher y prescindido de ese colectivo amateur de la primera mitad. Seguimos en el terreno de la fábula, pero qué poderosa es. Mediante esta mezcla del mito y lo popular, lo tradicional y lo moderno, lo patrimonial y lo militante, Alice Rohrwacher consigue algo realmente importante con este película: encontrar nuevos caminos, desde la fábula, para el cine social, habitualmente tan acartonado. Por su uso de actores amateurs y su voluntad más militante que realista, la estrategia recuerda transversalmente a la de A Fábrica De Nada (Pedro Pinho, 2017) y, siendo contribuciones muy distintas, diría que son igual de relevantes. También enseña nuevos modos, más intimistas, de tratar el fantástico. Ella, que como indica en la entrevista de Cineuropa citada, nunca ha pisado una iglesia, es capaz de convocar lo espiritual a través de Lazzaro, un profeta muy particular en medio de la barbarie del capitalismo que nos prefiere, si lo dejamos, esclavos. Un doble triunfo de una realizadora que en su tercera película da un paso de gigante.

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1“En Italia, las líneas entre la ficción y la realidad son borrosas”, entrevista con Alice Rohrwacher, por Marta Balaga, Cineuropa.

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