LE LIVRE D’IMAGE, de Jean-Luc Godard

 

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El libro de los excesos

El trabajo meticuloso y caótico de Jean-Luc Godard es de sobra conocido. Sus Histoire(s) du cinéma (1988-1998) son el ejemplo más claro. Si el recorrido de esta obra y de otras tantas pudiera ser reducido a una idea, esta sería que nuestro mundo está compuesto por imágenes y su exceso caracteriza nuestro modo de pensar y producir el conocimiento. Por tanto, es precisamente la importancia de lo meticuloso dentro de lo caótico lo que otorga a la obra de Godard una relevancia extrema para aproximarnos vagamente a lo cotidiano y que éste cobre sentido. Le livre d’image (2018), el trabajo más reciente del cineasta franco-suizo, es una suma casi testamentaria del discurso que ha producido a lo largo de los años. La cinta tuvo su estreno en el último Festival de Cannes, de donde volvió con una extraña Palma de Oro Especial.

Significativamente más desordenado e imprevisible, Le livre d’image propone una serie de ideas sobre el cine y su función en la modernidad tardía. En cierto sentido, la película es radical: el cine ya no interesa y la producción de imágenes es tan avasalladora que jamás seremos capaces de comprenderlo. No obstante, en una paradoja típicamente godardiana, la pura existencia de esta obra nos recuerda la necesidad de una esperanza vaga en la humanidad. En fin, se trata del pesimista Godard reflexionando sobre su propio mundo y ese pensamiento produce un devenir que sólo pode ser encarado como optimista. Y algunas pistas nos dan a entender dónde buscar ese pensamiento.

Desde finales de los años 60, Godard – primero en una fase marcadamente política, acompañado por Jean-Pierre Gorin, en el Grupo Dziga Vertov; y en una segunda, acompañado por la figura de Anne-Marie Miéville – busca entender los mecanismos del lenguaje y de su poder discursivo sobre las ruinas de la sociedad occidental a través del cine. En especial, la fase que atravesó con el Grupo Dziga Vertov transformó sus películas: de las formas de producción tradicionales pasó a una creciente radicalización de su proceso de trabajo. Después de la fase Vertov, Godard se convirtió casi en un eremita, desarrollando una labor delicada con las imágenes.

En este último Le livre d’image, Godard mantiene el mismo modelo de aproximación a las imágenes – reproduciendo extractos, fotografías y músicas de origen diverso, incluyendo varias de sus obras –, pero parece haber una aceleración del montaje, volviendo más caótica la interpretación de las imágenes y de su correlación. En realidad, para Godard no hay una relación kuleshoviana en las imágenes que monta, sino una especie de fricción que rechaza el contagio y la linealidad. Esto resulta aún más destacable en esta cinta por la reducida duración de los extractos, muchas veces quebrando las líneas de sentido originales (de hecho, muchas de ellas ya habían sido propuestas por el propio Godard en otras películas anteriores) y provocando en el espectador la sensación de un puzzle en el que las piezas no encajan. Además de eso, muchos de los extractos tienen distintos ratios de imagen, creando una ilusión de error potenciada por la banda sonora (que también presenta rupturas abruptas, tanto a través de interrupciones súbitas como de un juego con los distintos canales sonoros).

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La imagen, el sonido y sus errores demuestran la incapacidad del cine para generar sentido, para aportar orden al mundo. Por un lado, Godard imita los modelo actuales de visionado: en ordenadores que subvierten la ventana de exhibición o que destruyen el sonido por su incapacidad técnica. Godard no está “en contra” de los ordenadores y de los nuevos modelo de ver películas; simplemente muestra cómo esto afecta a nuestro consumo de imágenes y a la forma en la que transitamos rápidamente de un clásico a un vídeo amateur en YouTube. Esto, en sí mismo, es el poder de las imágenes, el poder de este libro que el cineasta abre ante nosotros para que observemos.

En la última “parte” de la cinta, el cineasta ensaya una apertura al mundo árabe. Para él y para Le livre d’image, es necesario subvertir el discurso occidental. Este siempre ha sido uno de los grandes intereses de Godard: producimos un discurso de brutalidad, expuesto en guerras sanguinarias que no están tan lejos de nosotros (los Balcanes son una especie de reducto moral para Godard; allí están los despojos de Europa). Por eso, este libro propone ver las imágenes desde el punto de vista del otro, poniendo en entredicho nuestro propio discurso. Se trata de un mundo que está más allá del nuestro, que despierta todas las dudas mientras nos ofrece una oportunidad para repensarnos.

Casi al final, la voz cavernosa de Godard sufre un sobresalto a causa de un súbito ataque de tos. La palabra falla, el discurso falla, la idea permanece incompleta. No conseguimos ver Le livre d’image sin sentir que capta parte de nuestra alma para obligarnos a afrontar nuestro mundo. La última secuencia de la película  – un extracto de Le Plaisir de Max Ophuls – es un recuerdo sintomática de la existencia del fin. ¿Qué hacer en medio de estas ruinas?

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